miércoles, 19 de septiembre de 2012

Por motivos personales

Por qué reniego de Esperanza Aguirre


De entrada, algo que entiendo muy fastidioso viniendo de un personaje público. Y mucho más si se trata de un político, que es personaje público le guste o no. Se trata de la dimisión por motivos personales. Cuando a una persona la hemos elegido usted o yo, y miles de personas más, se debe en primer lugar a sus electores. Pero además, cuando ocupa un cargo relevante merced a los votos que han sufragado su ascenso al olimpo político, se debe también a todos a quienes gobierna, con independencia del sentido de su voto. Es decir, se debe a todos los conciudadanos cuyos destinos rige, para bien y para mal.

En ese sentido, me parece inaceptable la dimisión "por motivos personales", con lo cual no niego la posibilidad de que existan dichos motivos. Lo que censuro es que no se hagan públicos, como el electorado merece. Los políticos en ejercicio tienen la obligación ética de asumir que son figuras públicas, que en lo que concierne a su actuación política no tienen vida privada, y que si la tienen, está supeditada siempre a su quehacer como representantes y depositarios de la soberanía popular. Así que si un cargo público dimite, tenemos todo el derecho de saber por qué lo hace, y de evaluar los antecedentes y consecuentes de su decisión. Siempre le quedará el recurso de mentir rspecto a sus motivos, pero eso es algo que se incorporará a su currículum y que nos permitirá, en el futuro, actuar en consecuencia si ese personaje pretende reincorporarse a la política en activo.

La dimisión por motivos personales sólo beneficia a los reporteros, analistas políticos, tertulianos y demás ralea, comensales gozosos de un menú suculento, a saber: la especulación inmoderada y las elucubraciones febriles que les permitn llenar páginas y más páginas de prensa idiotizante con sus rumores más o menos infundados respecto a las auténticas causas de su dimisión. Pero a mi tales especulaciones me traen al pairo, porque suelen acertar tanto como mi boleto de la primitiva del sábado. Lo que yo quiero es que la señora Aguirre (y con ella todos los demás politicastros) me diga que se va porque la corroe el cáncer, o porque le han ofrecido chorrocientos millones los magnates de Las Vegas o porque, mucho me temo, se trate de una retirada estratégica, para dejar con el culo al aire al gobierno de la nación, y así, cuando el PP se estrelle bastante antes de lo previsto, reaparezca ella en olor de multitud como la salvadora del partido y de la patria, lo cual por muy legítimo que sea, es una guarrada de altura. A la altura de sus ambiciones personales, pero no de las necesidades del país, digo yo.

Viene esto a cuento de los panegiristas y exégetas de la labor de gobierno de la señora Aguirre, que no tienen el menor reparo en encumbrarla a las más altas cimas de las artes políticas, ejemplar como pocas. Ya les vale. Así que, en seco, hay que decir bien alto que la señora Aguirre es una política mediocre que ha conseguido destacar en el panorama nacional merced a que sus correligionarios y adversarios son de una mediocridad insoportablemente superior a la suya. Aquello de que en el país de los ciegos...

Vamos, que de doña Esperanza no se podría decir aquello de que "tenía el Estado en su cabeza". Lejos quedan aquellos tiempos en que las primeras figuras de la política española eran, además, grandes estadistas e ideólogos. Gentes como Carrillo, Fraga, Herrero de Miñón, Tierno, González, Solé Tura, Pujol, Arzallus y otros muchos. Políticos de los que podías disentir, a veces de forma extrema, pero a los que nadie podía negar un profundo conocimiento de la cosa pública y para los que primero estaba el debate de las ideas y luego todo lo demás. Esperanza forma parte de esa nueva generación de políticos panfletarios, de cuyos cerebros sólo puedes esperar eslóganes trillados y dogmas indiscutibles, una generación que inauguró un megalómano y poco cultivado Aznar (se diría que todo su bagaje ideológico lo aprendíó en un curso por correspondencia), y que luego se contagió a todas las demás formaciones, con muy escasas excepciones, hasta llegar a la vergüenza de hoy en día: la del político profesional que medra en la formación que sea y para el que la ideología y el conocimiento de las res publica ya no es siquiera un burdo maquillaje para disimular las imperfecciones intelectuales que esconde bajo su inane discurso.

La señora Aguirre se desayunaba cada día con una buena dosis de mala leche, aderezada con unas cuantas cucharadas de autoritarismo dogmático, y se caracterizó por un sectarismo inclemente y muy destacado; lo cual no deja de ser meritorio en un partido ya de por sí sectario como el PP. Resumiendo mucho, su mayor virtud es que "los tenía bien puestos", lo cual estaba muy bien para el general MacArthur, pero no creo que sea una cualidad notable para alguien que pretende ser una estadista demócrata, por más que sus admiradores babeen ante sus intransigencias y salidas del tiesto. A lo más que llegó fue a ser un remedo de la señora Thatcher, pero dudo mucho que el futuro reserve a la dama de hierro el calificativo de gran estadista. La señora Thatcher la lió parda igual que años después su discípula, pero su herencia no es la de un Churchill, ni la de Roosevelt que digamos, y como casi todos los neoliberales furibundos, su cuerpo doctinal era prácticamente inexistente, sólo salpicado por algunos balbuceos sugeridos por Milton Friedman y sus amiguetes. Eso sí, ambas fueron políticas sumamente coherentes, pero dios me perdone si no creo que la coherencia extrema sea una virtud política si no está acompañada de otras de más calado. A fin de cuentas, Hitler fue sumamente coherente hasta su muerte, pero ello no me sirve de gran consuelo.

Quede claro que no arremeto contra Esperanza por su adscripción al PP. Diría lo mismo de cualquier figura política que hubiera crecido a la sombra de tan detestable combinación de prepotencia, dogmatismo, autoritarismo y pseudoaristocrático desdén por las opiniones de los demás, al margen del partido político que la hubiera encumbrado a las alturas del poder. Porque la política de arrear sistemáticamente al contrario, la política  como forma de ejercer el poder por y para el poder, la política como apisonadora de razones y voluntades me parece deleznable. Por motivos personales.

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