martes, 26 de febrero de 2013

Payasos


Esta sí que es buena. Ahora resulta que el fantasma de la ingobernabilidad de Italia recorre los pasillos de todas las cancillerías europeas, alarmadas por el triunfo “de facto” de un payaso en las elecciones italianas. Me refiero a Beppe Grillo, que será un payaso, pero a mucha honra, porque es de los pocos que dicen las cosas claras en su Movimiento 5 Estrellas y en su blog.

Los italianos, raza vieja como pocas y por ello ya muy descreída de todo y de todos, se han dado cuenta de que para votar a payasos, mejor hacerlo a profesionales que no a malas imitaciones, como Berlusconi, que ese sí que da risa; o como Monti, que pese a toda su impostura de grave seriedad, no es más que otro bufón al servicio de los mercados.

Como también es otro payaso Rajoy, también investido de aparente seriedad, a modo del personaje que hace ya muchos años inmortalizó Buster Keaton, pero con mucha menos gracia. Debe ser por su gallego hermetismo, que no le favorece mucho como comunicador. Y además de payaso, vacío por dentro, como los muñecos de José Luis Moreno, por cuyas entrañas se menea la mano de Angela Merkel, otra que daría mucho en un programa humorístco. A mí esa señora me recuerda a los alemanes tontos pero muy pagados de sí mismos de aquella esperpéntica y genial serie cómica llamada ‘Allo ‘Allo !.

Y es que ya son muchos los ciudadanos que se han dado cuenta de que debajo de tanto terno oscuro, tanto encorbatamiento y tanta presencia solemne,  no hay mucha sustancia; y desde luego lo que hay es mucha desfachatez, mucha “misse en scene”, y en definitiva, mucha tontería al servicio de los poderes fácticos, de quienes nuestros gobernantes no son más que un mero apéndice que mostrar en público. Pero dicen más estupideces que los payasos de la tele, no nos engañemos.

Así que para votar a payasos encubiertos al servicio de oscuros capitales, mejor ya votamos directamente a payasos de verdad, pero comprometidos socialmente. Me juego los restos a que no lo hacen peor que esos idiotas cabezas de lista y sus secuaces que les jalean las gracias con las que nos meten un recorte tras otro, mientras los mercados se enriquecen sin pausa.

Como dice Grillo, todo lo que se ve en la televisión es falso, comenzando por las públicas comparecencias de nuestros indignos dignatarios y sus sonrojantes discursitos, que menos mal que los llevan previamente redactados, porque cuando no, les ocurre lo que al necio de Salvador Victoria, que comparó a los manifestantes del 23-F con Tejero y sus amigos; y además les atribuyó una presunción de violencia, que debe ser cosa nueva y sustanciosa en el código penal; para despacharse finalmente con que “esos grupos ultraizquierdistas y antisistema pretendían deslegitimar en la calle los resultados de las urnas”, como si a) todos quienes salieron el 23 de febrero fueran peligrosos terroristas y b) no se hubiera deslegitimado el Partido Popular él solito al no cumplir ni una sola de sus promesas electorales. En resumen, que el pobre imbécil nos hizo reir a todos un buen rato. Hasta Franco hubiera encontrado graciosas las explicaciones televisivas del payaso Victoria, que a quien auguro un buen futuro en el circo político. De augusto, seguramente, que es el que más risa da.

Así que tiembla Europa por unos resultados que no son más que una manifestación clarísima del rechazo popular a la manera de gobernar la economía de la UE, en la que todos remamos según el diktat de la Gran Timonel Alemania, que a su vez navega a favor de innobles vientos muy poco europeístas, por más que insistan en el mantra establecido (y que por cierto, ya no nos creemos). Y todos los grupos mediáticos al servicio de esos tenebrosos poderes se han puesto a  aúllar demencialmente por el sacrilegio que representa tener un payaso en la alta política y los gravísimos peligros a los que se enfrenta Occidente por culpa de la insania de los votantes, que ahora sí, se han convertido en unos irresponsables a los que hay que reprender y castigar por su mala conducta. Vaya por dios. Y muchísimas gracias por sacarles de quicio, Beppe Grillo.

Me parece que ahora empezamos a verle la auténtica cara a esos demócratas de cartón piedra que se han apoderado, casi sin excepción, de la vida pública europea. De manera que yo quisiera promover en este país una candidatura política liderada por Los Payasos de la Tele. Lástima que Gaby, Fofó y Miliki abandonaran este mundo hace unos años, pero aún nos quedan Fofito y Milikito para que, al menos, no nos tengamos que reir entre dientes, sino a mandíbula batiente, con las cosas de su gobierno.

Yo les votaría.

sábado, 23 de febrero de 2013

21 años

Hoy mi hijo cumple 21 años. Y, aparte de la celebración familiar, la diversión, la comilona, los regalos y los mejores deseos para esta efeméride, me queda un cierto regusto amargo porque ni él ni nadie de su generación se merecen lo que está sucediendo en este país. Y porque me gustaría ofrecerles, a todos ellos, algo más que esta visión desangelada, pesimista y totalmente desesperanzada que hoy en día tiene de sí misma esta España desgraciada.

Esta España, que no nos engañemos, no ha aparecido de súbito en el panorama mundial de la vergüenza, sino que lleva siglos gestando a toda una clase social despreciable, enquistada en la dermis del poder político, simbiótica con todo tipo de rufianes de más o menos alta alcurnia, lacaya de mangantes con mando en plaza, usurpadora de la voluntad democrática, y lo que es peor, aupada por los partidos políticos a las cumbres de la representación parlamentaria. Esa gentuza que ha conseguido que la imagen de este país sea la de un colectivo de desvergonzados especuladores y perezosos, a costa de la realidad de millones y millones de trabajadores, por cuenta propia y ajena, que cada día se desloman para sacar adelante sus vidas y las de sus familias, y que cada vez lo tienen más difícil porque los imbéciles que nos gobiernan sólo saben mirarse el ombligo y atender a sus propias cuitas, que se resumen en ver  de dónde pueden seguir sacando tajada y sobre todo, durante cuánto tiempo, como sanguijuelas aferradas a la piel de esta exhausta entelequia llamada Hispania.

Y me resulta amargo que mi hijo se haya hecho adulto en la desconfianza hacia la clase política y en el nada disimulado desprecio hacia un sistema de presunta representación democrática que ni es auténticamente democrático ni, por supuesto, representativo de la ciudadanía. Simplemente es una máquina de perpetuar prebendas entre los mismos de siempre, que simplemente juegan a ir cambiando de silla y aparentando cambiar cosas en su vana superficialidad, siguiendo el cínico ejemplo de cambiar alguna cosa para que nada cambie, como decía Lampedusa.

Yo, sinceramente, y a riesgo de ser imputado como sedicioso, espero que toda esta indiferencia y pasotismo cuaje algún día en algo mucho más productivo, como la rabia destructora que arrasó la Francia borbónica a finales del siglo XVIII, por más que nuestros dirigentes políticos sean los más interesados en mantener a esta sociedad entre anestesiada y atemorizada. Una sociedad bovina, dócil, que acepta todas las iniquidades a las que nos someten, empezando por las que nos inflige ese melifluo y aflautado (desconfiad siempre de los hombres de voz aflautada, dice la sabiduría popular) impostor llamado Montoro, que ejerce de ministro de Hacienda, aunque tal vez debería redenominarse  ministro de los Hacendados, a quienes protege de forma descarada mientras somete a la población a sufrimientos sin cuento con el beneplácito de su patrón, el mudo e inexpresivo Rajoy, de cuyo hieratismo ausente tal vez deberíamos deducir cierto insano faraonismo. Aunque tal vez Montoro, a falta de mejores ideas, lo que hace es aplicar el refranero viejo, por aquello de que "más vale bulto de muchos que esfuerzo de pocos" y así saqueando el bolsillo de las clases medias y amnistiando las millonarias evasiones de sus compinches, cumple con el acervo histórico del país. Y nosotros sin romperles la cara, a él y a su barbado faraón.

Y eso es lo que me sabe mal: que la generación de nuestros hijos crezca sin ver a ningún colectivo de este país pasar de las educadas protestas pancartiles a alguna acción más contundente, o sea, sin que nadie apueste por liarse a una manta de hostias bien dadas, que es lo que realmente merece la situación, con o sin furgones policiales de por medio. Quiero decir que hace cien años solamente, ningún ancestro de nuestra acojonada generación hubiera recomendado a su progenie que se preparase para emigrar, sino que más bien nuestros bisabuelos nos hubieran puesto unos buenos ladrillos en la mano y nos hubieran azuzado a liar la de San Quintín. Dicen que eso pasa porque ahora somos más civilizados, pero lo que sucede en realidad es que somos unos  cobardes de tomo y lomo, acomodaticios y resignados, y eso lo saben quienes nos gobiernan y por eso se ríen de nosotros por lo bajinis, mientras siguen perpetrando fechorías en forma de decreto ley. Hasta que el cuerpo (social) aguante.

Yo, la verdad, me gustaría poder regalarle a mi país un poco de sana violencia, la justa y necesaria, para que esos idiotas vestidos de terno gris y esas pijorras con aires de suficiencia que se las dan de grandes estadistas se asustaran un poco, sólo lo preciso, para escuchar el clamor de la calle y optaran, como mínimo, por suicidarse políticamente convocando un nuevo proceso constituyente que permitiera una regeneración real de la política del país, o mejor aún, que desaparecieran discretamente de escena. Como dice un buen amigo mío, lo suyo sería sacar a pasear la guillotina de forma periódica por el Paseo de Gracia, sucia y ensangrentada, para recordar a los dirigentes que el pueblo puede -y en ocasiones debe- ser muy sanguinario con sus opresores.

Pero a falta de eso, que sólo son fantasías erótico-políticas de un cincuentón desencantado, me gustaría poder ofrecerle a mi hijo la esperanza de que la dignidad colectiva algún día prevalecerá sobre el poder rufianesco que nos doblega y nos somete con la excusa de los mercados internacionales y de las exigencias inexcusables de la economía global. De que algún día, la voluntad del pueblo, al margen de siglas y de ideologías encubridoras, se plasmará de verdad en las leyes y las instituciones de este país. Que el despotismo más o menos ilustrado (más bien menos) en que consiste el gobierno actual no prevalecerá sobre la ciudadanía y su soberana voluntad. Y que los representantes elegidos responderán ante nosotros, los electores, y no ante el aparato de su partido político y sus opacos intereses. En definitiva, la esperanza de que la democracia será lo más parecido a una democracia auténtica, y no a esta farsa que llevamos ya demasiados años representando, y encima con actores de tercera que sisan la recaudación de la taquilla.

Mi hijo con sus 21 años recién cumplidos, así como todos sus amigos y toda su generación, se merecen algo mucho mejor que este engendro en que hemos convertido España. Y nosotros, sus padres, se lo debemos cueste lo que cueste.  El precio de no hacerlo será la deshonra de nuestra sociedad, que habiendo tenido la oportunidad de cambiar las cosas, no lo hizo por un plato (menguante) de lentejas, cínicamente llamado Estado del Bienestar.

Así que, hijo mío, lo que me gustaría regalarte hoy es una buena dosis de honestidad, de entereza, de valor y de fuerza para empezar a cambiar, de una puñetera vez, las cosas desde abajo, que es la única manera de cambiarlas. Feliz cumpleaños.




martes, 19 de febrero de 2013

Lo que viene de Alemania


Definitivamente, ya no se trata de ser de derechas o de izquierdas. Se trata de ser estúpido o ser perspicaz. De ponernos las gafas correctoras o de asumir que somos miopes e incapaces de atisbar lo que se cierne en la lejanía. No muy lejos, tan sólo a medio plazo;  tampoco hace falta tener vista de águila o ser un lince. Simplemente se trata de mirar lo que sucede en Alemania, ese presunto paraíso socio-económico en el que debemos todos mirarnos para garantizar una economía sana y potente. Bien, eso es lo que nos quieren hacer creer; por supuesto, la actitud de la ciudadanía debería ser la de que a otro perro con ese hueso, y que sí, que nos pueden imponer un trágala, pero que nosotros, los de a pie, no somos tan imbéciles.

En resumen, que nos quieren engañar. Después de haber pagado con creces el coste de la reunificación alemana, ahora empezamos a saber en qué consiste exactamente el juego de Merkel y secuaces. Que, básicamente, se ajusta a las siguientes reglas:

1.       Bajos niveles de desempleo. Teóricos, claro está. El gran invento alemán se denomina minijobs, lo cual consiste en una denominación eufemística para lo que no es más que subempleo puro y duro, de modo que si cobramos 400 euros mensuales por un trabajo de mierda (no se me ocurre otra palabra) de un cuarto de jornada, ya no estamos en las listas del desempleo oficial. Eso sí, nos moriremos de hambre igualmente, o tendremos que ingresar en una comuna para subsistir.
2.       Reducción de los costes laborales. O sea, menores sueldos para garantizar una competitividad que se sustenta solamente en los trabajadores, pero no en los beneficios empresariales, que además se reinvierten en áreas de mayor rendimiento económico y fiscal. A esto se le ha llamado toda la vida proletarización, fuerte y rasa.
3.       Incremento de la productividad. Por dos vías: el aumento de la jornada laboral efectiva por encima del máximo universal hasta ahora aceptado de 40 horas; y ligar los salarios a unos difusos conceptos de incremento de la productividad. Como que los horarios y la productividad a la que se refieren son los de las  empresas chinas y demás economías emergentes, eso se traduce en un estajanovismo radical de 50 horas a la semana o más. Y si cuela, tanto mejor para el capital.
4.       Reducción de la masa laboral. O mejor dicho, los excedentes de recursos humanos deberían irse a sus casas y además, no inscribirse en el desempleo. A fin de cuentas, si dentro de unos años vamos a trabajar todos más horas por menos dinero, ¿para qué necesita el capital tanta mano de obra? Si a alguien esto le parece de ciencia ficción, que se vayan mirando lo que sucede en Alemania, donde se llama despectivamente “madres cuervo” a las trabajadoras que no se pasan dos o tres años en casa con sus hijos después del parto. Es en Alemania, precisamente, donde se está dando un incremento sustancial de mujeres en edad fértil que abandonan el mundo del trabajo para dedicarse al hogar. Lo cual se traduce en que como tengan más de un hijo, ya quedan definitivamente fuera del mercado laboral. O como en Holanda, donde se incentiva la retirada “temporal” para el cuidado de hijos, lo cual puede parecer muy buena idea en principio, salvo que regresar después a un puesto de trabajo digno es tarea poco menos que imposible.
5.       El punto anterior entronca con otra idea que ya va circulando por ahí: una familia, un salario. Cuidado, porque argumentos no faltan: si usted tiene que trabajar un montón de horas y su cónyuge también, y el estado deja de subvencionar las guarderías y demás prestaciones familiares directas e indirectas, no le van a salir los números: será mejor que uno de los dos se quede en casa cuidando de la prole, mientras el otro se desloma horas y horas para mantener un nivel de vida digno. Así que, mira por donde, volvemos a la tradicional división de roles familiares.  
6.       Reducción del coste de las pensiones. Bien por la vía de alargar la edad de jubilación, bien por la de reducir la prestación efectiva, o por ambas simultáneamente. Ciertamente, los sistemas de seguridad social deben tratar de alcanzar un equilibrio financiero a largo plazo. Lo que nadie dice, aunque todos los que se dedican al asunto vislumbran, es que el incremento de la edad de jubilación se traduce en mantener una fuerza laboral sobredimensionada en un entorno de empleo escaso y mal remunerado. La conclusión es bastante simple: el aumento de la edad de jubilación significa un exceso de oferta laboral que sólo puede remediarse con la emigración, el subempleo o la retirada de parte sustancial de efectivos del mercado.

Mucho me gustaría equivocarme, pero el horizonte al que nos acercamos más rápidamente de lo que creemos es muy parecido al de hace cincuenta o sesenta años: reforzamiento forzoso de la familia tradicional; tres generaciones conviviendo en un mismo domicilio; un solo salario como sustento principal del hogar; uno o dos pensionistas ancianos como refuerzo económico de la tambaleante economía familiar, y uno de los miembros adultos de la macrounidad familiar dedicado a las tareas domésticas a coste cero.

Eso es lo que viene de Alemania, si no nos unimos para impedirlo.

sábado, 16 de febrero de 2013

Cortina de humo

El escándalo de la semana se llama espionaje a los partidos políticos. Y yo me parto de risa ante tamaño fariseismo y rasgado de vestiduras. Ahora resulta que las dos docenas de agencias de detectives de Barcelona se dedican exclusivamente a perseguir líos de faldas, maridos cornudos y empleados desleales. Venga ya....

Resulta esperpéntico el alud de titulares mediáticos y aún más las fingidas declaraciones indignadas de los líderes políticos acusándose unos a otros de prácticas presuntamente delictivas que se vienen practicando desde la noche de los tiempos. Lo que sucede en realidad es que, por oscuras conveniencias, se pretende ahora denostar una actividad que se realiza de forma generalmente discreta, y que es la fuente de los cientos de dosieres más o menos secretos que todos los personajes influyentes procuran tener a su disposición como herramienta de presión sobre posibles competidores.

El Watergate no se destapó precisamente en España, y si saltó a la palestra fue porque un par de periodistas tenían un interés especial en ganar el Pulitzer a costa de un presidente venal como Nixon, pero no porque fuera desconocido que, en general, todas las corporaciones y partidos políticos han procurado tener siempre todas las bazas posibles a su favor para vencer, someter, sojuzgar o dejar fuera de juego a cualquier adversario peligroso o sencillamente molesto.

La información es la fuente del poder. Un partido político desinformado es un partido ciego y sordo, y por tanto, atado de manos, incapaz de prever los movimientos del contrario. Lo que le conduce a estar en situación de recibir un jaque mate en cualquier momento. El juego político es sucio por definición, como han podido ver los espectadores de la espléndida Lincoln, por poner sólo un ejemplo; escandalizarse por ello es de una candidez infantil o de una mojigatería rayana en la idiotez.

Y, por descontado, tratar de llenar primeras páginas con semejantes bagatelas no es más que un ejercicio para desviar la atención de otros temas mucho más importantes que se cuecen en la trastienda del poder. O en la cloaca, para ser más exactos. Acongojados por la presión -ésta sí real- que está poniendo en la cúpula del PP el asunto Bárcenas y los sobresueldos de los dignatarios de la calle Génova, de lo que se trata es de aflojar el nudo corredizo que se estrecha sobre sus cuellos, y conseguir que el populacho (pues así es como nos tratan y consideran) mire durante un tiempo hacia otro lado.

El espionaje político existe y seguirá existiendo del mismo modo que el espionaje industrial ha existido siempre, y sin embargo, pocas noticias al respecto saltan a la palestra habitualmente, ya que son las propias corporaciones empresariales las que procuran mantener esta sigilosa lucha en el más absoluto secreto, pues todas la practican con mayor o menor fortuna. El crackeo de redes informáticas, el uso de Mataharis ocasionales o profesionales, la compra de subordinados descontentos, la instalación de todo tipo de escuchas y un sinfín de técnicas que hoy en día están al alcance de cualquier ciudadano con recursos suficientes, se utilizan de forma regular para espiar a los rivales. Basta con acercarse a La Tienda del Espía, por citar sólo alguno de los establecimientos abiertos al público, para tener una idea cabal del  diversísimo material con el cual podemos seguir, ver y escuchar secretamente a quienes deseemos simplemente pasando por caja y abonando la factura.

El espionaje en sí nunca ha sido un hecho punible: sólo cuando afecta de forma probada a determinados derechos fundamentales, puede ser constitutivo de delito, y aún así, es muy difícil obtener una sentencia condenatoria, por mucho que las asociaciones judiciales adviertan de lo contrario. Y los propios usuarios de los servicios detectivescos son los primeros interesados en no airear su uso, porque eso les resta fuerza en las negociaciones -léase chantajes y extorsiones- que se inflingen continua y mutuamente a modo de esgrima documental.

Por eso es de tontos prestar tanta atención a los enormes titulares que la prensa está usando estos días para ¿escandalizarnos? sobre los manejos de la clase política catalana, en una guerra cruzada de acusaciones que son para sonrojar, pero de risa, porque lo que resulta evidente a estas alturas es que todos espían a todos. Cosa que ya sabíamos porque nuestros amigos americanos consiguen destruir sistemáticamente carreras políticas emergentes con escandalosas revelaciones sobre el pasado de los contendientes electorales. ¿Cuántos posibles presidenciables yankis se han ido a su casa cabizbajos al revelarse tenebrosas anécdotas de su pasado? ¿Y cómo creen que se ha obtenido esa información?. A la vista de las declaraciones de nuestra Alicia en el país de las maravillas, uno estaría tentado de pensar que la información relevante sobre las personalidades se encuentra únicamente en las hemerotecas y en los currículums oficiales que distribuyen los aparatos de propaganda de los partidos, que eso sí que tiene delito.

En un mundo oficial teñido de medias verdades y claroscuros en los que predominan las sombras sobre las luces, la información auténticamente relevante sólo se puede obtener a través del espionaje. Y eso lo saben ellos y nosotros, los ciudadanos a los que sistemáticamente nos tienen por tontos. Así que ya está bien de tantas mamandurrias, que diría la Aguirre, y no pretendan desviar nuestra atención de lo verdaderamente importante: la corrupción. Hoy hemos sabido a través de Laurence Cockcroft, cofundador de la ONG Transparencia Internacional, que el sector de la construcción es el más corrupto del mundo, por encima incluso del comercio de armas. Y todos sabemos hasta que punto la construcción y la promoción inmobiliaria han sido no sólo muy importantes, sino puntales del crecimiento económico de este país desde hace décadas.

En definitiva, PSOE, PP i CiU están sirviendo un menú para comensales estúpidos o para niños de teta, ya no sé. Lo que si sé es que todo este tejemaneje no es más que un burdo truco mediático en el que los ilusionistas de la política nos sacan el conejo de la chistera mientras nos escaquean furtivamente los millones de euros que les han llovido durante lustros gracias a la corrupción que les corroe.

Una cortina de humo, no más.

martes, 12 de febrero de 2013

El cisma

En su espléndida "Marcha de la Locura", que pese a su título no es una pieza sinfónica, sino un profundo análisis de la historia de las insensateces del poder y de las calamidades que ha causado, Barbara Tuchman apunta dos conclusiones indiscutibles sobre los gobiernos a lo largo del tiempo: la ceguera de los políticos ante las evidencias que se van acumulando en contra de su proceder, y lo estúpido de sus conductas frente a los problemas que, acuciantes, se les acumulan en la agenda.

En su libro, Tuchman pone de manifiesto que, desde los albores de la civilización, los gobernantes han cometido errores de tal dimensión que han conducido a catástrofes cuyas consecuencias han padecido generaciones y generaciones de ciudadanos desde los tiempos de Troya hasta la actualidad. La obstinación en las propias posiciones, la inexistencia de propósitos para corregir directrices, la falta de capacidad de reacción y sobre todo, el empecinamiento en convicciones absurdas han sido fuente continua de sufrimiento para pueblos de todos los hemisferios.

Y concluye Tuchman que esto nos debe llevar, necesariamente, a la certeza de que la política no constituye una clase especialmente privilegiada en cuanto a su capacidad intelectual, y que procura siempre mantener su poder a costa de cualquier precio. En definitiva, el poder conduce a una ceguera absoluta para el análisis desapasionado y a largo plazo de los efectos de los actos de gobierno sobre el futuro de las respectivas naciones. De lo que se infiere, también, que el político nunca antepone los intereses de su país a los suyos propios, aquejado de una grave miopía para el diagnóstico eficaz de las situaciones y de una falta de coraje esencial por temor a perder las encumbradas posiciones de poder que ostenta. 

Por lo que hoy en día le sucede a la cuestionable democracia occidental, resulta de lo más aleccionador la lectura del capítulo que dedica al cisma de Occidente, el período que va desde 1460 a 1530 y que concluyó con uno de los hechos más dramáticos de la Cristiandad, y por ende, de la sociedad occidental renacentista: la irremediable división del cristianismo en dos facciones enfrentadas durante siglos y que causó innumerables conflictos y millones de muertes en las guerras que siguieron a la separación entre católicos y protestantes, cuyas secuelas aún hoy en día colean en zonas como el Ulster.

Los seis papas que contribuyeron al cisma se caracterizaron por una ceguera absoluta ante las reprobaciones, cada vez más numerosos e intensas, que llegaban desde las capas bajas del clero y desde el sector laico del cristianismo, que denunciaban la corrupción, el nepotismo, la simonía y la vida de lujo y depravación que llevaban las autoridades eclesiásticas, y especialmente las vaticanas. Ajenos a todo aviso de peligro, y a toda percepción del tremendo distanciamiento que fraguaban entre ellos y sus súbditos, los príncipes vaticanos se enrocaron en sus posiciones y, ajenos a todas las advertencias, omitieron cualquier signo de rectificación en sus abominables políticas y estilos de vida desenfrenados, hasta que finalmente un movimiento reformista de base, que empezó siendo minoritario y periférico, consiguió poner patas arriba las estructuras eclesiásticas de media Europa para siempre. La contrarreforma que se inició posteriormente no sirvió de nada, salvo para afianzar a la Europa católica en un mayor atraso y pérdida de influencia real en el mundo occidental, que sigue en nuestros días, por mucho Papa mediático que se quiera poner de por medio.

La ceguera de aquellos papas renacentistas tiene su colofón hoy en día en nuestros democráticos príncipes de la política, que todavía se jactan de que lo que está sucediendo en Europa en estos momentos no va a tener consecuencias sociales, porque encastillados como están en sus torres de marfil, son incapaces de percibir el grado de malestar que está cuajando en amplísimas capas de la población, y también porque, al igual que la reforma protestante, el proceso es lento y gradual, y se precisan unos cuantos decenios para que sedimente toda la oposición a esas democracias de cartón piedra en que se han convertido los estados europeos.

Debemos desconfiar de las reformas que impulsen los políticos desde sus poltronas, porque no van a tener ningún efecto. Serán simplemente cambios de decorado para que ellos sigan viviendo sus vidas, también corruptas y depravadas, hasta que los movimientos de base, cuyo embrión inicial fue el del 15M, los aparten definitivamente de la vida pública. Y del mismo modo que los papistas jamás creyeron que existiera una alternativa viable al catolicismo vaticanista y cometieron así un gravísimo error de apreciación; también nosotros, los ciudadanos que estamos soportando la carga real de la crisis mientras ellos deciden nuestros destinos atrincherados en hoteles de cinco estrellas, deberemos demostrar el error de nuestros dirigentes políticos continuando y ampliando el movimiento de base  popular para que vaya amplificando su voz y su fuerza en la calle hasta que algún día resquebraje las estructuras profundamente antidemocráticas que de facto gobiernan nuestros destinos, al amparo de un formalismo democrático que no es más que un decorado tras el que se ocultan poderes que sólo atienden a su propio interés particular.

Y si alguien cree que esta democracia es la única posible, hemos de decir alto y claro que se equivoca, como se equivocaron los papas renacentistas hace ya quinientos años. Y que acabaremos por demostrarlo, nosotros, los ciudadanos.

jueves, 7 de febrero de 2013

El miedo a lo desconocido

Quiero reproducir en mi blog un artículo de Pablo Prieto en "El Huffington Post" de hoy. Sumamente interesante y valiente. Y con ideas claras, que es lo que necesitamos los ciudadanos en este momento. Ahí va:


La noticia de que los políticos son corruptos no ha resultado tan bombazo informativo a nivel de calle como parece al ver los medios. Para lo gordo que es el asunto, la gente no está especialmente sorprendida ni indignada. En el fondo todas sabíamos la cantidad de porquería que hay. La Historia ha probado sobradamente que el PPSOE es un instrumento del capital dirigido por personas estafadoras y mentirosas, y secundado por peones sin voluntad.
Lamentablemente, la memoria colectiva tiene una retentiva de no más de seis meses. En la práctica, si algo ha ocurrido hace más tiempo, es como si no hubiera ocurrido. Pero quien eche la vista atrás verá que ya no quedaban dudas de su culpabilidad y de su mórbida intención.
Si hay algo que nos sorprende es, si acaso, que la porquería salga a la luz. No es habitual verle el esqueleto al régimen. Buenas noticias, y que siga la racha.
Otro de los motivos de la tibia respuesta ciudadana es el mismo que llevó al 15M a desperdiciar su inmenso potencial transformador inicial: somos unánimes al señalar el problema, pero no nos ponemos de acuerdo en cuál es la solución, o en si la hay.
La posición de mucha gente parece ser, tal vez emulando al carismático líder, no hacer nada y esperar a ver qué pasa. En algún momento se aclarará el entuerto y todo volverá a su cauce, con las correspondientes dimisiones, condenas e indultos de por medio. Así, llegaremos (de algún modo) a 2015, y decidiremos libremente, en las urnas, quién queremos que nos robe hasta 2019.
Otro nutrido grupo de población está convencido de que el actual gobierno debe caer, pero también espera con gran sigilo antes de pronunciarse.
Esta estrategia felina en momentos de tensión política es algo muy español.
Por último, hay una minoría que quiere precipitar las cosas y sale a la calle a protestar día tras día; gente que acampa, o algo parecido, y dice que no se mueve hasta que el gobierno dimita. En parte por el frío, pero el apoyo no es tan multitudinario como otras veces. ¿Por qué?
Deseamos que caiga la cúpula, pero tememos que nos caiga encima. Nos da miedo lo que haya después, y sobre todo, tememos que nos decepcione. Derrocar al gobierno corrupto (presuntamente, claro) de Rajoy está muy bien, pero y después, ¿qué? ¿El PSOE? ¿Otra vez el PP (no lo descartemos)? ¿Los eurotecnócratas? ¿Un dictador? ¿Anarquía?
La solución aparecerá ante nuestros ojos en cuanto perdamos ese miedo a lo desconocido. Simplemente necesitamos terminar esa transición a la democracia que empezamos hace cuatro décadas. La dimisión del gobierno será una noticia espléndida, pero sólo si se trata del primer paso de un proceso constituyente.
Necesitamos una Constitución, o varias, escrita a la islandesa, es decir, de manera democrática, y a la que nadie objete. Una Constitución que dé más poder al pueblo y que anteponga las necesidades de las personas a los intereses económicos y políticos.
Ahora que la conciencia de lo público y de lo común está bien alta en las plazas, es un momento perfecto para iniciar este proceso. Eso sí, no será fácil. Tendremos que ponernos de acuerdo, nada menos, y sobre todo necesitaremos afrontar, a pecho descubierto, ciertas preguntas incómodas, como qué forma de gobierno queremos, qué distribución territorial, o si seguimos o no en el euro.
¿Vale la pena el calvario? ¡Por supuesto! Hazme caso, los perroflautas a veces tenemos razón. Si conseguimos atravesarlo y terminamos todo el papeleo, podríamos convertirnos en una de las democracias más avanzadas del mundo, posiblemente contagiando a algún país vecino. En cambio, si no hacemos nada y esperamos a 2015, ya sabemos cuáles son las buenas noticias a las que podemos aspirar.

martes, 5 de febrero de 2013

Harakiri

Necesitamos un urgente lavado de cara, y si me apuran, una cirugía mayor que nos devuelva la dignidad perdida como país. No sólo una operación estética, sino una remodelación en profundidad del conjunto de valores que presiden la vida pública nacional.
La cuestión no está en que el PP sea corrupto, o que también lo hayan sido el PSOE, o CiU. Tampoco lo es que se castiguen con dureza los comportamientos corruptos de los políticos, ni que se modifique el código penal. Ni siquiera que se promulguen nuevas leyes sobre transparencia y financiación de los partidos políticos. Todo eso está muy bien, pero es totalmente insuficiente si lo que queremos es erradicar determinadas prácticas de la vida pública.
Porque por muy duras que sean las sanciones que se impongan a los corruptos y a quienes los corrompen, nada mejorará sustancialmente hasta que la repulsa a esas prácticas sea total y generalizada, desde todos los ámbitos de la sociedad. Lo que no es de recibo es que, con tremenda desfachatez, algunos políticos en ejercicio (por más que sean de segunda fila) hayan excusado lo que está sucediendo en España con la peregrina idea de que el alma de este país es así; que la picaresca es consustancial al estilo español de vivir desde la época del Siglo de Oro; que no tenemos remedio.
En todo caso, no habrá remedio si seguimos así unos cuantos años más. En España se ha aupado al poder una clase de políticos que resultan humillantes en el más estricto sentido de la palabra. Gente para quienes los únicos valores son el poder y el dinero, y todo lo demás es accesorio. Sujetos totalmente desaprensivos que no van a mover un dedo para cambiar nada en profundidad porque entonces su carrera política carecería de sentido alguno. Tipejos para los que las palabras “servicio”, “solidaridad” y “sacrificio” sólo se aplican en tercera persona.
Idiotas que porque les votaron hace ya más de un año se creen todavía legitimados para pontificar sobre lo que debemos hacer los españolitos de a pie, cuando las circunstancias han variado tanto que si ahora hubiera elecciones el cataclismo sería tremendo, y que mientras nos aprietan continuamente con una vuelta de tuerca y otra más, se dedican a mirar hacia otro lado cuando se les muestran las miserias propias de su formación. Y es que, en resumen, son demasiados años permitiendo o alentando determinados comportamientos innobles como para que ahora las cosas se puedan regenerar desde dentro.
No hay salida si tienen que ser los propios partidos políticos los que hagan limpieza de tanta basura acumulada. Porque por muchas dimisiones e imputaciones penales que haya, nunca será suficiente. Del mismo modo que una infección septicémica invade todo el organismo, de modo que éste es incapaz de combatirla, la política en España está demasiado contaminada de patógenos como para que pueda rehabilitarse por sí misma. Pueden amputar cuantos miembros quieran, pero la infección progresará  indefectiblemente porque el núcleo primario no está en las extremidades, sino en el corazón mismo de cada formación política.
La perversidad ha hecho tanta mella en el corazón de los partidos que la única vía razonable es la medicación externa o la muerte del paciente. Personalmente, mi opción sería la muerte programada de todo el sistema de partidos tal como está actualmente organizado,  la convocatoria de unas cortes constituyentes que redefinieran el papel de las formaciones políticas en la vida pública del país, y una ley electoral de nuevo cuño que abrogara por las listas abiertas y las circunscripciones electorales al estilo anglosajón. Y sobre todo un sistema extraordinariamente rígido de incompatibilidades que impidiera a perpetuidad el fenómeno de las “puertas giratorias” entre el sector público y el privado en las altas esferas.
Sin embargo, todos los partidos parecen muy reticentes a siquiera promover estas medidas. La conclusión es bastante obvia: no les interesa en absoluto una auténtica regeneración política, porque se traduciría en una pérdida efectiva de poder por parte de los aparatos de los partidos.
Las Cortes de ahora son tan cobardes y acomodaticias que les temblará el pulso para adoptar medidas drásticas como las que en realidad necesitamos. A la postre, hubo más dignidad en aquellas Cortes franquistas que se hicieron el harakiri aprobando la ley de la reforma política que nos trajo esta desgraciada democracia.
Qué triste, el final de este viaje.