O dónde se encuentran los límites de la solidaridad.
Después de una larga y provechosa conversación con una
persona muy cercana en el plano afectivo y afectuoso, pero cuyo
criterio muchas veces diverge del mío, aunque siempre es motivo de reflexión
profunda por lo acertado de sus observaciones, me decido a hablar de la
solidaridad.
Como dice mi amiga, “solidaridad” es vocablo que se usa en
exceso y cuyo contenido se ha desvirtuado notablemente, porque hoy en día todo
el mundo, o bien es solidario, o bien reclama solidaridad a los demás. A bote
pronto, la entrada “solidaridad” el diccionario de la RAE la define como
“adhesión circunstancial a la causa o a
la empresa de otros”, de lo que deduzco que por ahí hay un problema
esencial: no todo el mundo comprende lo que significa ser solidario. En
concreto parece que los términos “adhesión”
y “circunstancial” suelen ser interpretados muy libremente por los analistas
mediáticos y sus ciegos lectores.
Otras dificultades surgen a la hora de cuantificar esa
solidaridad según sea la causa sobre la que se proyecta. De buen principio, la
hiperinflación del uso de la solidaridad como concepto es notoria, notable y
desvergonzada, porque muchas acciones solidarias se emprenden sólo de palabra,
pero cuesta mucho ver a toda esa multitud solidaria pasar a la acción, sobre
todo cuando esa acción implica algún riesgo personal o económico. Así que todos
somos solidarios, incluso muy solidarios, pero sólo sobre el papel, que es
barato y no supone quebraderos de cabeza.
A este fenómeno ha contribuido no poco la enorme red tejida
por internet, donde las iniciativas
solidarias son múltiples y no hay día en
que no surja una nueva. Iniciativas que
se resumen, sobre todo, en sumar una masa crítica de firmantes, pero cada uno
cómodamente instalado en el sillón de su casa. Por tanto, esa solidaridad tiene
más de publicidad de una causa que otra cosa, y consecuentemente sus impulsores pueden sacar pecho y afirmar
que tienen un número astronómico de firmas a favor o en contra de lo que se
tercie, pero si se trata de recaudar fondos o sumar esfuerzos personales para sacar
adelante realmente las iniciativas propuestas el asunto se enturbia.
Y es que hoy en día, quien no es solidario, al menos
conceptualmente, es muy mal mirado por la sociedad en general, aunque la
pobreza y la desigualdad sean mayores ahora que en cualquier otro período tras
el fin de la segunda guerra mundial, lo cual dice muy poco en favor de la
presunta solidaridad internacional. Y dice mucho sobre lo farisaico de la
actitud ciudadana en general.
Ya en el plano político, el término solidaridad se ha convertido en arma arrojadiza de efecto
muy contundente entre los colectivos afectados por la reyerta solidaria, pero
desprovista de todo contenido. Porque la solidaridad a la que me refiero no es tal, sino un trasvase esencialmente forzoso y muy poco controlado de
fondos de zonas ricas a zonas pobres, sean intra o internacionales, tanto da.
En la medida en que es forzoso, no se trata de una “adhesión a una causa”; en
la medida de que en las partidas destinadas a solidaridad no hay control
alguno, no se trata de una adhesión “circunstancial”, porque nadie,
absolutamente nadie, verifica con rigor la evolución de las variables que han
motivado una acción solidaria en concreto, y sobre todo, el cumplimiento de los
objetivos a medio y largo plazo.
Debería ser obvio que las acciones solidarias han de tener
una finalidad concreta y objetiva, y no prolongarse indefinidamente en el
tiempo. En ese caso ya no se trata de solidaridad, sino de caridad y limosneo;
y en muchos casos es además una tapadera
de corrupción generalizada y de abuso respecto a los donantes por parte de toda una calaña de intermediarios, políticos y también por los mismos receptores de las
ayudas. Cómo si no es posible que Africa esté igual o incluso peor que al
principio de la descolonización pese a la ingente cantidad de dinero que se ha
arrojado por el brocal de ese pozo. Dinero que anestesia conciencias, pero de
cuyo rastro nos olvidamos en cuanto lo hemos transferido desde nuestra cuenta
corriente, y que mayormente financia a intermediarios, gobernantes corruptos,
señores de la guerra y demás fauna detestable que pulula por esa gangrena
permanente que llamamos tercer mundo.
Esto viene sucediendo con muchas de las actuaciones de ONG y
con las ayudas urgentes internacionales contra hambrunas, sequías, desastres
meteorológicos y un largo etcétera de sombríos acontecimientos que requieren
inmediata atención por parte de nuestros bolsillos; pero no es ese el quid de
la cuestión que hoy me ocupa, sino el que se refiere a la solidaridad económica interna entre las diversas regiones que
componen un estado.
Mi premisa es que no existe tal solidaridad, porque no
existe ni la adhesión voluntaria de Cataluña a la causa de Extremadura, por un
decir; ni se concluye que dicha adhesión, aunque sea presumible, tenga un
carácter circunstancial, o lo que es lo mismo, temporal, en tanto no se habilitan los mecanismos que corrijan la
necesidad de esa solidaridad. Pues de eso se trata: ser solidario no tiene como
objetivo aportar dinero a un pozo sin fondo de subvenciones y ayudas, sino
aportar recursos para la implantación de planes que corrijan los desequilibrios
y que generen riqueza bastante para que
la región receptora de la ayuda solidaria se convierta, en un plazo razonable
de tiempo, en autosuficiente y no requiera de ayudas externas para un
desarrollo equilibrado.
Uno se pregunta, cuando la caverna troglodítica con sede en
la meseta central brama por la insolidaridad de los catalanes, cuál es el plazo
razonable para que dicha solidaridad tenga su fin una vez alcanzados los
resultados precisos. Porque después de 35 años de andadura democrática, (no sólo) Cataluña
continúa siendo solidaria a la fuerza respecto a regiones como Andalucía ,
Extremadura y otras, y uno se vuelve a preguntar si 35 años, que son
muchísimos, no son suficientes para corregir los desequilibrios de las regiones
de España, teniendo en cuenta el apabullante trasvase de dinero entre el norte
y el sur que se ha producido en estos siete lustros.
Y la respuesta es que, obviamente, no. Porque estamos
hablando de regiones en las que se ha instaurado la cultura del subsidio y la
subvención, en las que no se ha creado un auténtico tejido productivo y de
servicios en todo este tiempo, aunque se les ha dotado de unas infraestructuras
espectaculares a la par que -por lo que se ve- innecesarias , mientras sus clases
dirigentes dedicaban el dinero a
mangoneos especulativos que en nada contribuían al crecimiento de sus regiones,
y sus respectivos gobiernos conectaban con un electorado clientelar gracias a
los falsos ERE, al contubernio del PER, y una pléyade de siglas que
significaban que el dinero fluía a espuertas para que nadie hiciera nada
productivo, salvo votar a los que les pagaban.
En resumidas cuentas, esa
irritante “solidaridad” que
nos reclaman desde el centro no es más que un eufemismo para camuflar un expolio
continuado y aberrante. Es un expolio porque nunca se ha controlado lo que se
hacía con los recursos públicos, salvo contentar a las diversas baronías y
taifas del país, de modo que se construían líneas de alta velocidad sin
pasajeros; aeropuertos sin aerolíneas y autovías gratuitas sin tráfico de
vehículos. Es aberrante porque nadie detalla los planes, los controles y las
exigencias para su cumplimiento que acompañarán a los dineros públicos que se
invierten tan alegremente en a saber qué idioteces, y porque a nadie se exigen
responsabilidades, salvo las “políticas”, que ya sabemos lo que
significan. Un insulto a la más elemental de las inteligencias, que ya empezó
cuando el primer AVE nacional se parió entre Madrid y Sevilla, aprovechando
que la cúpula del PSOE gobernante pasaba por el Guadalquivir, y que se ha
prolongado hasta hoy en día sin ningún tipo de sonrojo por los sucesivos
desgobiernos de la nación.
Y eso no es solidaridad. Es un latrocinio con todas las de
la ley, y no sólo a Cataluña, sino a todos los ciudadanos del país, incluso a
los que rugen y berrean contra la presunta insolidaridad catalana y que no se
han enterado de la misa ni los salmos. No se sabe si porque no les conviene o
porque padecen algún déficit cognitivo
grave.
Ya vale de esa ralea solidarizante por decreto. Porque lo más
triste es que a quien expolian no es a Cataluña, sino a todos sus habitantes,
sean catalanes, españoles, rumanos o ecuatorianos, porque todos pagan de sus
propios impuestos a esa chusma parasitaria que se extendió por doquier con la excusa de la democracia,
unos repartiendo prebendas sin cuento, y los otros poniendo la mano para ver lo
que caía.
Que ya basta de que los ladrones tilden de insolidarias a las
víctimas de sus fechorías.
Es por dir més alt però no més clar, faig meva un lema vist a la manifestació BROQUIL IS OVER!!!!
ResponderEliminarInteresante me gustaría publicarlo en mi blog quisiera tu permiso Jordi.
ResponderEliminarGema SG
http://agorapolijuridico.blogspot.com.es/
Gracias!!
Te dejo mi dirección de email para que confirmes ! gsg3004@gmail.com
ResponderEliminarSaludos,