jueves, 27 de septiembre de 2012

Ni puta idea


O de cómo no es posible predecir la evolución social

A raíz del debate, francamente insensato, sobre las consecuencias de una posible independencia de Cataluña, me parece importante efectuar un aviso para gurús y navegantes mediáticos en general, y para los muy sobrecargados ideológica y emocionalmente en particular.
Se resume en algo tan sencillo como la total impredictibilidad de los acontecimientos venideros, sobre todo si se trata de fenómenos de carácter masivo, como los que afectan a sociedades enteras.
Ni las más elaboradas técnicas estadísticas pueden efectuar simulaciones fiables de lo que sucederá a una sociedad en el futuro, por más que sesudos especialistas pretendan hacernos creer lo contrario. Esto se debe a dos motivos básicos.
El primero de ellos tiene que ver con el número de variables relacionadas. A medida que se incrementa el número de parámetros sociales que debemos considerar, se hace más difícil efectuar un análisis que pueda darnos resultados fiables, incluso en el supuesto de tener una formulación matemática adecuada, que tampoco la tenemos. Si además la matemática involucrada es no lineal, como es el caso de la que pueda intentar comprender los movimientos sociales y económicos generales, la resolución de un sistema de múltiples variables puede ser directamente imposible, o con unos márgenes de error tan amplios que invalidan todo el proceso.
Un caso paradigmático es el de la economía, que cualquier físico o matemático  desechará de inmediato como falsa ciencia, haciendo bueno el chascarrillo de que los economistas son muy buenos prediciendo acontecimientos pasados, por más que sesudos especialistas de no menos prestigiosas universidades se hayan achicharrado los sesos desarrollando complejísimas formulaciones matemáticas que a algunos les han reportado un premio nobel de economía, más que devaluado entre los auténticos científicos,  por lo tremendamente impreciso y erróneo de sus resultados prácticos.
Si pretendemos ampliar el campo a la sociología, la cuestión deviene ya demencial, y sólo pueden admitirse algunos principios de gran vaguedad y que desde luego no admiten una formulación matemática que permita, ni siquiera lejanamente, efectuar predicciones sobre la evolución de los sistemas sociales.
En segundo lugar, tanto la economía como la sociología adolecen, además, de otro rasgo fundamental para comprender la impredictibilidad de los sistemas económicos y sociales. La cuestión es que pequeños cambios en variables  de carácter fundamental, producen cambios enormes en los resultados a medio plazo. Algo así como la dificultad inherente a la meteorología, que ésta sí es una ciencia genuina, pero que sin embargo tiene problemas para generar modelos cuya validez se extienda a algo más de cuatro días. Y eso se debe a que muchas de las funciones que describen el clima tienen carácter caótico o fractal, en el sentido puramente matemático de la palabra, de modo que estadios iniciales relativamente próximos entre sí devienen en movimientos a medio plazo de una amplitud y divergencia enorme.
Pues en economía y en sociología, casi todos los modelos que se utilizan son simplificaciones excesivas, que dotan de carácter lineal, y por tanto, absolutamente predecible, a fenómenos muy complejos, y que no tienen una respuesta lineal alguna. En ese sentido, creo muy recomendable la lectura de las obras de Nassim Taleb, un antiguo economista que se pasó al otro lado para demostrar lo absurdo de la pseudociencia económica y de cómo lo imprevisto en todos estos modelos echa por tierra las más sesudas previsiones de los sumos sacerdotes de Chicago y de Harvard.
Así que, tanto el increíble número de variables involucradas, como la complejidad de las posibles hipótesis, así  como las extrañas correlaciones y mutuas influencias que pueden surgir entre parámetros en principio no relacionados, hacen imposible un análisis racionalmente “científico” de lo que resultaría de una posible independencia de Cataluña, por poner un ejemplo.
Por cierto, que los sistemas caóticos tienden a evolucionar muy lejos de las previsiones iniciales a medida que nos desplazamos a lo largo del eje temporal, o lo que es lo mismo, sólo pueden verse los resultados de determinadas acciones efectuando una valoración histórica a largo plazo. El cortoplacismo es el arma de los que pretenden utilizar el miedo a “consecuencias inmediatas” de acciones políticas que luego no se demuestran reales. La independencia de un país no puede valorarse por lo que suceda en los primeros meses o años, por más que ese argumento lo utilicen profusamente quienes desean instaurar el miedo social a la libertad.
Así que de lo único que podemos hablar  y hablar–lo cual convierte la discusión en  logorrea emocional pero carente de trascendencia real- sobre lo que creemos que sucederá, basándonos más en nuestros deseos y creencias que en un conocimiento siquiera aproximado, del escenario futuro en el  que se debatiría la independencia catalana.
Nadie sabe lo que significaría para Catalunya, España y Europa, la independencia de la primera, por más que periodistas incultos  (científicamente) y mediatizados  (políticamente) de uno y otro signo pretendan  demostrarnos “fuera de toda duda”, un escenario apocalíptico o, por el contrario, idílico, según sean  sus convicciones personales o el color del dinero que les pagan por sus idioteces más o menos elaboradas.
 Así que nos dejemos engañar más:  en este asunto, como en tantos otros, se precisa una buena dosis de escepticismo y de pensamiento crítico. Y también es preciso armarse de valor personal para afrontar el miedo a la libertad de pensar y de elegir por uno mismo.

martes, 25 de septiembre de 2012

El proletario inteligente

O de cómo adquirir conciencia de clase.

Lejos de mi la intención de bromear sobre tan grave asunto; al contrario, pretendo que todos los trabajadores tomen debida nota de que vamos hacia una extinción de las clases medias occidentales, que será progresiva y continuada, y que se dará en todos los países del mundo libre sucesivamente hasta reducir a toda la masa social a dos grupos claramente diferenciados: una clase dirigente, que ya está absorbiendo a gran ritmo la riqueza nacional merced a que en sus manos están los resortes del comercio internacional y del intercambio de capitales; y una clase trabajadora  cada vez más uniformizada en el sentido de empobrecida y sometida a los dictados de la élite internacional.
Así pues, el proletario inteligente asume ante todo que es un proletario, por más que dicho concepto le repugne por retrotraerle a tiempos remotos y asomen a su mente las imágenes de masas embrutecidas por jornadas de trabajo inacabables, sin derechos laborales y sin ningún tipo de protección social. Evidentemente, el concepto de proletariado del siglo XXI estará matizado por los avances tecnológicos de todo orden, que de algún modo supondrán una obvia mejora respecto a los proletarios de principios del siglo XX, pero no nos engañemos, esas diferencias son más superficiales que de contenido real. Sencillamente, es una adaptación de la clase trabajadora mundial a una era posmoderna.
De modo que es primordial que todos quienes no formen parte de la clase dirigente adquieran una nueva conciencia de clase: lo que llamamos clase media está condenada a desaparecer porque los costes de mantenerla son superiores  a los beneficios que ello puede reportar a las élites económicas y políticas. Y eso se debe a que, precisamente, bien se han encargado de anestesiar toda conciencia de clase bajo la oportuna mano de pintura que nos hace creer que los derechos tan duramente adquiridos tras más de 130 años de lucha laboral y social, no son tales, sino privilegios a los que se debe renunciar en aras de la estabilidad económica de las naciones occidentales.
Partiendo de la base de que siempre ha sido mucho más sencillo, a la par que injusto, igualar a las masas por abajo que por arriba (o dicho de otro modo, es más cómodo empobrecer a la ciudadanía  que renunciar  a lo que sí son privilegios de los pudientes), debe asumirse que el empobrecimiento general será la tónica de los próximos años, máxime si se tiene en cuenta que el factor clave para determinar la porción del pastel que corresponderá  al populacho será la evolución de los súbditos –que no ciudadanos- de las economías emergentes de la China y de la India. A mi modo de ver, resulta meridianamente claro que el factor determinante de nuestro empobrecimiento será la suma de los costos laborales sino-indios más el coste del transporte de las mercancías manufacturadas hasta occidente. En la medida en que los primeros sean inferiores a sus equivalentes occidentales, la competitividad de las empresas se afianzará exclusivamente en la reducción de costes laborales y la deslocalización; y la actuación de los estados se centrará en  apretar cada vez más las tuercas de la mayoría de la población, para evitar el colapso de las cuentas públicas.
En consecuencia, el proletario inteligente, consciente como debe ser de su destino final, ha de procurar entorpecer en la medida de lo posible esta dinámica. Como quiera que las empresas han encontrado un filón en la globalización y la deslocalización, pues la inversión en China e India se hace con costos muy bajos y el beneficio se dispara a cotas antes nunca vistas por los mínimos costes laborales y sociales de las masas de estos países, que ni por tradición ni por cultura social y política pueden aspirar a generar movimientos sindicales poderosos que defiendan los derechos de los trabajadores, nos encontramos con que la única salida es una oposición popular firme y duradera contra todo cuanto signifique globalización, porque lo único que se ha hecho global es el beneficio, pero no se ha globalizado –ni lo hará en el futuro- el marco jurídico de unas relaciones laborales democráticas y justas. Se globaliza el beneficio empresarial, y se localizan las pérdidas sociales.
Nadie tendrá el valor de imponer a China o a India restricciones comerciales y de capital por no ser regímenes democráticos (debe hacerse aquí un inciso respecto a la India, que es una democracia formal, pero  totalmente desvirtuada por una  estructura social  basada en castas que conforman un país de hecho feudal), porque estamos hablando de casi un tercio de la población mundial, lo cual represente un mercado potencial demasiado importante como para contrariar a sus brahmánicos dirigentes. En cualquier caso, aún en el utópico supuesto de que algún día no demasiado lejano las sociedades china e india llegaran a adoptar algún tipo de conciencia de los derechos democráticos del trabajador, se tardará demasiados años en que ello suceda, y para  entonces ya estará totalmente desmontado el mal llamado estado del bienestar, denominación injusta y absurda, pues debería haberse llamado estado del equilibrio social, puesto que  las conquistas socio-laborales de los últimos cien años no deberían ser la excepción, sino la norma en una hipotética sociedad mundial avanzada y equilibrada.
Del mismo modo que a menor escala la demagogia política ha convencido a los ciudadanos de que los empleados públicos son unos privilegiados, y que bajo esa premisa los gobiernos se han lanzado a despojarlos de todas las conquistas adquiridas como si fueran prebendas graciables, los ciudadanos occidentales deberán asumir que dentro de muy pocos años, los mismos demagogos neoliberales les convencerán de que todos los ciudadanos occidentales son unos privilegiados respecto a los súbditos chinos e indios, y que por ello deben renunciar a todos los “privilegios” adquiridos a base de mucho sufrimiento y de mucha sangre.
Retomando las claves de lo que debe ser la actuación del proletario inteligente, no tiene más remedio que asumir que debe ser muy consciente del uso que hace de su cada vez más escaso dinero. Cada euro  que el nuevo proletariado occidental gaste en adquirir productos manufacturados en China o India es una palada más que ahonda la fosa en la que acabará enterrado. El dinero que los ciudadanos depositen en entidades financieras  cuyas inversiones no son transparentes y realmente dedicadas al enriquecimiento de la sociedad a la que teóricamente sirven, es dinero que va a parar a los flujos especulativos internacionales, y que acaba enriqueciendo solamente a las élites económicas  y especialmente, a las terriblemente corrompidas élites de las economías emergentes no democráticas. En resumen, el enemigo del proletario es, como hace 100 años, el capital. Y el proletario inteligente debe buscar formas para no favorecer la expansión y la libertad absoluta de movimientos de esos capitales y mercancías que se llevan consigo todo el esfuerzo de varias generaciones que lucharon para dignificar la condición del trabajador, sin que a cambio esos beneficios sociales perdidos en occidente se trasladen ni por asomo al lejano oriente.
Por último, el proletario inteligente debe favorecer la creación de una sociedad paralela, alternativa, y opuesta con rigor a todo lo que significa el pensamiento neoliberal, y asumir que el neoliberalismo impregna tanto nuestras instituciones  que nos resulta difícil aceptar que todos los partidos políticos tradicionales son portavoces más o menos matizados de esa doctrina nefasta, sobre todo porque desde las altas instancias se ha favorecido la falacia de que la democracia ha de ser liberal, o no es democracia.  Por consiguiente, no queda más que renunciar paulatinamente a los mecanismos que han corrompido a las democracias occidentales hasta el punto de convertirlas en esclavas de los poderes económicos internacionales y empezar a considerar seriamente que nuestra única opción de supervivencia digna pasa por un movimiento global y universal de todos los ciudadanos de las naciones occidentales  contra esa marea neoliberal que, ahora ya sí, nos ahoga.
Lo cual seguramente es tan utópico como que exista la masa crítica de proletariado inteligente como para prender la reacción en cadena del cambio que necesita occidente.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Über alles

O del servilismo de Guindos.

Cuando hace unas semanas el Guindos (así, "el Guindos", sin excelentísimo ni siquiera señor ministro, a la altura de su vulgaridad y estulticia políticas) dijo aquello de que "ahora España está haciendo lo que hizo Alemania hace 10 años" me quedé pasmado porque supuse que el personaje no tuvo agallas para continuar diciendo "es decir, estamos pagando la reunificación alemana". Éste sólo las tiene para hacer política facilona, contra las clases medias, para ver si nos retrotrae al siglo XIX, que es de lo que se trata más o menos.

La cuestión está en que hace 20 años largos otro astuto personaje vio que la reunificación de las dos Alemanias le podía ir muy bien si aprovechaba la euforia unificadora del cuarto Reich para sus propósitos personales -que como siempre se traducen en agarrarse a la poltrona y que los demás paguen después la ronda- y pasar a la posteridad con una más que dudosa gloria. Porque lo que hizo el orondo Kohl fue equiparar la paridad del marco del este paupérrimo con la del oeste opulento, creando un déficit brutal, que tenían que pagar, como no, las generaciones venideras. 

Eso sí, no la pagaron sólo los alemanes, sino que en cascada, hemos contribuido todos a aquel despropósito puramente electoralista. Cuando se reflexiona y observa atentamente,  puede percibirse que decisiones políticas de un pasado lejano pueden influir en el presente y en el futuro de millones de personas a las que la reelección del canciller les traía sin cuidado.Y es que 10 años después del exultante júbilo germánico, se encontraron con los números de la economía muy descolocados, e iniciaron un programa de ajuste brutal que se tradujo, como siempre, en un amordazamiento de los sindicatos, en una flexibilización laboral sin parangón en la historia alemana y en favorecer a cualquier precio a las grandes empresas para volver a hacer competitiva a la industria alemana, especialmente a la exportadora.

Esa política trajo como consecuencia primera, una expansión nunca vista de las empresas alemanas en los países emergentes (del este de Europa y en China, especialmente), gracias al empuje que le dieron a la deslocalización y la globalización, que mientras tanto nos vendían como algo muy interesante para las clases trabajadoras occidentales. Pero la realidad era bien distinta: mientras los trabajadores alemanes han visto reducirse constantemente su salarios reales durante estos 10 años, los beneficios de las políticas de ajuste iban a parar a las entidades de crédito, que empezaron a hinchar burbujas inmobiliarias alegremente por todo el continente, especialmente en el sur de Europa, merced a sus excedentes monetarios. Dinero caliente, que sirvió para recalentar las  economías vecinas hasta niveles insospechados unos pocos años antes.

Mientras tanto, claro, las clases trabajadoras alemanas veían como se sustituían contratos fijos por contratos temporales en una marea nunca vista hasta entonces, con reducciones de sueldo más que notables (despedir al trabajador fijo y volverlo a contratar con un contrato basura de éstos que nos dicen que genera empleo puede representar una reducción de sueldo de más del 30 por ciento). También con incrementos más que sensibles de las jornadas laborales; pérdida de derechos adquiridos y reducción de la protección social.

Este proceso, que ya muchos denominan sinificación, consiste en que (cito aquí textualmente el blog de José Ángel García Landa) el pseudo-comunismo chino va a ser el que dicte en última instancia el nivel de derechos de un trabajador, que serán bien pocos y quien decida cuáles será el mercado. En definitiva, vamos hacia una proletarización, o si se me permite decirlo de otra manera, hacia una eliminación progresiva de las clases medias. A partir de ahora, ya sólo habrá dos clases: una clase dirigente y una clase trabajadora, cada vez más uniformizada y alienada, sumida en el terror de un trabajo escaso y mal remunerado.

Digo yo que para ser pobres y apaleados no precisamos de tanta zarandaja, y tal vez tendríamos que arrearles de sopapos a nuestros dirigentes político-económicos, empezando por el Guindos y el vampiro Montoro, que sólo siguen los dictados que dejaron bien establecidos Milton Friedman y compañía. Y cuanto antes nos afanemos a ello, mejor, porque es obvio que en muy poco tiempo vamos a tener muy poco que perder, y tal vez sería mejor movilizarnos contra esos lacayos de lo global mientras todavía tenemos algo por lo que luchar.

Porque como ya llevan diez años  desgañitándose exasperados los movimientos antiglobalización, aquí perdemos todos los que no formamos parte de la élite dirigente, que barre para casa porque saben que sus privilegios dependen en gran medida de cuanto arramblen de nuestros bolsillos y del punto de servilismo que manifiesten respecto a sus amos globales y deslocalizados. Que conocen perfectamente que la estabilidad de esa élite reposa sobra un pedestal hecho con nuestras vidas y que han de tenernos bien sometidos y apisonados, compactos en nuestra miseria, para que ellos puedan tocar, aún, el cielo con la punta de los dedos.

Y así, mientras nos dicen que el camino que nos marcan es el ideal para asegurar un futuro de progreso y bienestar, y para recuperar el crecimiento y la riqueza, la verdad es que las empresas cada vez invierten más en paraísos laborales como China, sin impuestos ni cotizaciones sociales, sin derechos laborales, sin protección social, sin horarios regulados, sin vacaciones, ni nada que se le parezca. Así que no veo como este entusiasmo inversor por China puede generar confianza y riqueza en Occidente. Lo único que veo es que si no se vuelven a levantar barreras comerciales serias contra los países que ignoran los derechos de los trabajadores, si no se penaliza la escandalosa libre circulación de capitales especulativos y no se reprime la deslocalización como método de maximización de beneficios empresariales a costa de los salarios de los trabajadores, la única salida posible es un gradual y sostenido incremento de la violencia social, en todas sus manifestaciones, en las calles de Europa.

Así que Guindos, date cuenta, deja de hacerle el juego a Merkel y proclama por una vez  "Spanien über alles". Seguirías siendo un berzas, pero al menos no parecerías un kapo del Mauthausen  en que pretenden convertir a Europa tus amos del nuevo Reich milenario.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Pegamento IMEDIO

O que diantres dicen cuando hablan de cohesión nacional


En verdad les digo que no entiendo nada de eso de la cohesión nacional. Porque me pregunto si en este país ha habido alguna vez algo semejante, realmente aprobado y deseado  por todos los pueblos que pululan por la península. Tal como yo lo veo, la cohesión nacional está muy mediatizada por el hecho de que durante 40 años o te adherías al concepto nacional vigente, o te cohesionaban a garrotazos, y eso no da para mucha argumentación sensata, claro.

En fin, que si este país hubiera continuado siendo republicano, sin guerra civil por medio y sin la correspondiente matanza y ulterior exterminio de ideas y disonancias, a lo mejor hoy tendríamos un estado federal y otro gallo nos cantara. Guste o no guste, la cohesión de España siempre ha sido a base de santas hostias, desde la ya lejana Reconquista y la no menos cohesionante expulsión de los judíos.

Algunos historiadores pretenden que el tema nacional es un tanto artificial. Y por descontado que les daría la razón, partiendo de la base de que cualquier identidad nacional es un montaje artificial. Pero ahi están, y las cuestiones identitarias se acentuaron en toda Europa a partir de finales del siglo XVIII, o sea que no es un debate específicamente español. Si eso es bueno  o malo no voy a discutirlo ahora. Es así y tenemos que aceptarlo, porque el problema no va a desaparecer por las buenas, salvo que nos liemos de nuevo a guantazos, una afición ésta muy característica al sur de los Pirineos.

De los modernos estados europeos sorprende bastante su génesis, pues una notable proporción de ellos se configuran como tales bien entrado el siglo XIX e incluso el XX.. No me interesa ahora profundizar en cómo se articuló la independencia de las naciones que dibujan el mapa político de Europa, sino qué fue lo que allanó el camino para su existencia.

A mi modo de ver, lo fundamental en la creación de un nuevo estado se encuentra en el modo en que cohabitan los pueblos del territorio que comparten. La manera más sencilla de verlo es a través de sus posturas: unos pueblos viven de espaldas unos de otros; otros viven de cara y miran hacia un mismo eje. El porqué es lo de menos, lo esencial está en que esas posturas se aprecian a lo largo de los siglos y que unas llevarán a estados francamente cohesionados, y otras a estados continuamente tensionados por fuerzas centrífugas o separadoras, y más pronto o más tarde, darán lugar a su disgregación (salvo, insisto, que se use la vía del exterminio, que también los hay que la consideran aceptable, los muy bestias).

Empiezo por Irlanda, un país que durante casi 800 años estuvo bajo dominio inglés y formó parte del Reino Unido hasta bien entrado el siglo XX. Sin embargo, y pese a los intentos de anglificación llevados a cabo de forma insistente por sucesivos monarcas ingleses, no hubo jamás modo de que ambos pueblos vivieran "de cara". Pese a todos los rasgos comunes, irlandeses e ingleses vivieron cientos de años de espaldas, hasta que los movimientos sociales emergentes del siglo XIX (algo que tiene mucho que ver con la educación política de las masas y la adopción de conciencia social y de clase) fueron lo suficientemente imponentes para librar a Irlanda del dominio de toda una potencia como Inglaterra. Sangre hubo, por supuesto, pero 1922 marcó el hito de una independencia que era a todas luces obligada  por el hecho de que Irlanda nunca encontró encaje dentro del contexto británico. y no me refiero a encaje político, sino a que eran sociedades que vivían espalda contra espalda.

Debo hacer un inciso antes de continuar para llamar a reflexión a aquellos historiadores que reclaman la existencia de una antigua convivencia  entre los pueblos de Hispania. No la puedo objetar, pero si niego la premisa de la que parten: hasta el siglo XIX el analfabetismo de las masas, la dura lucha por la subsistencia diaria, y la inexistencia de una amplia base social con ideas políticas (de hecho la política estaba reservada a una élite reducidísima y muy aristocrática) impedía "de facto" cualquier debate sobre la cuestión identitaria. O sea, que si no había discusión alguna era más porque había una sociedad aculturada y sin conciencia política que porque hubiera una auténtica argamasa que cimentara un proyecto social conjunto. Por lo tanto, comparar épocas pretéritas con lo que sucedió en todo el mundo a  partir de finales del siglo XVIII es absurdo, por incongruente. Algo así como preguntarle a los hotentotes del sur de África si se sienten nacionales de Botswana o de Namibia. Bastante tienen con su nomadeo como para que les calienten los cascos con disquisiciones geopolíticas.

Sigo con Noruega, otro país cuyo ejemplo deberían anotar los analistas políticos. Durante toda la historia europea, hasta principios del siglo XIX, formó parte del reino de Dinamarca, tras lo cual siguieron casi 100 años de anexión a Suecia. Sin embargo y pese a las innegables similitudes -incluso lingüísticas- de los países nórdicos, lo cierto es que Noruega y Suecia siempre habían vivido espalda contra espalda. Noruega tenía una orientación claramente atlántica, mientras que Suecia creó un imperio continental orientado al este. Ambas comunidades jamás se miraron de frente, y a la postre en 1905 Noruega alcanzó la independencia.

Para mí es meridianamente claro que  la vocación de un pueblo, o si se prefiere, su orientación, es claramente determinante de si predominarán fuerzas centrífugas o centrípetas en relación con los pueblos vecinos. Sirva de último ejemplo el del rompecabezas de los Balcanes, que sólo pudo coexistir como nación unificada bajo el régimen tremendamente autoritario de la Yugoslavia de Tito. Por más que algunos hablen de la armoniosa coexistencia pacífica de croatas, serbios y bosnios durante la posguerra mundial, es evidente que eran pueblos que históricamente habían vivido de espaldas unos de otros. Croacia mirando el oeste, hacia la Europa central; Serbia mirando al este, hacia Rusia, y la población musulmana mirando, como no, hacia La Meca. Yugoslavia sólo sobrevivió a sus fuerzas centrífugas mientras las amordazó un régimen que obviaba esas diferencias aplastándolas -pero no eliminándolas- bajo un ideario comunista.

De igual modo que un país tradicionalmente autoritario y de muy ralo pelaje democrático como España ha conseguido mantener unidos a sus diversos pueblos, que han vivido siempre de espaldas, salvo cuando tocaba obtener de la Villa y Corte las prebendas que fueran precisas para ir tirando. Históricamente, en España no ha existido una fuerza unificadora que aglomerase las diversas voluntades bajo un proyecto común y mayoritariamente aceptado. Había una Hispania del este,  de vocación mediterránea; una Hispania del norte, de vocación atlántica; una Hispania andalusí que -como muy acertadamente señalan destacados historiadores - tiene muy poco que ver con el concepto de España, por más que los folcloristas recalcitrantes se empeñen en lo contrario; y una Hispania central, que sólo podía expandirse bien mediante la aventura imperial de las Américas, bien por penetración en los territorios colindantes, cuyo caso más paradigmático fue el de la progresiva castellanización de las tierras valencianas. Por cierto, había otra Hispania atlántica, pero se llama Portugal, y nadie ha discutido nunca su independencia, pese a sus innegables similitudes de todo orden con el noroeste gallego.

Pero lo que destaca en la historia de Hispania es que si bien sus pueblos periféricos se proyectaban hacia el exterior, pero sin ambiciones en el interior de la península, el caso de Castilla fue distinto. Diría yo que necesariamente distinto: aislada del resto del mundo por su situación central en la península, sólo podía prosperar a base de una voluntad hegemónica que se hizo patente a lo largo de los siglos previos y posteriores a la unificación. Pero esa hegemonía jamás llegó a concluir en una capacidad para hacer que todos los pueblos de Hispania se miraran en un mismo centro. No se artículó como una fuerza atractica  ni atrayente, al estilo de lo que ocurría en Francia, por lo que resulta evidente que a largo plazo, a medida que la alfabetización, la cultura y las ideas políticas fueran calando en las masas, acabarían surgiendo movimientos identitarios que pronto o tarde manifestarían su hostilidad por un poder central y centralista que no había conseguido aunar voluntades y conciencias de forma permanente.

Sirva esto también para recordar que el tan denostado separatismo catalán, que algunos berzotas se empeñan en criticar como un artificio específicamente creado por cuatro líderes políticos de acá el Ebro, no es un movimiento aislado, sino que coincide con la creación de multitud de estados europeos durante el siglo XIX y primeros años del siglo XX, por lo que refleja unas cuestiones de mucho mayor calado que las meramente localistas y que tiene mucho que ver con la aparición de esas nuevas conciencias nacionales que germinaron por doquier sobre los restos de las viejas estructuras europeas.

Así que cuando me hablan de cohesión nacional de España me pregunto a qué diantres se refieren, porque aquí cohesión no ha habido nunca, y menos ahora que con el cuento autonómico del café para todos se ve de verdad hacia donde rema todo el mundo, incluso los más españolistas "de boquilla". Este país es un collage a base de remiendos y encolados y será bueno asumir que la cuestión nacional catalana  no desaparecerá jamás, por mucho que algunos crean que es una pesadilla recurrente pero que se extinguirá dentro de un europeísmo desvaído que será la cola que nos adherirá finalmente al concepto de una España.integrada en la Europa de las naciones. Y es que los hay que creen que la cohesión nacional se alcanza con tubos de pegamento IMEDIO ideológicos. Eso sí que es artificial.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Por motivos personales

Por qué reniego de Esperanza Aguirre


De entrada, algo que entiendo muy fastidioso viniendo de un personaje público. Y mucho más si se trata de un político, que es personaje público le guste o no. Se trata de la dimisión por motivos personales. Cuando a una persona la hemos elegido usted o yo, y miles de personas más, se debe en primer lugar a sus electores. Pero además, cuando ocupa un cargo relevante merced a los votos que han sufragado su ascenso al olimpo político, se debe también a todos a quienes gobierna, con independencia del sentido de su voto. Es decir, se debe a todos los conciudadanos cuyos destinos rige, para bien y para mal.

En ese sentido, me parece inaceptable la dimisión "por motivos personales", con lo cual no niego la posibilidad de que existan dichos motivos. Lo que censuro es que no se hagan públicos, como el electorado merece. Los políticos en ejercicio tienen la obligación ética de asumir que son figuras públicas, que en lo que concierne a su actuación política no tienen vida privada, y que si la tienen, está supeditada siempre a su quehacer como representantes y depositarios de la soberanía popular. Así que si un cargo público dimite, tenemos todo el derecho de saber por qué lo hace, y de evaluar los antecedentes y consecuentes de su decisión. Siempre le quedará el recurso de mentir rspecto a sus motivos, pero eso es algo que se incorporará a su currículum y que nos permitirá, en el futuro, actuar en consecuencia si ese personaje pretende reincorporarse a la política en activo.

La dimisión por motivos personales sólo beneficia a los reporteros, analistas políticos, tertulianos y demás ralea, comensales gozosos de un menú suculento, a saber: la especulación inmoderada y las elucubraciones febriles que les permitn llenar páginas y más páginas de prensa idiotizante con sus rumores más o menos infundados respecto a las auténticas causas de su dimisión. Pero a mi tales especulaciones me traen al pairo, porque suelen acertar tanto como mi boleto de la primitiva del sábado. Lo que yo quiero es que la señora Aguirre (y con ella todos los demás politicastros) me diga que se va porque la corroe el cáncer, o porque le han ofrecido chorrocientos millones los magnates de Las Vegas o porque, mucho me temo, se trate de una retirada estratégica, para dejar con el culo al aire al gobierno de la nación, y así, cuando el PP se estrelle bastante antes de lo previsto, reaparezca ella en olor de multitud como la salvadora del partido y de la patria, lo cual por muy legítimo que sea, es una guarrada de altura. A la altura de sus ambiciones personales, pero no de las necesidades del país, digo yo.

Viene esto a cuento de los panegiristas y exégetas de la labor de gobierno de la señora Aguirre, que no tienen el menor reparo en encumbrarla a las más altas cimas de las artes políticas, ejemplar como pocas. Ya les vale. Así que, en seco, hay que decir bien alto que la señora Aguirre es una política mediocre que ha conseguido destacar en el panorama nacional merced a que sus correligionarios y adversarios son de una mediocridad insoportablemente superior a la suya. Aquello de que en el país de los ciegos...

Vamos, que de doña Esperanza no se podría decir aquello de que "tenía el Estado en su cabeza". Lejos quedan aquellos tiempos en que las primeras figuras de la política española eran, además, grandes estadistas e ideólogos. Gentes como Carrillo, Fraga, Herrero de Miñón, Tierno, González, Solé Tura, Pujol, Arzallus y otros muchos. Políticos de los que podías disentir, a veces de forma extrema, pero a los que nadie podía negar un profundo conocimiento de la cosa pública y para los que primero estaba el debate de las ideas y luego todo lo demás. Esperanza forma parte de esa nueva generación de políticos panfletarios, de cuyos cerebros sólo puedes esperar eslóganes trillados y dogmas indiscutibles, una generación que inauguró un megalómano y poco cultivado Aznar (se diría que todo su bagaje ideológico lo aprendíó en un curso por correspondencia), y que luego se contagió a todas las demás formaciones, con muy escasas excepciones, hasta llegar a la vergüenza de hoy en día: la del político profesional que medra en la formación que sea y para el que la ideología y el conocimiento de las res publica ya no es siquiera un burdo maquillaje para disimular las imperfecciones intelectuales que esconde bajo su inane discurso.

La señora Aguirre se desayunaba cada día con una buena dosis de mala leche, aderezada con unas cuantas cucharadas de autoritarismo dogmático, y se caracterizó por un sectarismo inclemente y muy destacado; lo cual no deja de ser meritorio en un partido ya de por sí sectario como el PP. Resumiendo mucho, su mayor virtud es que "los tenía bien puestos", lo cual estaba muy bien para el general MacArthur, pero no creo que sea una cualidad notable para alguien que pretende ser una estadista demócrata, por más que sus admiradores babeen ante sus intransigencias y salidas del tiesto. A lo más que llegó fue a ser un remedo de la señora Thatcher, pero dudo mucho que el futuro reserve a la dama de hierro el calificativo de gran estadista. La señora Thatcher la lió parda igual que años después su discípula, pero su herencia no es la de un Churchill, ni la de Roosevelt que digamos, y como casi todos los neoliberales furibundos, su cuerpo doctinal era prácticamente inexistente, sólo salpicado por algunos balbuceos sugeridos por Milton Friedman y sus amiguetes. Eso sí, ambas fueron políticas sumamente coherentes, pero dios me perdone si no creo que la coherencia extrema sea una virtud política si no está acompañada de otras de más calado. A fin de cuentas, Hitler fue sumamente coherente hasta su muerte, pero ello no me sirve de gran consuelo.

Quede claro que no arremeto contra Esperanza por su adscripción al PP. Diría lo mismo de cualquier figura política que hubiera crecido a la sombra de tan detestable combinación de prepotencia, dogmatismo, autoritarismo y pseudoaristocrático desdén por las opiniones de los demás, al margen del partido político que la hubiera encumbrado a las alturas del poder. Porque la política de arrear sistemáticamente al contrario, la política  como forma de ejercer el poder por y para el poder, la política como apisonadora de razones y voluntades me parece deleznable. Por motivos personales.

martes, 18 de septiembre de 2012

Europa, Europa

Por qué soy euroescéptico (a mi pesar)


Va dedicado a quienes creen que el problema de los nacionalismos europeos se puede solventar mediante una auténtica unión política europea, y en un intento de echar balones fuera, consideran que las tensiones internas de hoy se podrán solucionar en un incierto mañana para el cual no hay calendario, por la sencilla razón de que estamos ante una utopía en el sentido literal de la palabra. Es decir, ante una aspiración irrealizable.

A un nivel "macro", Europa es un conglomerado que procede de tres tradiciones culturales completamente divergentes: una tradición mediterránea y grecolatina; una tradición centroeuropea, de corte germánico: y una tradición eslava. A la cual cabría añadir una cuarta, netamente insular y con mayor proyección al otro lado del Atlántico, pero no  menos influyente: la anglosajona. Estas tradiciones, aún cuando pueden haberse sintetizado o integrado en algunos campos del conocimiento y de la cultura, están aún a demasiada distancia en la vertiente sociopolítica como para permitir una integración nacional aceptable. Y lo demás son cuentos.

No  es desdeñable considerar que estas tradiciones están en gran parte conformadas por los grandes movimientos religiosos europeos, todos ellos de raíz cristiana, pero sumamente divergentes en su proyección social; a saber, las confesiones católica, protestante, ortodoxa y -nuevamente con sus peculiaridades específicas- la anglicana. Pese al creciente  laicismo de los ciudadanos europeos, negar la influencia de las diferentes religiones en la vida social y política europea es un absurdo, pues no hace falta analizar muy profundamente el programa de los partidos y las actitudes de sus dirigentes para percibir la influencia de la religión, y por ende, de la tradición cultural, en sus respectivos electorados.

En segundo lugar, del mismo modo que los colores de un determinado club aglutinan de forma sorprendente aunque inequívoca a personas que de otro modo no se sentarían juntas ni a tomar café, la clase política es consciente de que los movimientos que más intensamente y de forma más duradera vertebran a un electorado son los que apelan al nacionalismo. De ello concluyo que mientras exista una clase política elegible por sufragio universal, el único método que garantiza una elevada participación de los ciudadanos en el proyecto político es el que utiliza la cohesión nacional como eje principal de su discurso. Por ello, todos los políticos son extremadamente nacionalistas, aunque su discurso sea superficial y anecdóticamente  europeísta. De ahí el fracaso de iniciativas como la constitución europea, claro está. Y se veía venir.

En tercer lugar, el poder económico, en un mundo globalizado y deslocalizado, en el que se trata ante todo de fomentar el libre comercio y sobre todo, la libre circulación de capitales, no precisa actualmente de la eliminación efectiva de fronteras ni de la unión política de los estados europeos para sus negocios. Es más, mi convicción es la de que el poder económico, se mire como se mire, está muy interesado en mantener y fomentar las fronteras nacionales y los nacionalismos que encierran como forma de promover una competencia cada vez más feroz y acentuada entre los países europeos.  Dicho de otro modo, la tensión entre las naciones favorece el crecimiento del poder económico global. Río revuelto, ganancia de pescadores.

En definitiva, los poderes económicos, aunque en ocasiones sirvan parcialmente a intereses concretos, son básicamente aculturales, ateístas y transnacionales. En todo caso se mimetizan con determinados aspectos religiosos, culturales y socio-nacionales en función de su necesidad de copar un determinado mercado, pero no porque compartan de hecho sus valores. Valga como muestra la penetración de Coca Cola en la extinta Unión Soviética, o de McDonalds en la China comunista, entre cientos de ejemplos.

Así que para que tuviéramos una Europa unida políticamente sería necesario, en primer lugar, crear una tradición cultural única que sintetizara dos mi años de historia más bien divergente. En segundo lugar, necesitaríamos una sociedad totalmente laica o, al menos, no influida política y socialmente por las diversas religiones nacidas en el continente. En tercer lugar, serían precisos unos sistemas políticos que no primaran en absoluto el nacionalismo como forma de atracción del elector. Y por último, unos poderes económicos que se vieran realmente favorecidos, o al menos estimulados, por una unión política efectiva de las naciones europeas.

De modo que, a mi modo de ver, Europa será siempre una gran mercado común, que es lo que fue en un principio, y que es lo que sigue siendo hoy en día, pese a la retórica pretendidamente integradora de nuestros ínclitos dirigentes. El negocio es el negocio, y todo lo demás es accesorio, por lo que una Europa políticamente unida es un trabajo demasiado ingente y muy poco alentador para quienes manejan los hilos del asunto económico.

O sea que dejémonos de tonterías: Europa sí, pero sólo en las estanterías de los comercios. Mal que nos pese a algunos.



sábado, 15 de septiembre de 2012

Ecolocuras

Por qué reniego del ecologismo al uso


Harto ya de los graznidos de los expertos mediáticos en política -que son declarados expertos por decreto de los poderosos propietarios de los medios de comunicación que les pagan sus 30 monedas de plata por traicionar sistemáticamente la objetividad y la ecuanimidad- voy a disparar hoy contra otra de las tontunas que hacen vibrar a millones de mentes acríticas y escasamente documentadas, que es de lo que se trata. O sea, voy a arremeter contra el ecologismo rampante, que tanto mal está haciendo a la historia intelectual de estos tiempos que corren.

Vaya por delante que yo también creo que hay que cuidar el medio ambiente. Tenemos la obligación moral de sanear nuestro entorno y hacer del planeta un sitio habitable. Tenemos que ahorrar los recursos de la Tierra, porque no son infinitos. Tenemos que buscar la eficacia y la eficiencia energética y productiva. Tenemos que minimizar la generación de residuos y racionalizar el modo como nos deshacemos de ellos. Y tenemos que hacerlo ya. De acuerdo. Pero para todo ello no tenemos por qué utilizar argumentos no contrastados, sentar dogmas basados en la falsedad, crear una doctrina basada un una especie de fe irracional, ni demonizar el progreso tecnológico. Especialmente esto último, porque es el progreso tecnológico el que puede hacer que la Tierra siga siendo habitable durante muchos siglos más.

El discurso ecológico al uso (entendiendo este término en su sentido político, no en el científico) está dando por sentadas determinadas cuestiones como motor y eje de la acción sobre la que se ha de vertebrar la política medioambiental de los países desarrollados durante este siglo. A mi modo de ver, esas argucias tremendistas pueden tener cierta efectividad de cara a la población general, pero nada tienen que ver con la evidencia científica sobre la que pretenden apoyarse.

Lamentablemente, tengo que renegar de muchas de las afirmaciones que se hacen. Por ejemplo, no es cierto que la mayoría del oxígeno se genere en la Amazonia, por más que esté de acuerdo en que tenemos que salvarla, porque su biodiversidad es algo que no podemos permitirnos el lujo de perder. Lo cierto es que el pulmón del mundo son los mares, y el mayor generador de oxígeno es el fitoplancton, y eso no hay biólogo que pueda rebatirlo.

Tampoco es cierto que esté demostrado que las emisiones de CO2 sean las causantes del efecto invernadero que -presuntamente- puede acabar con la vida en la Tierra. Cualquier estudioso del tema conoce perfectamente que nuestro planeta ha sufrido períodos con concentraciones de CO2 mucho más elevadas, sin que ello afectara la diversidad de la fauna y la flora terrestres. En fin, que la vida -especialmente la vegetal- floreció como nunca cuando las concentraciones de CO2 eran notablemente más altas. Así que, aunque estoy de acuerdo en reducir las emisiones, sencillamente por una cuestión de respeto medioambiental, no lo estoy en cuanto a los argumentos que se usan, que no son compatibles con la evidencia de la historia de la vida sobre este planeta.

Como aduce Bjorn Lomborg en su obra "El Ecologista Escéptico", detrás del ecologismo rampante hay oscuros intereses económicos. En cierto modo, el ecologismo se ha convertido en una especie de multinacional que moviliza muchísimos recursos, y que enriquece a una serie de corporaciones que basan su éxito en que los fondos provienen casi todos de aportaciones estatales, es decir, del dinero de todos nosotros, a través de nuestros impuestos. Y no deja de ser gloriosamente cínico que, como señalan Lomborg y otros ecoescépticos, las mismas corporaciones que contaminan son beneficiarias de ingentes recursos a través de su penetración en otras corporaciones dedicadas al ecologismo activo.

Tal vez la mayor y más insidiosa mentira de esta ecolocura imperante, presentada en sociedad y  puesta de largo como un hecho incontrovertible y que goza del consenso científico mundial, es la del cambio climático. En primer lugar, porque el supuesto unánime consenso no es tal. Sencillamente se silencia la voz de los cientos o miles de científicos que no están de acuerdo con las aseveraciones respecto al calentamiento global. Y eso es porque los hechos, analizados con objetividad matemática y estadística, no avalan el tan cacareado cambio climático. Y también porque como siempre que se trabaja en contra de la doctrina oficial -pues de eso se trata, de una doctrina y no una evidencia- los científicos que manifiestan su disconformidad se arriesgan a perder los fondos para sus proyectos de investigación, a ser marginados y excluidos de las publicaciones oficiales y a ser convertidos en parias de la comunidad científica (que eso da para otra entrada, y bien larga, en el blog).

En primer lugar, no está de más señalar que estamos en un período interglacial, que según las series estadísticas observadas, está llegando a su fin. Así que lo normal será que por mucho que calentemos el planeta, no podremos evitar las fuerzas telúricas que volverán a cubrirlo de un manto de hielo en unos pocos siglos. Desde esta perspectiva, un poco de calentamiento no nos iría mal, porque en lo que también coinciden casi todos los científicos no amordazados, es que será mucho peor volver a vivir un período glacial en el que las nieves perpetuas llegarán hasta la península ibérica y al sur de las grandes llanuras norteamericanas, que no un calentamiento cuyos efectos reales están por ver, por mucho catastrofismo que se le quiera poner al asunto. No está de más señalar que el registro fósil demuestra que la vida prosperó mucho más en una Tierra cálida que un planeta helado. Una obviedad que a nadie parece importar.

Por otra parte, cualquier ciencia que se fundamente en el seguimiento de un registro de series estadísticas, debe hacerlo sobre una muestra que sea claramente significativa. En climatología, una muestra significativa no son 100 años, porque está claro que las variaciones naturales del clima siguen períodos mucho más amplios. Por tal motivo, si se toma un período con pocas muestras, se están introduciendo unos sesgos que pueden ser de mucha gravedad, por el pronunciado error que acumulen. La estadística, en las manos inapropiadas (y casi siempre lo son, tanto las de los políticos como las de los ecolocos), puede generar atrocidades pseudocientíficas, y una de las mejores maneras de pifiarla es la de tomar series cortas e inadecuadas. A modo de ejemplo, si se quiere evaluar otro fenómeno atmosférico, como la lluvia en una ciudad, a nadie en su sano juicio se le ocurriría efectuar un seguimiento de sólo un año para determinar la cantidad y periodicidad de las precipitaciones, y pronosticar así una tendencia en el futuro.

Con el clima pasa lo mismo, pero a una escala fenomenalmente más amplia. Y además las variables que influyen son tantas y tan mal conocidas que resulta poco menos que imposible predecir las variaciones con un margen de error aceptable, salvo que utilicemos una escala de milenios. O sea que es una barbaridad hablar de cambio climático basándonos en los datos de los últimos 100 o 150 años, sobre todo porque a nadie debería escapar que desde mediados del siglo XVI a mediados del siglo XIX, el hemisferio norte sucumbió a la "Pequeña Edad de Hielo", con temperaturas notablemente inferiores a las normales. De modo que cuando se recuperaron las temperaturas, los "expertos climáticos" de 1870 podrían ya estar muy alarmados por un calentamiento global que desde luego, no había causado la actividad humana.

En resumen, que no niego que sea posible que exista un cambio climático. En realidad, sería muy preocupante que no existiera tal cambio, porque la historia de la Tierra está plagada de esos movimientos en el registro meteorológico y nada hay que indique que deban dejar de producirse, por una serie de factores cósmicos y planetarios. De lo que se trata es de dejar de construir falsos dogmas, y dejar de atemorizar a la población con fantasmagóricos y espeluznantes escenarios de destrucción masiva causada por el hombre.

Porque en el fondo, todos esos argumentos no hacen más que facilitar munición a los extremistas de signo contrario, a los reaccionarios fascistoides que siempre están a la espera de que esas apocalípticas predicciones se vengan abajo para bombardearnos con su discurso ultraliberal, de "laissez faire, laissez passer", que es a la postre justo lo contrario de lo que pretendemos quienes somos racionalmente críticos con el modelo imperante de ecologismo radical, presuntamente progresista. Porque el progreso sólo es tal cuando es fiel a la verdad.




viernes, 14 de septiembre de 2012

Banderas y otros trapos

Por qué me obligan a ser nacionalista


En una entrada anterior me reafirmaba en mi independentismo, sin por ello ser nacionalista. A los que crean que esto constituye una contradicción les diré, de nuevo, que mi independentismo es de corte práctico, basado en mi absoluta convicción de que Cataluña se gestionaría  de forma más eficaz y eficiente como estado independiente que formando parte de este galimatías inoperante llamado España. Y que esta convicción la hago extensiva a muchos otros países cuya articulación estatal es más bien chirriante.En resumen, mi independentismo es ante todo racional. Puede que discutible, pero racional.

Así pues, voy a aclarar el título de esta entrada. Efectivamente, soy de los que considero que una bandera - cualquier bandera- no es más que un trapo lleno de mierda y sangre,  sobre todo de la sangre de muchos inocentes. Las banderas han matado más gente que las armas nucleares, los gulags y los campos de exterminio nazis juntos. Las banderas son la víscera elevada a la categoría de espíritu. Algo repugnante, sobre lo que se cimenta una estupidez llamada patriotismo, que no es más que la falacia de creer que pertenecemos a un grupo al que nos une algo especial. O que compartimos  la Historia, fíjate tú, como si la historia -cualquier historia, de cualquier país- fuera algo de lo que sentirnos orgullosos en general.(no quisiera aquí yo irritar a mi admirado Arturo Pérez-Reverte, pues no niego que hay episodios históricos de los que uno puede sentirse orgulloso, pero de lo que estoy hablando es de que la Historia, así con mayúsculas, es algo más bien deplorable, si tenemos en cuenta la cantidad de personas que fueron sacrificadas en la construcción de semejante falacia, siempre ideologizada e interesada, y que siempre, o casi siempre, relata la visión de los vencedores, y omite la desgracia de los vencidos).

En fin, que el nacionalismo me parece nefasto y peligroso. Pero, y aquí viene el quid de la cuestión, me jode mucho que embozados bajo la capa del antinacionalismo, se esconden otros, mucho más nacionalistas, expansionistas e imperialistas que quienes son acusados de tales. En los casi 35 años de democracia española, no ha habido ni un sólo día que los ataques al nacionalismo vasco y catalán no hayan sido protagonizados por ultranacionalistas aún más furibundos, amparados en la "sagrada unidad de la patria". Ese españolismo casticista  que siempre ha dado tanto miedo a cualquier persona sensata y civilizada.

Que menuda necedad ésta, porque la unidad de la patria no tiene nada de sagrado, y mucho menos de permanente.  y si si no que le pregunten a los romanos, o a los persas, o a los egipcios. Y mucho más cerca, también me imagino que el califato de Córdoba debía ensimismarse en su proyección universal y eterna, o el imperio otomano; o mucho más recientemente Suecia, cuyas fronteras se extendían hasta las puertas de San Petersburgo. Y hace dos días, el pobre mariscal Tito murió pensando que había Yugoslavia para rato. Y ya ves, nada es eterno, ni España en su configuración actual. Podemos estar bien seguros que dentro de 300 años más, aparte de estar  todos calvos, seguramente no existirá algo llamado Reino de España tal como ahora lo conocemos.Al parecer lo único eterno es la estupidez de quienes se oponen  al hecho indiscutible de que la historia, entendida como devenir de los pueblos,  no es estática, por definición.

Así que lo que pone de una mala leche sensacional es que so pretexto de salvarme de un pretendido catalanismo nefando, cáncer de la sociedad española, pretendan envolverme con la bandera rojigualda y aleccionarme: que no me he enterado bien, que soy español, casi ná. Y por Belcebú que entonces si que echo mano al cinto en busca de mi pistola ideológica.

Porque sólo soy nacionalista cuando me obligan. Cuando los editoriales de la prensa "nacional" comienzan a decir barbaridades y estupideces, de forma alternativa o simultánea (más bien simultánea); cuando pretenden que enarbole una bandera por sus cojones y olé. Cuando para combatir un nacionalismo, acusan a mi país de "nazi" (hay que tener valor para una cosa así desde un escenario que destacó por la bufonada de la "ejemplar transición democrática" para que los auténticos nazis y carniceros siguieran campando a sus anchas, esos sí, manchados con la sangre de montones de inocentes) Porque si tengo que enarbolar una bandera, yo que soy catalán con sangre andaluza, aragonesa y alemana por mis venas, amén de bastantes hematíes hebreos, escojo libremente y no por imposición. Y escojo la que me es más próxima, la del lugar en el que nací, crecí, y seguramente moriré.Y escojo la que me parece más civilizada, más abierta, menos inquisitorial, más libre. O sea, que escojo la de Cataluña. 

Estoy harto de la infamia del insulto sistemático a Cataluña, porque me obliga a tomar posiciones muy beligerantes frente a idiotas que tal vez saben hacer la O con un canuto, pero de ahí no pasan, los muy analfabestias. Así que enterraré mi bandera cuando me enfrente a alguien que oponga sus ideas a las mías desde una perspectiva realmente universal, civilizada, humanista y racional, sin pretender adscribirme, por la gracia de Dios y las disposiciones del gobierno de la nación, los colores de su bandera, con su mierda y su sangre a cuestas.


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Patrañas

Por qué es mentira la exclusión de Cataluña de la UE


Ayer hacía un comentario respecto a la situación de Cataluña en el contexto de una potencial independencia. Hoy lo quiero recalcar, sobre todo por algunos pretendidamente sesudos comentarios de algunos descerebrados mediáticos de toda calaña, que o bien no se enteran, o bien no piensan, aunque lo más seguro es que sucedan ambas cosas..

Decía ayer, insisto, en que el artículo 49 del Tratado de la Unión no contempla la situación en la que un estado miembro se divide en dos o más estados. Una circunstancia en la que los próceres del europeísmo no habían caído (¡anda, los donuts!) y que ahora les trae más quebraderos de cabeza a sumar a los que ya se les acumulan, pese a la extensión inacabable e indigerible del corpus legislativo de la ¿Unión?.

A las iniciales declaraciones de ayer, en el sentido de que Catalunya quedaría fuera de la UE en el caso de independencia, ha seguido hoy una matización por parte del vicepresidente de turno, que en el fondo ha venido a dejar las cosas como estaban: no se sabe que hacer en este tipo de casos. Y lo que hagan, lo harán sobre la marcha. Claro.

De entrada debo señalar que cuando una cosa no está regulada, sencillamente no está regulada, lo cual no quiere decir que no se le pueda aplicar el derecho  internacional en el sentido más conveniente para las partes. Y mucho menos quiere decir que se la pueda excluir del ordenamiento jurídico. Hay que ser muy inculto, o muy torticero, para pretender que los marcos de alegalidad son equivalentes a exclusión. Antes al contrario, lo que no está regulado está permitido, mientras no se incorpore la situación a un marco legal definitorio de la misma.. Dicho de otro modo y en palabras que todos entienden (y que incluso los voceros mediáticos anticatalanes deben admitir): todo lo que no está expresamente prohibido está permitido en tanto no exista una disposición de rango legal que así lo establezca.

Por lo tanto, si no está expresamente establecido que la secesión de un estado miembro deba comportar la solicitud de una nueva admisión por parte de los estados resultantes, quiere decir que mientras dios o Merkel no lo remedien, los estados secesionados deberían seguir siendo miembros de la UE.. Pero dejen que contenga la risa, que ahora explico algo que tiene su gracia.

El señor Olivier Bailly, portavoz de la UE, junta a la desgracia de ser un bocazas la de ser belga (lo que no deja en muy buen lugar a sus compatriotas, pobres). Bien, es de todos conocidos -bueno, de todos no, porque los periodistas españoles no se enteran, por lo que se ve- que Bélgica puede sufrir en muy pocos años una escisión entre el norte flamenco y el sur valón. De hecho flamencos y valones viven mucho más de espaldas que catalanes y españoles, por un decir. Es más, en Bélgica todos dan por sentado que ambas comunidades acabarán separándose.

Cuál debe haber sido el espanto de sus jefes en Bruselas, porque ante la tesitura que ha planteado el señor Bailly resulta que si Valonia y Flandes se separan, nos encontraremos, oh dios mío, ante la escabrosa circunstancia de que la ciudad que alberga a las más altas  instituciones europeas estará fuera de la Unión Europea porque el estado que la albergue deberá solicitar de nuevo la adhesión. Esperen que me seco las lágrimas antes de continuar. Lo más divertido es que la sede de la UE no formará parte de la UE hasta que se acepte su adhesión. Para partirse de risa.

Por esto no son pocos los juristas que han insinuado que la escisión de estados miembros no puede comportar otra cosa que el mantenimiento de los estados resultantes dentro del Tratado de la Unión. Esperen, no se vayan aún, que todavía hay más.

Supongamos un escenario en el que España se separa de Catalunya, es decir, el inverso del que se plantea. No por improbable resulta imposible desde el punto de vista jurídico. Sigamos con la hipótesis: España se escinde de Catalunya. Me pregunto ¿implicaría eso la salida de España de la UE conforme a los criterios que proclaman los bocazas mediáticos?. A mi me parece que no (y a los de Intereconomía les daría un soponcio si se planteara tamaña barbaridad).

Pero es que aún hay más: ¿qué sucede cuando un estado miembro se divide en dos o tres o cuatro estados miembros?. Pues que desde un punto de vista ontológico el estado inicial deja de existir. En este supuesto ya no existiría el Reino de España que suscribió el tratado de la unión en su momento, por lo que, de acuerdo con el señor Bailly, todos los estados resultantes deberían solicitar su nuevo ingreso en la Unión. Llevemos esta argumentación al extremo: todas las Comunidaes autónomas deciden independizarse, menos Ceuta y Melilla, que pretenden seguir siendo el Reino de España. Así pues, Ceuta y Melilla siguen en la UE, y el resto queda fuera. En resumen dos territorios africanos, minúsculos por más señas, seguirían siendo España., y estarían en la Unión. El resto, a solicitar el nuevo ingreso.

El argumento no está traído por los pelos: cuando se escindió la Unión Soviética, desapareció la Unión Soviética, y quedaron en su lugar una serie de estados cuya suma era igual a la antigua URSS. Cuando se escindió -a lo bestia- Yugoslavia, nada quedó como la tal Yugoslavia. Si se escinde España, y da igual que sea Catalunya, Euskadi, o Extremadura, lo que queda no es la antigua España, sino otro estado diferente, aunque pretenda seguir llamándose Reino de España.  Por ejemplo, si se escinde Escocia, o Gales, o ambos, ya no existe el Reino Unido, porque sólo queda Inglaterra.

Así que el problema es más bien de denominaciones, por una parte, y de atribución de cual es el estado nuevo y el antiguo, pero políticamente los dos (o tres, o cuatro) estados resultantes son nuevos y ninguno de ellos tiene por qué ostentar, en exclusiva, las facultades que le permitieron adherirse a la UE en su día. No quiero ni pensar qué sucedería si España se dividiera exactamente en dos estados nuevos e iguales en población y recursos, y uno se llamara España del Este y el otro España del Oeste. ¿Cuál de las dos Españas, además de helarme el corazón, seguiría en la UE?

Un último apunte, no por ello menos obligado. Si un estado cambia su estructura y pasa a ser una federación, o incluso una confederación de estados por métodos pacíficos y unánimente aceptados, eso también debería implicar su salida de la UE y una nueva renegociación de su adhesión, si seguimos los argumentos, a estas alturas bastante en entredicho, de quienes quieren una Catalunya arrojada a las horcas caudinas del ostracismo europeo si se independiza.

Conclusión: los antiindependentistas tendrán que buscar argumentos más sólidos que los empleados hasta ahora para atemorizar a la población, aunque en todo caso, nadie dude que si planteara una situación así, Catalunya tendría su adhesión más que garantizada a la Unión Europea. Otro asunto es saber si en el futuro todo esto va a servir de gran cosa si nuestros europeístas dirigentes no se ponen en la labor de conseguir una auténtica unión política y se dejan de mercadeos vergonzantes. Y vergonzosos.


martes, 11 de septiembre de 2012

11 de setembre

Por qué no me da miedo ser libre

Cena de viejos amigos en el día anterior a la celebración del 11 de setembre. El tema estrella es, cómo no, la independencia. Opiniones diversas y a veces controvertidas. Natural. Lo que no me pareció tan natural fue algunas posturas contrarias al independentismo fundamentadas en el miedo a lo que pueda suceder. Un miedo que detecto en amplias capas de la población. Un miedo muy propio de esta generación tan tristemente acomodaticia de la que formo parte.

Es cuando menos sorprendente que una generación que no hace más que quejarse de la poca valentía de la juventud a la hora de encarar su futuro; y de como nuestros hijos se quedan en casa hasta cumplidos los 30, no se percate (para lo cual no hace falta mucha perspicacia) que constituye la generación más cervalmente miedosa de todas las de posguerra.

Nuestros hermanos mayores lucharon por su libertad, y eran capaces de irse de casa con cuatro cuartos a vivir en condiciones que calificaríamos como mínimo de poco confortables, a finales de los 70 y durante los años 80. No es excusa que hubiera más trabajo, porque no lo había tampoco entonces, y muchos se iban a pisos compartidos, hacinados y escasamente habitables, sólo por el placer de estrenar su libertad, y de disfrutarla como corresponde a cualquiera que se precie.

Nosotros nos hemos aburguesado tanto que no podemos resistir la perspectiva de ser más libres aunque el precio a pagar sea ser algo más pobres. Y claro, al calor de este 11 de septiembre, la reflexión que cabe hacer es si con este material humano podemos afrontar con garantías la independencia de Catalunya.

Vergüenza nos debería dar que le  pongamos tan fácil las cosas a los españolistas de la caverna, dando crédito al miedo que intentan infundir en una sociedad que, ya va siendo hora, tiene la obligación moral de aceptar el riesgo de la libertad por el bien de las generaciones futuras.

Porque además, ¿son ciertos los riesgos de los que hablan?¿es real la perspectiva de un dramático empobrecimiento?. A continuación voy a rebatir esa imagen distorsionada de la libertad que pintan los voceros del pesimismo histórico que a nada conduce.

1. La historia reciente no confirma el apocalipsis. Ni la separación de los países bálticos de Rusia, ni la secesión de Eslovenia, ni la ruptura entre Chequia y Eslovaquia, por citar sólo el caso de países europeos de dimensiones similares a las de Catalunya, ha dado lugar a largos períodos de empobrecimiento ni de agitación social, por más que algunos españolistas de pro les hubiera gustado que así fuera. No entraré en más explicaciones, a la historia reciente me remito.

2. Las empresas no abandonarían Catalunya. Esta es una de las estupideces de mayor calado: como viene siendo patente en las últimas décadas, el capital no conoce de patrias ni de banderas; sólo de la optimización de beneficios. Una Catalunya independiente no provocaría el marasmo económico que algunos auguran, por la sencilla razón de que los poderes económicos sólo se sienten amenazados por la inestabilidad social, pero no por la redefinición de unas fronteras nacionales que se demuestran inexistentes a efectos económicos con la globalización y el libre comercio. 

3. No habría una ruptura de la sociedad catalana. Ni muchísimo menos. Me remito de nuevo a los países bálticos, donde un porcentaje muy alto de la población es rusa o rusófona, y la transición a la independencia se ha producido con muy pocos problemas sociales. Incluso parte de esa población rusófona estaba claramente a favor de la independencia, lo cual debería hacer reflexionar a los residentes de origen no catalán, porque resulta obvio que los beneficios de la independencia no se extenderían sólo a los catalanes de nacimiento, sino a todos los habitantes de Catalunya. 

4. No tendríamos que salir de la Unión Europea. Esta patraña malintencionada y obtusa sólo se puede dirigir a quienes desconocen los mecanismos de reconocimiento de soberanía de la UE. El artículo 49 del Tratado de la Unión sólo se refiere a la adhesión de estados ya existentes, pero existe un vacío legal sobre la adhesión de estados resultantes de la escisión de países miembros. Muchos juristas opinan que cualquier país soberano resultante de la escisión de algún  miembro de la UE, siempre que dicha escisión sea por métodos pacíficos y conforme al derecho internacional, ha de ser acogido de inmediato en el seno de la UE con los mismos derechos que antes de la separación.

5.Estamos estructuralmente preparados para la independencia. Si el apartado anterior es una patraña, este resulta de una imbecilidad pasmosa. Quienes afirman que Catalunya no está estructuralmente preparada para la independencia deben estar mirando a otro sitio del mapamundi, Botswana, por un decir. En palabras de economistas como Krugman o Koo, la ventaja de España en general, y de sus regiones en particular, es que al haber construido una infinidad de infraestructuras hasta 2007, existe en realidad una inflación estructural que permitirá al país no tener que acometer grandes obras en los próximos 25 años. En particular, en Catalunya tenemos:

- un conjunto de aeropuertos diseñado para ser viables hasta el fin del siglo XXI, totalmente infrautilizados en la actualidad.
-uno de los mayores puertos del Mediterráneo, muy modernizado y ampliado en los últimos años.
-un ancho de vía europeo que estará en funcionamiento en 2013, y no para el AVE precisamente, sino para el transporte de mercancías por todo el continente.
- una entidad financiera sumamente consolidada y poderosa de capital estrictamente catalán.
- un sector servicios plenamente desarrollado
-unos medios de comunicación propios, modernos y potentes, con capacidad de proyección internacional.
- una administración pública desarrollada y que lleva en funcionamiento muchos años.
- una sanidad pública y una educación aún hoy en día superiores a las del resto de España, pese a los recortes.
-un sector turístico totalmente consolidado y orientado al extranjero.
- una situación estratégica que nos da muchas ventajas para la importación y exportación a Europa, y demás países del área mediterránea.
- unas comunicaciones envidiables, pese a los peajes (a los que por otra parte, ya estamos habituados).

6. La financiación no tiene que ser un problema. Los agoreros indican que la prima de riesgo de Catalunya es muy superior a la de España, lo que conllevaría una imposibilidad de obtener financiación internacional. Argumento risible por endeble: no es comparable la prima de riesgo de un país soberano con la de sus territorios dependientes. En todos los países europeos, los territorios no soberanos con capacidad de endeudarse tienen primas de riesgo superiores a la estatal, incluyendo a los land alemanes. Muchos economistas opinan, al contrario, que la independencia de Catalunya afectaría positivamente a su financiación internacional, por ser una de las regiones ibéricas más dinámicas, ricas y con mayor capacidad de desarrollo. Obvio.

7. El boicot español a los productos catalanes no sería tremendamente desestabilizador . Algunos sugieren que como el intercambio comercial de Catalunya es en sus dos terceras partes con España, el boicot español a los productos catalanes podría estrangular la incipiente economía libre de Catalunya. Grave necedad: como ya he apuntado antes, en primera y única instancia, las compras de bienes y servicios se hacen de forma manifiestamente mayoritaria en virtud de la relación coste/beneficio. Es cierto que al principio ciertos sectores especialmente sensibilizados y anticatalanistas de  España boicotearían la compra de productos made in Catalonia, pero a medio plazo se conformarían como reductos puramente testimoniales, que por otra parte, ya nos boicotean periódicamente en la actualidad, sin independencia ni nada por el estilo. La historia demuestra, con países tan ultranacionalistas como USA, que muy pronto olvidan su patriotismo comercial, y vuelven a  comprar productos japoneses y chinos en masa, pese a haberlos pintado como el mayor peligro para América después de la caida de la Unión Soviética. Y si no que le pregunten a Toyota o Samsung. La gente no está para tonterías, y si les ofreces un buen producto a un buen precio, lo comprarán más pronto o más tarde. Lo demás son paparruchas teñidas de economicismo barato, tipo Intereconomía.

Así que como catalanes, NO tenemos excusa para temer la independencia. Lo que nos hace falta es algo que desde los lejanos tiempos de los almogávares, se ha ido perdiendo por las cloacas de nuestra confortable vida de burgueses acomodaticios : tenerlos bien puestos y aprender a plantarnos y decir que no, que ya basta. Que hasta aquí hemos llegado.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Grandes Hombres

Por qué no admiro a nadie

La admiración por alguien, sin filtros ni reservas, me parece deleznable. Y es terriblemente triste que me haya tocado vivir en una época en el que la ultrapenetración de los medios en la vida de las personas corrientes ha contribuido, más que nunca, a la creación de héroes que todos tenemos que idolatrar, admirar y emular. Y encima internet  ha contribuido de forma grosera  e indiscriminada a la estulticia universal en esto de la mitificación de individuos sobresalientes en algún área más o menos relevante de la actividad social.

La sociedad moderna, en vez de cultivar un sano escepticismo respecto a la categorización de los individuos con talentos remarcables, los eleva a la categoría de semidioses cuyas opiniones y actitudes gozan de amplio prestigio, aunque no tengan nada que ver con la disciplina particular que les encumbró a la fama. Y no acabo de entender como casi nadie incide en los aspectos negativos de esos grandes hombres y mujeres que han conformado el imaginario colectivo del presente.

No debería obviarse que en muchas ocasiones, un talento excepcional para el pensamiento puro, para la ciencia, para el arte o para la política, se traduce en una especie de déficit congénito para lo humano (caso aparte merece el de los deportistas, cuya influencia encuentro espantosamente negativa, porque los medios elevan las hazañas de su cuerpo a la categoría de mitos, mientras se pasa de puntillas por sus más que manifiestas carencias intelectuales y espirituales).. Espanta repasar la vida de nuestros grandes hombres y mujeres, que por regla general fueron cualquier cosa menos ejemplares padres de familia, o solidarios humanistas. Más bien resultaron ser unos hideputas integrales, por más que como Edison, aportaran muchas invenciones útiles a la vida moderna.. O como un Steve Jobs elevado a la categoría de semidiós a raiz de su fallecimiento. Individuo éste notoriamente peligroso en las distancias cortas, por lo que podía tener de cruel e inhumano, al decir de algunos prójimos próximos que lo padecieron.

A fin de cuentas, también Heydrich era un excelente y amoroso padre de familia, amén de un gran intérprete de violín, pero ninguna de esas cosas obvió las atrocidades que cometió en nombre del Tercer Reich, y sin embargo nadie lo recuerda por sus virtudes, y eso que era un hombre extraordinariamente inteligente, mucho más que la mayoría de cretinos que pueblan las páginas de historia de este desgraciado siglo.

Culpo de ello a la prensa, evidentemente, porque ha demostrado ser el instrumento más maniqueo del que se ha dotado el hombre para expresar sus opiniones. Resulta pasmoso leer determinados panegíricos que se escriben sobre ciertas personalidades, total porque han conseguido un triunfo personal en su actividad profesional, sin considerar que muchas veces lo han labrado pisoteando a compañeros, renegando de los más elementales principios éticos y sacrificando de un modo indecente a sus familias. Ay, si hablaran las esposas e hijos de muchos de estos "ejemplos a seguir". 

Me he pasado la vida intentando que mi hijo no admirase a nadie, o que bien admirase sólo sus logros concretos en determinada materia, pero que también cuestionase su valores y actitudes en los demás ámbitos de la vida. Y en mi etapa como docente también traté de conseguir en mis alumnos una mirada crítica y escéptica sobre los rimbombantes calificativos que se concedían a los afortunados que la gloria profesional, científica o deportiva encumbraba. Pero ahí estamos, santificando cada vez más y más deprisa a nuestros superhéroes de turno. Y de pacotilla,  aunque ganen el Nobel de lo que sea.

Después de mucho leer y releer proclamo, con muy poca incertidumbre, que la mayoría de los reconocidos como genios eran seres con unas carencias tremendas en el plano humano. Ególatras, excluyentes, tiránicos, auténticos trepas capaces de sacrificar a sus seres más próximos (no me he atrevido aponer "queridos", porque dudo que fueran capaces de querer de verdad a nadie) en el altar de su propio triunfo, de su gloria imperecedera. En ese sentido, encuentro muy recomendable el libro "Una breve historia de casi todo", donde Bill Bryson retrata a los personajes clave de la ciencia con breves e irónicas pinceladas que los ponen en su sitio, y de qué manera.

Y pues, ¿son realmente dignos de admiración?. Yo creo que no, que sólo es admirable el hombre íntegro. Y la integridad, tristemente, es muy escasa en el Olimpo. 

Así que no confundamos a los genios y sus obras. Admiremos sus logros para la humanidad. Seamos críticos con sus personalidades y actitudes. Y dejémonos de tonterías por el bien de las generaciones futuras.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Capitalismo y democracia

Por qué no creo en el liberalismo económico

Leyendo el fenomenal "tocho" de Peter Watson, "Historia intelectual del siglo XX", repaso las claves del pensamiento político y social de inicios del siglo XX, y descubro, no sin cierto asombro, que el debate sobre la decadencia moral de la sociedad moderna ya estaba plenamente instaurado en aquellos lejanos años, de una forma que podríamos afirmar que es contundentemente moderna y actual.

Resulta sorprendente que pensadores sociales como R.H. Tawney, en los primeros años veinte ya cuestionaran el modelo del consumismo en obras como "La sociedad adquisitiva" (según una traducción del inglés excesivamente literal para mi gusto) y que plantearan de forma cabal la controversia entre capitalismo y democracia. O más exactamente, su más que factible incompatibilidad.

Según Tawney, capitalismo y democracia son incompatibles debido a la esencia claramente voraz, acaparadora y excluyente de la sociedad capitalista y su tendencia imparable a enriquecer desmesuradamente a unos pocos a costa de la mayoría. Su tesis ha sido rechazada por la mayoría de los economistas liberales posteriores, que se han basado en que el capitalismo, con su generación de riqueza para amplias capas de la población durante el período posterior al final de la segunda guerra mundial, ha dotado a las sociedades occidentales de una estabilidad imprescindible para la consolidación de las democracias; pero a mi modo de ver, en estos inicios del siglo XXI, no sería mala idea retomar las hipótesis de Tawney a la luz de las actuales circunstancias.

Mi tesis se fundamenta en que el capitalismo liberal ha sido, efectivamente, un aliado de la democracia mientras uno y la otra han tenido enemigos externos comunes. Resumiendo, que han sido aliados de conveniencia porque había otras amenazas peores en el horizonte. El fascismo y el nazismo, primero; y el comunismo después, vertebraron una asociación que mirada de cerca, parece un tanto "contra natura".

Con la caída de los últimos bastiones del comunismo, el capitalismo liberal ya no tenía otro enemigo que los diversas fronteras nacionales que impedían su hegemonía final. A fin de cuentas, la sociedad democrática sólo resultaba útil al capital en la medida que representaba la trinchera donde se luchaba contra el comunismo. Extinguido éste, nada impedía el avance imparable del capitalismo más salvaje salvo las fronteras nacionales.

Y aquí es donde vino en su ayuda la llamada "globalización", que no ha resultado ser más que una eliminación de las barreras al capitalismo neoliberal para su expansión definitiva, en manos de grandes y oscuras formaciones en las que se aúnan empresas transnacionales y capitales apátridas, que campan a sus anchas imponiendo sus voluntades por encima -descaradamente, además- de las legislaciones nacionales, de sus instituciones y de sus economías. Ningún país es inmune ya a estas corporaciones, que han visto ampliado su campo de batalla a todo el globo terráqueo, sin más fronteras que las que ellos mismos decidan imponerse.

Los gobiernos nacionales asisten, impotentes, al diktat que les impone el nuevo orden económico mundial, mucho más poderoso, mucho menos democrático y infinitamente más insidioso que cualquiera de los totalitarismos que vieron la luz durante el siglo XX. El capitalismo neoliberal ya no necesita la democracia para nada, salvo para automaquillarse frente a la opinión pública (aunque más que maquillarse, yo diría que trata de camuflarse).

Lo que se puede vaticinar sin demasiado riesgo, es que en pocos años, esta forma salvaje de capitalismo no necesitará de ningún corsé democrático. Se habrá vuelto demasiado poderoso, y nuestros políticos incompetentes naufragarán en cualquier intento de controlarlo (dando por supuesto que exista esa clase de político heroico que pretenda enfrentarse a esa monstruosidad ubicua y policéfala). De hecho son muchos los que ya están convencidos de que la democracia se ha convertido en un mero andamiaje formal bajo el que se oculta la verdadera cara del capitalismo salvaje. Es decir, la cara de  un depredador despiadado.

Yo, casi 100 años después, me alineo con la tesis de Tawney y afirmo, casi sin incertidumbre alguna, que la democracia será devorada por el capitalismo; que se mantendrán las formas democráticas sólo mientras todavía convengan, y que llegado el momento, el golpe de gracia se traducirá en una sociedad en la que el ordenamiento jurídico no tendrá ninguna capacidad de defendernos frente a las exigencias del capital.

De hecho, este escenario apocalìptico ya está ocurriendo en la actualidad. Quienes somos servidores públicos, vemos -entre pasmados y avergonzados- como quiebran principios fundamentales del estado de derecho. Y no me refiero a los recortes del estado de bienestar, sino a principios otrora sagradísimos del ordenamiento jurídico, que ni en la denostada época franquista se atrevieron a derogar, como "de facto" vienen haciendo los dos últimos (des)Gobiernos de la nación, sin ningún rubor y so pretexto de que "las circunstancias no permiten hacer otra cosa".

Y me pregunto si ya ahora, en este mismo instante de nuestra historia, los políticos se permiten vulnerar flagrantemente el ordenamiento jurídico del país, sin apenas oposición, ¿no será que ya ha llegado el momento de la muerte de la democracia?

Así que el Gran Hermano ya está aquí, y no luce ni esvástica ni hoces y martillos. La sociedad del futuro será una sociedad de esclavos económicos si no hacemos nada por remediarlo. Y la única opción para liberarnos del yugo que ya se cierne sobre nosotros es arremeter contra el neoliberalismo salvaje, contra la globalización y contra la sociedad de consumo.


sábado, 8 de septiembre de 2012

¿Democracia? (y +)

Por qué no voto (II)


Conversamos con un viejo amigo, médico por señas. Una de esas conversaciones de sobremesa que, imprevisiblemente, adquieren un tono más serio de lo habitual. Como no, hablamos de política y de sistemas electorales. Hablamos sobre el sufragio universal, y entonces me mira muy serio y me dice: "¿sabes?, el mayor problema de los sistemas electorales es que pretenden que mi voto valga igual que el de cualquier otro. Y eso es una falsedad de principio, que invalida todo el sistema."

Sinceramente, yo siempre he pensado lo mismo, pero como muchos otros, me he guardado la opinión en la faltriquera por aquello de lo políticamente correcto, y sobre todo, para  no ser tachado de fascista, darwinista social -otro tema que habría que debatir de forma abierta- y antidemocrático, uy qué miedo. Por suerte, con los años, la opinión de los demás me trae al pairo, y con cierto maquiavelismo, me he dedicado durante bastante tiempo a sondear la opinión de muchas personas de mi entorno: universitarios con cargos públicos y privados y no precisamente adscritos a ideologías políticas extremistas.

Y la conclusión a la que he llegado tras muchas conversaciones como la que he descrito es siempre la misma. Nadie discute el principio esencial de que "cada hombre o mujer, un voto". Lo que sí se discute es la calidad de ese voto individual. Porque si algo se discute es que aunque tenemos todos los mismos derechos civiles y políticos, no es menos cierto que los hay más capacitados para ejercerlos, y los hay que no es que estén menos capacitados, es que son auténticos cretinos políticos cuyas opiniones en el mejor de los casos, son banales e irrelevantes; y en el peor, terriblemente peligrosas, por falsas. infundadas y teñidas de odio.

Quiero decir, por ejemplo, que no es lo mismo el criterio del antisemita -que tiene el mismo derecho a  votar que cualquier hijo de vecino- que se ha documentado pertinentemente y que ha fundamentado su opinión después de mucho leer e investigar; que el del otro antisemita que sencillamente detesta a los judíos porque, en su opinión, se comen a los niños cristianos. Ambos son igualmente deleznables desde una perspectiva abierta (como lo es cualquier ideología "anti-lo-que-sea"), pero el primero, al menos, ha procurado buscar una base sólida para sus creencias y opiniones. Y por tanto, su voto, tiene una calidad totalmente diferente al del segundo, que es un auténtico troglodita, con perdón de los hombres de las cavernas, que ninguna culpa tienen.

Me dirán que el ejemplo viene cogido por los pelos o bien es claramente exagerado, pero los ciudadanos de este país vierten opiniones mucho peores a cuento de los catalanes, por ejemplo, a quienes un no desdeñable porcentaje de la población española  afirma que exterminaría gustosa sin turbarse lo más mínimo por ello, con unos fundamentos más cercanos al odio racial que a un bien ensamblado conjunto de tesis debidamente fundamentadas. Y sin embargo, esos cretinos y en extremo manipulables compatriotas míos, no sólo tienen derecho a voto - que nadie les discute- sino que su voto vale lo mismo que el mío.

De este modo, so pretexto del mecanismo democrático, vemos encumbrarse a las cimas del poder político formaciones cuyos voceros propugnan ideas absolutamente detestables no sólo desde una visión puramente política, sino desde una perspectiva ética y moral. Así llegaron Hitler y compañía al poder; y medio siglo después, fue posible la carnicería de los Balcanes.

Es esta la mayor debilidad de la democracia actual, al considerar que todos los miembros del cuerpo social están igualmente capacitados no ya para expresar su opinión política, sino para plasmarla en la elección de los parlamentarios que los habrán de representar. Y eso, creo yo, repugna sobremanera a cualquiera que sea mínimamente sensato respecto a lo que significa conquistar la esencia de la democracia.

Los hay que me espetan, no sin cierta aversión, que propugno una sociedad alfabetagamizada como la de Huxley en "Un Mundo Feliz". De acuerdo, sí, se trata de eso: de exigir a los votantes un nivel de cualificación cultural y sociopolítica que les habilite para ejercer la soberana función de votantes, y que se les clasifique conforme a su nivel de aptitud política. Vamos, como el carnet por puntos, pero en plan electoral. Y que según los puntos que tengan, así su voto tenga un peso específico u otro.

Insisto, como en mi anterior entrada, que la tecnología ya podría facilitar esas modificaciones del sistema electoral en la actualidad o en muy breve plazo de tiempo.Además, en una sociedad tan jerarquizada como la nuestra (por más que existe, gracias a dios, una elevada posibilidad de movilidad vertical entre las capas que la conforman), parece mentira que una función tan alta y de tanta responsabilidad como la de elegir a nuestros rectores políticos se considere de forma tan igualitaria, mientras que cualquier otra actividad social se exige, cada vez más, la acreditación de una cualificación específica de una clase u otra.

Así que, en definitiva, tampoco voto porque me parece inaceptable que el voto del individuo que quiere liquidarme porque tengo un ligero acento catalán, o porque mi apellido es Basagoiticoechea, o porque en vez de la cristianísima primera comunión, celebré el muy hebreo Bar Mitzvah, valga lo mismo que el mío, que se fundamente en tratar de mantener un sano escepticismo y un pensamiento crítico y documentado por encima de todo.

Y además, si imperase un modelo de clasificación de los ciudadanos semejante al propuesto, los partidos políticos, ay, tal vez tendrían más difícil sus campañas electorales de la señorita pepis, dirigidas a malear masas amorfas e incompetentes; y tendrían que esforzarse más en captar a los sectores realmente comprometidos políticamente de este país.

Y a lo mejor, también se acabarían esos votos al candidato Fulano porque es tan guapo; o a Mengano porque sabe hablar tan bien y es tan carismático. Bueno, no se acabarían, pero valdrían lo que realmente valen: casi nada. Que ya es vergüenza que en pleno siglo XXI estemos en estas, todavía.

viernes, 7 de septiembre de 2012

¿Democracia?

Porque no voto (I)


Los tiempos que corren, desde hace ya décadas, se caracterizan por una extraña polaridad entre dogmatismo y relativismo. Lo curioso del caso es que nuestra sociedad occidental está resultando dogmática en aquello que debería ser relativo; y relativista en conceptos que no se prestan a ello. Uno de los dogmas que no acabo de comprender es el de la supuesta asociación indisoluble entre libertades civiles y democracia. O más exactamente, partitocracia.

Si no dejamos a un lado que la democracia liberal sobre la que se asienta la mayoría de los sistemas políticos occidentales es un invento relativamente reciente; y si tampoco obviamos  el hecho histórico largas veces demostrado de que ningún sistema político es eterno, me asombra hasta la perplejidad el dogmatismo con el que nuestras presuntas democracias occidentales se presentan como paradigma de buena praxis política y como el mejor método para asegurar las libertades civiles de los ciudadanos.

De este modo se pretende configurar a los partidos políticos como garantes de las libertades de las que disfrutamos, y por ello mismo, no pocas constituciones establecen el voto no sólo como un derecho, sino como un deber cívico ineludible. Pues bien, yo no voto. Dejé de hacerlo años ha, y tengo sólidas razones para hacerlo.

Una de las razones es la relativa a la calidad del voto individual, algo sumamente controvertido sobre lo que versará mi siguiente entrada. Ahora, sin embargo, voy a dedicar un pequeño esfuerzo a explicar porque creo que la partitocracia, como forma de democracia representativa, ha devenido una forma de secuestrar la voluntad política de los ciudadanos -si es que existe algo semejante- para mantener a unos aparatos que devoran poder y recursos al margen de las necesidades reales de la sociedad a la que deberían rendir cuentas.

Alguien sugerirá que, a fin de cuentas, los partidos políticos ya rinden cuentas períodicamente a través del mecanismo electoral, algo de lo que reniego rotundamente. En la actualidad, y por lo que veo en la mayoría de los países de nuestro entorno, el acto electoral se ha convertido más en un "votar contra un enemigo " que en un "votar a favor de una idea". Es decir, se vota para castigar al contrario, pero no por confiar en la futura acción política positiva derivada de nuestro voto. Una muestra (entre otras) del desprecio generalizado y apenas contenido respecto a la clase política en general.

Los partidos políticos actuales, siguiendo el modelo norteamericano, pretenden ahogar la disidencia interna, eliminar la discrepancia externa, y anular el pensamiento crítico e independiente de los ciudadanos. Para ello, dedican todos su recursos a las campañas de desinformación, tergiversación y falsedad a las que se prestan gustosas sus respectivas correas de transmisión mediáticas. Cada partido, en la medida de sus posibilidades, practica un tipo de oposición en el que todo vale, porque el objetivo no es otro que conseguir determinada parcela, más o menos grande, de poder. Y una vez conseguido éste, y bajo la excusa de un pragmatismo que no demuestran nunca en la campaña electoral, enmiendan todo su programa "porque las circunstancias no permiten otra cosa". Y ya se sabe, una vez conseguido el poder, el objetivo no es gobernar, sino mantenerse en él cueste lo que cueste. Se configura así el partido político como una maquinaria acaparadora de poder, pero nunca gestora de buen gobierno.

Personalmente, entiendo que la opción ciudadana sería darles la espalda totalmente y destruir, de una forma más o menos civilizada, la estructura partidista que se ha enquistado en esta mal llamada democracia. Claro que más de uno argüirá que no tenemos otra alternativa que no derive hacia una forma más o menos encubierta de autoritarismo. Sin embargo creo que la mayoría de los politólogos pasan por alto que es posible una forma de democracia mucho más directa, en el que la intermediación entre los poderes del estado y los ciudadanos no pase por la pesadilla de los partidos políticos.

No sé si soy el único, pero me resultaría asombroso que así fuera, que se haya percatado de que la tecnología puede venir en socorro de la auténtica democracia. Las redes sociales están demostrando la existencia de un universo político y ciudadano paralelo al institucional. La tecnología permitirá en muy pocos años, a través de los sistemas universales de identificación digital (en España ya está bastante implantado el DNI electrónico), que las personas expresen su voluntad política de forma individual, instantánea, segura  y permanente, de modo que la consulta popular y el sufragio directo y permanente pueda ser un modo de representación en la que el Estado interactúe de forma casi instantánea con los ciudadanos, sin necesidad de complejas estructuras políticas, que nos resultan carísimas en todos los sentidos.

Es sólo un esbozo muy elemental de como la política puede y debe evolucionar de la mano de los avances técnicos y sociales. Puede ser un proceso largo y complejo, pero es el único modo de acabar con la maquinaria partidista, que ha demostrado ser, desde hace ya unos cuantos lustros, muy eficaz para la promoción del político profesional en el sentido más peyorativo de la palabra: un individuo ambicioso en lo personal, sometido al dictado del aparato de su partido, que carece de toda visión crítica y que aplaude sistemáticamente las imbecilidades que propugnan su líderes, sólo para mantener y/o ampliar el chollo en el que vive instalado.

Y esos individuos se arrogan ser los garantes y depositarios de mis libertades. Esos cobardes, farsantes, mentirosos, ciegamente obedientes a las directrices de su politburó de turno. Esos mismos que hablan de "regeneración de la clase política", cada vez que oyen tronar en la lejanía, y corren presurosos a abrir los paraguas de un "nuevo orden ético en la política". Esos mismos que saben que nada debe cambiar, porque si algo cambia, será en perjuicio de sus oscuros intereses. Por eso decidí que conmigo no cuenten hasta que inventen otra cosa. Por eso no voto.