lunes, 27 de abril de 2015

Los secretos de De la Rosa

Sorprendente pacto de silencio el que toda la clase política española mantiene sobre la grabación  de la iconoclástica conversación entre Javier de la Rosa y  Nicolás Gómez. Y resulta especialmente sorprendente no tanto por su contenido –que de todos modos resulta un  bombazo- sino por la actitud de ninguneo y menosprecio  que todo el espectro político ha coincidido  en otorgar a tales revelaciones,lo cual resulta muy significativo. Y sospechoso,  porque la clase política no se pone de acuerdo nunca, y cuando lo hace es para echarse a temblar, pues probablemente sea para encubrir uno de esos pactos de estado en las tinieblas con la que se la suelen meter doblada al personal.
 De cualquier modo, la cuestión es que se ha relegado la conversación entre Nicolás Gómez y Javier de la Rosa a un ámbito más propio de las revistas del corazón que de los editoriales de la prensa seria, si es que semejante cosa todavía existe. Y resulta también muy sospechoso que no hayan movido pieza ni la famosísima UDEF, ni la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, ni los jueces estrella de la Audiencia Nacional, ni el Fiscal General del Estado ni el Fiscal Anticorrupción ni ninguno de eso siniestros personajes que pululan a diario por los medios de comunicación, y que siempre aparecen prestos a liar algún fenomenal jaleo a cuentas de cualquier rumor infinitamente menos confirmado que las tajantes aseveraciones de De la Rosa en la grabación de marras, y que en cualquier país serio –éste definitivamente no lo es- pondrían patas arriba el sistema político, tal como le ocurrió a Nixon con el Watergate en su momento.
 Así que tenemos un pacto de silencio y de  descalificación implícita, como si las afirmaciones de De la Rosa fueran ciencia ficción o la retorcida vuelta de tuerca de la mente de un conspirador paranoico pero carente de toda credibilidad. Sin embargo, una atenta escucha de la grabación demuestra a los ojos de cualquier lego en la materia (pero también a diversos expertos en  expresión verbal) que  el tono de De la Rosa en la grabación es completamente informal y espontáneo, que se va por las ramas de un tema a otro de un modo que ni siquiera el glorioso Lawrence Olivier habría conseguido fingir en su época de mejor esplendor, y que, en suma, es virtualmente imposible que la media hora de conversación sea un montaje, una puesta en escena de un fabuloso actor al servicio de alguna oscura revancha. Por mucho que toda la canallesca (esta vez sí) se haya puesto al unísono a desacreditar a De la Rosa de una forma que resulta francamente sospechosa. Y es que el dinero consagra a extraños compañeros de viaje y tontos útiles, que decía aquél.
 Revancha que nadie duda que algún día llegará porque De la Rosa es un tipo con muchísima información, pero como buen financiero, no precisamente presto a facilitarla gratuitamente. Al contrario, se la cobrará de un modo u otro, y justo cuando él considere oportuno. Seguramente tiene nombres, tiene cifras, tiene datos y los tiene a buen recaudo. También se puede certificar que  en alguna ocasión se ha ofrecido a facilitar algún dosier clave a un conocido empresario catalán con muchas cuitas judiciales a cambio de una retribución justa, oferta que no llegó a  fraguar porque el empresario encausado no quiso entrar en esa vereda por motivos que desconozco. Pero que la oferta existió, y que incluso hubo una entrevista, es más que sabido. Y todo eso cuadra con la oferta que De la Rosa hace al CNI –a través de Nicolás Gómez- a cambio de una cantidad sustancial para darles información con la que apretar los tornillos a diversos personajes clave en la corrupción política de la transición.
 Pero es que, en definitiva, lo que hace De la Rosa es poner sobre el tapete los nombres y apellidos que fomentan la sospecha que se viene gestando en gran parte de la ciudadanía desde hace tiempo. Y es que la corrupción política de la transición española es un gran círculo cerrado con muy pocos elementos claves que canalizaban la desviación de los fondos y su salida de España. Dicho de otro modo: casi todo el espectro político ha estado implicado, pero a través  de unos –muy pocos- abogados y financieros que eran quienes manejaban el cotarro  -o sea el dinero-desde el rey hasta Pujol, pasando por la cúpula del PP y del PSOE. Lo de menos son los nombres, sino el calado de toda esta trama, compuesta de personajes oficialmente  contrincantes en el estrado del Congreso, pero hermanados por un interés común y muy específico de carácter marcadamente económico. Unos hermanos de sangre financiera que no iban a dudar ni un momento en hacer lo que fuere para preservar oculta su historia, al estilo de las infamias del malvado Francis Underwood en la genial serie House of Cards (una demostración más de que la realidad suele superar de largo a la ficción). Y así fue como, al parecer, tuvieron que cargarse al juez Garzón, que había llegado demasiado lejos gracias a sus escuchas de los abogados de los detenidos por la trama de corrupción Gürtel.
 Al final, lo que queda claro es que la trama de desvío de dinero para intereses particulares afectaba a todos los partidos políticos relevantes de este país, y que gran parte de la élite política de la transición usaba los mismos mecanismos para la financiación irregular de los partidos y para el cobro de abultadas  comisiones de carácter personal, que luego eran convenientemente derivadas al extranjero a través de operaciones llevadas a cabo por financieros y bufetes de abogados de presunta confianza. Pero lo que queda en el aire después de tanta porquería aireándose es el porqué de todo este asunto. Qué es lo que hizo que políticos que habían llevado a cabo la “ejemplar” transición española se dejaran llevar por la codicia de un modo tan infame y que, además, se encubrieran unos a otros, como se está demostrando hoy en día, hasta que una guerra que muchos entienden desatada por la “traición” de CiU al pasarse a las líneas independentistas -cuando durante mucho tiempo fue esa formación el aval de la tranquilidad española de que el catalanismo político estaba controlado y no se saldría de cauce- y que ha acabado en un pim pam pum en el que todos disparan contra todos porque han perdido el control de sus huestes. Como en un tiroteo de saloon del  Oeste americano en el que al final sólo queda uno en pie. Y no es necesariamente el bueno.
 Y al fin, la convicción personal de que una mancha de corrupción tan extendida y desde tanto tiempo atrás, sólo puede tener una explicación lógica. Y es que todos esos próceres de la transición, y quienes estaban con ellos de forma directa o a título de herederos, siempre han considerado su trabajo como algo excelso, sin parangón en la historia de España, y que de ningún modo había sido bien pagado y reconocido. Ni las pensiones vitalicias, ni los sillones en altas instituciones y empresas, ni siquiera los múltiples reconocimientos honoríficos fueron suficientes para calmar el ansia de recompensas de quienes forjaron la transición  española.  Como si ellos hubieran sido imprescindibles –que no era el caso porque la democracia hubiera llegado con o sin ellos, y por imperativos externos que ya han sido harto mencionados en otras ocasiones- y el país entero estuviera en deuda por sus “impagables” servicios.
 Y así tejieron una confusa ideación mental por la cual la historia les absolvía de todo pecado si  de algún modo poco ortodoxo ellos mismos se cobraban la deuda histórica que el pueblo español tenía contraída con la clase política de la transición en la forma bastante prosaica de turbios negocios tejidos en el tráfico de influencias.  Se convencieron de que tenían derecho a  ello, y se autoorganizaron en un sistema paralelo, casi simbiótico, de desviación de fondos del estado para intereses particulares. Un sistema que de simbiótico pasó en pocos años a decididamente parasitario, pero que continuó sin problema alguno funcionado a toda máquina hasta que alguien rompió las reglas del juego, y puso en marcha el ventilador en la letrina por algún turbio interés que nada tiene que ver con la verdad y la decencia, sino con el uso del dosier emponzoñado como arma política para defenestrar a un contrario que está igualmente armado.
 Como hace muchos años expusiera la doctrina militar de la guerra fría, la escalada de armamento nuclear entre las superpotencias, que se sustentaba en la política de “destrucción mutua asegurada”, sólo tenía sentido mientras que ninguno de los contendientes utilizara ni uno sólo de los miles de cabezas nucleares de su arsenal. El equilibrio de poder se sustentaba más sobre el miedo a la represalia masiva que sobre la propia capacidad ofensiva. En España no ha sido así, y se han enzarzado en una guerra que, evidentemente, tiene un desenlace similar al de un apocalipsis nuclear, pero en versión política, donde los únicos beneficiarios serán los “mutantes” de Podemos y Ciudadanos, gestados al amparo de los residuos extremadamente radiactivos de la implosión de la clase política de la transición.
 Queda en el aire la terrorífica cuestión de qué hubiera sucedido si alguien no  hubiera abierto la caja de Pandora sin pensar demasiado en las consecuencias de tan temeraria acción. Como bien expusieron los analistas de la guerra nuclear, la destrucción mutua asegurada sólo se sostenía bajo el principio de la disuasión, ya que el argumento fundamental sobre la que se basa es que empezar la guerra consiste en un juego absurdo en el que sólo puede haber perdedores, pues no hay ningún posible vencedor. Y efectivamente, eso parece que va a ocurrir en la política española. Sin embargo, queda una sombra en este campo de juego arrasado: si no se hubieran iniciado las hostilidades entre los diversos actores de este juego brutal, lo más seguro es que España seguiría  siendo expoliada como retribución a unos servicios prestados cuya factura, a la postre, está resultando astronómica, tanto en términos puramente monetarios como en los de credibilidad del sistema político  democrático.

miércoles, 15 de abril de 2015

Günther Grass. In memoriam

Tildado de pensador polémico, Günther Grass es una de las figuras literarias impresionantes e imprescindibles del siglo XX.  Sin embargo su presunta polemicidad y lo controvertido de su figura lo son sólo porque Grass siempre se manifestó desde la más descarnada sinceridad respecto a lo que opinaba. Opiniones a las que el tiempo ha acabado dando casi siempre la razón. Especialmente las tres últimas, y que motivaron una seria repulsa diplomática nacional e internacional. Y sin embargo, resulta asombroso que los críticos de su figura –críticos hasta el insulto personal y el uso de su pasado como combatiente de las waffen SS a los 17 años para descalificarle- sean los mismos que miden sus palabras con sumo tiento mientras que en sus acciones no dudan en masacrar a poblaciones enteras. Son los portaestandartes de que el fin justifica los medios, siempre que su expresión pública no se manifieste de forma transparente. Son los mismos políticos y sus voceros mediáticos que invocan la diplomacia de papel pero enarbolan el garrote sobre el terreno, sea garrote militar o económico. Son los mismos que se estrechan sonrientes las manos en las cumbres y apelan a la negociación y a la diplomacia, mientras que con la otra mano pulsan el botón de la destrucción y el aniquilamiento.
 Los escritos del Grass de los últimos años eran ásperos como el papel de lija, e hirientes como miles de alfileres sobre la piel extremadamente sensible de algunos líderes mundiales que se creen imbuidos de la gracia divina para hacer y deshacer a su antojo, pero muy a su pesar (de los líderes) muchísima gente de bien opinaba y sigue opinando lo mismo que el escritor alemán, por más campañas difamatorias que la prensa germana y mundial iniciara en su contra, o por mucho que el gobierno de Israel lo señalara como persona non grata. Y, colmo de los colmos, por mucho que señalados escritores y pensadores solicitaran, incluso, que le retiraran el premio Nobel de Literatura, como si determinadas ideas conformaran a un buen o mal escritor. Y él fue indiscutiblemente uno de los grandes genios de la literatura universal, guste o no guste.
 Los tres problemas que atormentaron a Grass durante los últimos años, han sido –y  siguen siendo hoy en día- capitales para la estabilidad mundial. Y las tres cosas que dijo deberían resonar en la mente de cualquier humano inteligente y no comprometido por peajes políticos hasta el fin de sus días, porque acertó de lleno, y las consecuencias las estamos viendo actualmente. Grass cuestionó lo políticamente correcto como pocos pensadores lo han hecho hasta ahora, sin importarle demasiado las consecuencias personales de sus opiniones (en ese sentido, tal vez deberíamos señalar un único paralelismo -que no ideológico- con el gran valiente francés Jean François Revel, que siempre puso el dedo en el ojo de todo aquél que lo merecía, fuera de derechas o izquierdas).
 El primer encontronazo serio con el establishment políticamente correcto lo tuvo Grass justo después de la reunificación alemana, que calificó de insensata con profética lucidez. Argüía que la reunificación por absorción de la vieja RDA era injusta, minimizaba el papel de la ciudadanía de la Alemania del Este en la consecución de la democracia, y relegaba a los del este al papel de ciudadanos segundones en una sociedad de dos niveles, en la que los alemanes federales quedaban como los grandes vencedores del proceso mientras que los de la RDA pasaban a la categoría de tercermundistas subsidiados. Por otra parte, y ahí es donde Grass dio en el clavo ardiente que ahora corroe Europa, la creación de una Alemania confederal no hubiera tenido los tintes pangermanistas que tuvo, y tiene, la reunificación por absorción. Y es que el bueno de Günther siempre opinó que el peor de los males de Alemania fue el prusianismo expansivo y con voluntad hegemónica, que a cuentas de la reunificación se vería de nuevo potenciado y provocaría, como otras veces en  el pasado, un grave conflicto intraeuropeo.
 Y así fue, sólo que en esta ocasión en lugar de tanques y cañones, la artillería pangermánica se ha manifestado en forma de draconianas medidas económicas de austeridad para poner a media Europa bajo pabellón alemán (aunque sea bajo la aparente mediación de la troika) y a la otra media a punto de sucumbir bajo las rígidas reglas de juego de la kaiser Merkel. No es de extrañar que Grass predijera el renacimiento de gran hostilidad contra todo lo alemán a medio plazo, hostilidad que se manifiesta de forma subrepticia pero evidente en el surgimiento de fuerzas políticas marcadamente antieuropeas en las dos potencias que tendrían que equilibrar la balanza (UKIP en el Reino Unido y Frente Nacional en Francia), pero que parece que están derivando lenta y firmemente hacia un euroescepticismo rampante tendente a salirse del marco de convivencia de la UE, y que a lo peor acabará de forma sucinta y previsible: con la Gran Bretaña haciendo un gran corte de mangas al continente y Francia resucitando la vieja Resistance de los años de la ocupación nazi.
 La segunda bofetada internacional de Grass la propinó, de forma particularmente tensa, cuando aludió al presidente Bush como el progenitor de una nueva espiral de terrorismo yihadista como consecuencia de la hiperreacción norteamericana a los atentados del 11S. Consideraba Grass –y no le ha faltado la razón- que la política norteamericana en relación con el mundo musulmán propiciaría a medio plazo el surgimiento de más movimientos terroristas de raíz islámica.  Acusaba a Bush de rescatar el leguaje de las cruzadas y responder al fundamentalismo islámico con un fundamentalismo cristiano que lo único que podía conseguir era una mayor radicalización yihadista. Doce años después, y con grupos como el ISIS o Boko Haram perpetrando las atrocidades que vemos a diario, sus palabras resultaron ser proféticas. Aunque en aquel momento se le tachó de herético como mínimo, digno de ser quemado en una hoguera inquisitorial.
 El tercer aldabonazo de Grass –y el más sonado de los últimos años, pero porque se atrevió a tocar lo intocable en el lenguaje diplomático- fue el célebre poema “Lo que hay que decir” en el que censuraba a Israel por su postura extremadamente beligerante contra Irán, y que motivó su declaración de non grato por el gobierno judío y muchas críticas feroces desde todos los ángulos, en una campaña que uno no podría menos que sugerir que orquestada por el sionismo internacional, si no fuera porque ese tipo de afirmaciones pueden conseguir que se persona en la puerta de casa un comando del Mossad y te secuestre sin contemplaciones. En definitiva, Grass acusaba a Israel de poner en peligro la estabilidad mundial. Una afirmación que cuesta rebatir viendo lo que sucede día a día en el Medio Oriente, donde el protagonista principal, siempre activo y la mayor de las veces semioculto tras el velo de impenetrabilidad de los secretos de estado, es Israel.
 El gran problema de Israel, o más exactamente del gobierno de Israel, como puntualizó en su momento Grass, es que por ser una democracia, cree estar legitimado para hacer a su antojo en la región. Simétricamente, otros países menos democráticos de la zona no estarían legitimados para operar de la misma forma que Israel. Este argumento es tan falaz que resulta deplorable. En primer lugar, porque Irán es una  teocracia, sí, pero de formas democráticas. En muchos sentidos Israel es, paradójicamente, una democracia con formas teocráticas. Y esa visión teocrática del estado judío es la que les hace merecedores, a sus propios ojos, de la utilización de cualquier medio para la consecución de sus fines, mientras que para gran parte de la ciudadanía internacional esa visión lleva directamente a un apocalipsis en el cercano oriente. Por lo tanto, la bíblica intransigencia israelí, todavía enredada en su belicoso y vengativo Yahveh, es más que censurable por cualquier persona de bien (al margen del reconocimiento unánime al derecho a la existencia del estado israelí y a la defensa de su territorio e intereses).
 Pues lo que Grass denunciaba no era a Israel como estado ni como ciudadanía, sino al uso del escudo democrático como justificación intensiva para cualquier atrocidad de las muchas que ha cometido en los últimos decenios en aras de la siempre cacareada seguridad nacional. Una seguridad nacional que se usa como comodín contra los más débiles y que se expresa en la necesidad de mantenerlos siempre  sojuzgados y/o amenazados por la impresionante potencia militar israelí. Y lo que hacía Grass era preguntarse si una potencia por lo demás democrática, pero extraordinariamente militarizada y políticamente fundamentalista  puede constituir una amenaza grave para la seguridad y estabilidad de Medio Oriente. Y si no puede esa mosaica intransigencia cerrar todas las puertas a un reequilibrio de fuerzas que dignifique a la demonizada Irán y permita su lenta pero progresiva incorporación a la comunidad internacional, alejándola de aquel estúpido “Eje del Mal” que definió Bush (y que se ha demostrado a tal nivel de  estulticia que ahora resulta que Irán es aliado de los interés yanquis en Oriente Medio). Cosa que por otra parte demuestra que el "mal" al que aluden muchos políticos no es más que una trasposición de la confluencia de sus intereses geoestratégicos.
Günther Grass es autor de unas cuantas obras maestras de la literatura, y un puñado frases lapidarias que deberían ser de cabecera para toda persona honrada. Grass fue también,y ante todo, un honrado ciudadano, con sus luces y sus sombras como todo el mundo. Y llevó hasta el final su concepción de la honestidad cívica. Suya es esta frase memorables: "El deber de todo ciudadano es tener la boca bien abierta".
Y actuó siempre en consecuencia. 

jueves, 9 de abril de 2015

España va bien (para dummies)

Va España bien? Más concretamente ¿la economía española va bien? Aun concretando más ¿las economías familiares españolas van bien? Tres preguntas íntimamente relacionadas y sin embargo con respuestas muy dispares. Las dos primeras tienen respuesta gubernamental, afirmativa e interesada: sí. Un sí exagerado, mayúsculo y falsario que se demuestra con algunos –pero sólo algunos- de los indicadores macroeconómicos generales. Como por ejemplo, en la confianza internacional puesta de manifiesto en que por vez primera en mucho tiempo el Tesoro ha logrado colocar deuda pública al cero por ciento. O en que el índice de producción industrial ha subido en el primer trimestre de este año.
Otros indicadores no son tan halagüeños pero a fin de cuentas no tienen mayor trascendencia –ni los positivos ni los negativos- para las economías familiares, cuyo rumbo únicamente se percibe a través de la renta disponible y el ahorro familiar. Y ni la una ni el otro navegan con viento favorable, ni mucho menos.
Es obvio que cualquier gobierno, y especialmente en un período electoral como el de este 2015, intenta maximizar sus logros para lograr un rédito electoral, o como mínimo para tener atada a su base de votantes. Para fidelizar al cliente, que diríamos, y no perder cuota de mercado. Pero el discurso oficialista siempre omite muchos de los datos realmente interesantes. En realidad omite todos los datos importantes, porque esos ni son halagüeños ni llenan editoriales admirativos como los que desvergonzadamente se ven actualmente en la prensa oficialista.
Una de las primeras cosas serias a acometer cuando existe crecimiento económico consiste en analizar cómo se distribuye ese mayor flujo de riqueza entre todos  los individuos que teóricamente habrían de disponer del incremento monetario. Y esa distribución siempre se esconde, no solo a los profanos, sino incluso a los expertos en la materia, que han de sudar lo indecible para intentar averiguar cómo fluye el dinero fresco a través de las diversas capas sociales. O más bien cómo es que no fluye del modo esperado. Que es justo lo que está sucediendo en España, no por tratarse de España específicamente, sino porque el modelo parte de una presunción errónea y perversa. De esas que se explican mal a sabiendas.
La doctrina ultraliberal al uso parte de la premisa de que el flujo de riqueza es descendente mediante un proceso que se ha denominado de diversas maneras pero que en definitiva supone la temeraria hipótesis de que el exceso de riqueza  se desborda, rezuma o gotea desde las capas altas de la sociedad hacia las bajas mediante un fenómeno de capilaridad descendente que hace que al final todos se vean beneficiados. Esa tesis, que se podría calificar inocentemente de buenista si proviniera de mentes menos lúcidas y maquiavélicas, adolece de un defecto fundamental consistente en que la sociedad no es un sistema físico permeable e isotrópico (es decir, en el que todas las propiedades se manifiestan y difunden igual en todas las direcciones), sino un sistema heterogéneo, no isotrópico y con tendencia a mantener (o incrementar) las desigualdades. La maléfica -que no utópica- idea que subyace a esa doctrina (es decir, que cuando ya se es suficientemente rico se dedica el excedente a generar riqueza en otras capas sociales inferiores) es tan manifiestamente falsa y cínica que no merecería mayor atención sino fuera porque forma parte de la doctrina oficial neocapitalista que gobierna este y otros países occidentales. Y que pretenden con ella un trágala a las clases populares que resulta, cuando menos, insultante.
Volviendo a las analogías familiares de las que tanto gusto, si en casa empieza a entrar un mayor flujo de dinero, no cabe duda de que la familia será más rica, pero si todo el incremento se lo apropia el pater familias y lo dedica  a sus cosas y no a la manutención de la economía doméstica, la realidad es que los miembros de la unidad familiar no sólo no serán más ricos, sino que serán comparativamente más pobres en relación con el cabeza de familia y con el conjunto familiar global. Es decir, se incrementarán las desigualdades entre los miembros más ricos y más pobres de la familia. Pero a los ojos del banco que lleva las cuentas de la casa, no cabrá duda de que la familia en su conjunto dispone de más dinero y es más rica. Y por lo tanto, los pobres de la familia serán relativamente más pobres. Que es justo lo que está ocurriendo en estos momentos en todo el bloque occidental, y de forma mucho más acusada en los países que han vivido de forma más intensa la crisis sistémica de este modelo de capitalismo.
El error fundamental del modelo del desbordamiento de la riqueza se puede ilustrar muy bien con la conocida imagen de la pirámide de copas de champán. Según la doctrina oficialista, cuando la riqueza fluye lo hace en primer lugar en las capas altas de la pirámide: las copas del vértice  son las primeras en llenarse. Cuando se llena la primera fila de copas, se desborda y empieza a llenarse la segunda fila, más amplia. Y cuando ésta rebosa, empieza a llenarse la tercera, aún más amplia. Y así sucesivamente hasta que la riqueza llega hasta la base de la pirámide, amplísima y que incluye al grueso de la población.
Sin embargo, este argumento contiene dos crueles e interesadas falacias. La primera es que cuando la riqueza fluye de forma inconstante y lenta, las únicas que se llenan en un tiempo razonable son las copas del vértice. Las que quedan por debajo reciben un goteo casi inapreciable y sobre todo, no acumulativo, porque ese ligerísimo exceso de dinero debe usarse inmediatamente para saldar deudas y para adoptar medidas de consumo largamente pospuestas, como cambiar el coche que se cae a pedazos de lo viejo que es. De modo que cada capa receptora de riqueza agota los recursos que gotean mucho más rápidamente que el flujo que reciben. En definitiva, se depende de nuevo del crédito y el ahorro cae bajo mínimos (en España, en este momento la renta familiar disponible en forma de ahorro es del orden del 6%, una tasa el doble o triple de baja que antes de la crisis).
Algo así como el célebre delta del Okavango, el caudaloso río africano que se diluye en medio del desierto de Kalahari formando un delta que jamás llega al mar. De modo que las capas inferiores de la población jamás ven ni un ápice de esa supuesta nueva riqueza general, o tardan tanto tiempo en percibirla (un plazo mucho mayor que uno o dos ciclos electorales) que su disgusto va in crescendo de forma pareja al incremento de las desigualdades sociales. Y esa es la razón por la que sociólogos y economistas de raigambre humanista alertan de la nada despreciable posibilidad de graves disturbios sociales a largo plazo, a medida que nos internamos cada vez más en un modelo de sociedad nacida del ultraliberalismo económico y que consagra la desigualdad brutal entre las clases sociales como motor del sistema.
Pero aún resulta mucho más grave otro error del modelo de la pirámide de copas de champán y que tiene mucho que ver con que los sistemas sociales son no lineales y están sujetos a formas de conducta individual no previstas en las (así llamadas) leyes económicas. En concreto, no se tiene en cuenta el egoísmo, la codicia y el acaparamiento que deriva de ellos. Como si fuera un dogma evidente que cuando uno ya es suficientemente rico se ha de dedicar por las buenas a generar más riqueza para los demás, en vez de hacer lo que vemos día a día: especular financieramente con su riqueza, para generar más riqueza individual y ahondar en las desigualdades de clase, aunque el dinero le salga por todos los orificios del cuerpo y ya no sepa qué hacer con él. Y es que el modelo económico ultraliberal es sumamente asimétrico y los (anti)valores ultraliberales favorecen el incremento de esas asimetrías.
En ese sentido, el ejemplo de la pirámide de copas de champán deviene grotesco, porque lo que sucede en realidad es que a medida que se llenan las copas del vértice, no gotea nada (o casi nada) hacia los niveles inferiores, sino que se cambian las copas superiores por otros recipientes de mayor capacidad. Al final tenemos una pirámide extrañamente deforme y monstruosa, con unos niveles superiores formados por enormes jarras cerveceras tipo oktoberfest  que se apoyan sobre niveles inferiores  de copas progresivamente más pequeñas, hasta llegar a una base enorme de pequeños vasos de chupito que deben resistir todo el peso de la estructura que tienen encima, sin recibir casi nada más que las salpicaduras de riqueza procedentes del jolgorio de arriba.
Con un defecto añadido: así como la pirámide de copas tradicional es estable por sí misma y distribuye el champán (la riqueza) de forma homogénea, el engendro real es sumamente inestable y tiende a colapsar porque el peso de la riqueza se concentra en los niveles superiores, de modo que al final los inferiores no pueden resistir la carga impuesta sobre sus hombros. Algo que cualquier mediocre arquitecto sabe de primeras: un edificio cabezón tendrá tendencia a venirse abajo con suma facilidad. Es entonces cuando los gobiernos aparecen con las temibles medidas estructurales, que nunca consisten en abrir nuevas vías de desagüe desde los niveles superiores a los inferiores (es decir, en redistribuir la riqueza), sino en apuntalar todo el conjunto con medidas que refuerzan a las capas superiores, pero benefician escasamente a las inferiores, del mismo modo que un tirante sirve para evitar que los pisos altos de un edificio se derrumben, pero no resulta de ningún apoyo para los de la planta baja. Eso sí, los gastos se pagan entre todos los propietarios con independencia del piso en que habiten.
Se conforman así las llamadas “medidas estructurales” como meros soportes de refuerzo del statu quo vigente, pero no como auténticas medidas de remodelación del sistema económico, que persigue ante todo su perpetuación mientras la estructura original aguante. Para cuando reviente, los dueños de los áticos ya habrán emigrado a otro sitio mejor. Las ruinas las repartiremos entre la mayoría empobrecida.
Eso es lo que no nos dicen ni De Guindos ni su jefe Rajoy. Cegados por su datos macroecónomicos y confundidos por la visión de una riqueza que sólo a ellos les concierne, siguen impertérritos pidiendo cínicamente el voto para proseguir con el desmantelamiento del Estado del Bienestar tal como lo conocimos hasta ayer mismo, arguyendo una mejora de la economía que sólo lo es para unos pocos. En concreto, para el veinte por ciento de la población que concentra el ochenta por ciento del PIB. Para ellos, la economía va bien, porque ellos y sus amigos están en la parte superior de la pirámide, la que con andamiajes y refuerzos está acumulando más riqueza, si cabe, que antes de la crisis. Sólo para ellos, España va bien.

miércoles, 1 de abril de 2015

Albert Rivera: operación ESADE

Resulta indudable el carisma mediático,  la sólida formación retórica y el profundo conocimiento de la política que manifiesta el señor Albert Rivera en todas sus apariciones públicas. Aunque lejos de mis afinidades ideológicas debo convenir – y conmigo también cualquiera que tenga un mínimo de ecuanimidad en su razonamiento analítico- que el jefe de filas de Ciutadans es un animal político como hacía años que no se veía un ejemplar en este país, tan adocenado por pijoapartes de la cosa pública, tremendas mediocridades cultivadas en un protocolario lameculos y besamano del jerarca  de turno, mientras mangonean lo que pueden y guardan silencio en los escaños (porque si abren la boca, la cagan) que ocupan, sistemáticamente, para apretar el botón ordenado desde las más altas instancias, que tampoco son nominables para un premio nobel, precisamente.  
 En ese ámbito de terrible vulgaridad, escasa preparación y aún menor grado de vocación política, donde el retrato robot del político en ejercicio es lo más parecido a un suboficial chusquero de los de toda la vida, el señor Rivera destaca por méritos propios. Unos méritos que le valdrían lo mismo aunque sentara sus posaderas en cualquier cámara política de algún país transpirenaico de los que saben de verdad lo que es la política y la democracia. Porque el señor Rivera, todo hay que decirlo (y reconocerlo con honestidad) tiene forro y hechuras de estadista. De los de antes. De los que merece la pena oir , aunque se habite en las antípodas políticas de su discurso.
 Y vistas desde esa perspectiva, se iluminan de forma bastante clara unas cuantas cosas. La primera de ellas es la escasa química con la dirección de UPyD, en la que Rosa Díez representa –en su vertiente feminoide- al típico sapo político rezumando ponzoña y mala baba,  con un estilo muy militar, vociferante y ninguneante de entender la política. Muy de una vieja guardia que premia a las personas más que a sus méritos, y que descalifica al adversario más que discutir con él, argumentando las ideas.
Rosa Díez, surgida de las trincheras del socialismo guerrero nacido del sector del metal vasco y cuya escuela política fue la calle, la barricada, el piquete y el sindicato, no puede compararse (ni competir) con un personaje que parece hecho a medida para ocupar un espacio de centro con un discurso templado, lógico y muy en una línea que aparenta una superioridad intelectual terrorífica sobre los viejos políticos surgidos de las entrañas de la lucha obrera, por mucho que hayan aprendido a vestirse de seda. Es la confrontación del estilo arrabalero del boxeador zafio contra la elegancia del maestro de artes marciales.
 Porque, a fin de cuentas, Albert Rivera tiene toda la pinta de ser un prototipo de lujo de una nueva clase de político extrañísima por estos lares. Civilizado y nada sectario, pero tremendamente convencido y convincente, se comería con patatas a cualquier candidato oficialista de los que pueden pretender la sucesión al trono del viejo bipartidismo español. Porque el señor Rivera tiene un bagaje extraordinario que le permite postularse como recambio de la vieja derecha heredera del franquismo sociológico. Un recambio impoluto e incontaminado ni por el pasado caudillista ni por este presente teñido de corrupción y mangoneo.
 Así que el señor Albert Rivera, hijo de comerciante catalán de la Barceloneta y de andaluza residente en Cataluña, es el tipo llamado a regenerar el centro derecha español (aunque en verdad, el programa de su partido está muy teñido de variantes de centro izquierda, lo cual ya nos debería alertar sobre las fuerzas o mecanismos impulsores  ocultos de Rivera y su partido hacia el estrellato político).
Las biografías –las de verdad, no esas que muchos políticos adornan con falsos títulos y reconocimientos para darse un empaque del que carecen- suelen ser muy reveladoras. Y el caso de Albert Rivera resulta paradigmático. Rivera es un alumni de ESADE y un antiguo miembro de los Servicios Jurídicos de Caixabank. Por si fuera poco, fue apadrinado por Francesc de Carreras, un peso pesado de la política universitaria catalana e impulsor de una plataforma catalana no nacionalista. Con lo ya expuesto, casi no cabría añadir nada más para entender quien tiene un interés específico en potenciar  a Ciutadans/Ciudadanos en toda España. Y sobre todo, en potenciar a Albert Rivera.
Frente al opusdeista IESE, ortodoxo hasta la rigidez momificadora y de espíritu extraordinariamente conservador, se ha alzado desde siempre ESADE, una organización de los jesuitas, que siempre se han mostrado mucho más pragmáticos, modernos, liberales y digamos “de izquierdas” que sus abiertamente reaccionarios homólogos de IESE. El Opus entronca con la derecha nacional católica más rancia. Los jesuitas están abiertos a una concepción más amplia del mundo. De ahí que un ateo como Rivera sea uno de los hijos predilectos de ESADE, algo impensable si fuera miembro de IESE. De ahí que Rivera sea la respuesta fresca y moderna de ESADE a la convencional derechona mesetaria tan alejada de la derecha liberal internacional.
Lo mismo cabe decir de la influencia de La Caixa en los años iniciales de Rivera. Entrar en los servicios jurídicos de Caixabank no es nada fácil, y requiere de unas cualidades notables y un padrinazgo más que remarcable.  Caixabank siempre ha destacado por su seny específicamente catalán y alejado de locuras y saltos mortales financieros. Al menos, siempre más alejada de la temeridad que el resto del sistema bancario español. Una solidez y robustez que entroncan con cierto carácter netamente catalán y extraordinariamente práctico muy mal comprendido en el resto de la península, por lo general. La pela es la pela y no comparte viaje con aventureros, de modo que el profundo y genuino catalanismo de La Caixa no es nada nacionalista, y mucho menos independentista. Más bien es una plasmación de cierta voluntad de catalanizar España, más que de independizarse de ella. Y Rivera es el epítome de esa forma de pensar y actuar.
 De hecho, Rivera parece surgido de una operación conjunta de ESADE y La Caixa, que son su alma mater y padre y madre putativos. Lejos de haber concebido un engendro, les ha salido un producto perfectamente acabado, finísimo y casi perfecto para lo que suele ser el estándar político español, que en general, y a poca sensibilidad que se tenga, produce pavorosos escalofríos por un motivo u otro. O por todos a la vez.
 Dependerá en gran medida del olfato político del señor Rivera, de su inteligencia negociadora, se su capacidad de encajar bien los reaccionarios ataques de la derecha más inmovilista y de su capacidad adaptativa al complejo entorno sociopolítico español, que Ciutadans/Ciudadanos se postule y se promueva como una auténtica alternativa regeneracionista liberal española, que suponga el carpetazo al modelo nacional católico y mesetario del PP y su sustitución por un partido centrista al uso en otras democracias europeas mucho más consolidadas sin el lastre del legado de una transición política en la que el centro derecha español  acogió muchos de los perversos elementos del anterior régimen autoritario.
 La operación reformista de Miguel Roca, allá a mediados de los ochenta, resultó en un sonoro fracaso. Confiemos en que casi treinta años después, esta nueva acción para ocupar el centro político, esta operación ESADE, sea el revulsivo que necesita la democracia española para ponerse a la altura que merece el país. Los demócratas de verdad, incluso los de ideología opuesta a la que predica el señor Rivera, lo necesitamos.