lunes, 1 de octubre de 2012

Insolidarios?


O dónde se encuentran los límites de la solidaridad.

Después de una larga y provechosa conversación con una persona muy cercana en el plano afectivo y afectuoso, pero cuyo criterio muchas veces diverge del mío, aunque siempre es motivo de reflexión profunda por lo acertado de sus observaciones, me decido a hablar de la solidaridad.

Como dice mi amiga, “solidaridad” es vocablo que se usa en exceso y cuyo contenido se ha desvirtuado notablemente, porque hoy en día todo el mundo, o bien es solidario, o bien reclama solidaridad a los demás. A bote pronto, la entrada “solidaridad”  el diccionario de la RAE  la define como “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”, de lo que deduzco que por ahí hay un problema esencial: no todo el mundo comprende lo que significa ser solidario. En concreto parece que los términos  “adhesión” y “circunstancial” suelen ser interpretados muy libremente por los analistas mediáticos y sus ciegos lectores.

Otras dificultades surgen a la hora de cuantificar esa solidaridad según sea la causa sobre la que se proyecta. De buen principio, la hiperinflación del uso de la solidaridad como concepto es notoria, notable y desvergonzada, porque muchas acciones solidarias se emprenden sólo de palabra, pero cuesta mucho ver a toda esa multitud solidaria pasar a la acción, sobre todo cuando esa acción implica algún riesgo personal o económico. Así que todos somos solidarios, incluso muy solidarios, pero sólo sobre el papel, que es barato y no supone quebraderos de cabeza.

A este fenómeno ha contribuido no poco la enorme red tejida por  internet, donde las iniciativas solidarias son  múltiples y no hay día en que no surja una nueva.  Iniciativas que se resumen, sobre todo, en sumar una masa crítica de firmantes, pero cada uno cómodamente instalado en el sillón de su casa. Por tanto, esa solidaridad tiene más de publicidad de una causa que otra cosa, y consecuentemente  sus impulsores pueden sacar pecho y afirmar que tienen un número astronómico de firmas a favor o en contra de lo que se tercie, pero si se trata de recaudar fondos o sumar esfuerzos personales para sacar adelante realmente las iniciativas propuestas el asunto se enturbia.

Y es que hoy en día, quien no es solidario, al menos conceptualmente, es muy mal mirado por la sociedad en general, aunque la pobreza y la desigualdad sean mayores ahora que en cualquier otro período tras el fin de la segunda guerra mundial, lo cual dice muy poco en favor de la presunta solidaridad internacional. Y dice mucho sobre lo farisaico de la actitud ciudadana en general.

Ya en el plano político, el término solidaridad  se ha convertido en arma arrojadiza de efecto muy contundente entre los colectivos afectados por la reyerta solidaria, pero desprovista de todo contenido. Porque la solidaridad a la que me refiero no es tal, sino un trasvase esencialmente forzoso y muy poco controlado de fondos de zonas ricas a zonas pobres, sean intra o internacionales, tanto da. En la medida en que es forzoso, no se trata de una “adhesión a una causa”; en la medida de que en las partidas destinadas a solidaridad no hay control alguno, no se trata de una adhesión “circunstancial”, porque nadie, absolutamente nadie, verifica con rigor la evolución de las variables que han motivado una acción solidaria en concreto, y sobre todo, el cumplimiento de los objetivos a medio y largo plazo.

Debería ser obvio que las acciones solidarias han de tener una finalidad concreta y objetiva, y no prolongarse indefinidamente en el tiempo. En ese caso ya no se trata de solidaridad, sino de caridad y limosneo; y en muchos casos es además  una tapadera de corrupción generalizada y de abuso respecto a los donantes por parte de toda una calaña de intermediarios, políticos y también por los mismos receptores de las ayudas. Cómo si no es posible que Africa esté igual o incluso peor que al principio de la descolonización pese a la ingente cantidad de dinero que se ha arrojado por el brocal de ese pozo. Dinero que anestesia conciencias, pero de cuyo rastro nos olvidamos en cuanto lo hemos transferido desde nuestra cuenta corriente, y que mayormente financia a intermediarios, gobernantes corruptos, señores de la guerra y demás fauna detestable que pulula por esa gangrena permanente que llamamos tercer mundo.

Esto viene sucediendo con muchas de las actuaciones de ONG y con las ayudas urgentes internacionales contra hambrunas, sequías, desastres meteorológicos y un largo etcétera de sombríos acontecimientos que requieren inmediata atención por parte de nuestros bolsillos; pero no es ese el quid de la cuestión que hoy me ocupa, sino el que se refiere a la solidaridad económica  interna entre las diversas regiones que componen un estado.

Mi premisa es que no existe tal solidaridad, porque no existe ni la adhesión voluntaria de Cataluña a la causa de Extremadura, por un decir; ni se concluye que dicha adhesión, aunque sea presumible, tenga un carácter circunstancial, o lo que es lo mismo, temporal, en tanto no se habilitan los mecanismos que corrijan la necesidad de esa solidaridad. Pues de eso se trata: ser solidario no tiene como objetivo aportar dinero a un pozo sin fondo de subvenciones y ayudas, sino aportar recursos para la implantación de planes que corrijan los desequilibrios y que generen riqueza  bastante para que la región receptora de la ayuda solidaria se convierta, en un plazo razonable de tiempo, en autosuficiente y no requiera de ayudas externas para un desarrollo equilibrado.

Uno se pregunta, cuando la caverna troglodítica con sede en la meseta central brama por la insolidaridad de los catalanes, cuál es el plazo razonable para que dicha solidaridad tenga su fin una vez alcanzados los resultados precisos. Porque después de 35 años  de andadura democrática, (no sólo) Cataluña continúa siendo solidaria a la fuerza respecto a regiones como Andalucía , Extremadura y otras, y uno se vuelve a preguntar si 35 años, que son muchísimos, no son suficientes para corregir los desequilibrios de las regiones de España, teniendo en cuenta el apabullante trasvase de dinero entre el norte y el sur que se ha producido en estos siete lustros.

Y la respuesta es que, obviamente, no. Porque estamos hablando de regiones en las que se ha instaurado la cultura del subsidio y la subvención, en las que no se ha creado un auténtico tejido productivo y de servicios en todo este tiempo, aunque se les ha dotado de unas infraestructuras espectaculares a la par que -por lo que se ve-  innecesarias , mientras sus clases dirigentes dedicaban  el dinero a mangoneos especulativos que en nada contribuían al crecimiento de sus regiones, y sus respectivos gobiernos conectaban con un electorado clientelar gracias a los falsos ERE, al contubernio del PER, y una pléyade de siglas que significaban que el dinero fluía a espuertas para que nadie hiciera nada productivo, salvo votar a los que les pagaban.

En resumidas cuentas, esa  irritante “solidaridad” que nos reclaman desde el centro no es más que un eufemismo para camuflar un expolio continuado y aberrante. Es un expolio porque nunca se ha controlado lo que se hacía con los recursos públicos, salvo contentar a las diversas baronías y taifas del país, de modo que se construían líneas de alta velocidad sin pasajeros; aeropuertos sin aerolíneas y autovías gratuitas sin tráfico de vehículos. Es aberrante porque nadie detalla los planes, los controles y las exigencias para su cumplimiento que acompañarán a los dineros públicos que se invierten tan alegremente en a saber qué idioteces, y porque a nadie se exigen responsabilidades, salvo las “políticas”, que ya sabemos lo que significan. Un insulto a la más elemental de las inteligencias, que ya empezó cuando el primer AVE nacional se parió entre Madrid y Sevilla, aprovechando que la cúpula del PSOE gobernante pasaba por el Guadalquivir, y que se ha prolongado hasta hoy en día sin ningún tipo de sonrojo por los sucesivos desgobiernos de la nación.

Y eso no es solidaridad. Es un latrocinio con todas las de la ley, y no sólo a Cataluña, sino a todos los ciudadanos del país, incluso a los que rugen y berrean contra la presunta insolidaridad catalana y que no se han enterado de la misa ni los salmos. No se sabe si porque no les conviene o porque padecen  algún déficit cognitivo grave.

Ya vale de esa ralea  solidarizante por decreto. Porque lo más triste es que a quien expolian no es a Cataluña, sino a todos sus habitantes, sean catalanes, españoles, rumanos o ecuatorianos, porque todos pagan de sus propios impuestos a esa chusma parasitaria que se extendió  por doquier con la excusa de la democracia, unos repartiendo prebendas sin cuento, y los otros poniendo la mano para ver lo que caía.

Que ya basta de que los ladrones tilden de insolidarias a las víctimas de sus fechorías.

3 comentarios:

  1. Es por dir més alt però no més clar, faig meva un lema vist a la manifestació BROQUIL IS OVER!!!!

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  2. Interesante me gustaría publicarlo en mi blog quisiera tu permiso Jordi.
    Gema SG
    http://agorapolijuridico.blogspot.com.es/

    Gracias!!

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  3. Te dejo mi dirección de email para que confirmes ! gsg3004@gmail.com

    Saludos,

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