sábado, 15 de septiembre de 2012

Ecolocuras

Por qué reniego del ecologismo al uso


Harto ya de los graznidos de los expertos mediáticos en política -que son declarados expertos por decreto de los poderosos propietarios de los medios de comunicación que les pagan sus 30 monedas de plata por traicionar sistemáticamente la objetividad y la ecuanimidad- voy a disparar hoy contra otra de las tontunas que hacen vibrar a millones de mentes acríticas y escasamente documentadas, que es de lo que se trata. O sea, voy a arremeter contra el ecologismo rampante, que tanto mal está haciendo a la historia intelectual de estos tiempos que corren.

Vaya por delante que yo también creo que hay que cuidar el medio ambiente. Tenemos la obligación moral de sanear nuestro entorno y hacer del planeta un sitio habitable. Tenemos que ahorrar los recursos de la Tierra, porque no son infinitos. Tenemos que buscar la eficacia y la eficiencia energética y productiva. Tenemos que minimizar la generación de residuos y racionalizar el modo como nos deshacemos de ellos. Y tenemos que hacerlo ya. De acuerdo. Pero para todo ello no tenemos por qué utilizar argumentos no contrastados, sentar dogmas basados en la falsedad, crear una doctrina basada un una especie de fe irracional, ni demonizar el progreso tecnológico. Especialmente esto último, porque es el progreso tecnológico el que puede hacer que la Tierra siga siendo habitable durante muchos siglos más.

El discurso ecológico al uso (entendiendo este término en su sentido político, no en el científico) está dando por sentadas determinadas cuestiones como motor y eje de la acción sobre la que se ha de vertebrar la política medioambiental de los países desarrollados durante este siglo. A mi modo de ver, esas argucias tremendistas pueden tener cierta efectividad de cara a la población general, pero nada tienen que ver con la evidencia científica sobre la que pretenden apoyarse.

Lamentablemente, tengo que renegar de muchas de las afirmaciones que se hacen. Por ejemplo, no es cierto que la mayoría del oxígeno se genere en la Amazonia, por más que esté de acuerdo en que tenemos que salvarla, porque su biodiversidad es algo que no podemos permitirnos el lujo de perder. Lo cierto es que el pulmón del mundo son los mares, y el mayor generador de oxígeno es el fitoplancton, y eso no hay biólogo que pueda rebatirlo.

Tampoco es cierto que esté demostrado que las emisiones de CO2 sean las causantes del efecto invernadero que -presuntamente- puede acabar con la vida en la Tierra. Cualquier estudioso del tema conoce perfectamente que nuestro planeta ha sufrido períodos con concentraciones de CO2 mucho más elevadas, sin que ello afectara la diversidad de la fauna y la flora terrestres. En fin, que la vida -especialmente la vegetal- floreció como nunca cuando las concentraciones de CO2 eran notablemente más altas. Así que, aunque estoy de acuerdo en reducir las emisiones, sencillamente por una cuestión de respeto medioambiental, no lo estoy en cuanto a los argumentos que se usan, que no son compatibles con la evidencia de la historia de la vida sobre este planeta.

Como aduce Bjorn Lomborg en su obra "El Ecologista Escéptico", detrás del ecologismo rampante hay oscuros intereses económicos. En cierto modo, el ecologismo se ha convertido en una especie de multinacional que moviliza muchísimos recursos, y que enriquece a una serie de corporaciones que basan su éxito en que los fondos provienen casi todos de aportaciones estatales, es decir, del dinero de todos nosotros, a través de nuestros impuestos. Y no deja de ser gloriosamente cínico que, como señalan Lomborg y otros ecoescépticos, las mismas corporaciones que contaminan son beneficiarias de ingentes recursos a través de su penetración en otras corporaciones dedicadas al ecologismo activo.

Tal vez la mayor y más insidiosa mentira de esta ecolocura imperante, presentada en sociedad y  puesta de largo como un hecho incontrovertible y que goza del consenso científico mundial, es la del cambio climático. En primer lugar, porque el supuesto unánime consenso no es tal. Sencillamente se silencia la voz de los cientos o miles de científicos que no están de acuerdo con las aseveraciones respecto al calentamiento global. Y eso es porque los hechos, analizados con objetividad matemática y estadística, no avalan el tan cacareado cambio climático. Y también porque como siempre que se trabaja en contra de la doctrina oficial -pues de eso se trata, de una doctrina y no una evidencia- los científicos que manifiestan su disconformidad se arriesgan a perder los fondos para sus proyectos de investigación, a ser marginados y excluidos de las publicaciones oficiales y a ser convertidos en parias de la comunidad científica (que eso da para otra entrada, y bien larga, en el blog).

En primer lugar, no está de más señalar que estamos en un período interglacial, que según las series estadísticas observadas, está llegando a su fin. Así que lo normal será que por mucho que calentemos el planeta, no podremos evitar las fuerzas telúricas que volverán a cubrirlo de un manto de hielo en unos pocos siglos. Desde esta perspectiva, un poco de calentamiento no nos iría mal, porque en lo que también coinciden casi todos los científicos no amordazados, es que será mucho peor volver a vivir un período glacial en el que las nieves perpetuas llegarán hasta la península ibérica y al sur de las grandes llanuras norteamericanas, que no un calentamiento cuyos efectos reales están por ver, por mucho catastrofismo que se le quiera poner al asunto. No está de más señalar que el registro fósil demuestra que la vida prosperó mucho más en una Tierra cálida que un planeta helado. Una obviedad que a nadie parece importar.

Por otra parte, cualquier ciencia que se fundamente en el seguimiento de un registro de series estadísticas, debe hacerlo sobre una muestra que sea claramente significativa. En climatología, una muestra significativa no son 100 años, porque está claro que las variaciones naturales del clima siguen períodos mucho más amplios. Por tal motivo, si se toma un período con pocas muestras, se están introduciendo unos sesgos que pueden ser de mucha gravedad, por el pronunciado error que acumulen. La estadística, en las manos inapropiadas (y casi siempre lo son, tanto las de los políticos como las de los ecolocos), puede generar atrocidades pseudocientíficas, y una de las mejores maneras de pifiarla es la de tomar series cortas e inadecuadas. A modo de ejemplo, si se quiere evaluar otro fenómeno atmosférico, como la lluvia en una ciudad, a nadie en su sano juicio se le ocurriría efectuar un seguimiento de sólo un año para determinar la cantidad y periodicidad de las precipitaciones, y pronosticar así una tendencia en el futuro.

Con el clima pasa lo mismo, pero a una escala fenomenalmente más amplia. Y además las variables que influyen son tantas y tan mal conocidas que resulta poco menos que imposible predecir las variaciones con un margen de error aceptable, salvo que utilicemos una escala de milenios. O sea que es una barbaridad hablar de cambio climático basándonos en los datos de los últimos 100 o 150 años, sobre todo porque a nadie debería escapar que desde mediados del siglo XVI a mediados del siglo XIX, el hemisferio norte sucumbió a la "Pequeña Edad de Hielo", con temperaturas notablemente inferiores a las normales. De modo que cuando se recuperaron las temperaturas, los "expertos climáticos" de 1870 podrían ya estar muy alarmados por un calentamiento global que desde luego, no había causado la actividad humana.

En resumen, que no niego que sea posible que exista un cambio climático. En realidad, sería muy preocupante que no existiera tal cambio, porque la historia de la Tierra está plagada de esos movimientos en el registro meteorológico y nada hay que indique que deban dejar de producirse, por una serie de factores cósmicos y planetarios. De lo que se trata es de dejar de construir falsos dogmas, y dejar de atemorizar a la población con fantasmagóricos y espeluznantes escenarios de destrucción masiva causada por el hombre.

Porque en el fondo, todos esos argumentos no hacen más que facilitar munición a los extremistas de signo contrario, a los reaccionarios fascistoides que siempre están a la espera de que esas apocalípticas predicciones se vengan abajo para bombardearnos con su discurso ultraliberal, de "laissez faire, laissez passer", que es a la postre justo lo contrario de lo que pretendemos quienes somos racionalmente críticos con el modelo imperante de ecologismo radical, presuntamente progresista. Porque el progreso sólo es tal cuando es fiel a la verdad.




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