jueves, 27 de septiembre de 2012

Ni puta idea


O de cómo no es posible predecir la evolución social

A raíz del debate, francamente insensato, sobre las consecuencias de una posible independencia de Cataluña, me parece importante efectuar un aviso para gurús y navegantes mediáticos en general, y para los muy sobrecargados ideológica y emocionalmente en particular.
Se resume en algo tan sencillo como la total impredictibilidad de los acontecimientos venideros, sobre todo si se trata de fenómenos de carácter masivo, como los que afectan a sociedades enteras.
Ni las más elaboradas técnicas estadísticas pueden efectuar simulaciones fiables de lo que sucederá a una sociedad en el futuro, por más que sesudos especialistas pretendan hacernos creer lo contrario. Esto se debe a dos motivos básicos.
El primero de ellos tiene que ver con el número de variables relacionadas. A medida que se incrementa el número de parámetros sociales que debemos considerar, se hace más difícil efectuar un análisis que pueda darnos resultados fiables, incluso en el supuesto de tener una formulación matemática adecuada, que tampoco la tenemos. Si además la matemática involucrada es no lineal, como es el caso de la que pueda intentar comprender los movimientos sociales y económicos generales, la resolución de un sistema de múltiples variables puede ser directamente imposible, o con unos márgenes de error tan amplios que invalidan todo el proceso.
Un caso paradigmático es el de la economía, que cualquier físico o matemático  desechará de inmediato como falsa ciencia, haciendo bueno el chascarrillo de que los economistas son muy buenos prediciendo acontecimientos pasados, por más que sesudos especialistas de no menos prestigiosas universidades se hayan achicharrado los sesos desarrollando complejísimas formulaciones matemáticas que a algunos les han reportado un premio nobel de economía, más que devaluado entre los auténticos científicos,  por lo tremendamente impreciso y erróneo de sus resultados prácticos.
Si pretendemos ampliar el campo a la sociología, la cuestión deviene ya demencial, y sólo pueden admitirse algunos principios de gran vaguedad y que desde luego no admiten una formulación matemática que permita, ni siquiera lejanamente, efectuar predicciones sobre la evolución de los sistemas sociales.
En segundo lugar, tanto la economía como la sociología adolecen, además, de otro rasgo fundamental para comprender la impredictibilidad de los sistemas económicos y sociales. La cuestión es que pequeños cambios en variables  de carácter fundamental, producen cambios enormes en los resultados a medio plazo. Algo así como la dificultad inherente a la meteorología, que ésta sí es una ciencia genuina, pero que sin embargo tiene problemas para generar modelos cuya validez se extienda a algo más de cuatro días. Y eso se debe a que muchas de las funciones que describen el clima tienen carácter caótico o fractal, en el sentido puramente matemático de la palabra, de modo que estadios iniciales relativamente próximos entre sí devienen en movimientos a medio plazo de una amplitud y divergencia enorme.
Pues en economía y en sociología, casi todos los modelos que se utilizan son simplificaciones excesivas, que dotan de carácter lineal, y por tanto, absolutamente predecible, a fenómenos muy complejos, y que no tienen una respuesta lineal alguna. En ese sentido, creo muy recomendable la lectura de las obras de Nassim Taleb, un antiguo economista que se pasó al otro lado para demostrar lo absurdo de la pseudociencia económica y de cómo lo imprevisto en todos estos modelos echa por tierra las más sesudas previsiones de los sumos sacerdotes de Chicago y de Harvard.
Así que, tanto el increíble número de variables involucradas, como la complejidad de las posibles hipótesis, así  como las extrañas correlaciones y mutuas influencias que pueden surgir entre parámetros en principio no relacionados, hacen imposible un análisis racionalmente “científico” de lo que resultaría de una posible independencia de Cataluña, por poner un ejemplo.
Por cierto, que los sistemas caóticos tienden a evolucionar muy lejos de las previsiones iniciales a medida que nos desplazamos a lo largo del eje temporal, o lo que es lo mismo, sólo pueden verse los resultados de determinadas acciones efectuando una valoración histórica a largo plazo. El cortoplacismo es el arma de los que pretenden utilizar el miedo a “consecuencias inmediatas” de acciones políticas que luego no se demuestran reales. La independencia de un país no puede valorarse por lo que suceda en los primeros meses o años, por más que ese argumento lo utilicen profusamente quienes desean instaurar el miedo social a la libertad.
Así que de lo único que podemos hablar  y hablar–lo cual convierte la discusión en  logorrea emocional pero carente de trascendencia real- sobre lo que creemos que sucederá, basándonos más en nuestros deseos y creencias que en un conocimiento siquiera aproximado, del escenario futuro en el  que se debatiría la independencia catalana.
Nadie sabe lo que significaría para Catalunya, España y Europa, la independencia de la primera, por más que periodistas incultos  (científicamente) y mediatizados  (políticamente) de uno y otro signo pretendan  demostrarnos “fuera de toda duda”, un escenario apocalíptico o, por el contrario, idílico, según sean  sus convicciones personales o el color del dinero que les pagan por sus idioteces más o menos elaboradas.
 Así que nos dejemos engañar más:  en este asunto, como en tantos otros, se precisa una buena dosis de escepticismo y de pensamiento crítico. Y también es preciso armarse de valor personal para afrontar el miedo a la libertad de pensar y de elegir por uno mismo.

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