miércoles, 29 de enero de 2014

Carta (cerrada) a Alicia Sánchez Camacho



Señora Alicia Sánchez Camacho:

Me permito dirigirme a usted para afearle su ya más que recalcitrante y reprobable actuación respecto a los conciudadanos de su tierra natal, Cataluña. Eso de comparar la situación de aquí con la del País Vasco cuando lo de ETA es una atroz barbaridad y una solemne estupidez, a lo que ya estamos acostumbrados los sufridos catalanes que tenemos que soportar el bochorno de su trasnochado lerrouxismo con sabor “marca España”, que no por idiota deja de merecer una contundente réplica por parte de los movimientos sociales que le están exigiendo una rectificación inmediata de sus palabras.

No voy a reiterar una petición que ya es clamor popular, pero sí quiero incidir en algunos aspectos de su conducta que merecen ser especialmente analizados a la luz de circunstancias que la mayoría  desconoce, pero que son de dominio público.

La veo todas las mañanas salir de su domicilio y subirse a ese cochazo con chofer que yo, como muchos de mis de mis vecinos y conciudadanos, nos preguntamos qué ha hecho usted para merecer, a no ser que el insulto continuado – a Cataluña y a la inteligencia - sea mérito suficiente para tener acceso a semejantes prebendas.  Y también recuerdo cuando usted –y muchas de sus actuales compañeras de esa “ultraderecha moderada” que nos gobierna- desembarcaron en la Administración de la Seguridad Social en Barcelona a partir de mediados y finales  de los ochenta, con el firme propósito de hacer carrera a costa de lo que fuese. Y vive dios que la hicieron, y que mientras estuvieron en la Seguridad Social no creo que pudieran decir que vivieran un clima de repulsa y exclusión, teniendo en cuenta que si afirmasen semejante cosa, somos muchos – antiguos compañeros suyos en las mismas labores públicas- los que tendríamos que desmentir semejante despropósito, pues es de todos sabido que aquí convivimos catalanes y no catalanes en un clima que nadie podría calificar ni de mínimamente tenso, y mucho menos de rechazo o exclusión. 

Las recuerdo también a usted y su buena amiga, hoy Delegada del Gobierno, conspirando regularmente al fondo de una céntrica cafetería del Paseo de Gracia, tan ricamente entre cafetitos, papeles y sonrisas, sin que percibiera en su semblante la menor tirantez debida a la atroz persecución a la que al parecer se veían sometidas por su condición de militantes del PP (sector ultra), que es lo que son, por mucho que se les llene la boca de  democracias, y por mucho que pretendan fingir una implicación en la sociedad catalana que es una soberana mentira. Baste decir que jamás nadie las oyó pronunciar una palabra en catalán hasta que sus cargos políticos mediáticos  las obligaron, y sin embargo jamás recibieron censuras laborales o sociales por ello. Y eso es algo que no pueden desmentir porque hay cientos de testigos de su anterior vida laboral.

Así que no me venga con chorradas, Alicia, que ya no estamos para tonterías sobre todo por culpa suya y de los suyos, con el asunto éste de comparar a los independentistas catalanes con ETA. Sobre todo cuando son cada vez más los que piensan que lo ocurrido en Euskadi – es decir, la violencia etarra- les permitió ganar a los vascos un montón de concesiones, reflejadas en la mismísima Constitución y su casi divino respaldo a los sistemas forales vasco y navarro. Y que ya les hubiera estado bien a ustedes y todos los de su calaña que en Cataluña el talante hubiera sido similar al que se vivía en el País Vasco. Y que aquí se hubieran cargado a unos cuantos “de los suyos”, para que entonces pudieran hablar, con conocimiento de causa, rigor y ecuanimidad, de lo que es el rechazo y la exclusión políticas. Y también para que entonces, tal vez, pudieran acusarnos de nazis con cierta justificación.

Pero no, en Cataluña somos del natural pactistas y negociadores, y muy poco proclives al recurso a la violencia como parte del arsenal político nacional. Algo que en el fondo ustedes desprecian, porque la verdad es que su lenguaje, sumamente agresivo, cuando no violento y provocador, no es más que el reflejo de la admiración que sienten por el músculo y la pistola como sustitutos de la palabra y el diálogo sincero. Como una vez dijo el presidente Pujol, con toda la razón, habría que preguntarles a ustedes a cuanta gente tendríamos que haber matado en Catalunya para que al menos nos respetaran como al País Vasco.

Vivo rodeado no sólo de no catalanohablantes, sino de gentes que no son ni se sienten catalanas, y no conozco a nadie medianamente razonable que pueda alegar que se siente excluido por no ser independentista. Para ustedes, recurrir a la equiparación entre independentistas y peligrosos terroristas es fácil y les garantiza una clientela entre desinformada y sectaria,  pero no les otorga la más mínima credibilidad cuando se les confronta a todos ustedes con la realidad de las calles de una urbe como Barcelona, por un decir. Esa Barcelona que usted pisa a diario sin que nadie le rompa la cara en la primera esquina, Alicia. 

En cambio usted nos rompe el alma cada vez que abre su enorme bocaza para vomitar sus insultos y falsedades contra aquellos que nos sentimos ante todo catalanes, como si eso –el sentimiento- fuera una especie de gravísimo delito que hubiera de ser tipificado en el código penal. Bajo todo ese discurso suyo lo que subyace es un rechazo, sí, pero el del PP y su sector más ultra contra todos aquellos que pretendan diferenciarse de lo que para ustedes debe ser el “españolito marca España” con sello y denominación de origen otorgada desde la calle Génova. 

Alicia, no nos engañemos, son ustedes los excluyentes y no nosotros. Lo que sucede es que reiteradamente recurren a ese subterfugio que los psicólogos describieron hace ya un montón de años: la proyección de los defectos propios sobre quienes les rodean, en una especie de autoexorcismo de los males que les aquejan. Es mucho más fácil responsabilizar al otro de defectos que le atribuimos, que reconocer que lo que en realidad sucede es que ese otro al que repudiamos es el espejo en el que se refleja nuestra imagen, muchas veces desagradable.

No quiero reprenderla a usted, Alicia, por ser cómo es. Todos somos herederos de un bagaje familiar, cultural y social que resulta fundamental admitir como propio. Usted es heredera de los que ganaron la guerra, de los del tricornio y la garrota, de los que nos obligaban a hablar en el idioma del imperio, de los que estaban en Cataluña como en un país ocupado, de quienes tenían la visión limitada  por las paredes de la casa cuartel, que era una de las perversas formas que tuvo el franquismo de impedirles que pudieran integrarse realmente en la sociedad que los acogía.

En ese sentido usted es catalana por nacimiento y vecindad, pero nunca lo ha sido, ni lo será, por sentimiento.  Lo suyo es un camuflaje para aparentar lo que no es ni siente ser. Y eso sí que se lo repruebo, por la maléfica falsedad que conlleva. Jamás le pediré que se sienta catalana, pero lo que me parece inadmisible es que me diga –en catalán- que es usted tan catalana como yo. Porque ciertamente lo es, pero sólo en términos jurídicos, y aquí no se trata de legalidades y cuestiones jurídicas, sino de sentimientos. Sentimientos, Alicia, sentimientos.

Yo no voy a censurar sus sentimientos ni rechazarlos, que son muy legítimos. Pero también le exijo que usted respete los míos y los de millones de catalanes que somos independentistas. Que usted no desee que Cataluña sea un estado independiente es tan legítimo como la opción opuesta, que es la que suscribo. Lo que ya no es legítimo es que utilice usted la agresión sistemática contra mí y lo que represento sencillamente porque a usted no le gusto.

Porque así como usted es heredera de la cultura del tricornio, yo lo soy de quienes sus predecesores maltrataban por ser hijos de esta tierra y sentirse orgullosos de ello, de quienes perdieron patrimonio, derechos y hasta su vida por defender una idea distinta, de quienes les importaba más lo que les decía el corazón que lo que proclamaba el DNI que llevaban en la cartera. Como siempre he dicho, soy español por imperativo legal, y catalán porque lo siento en lo más profundo de mi alma. Intente convencerme de lo contrario si quiere y puede, pero no se le ocurra decirme que soy un terrorista por no comulgar con su ideario rojigualda.

Por otra parte, como política avezada y jefa de filas del PP en Cataluña (lo que a mi modo de ver demuestra hasta qué punto la meritocracia ha sido sustituida por la mediocricracia en este país), debería saber que el rechazo a su partido es cosa normal y forma parte del juego político. Eso se llama democracia, es decir, la expresión popular de la aceptación de ciertas ideologías y programas políticos, o bien su rechazo en las urnas. Lo que no deja de sorprenderme es que no aprecie usted que el rechazo de la mayoría de la sociedad catalana a su partido en las urnas se refleje también en la vida social. Parece como si usted esperara que en la calle las masas aplaudieran lo que en sede parlamentaria le rechazan.

Señora mía, cuando el discurso que arropa el ideario de un partido como el suyo es furibundamente agresivo contra una mayoría por lo demás pacífica, el rechazo social está implícito en el rechazo político. El PP nunca será un partido mayoritario en Cataluña, salvo que consigan ustedes imponer el partido único, otrora llamado Movimiento Nacional. Por tal motivo, serán ustedes siempre el partido de una importante minoría, cuyo programa político será generalmente rechazado por el resto de la ciudadanía. Se lo vuelvo a repetir: eso se llama democracia, aunque a sus correligionarios en general y a usted en particular mal que les pese que la democracia sea así

Lo de la exclusión es otra cosa. Censurable, si usted me apura. Pero con atenuantes más que notables, si me permite hacer honor a la objetividad. Cuando sus afines, amigos, cachorros y demás fauna que pulula entorno a las siglas del PP se permiten ir por la vida haciendo el saludo fascista, retratándose con la bandera del régimen franquista, e insultando a los catalanes colectivamente como nazionalistas y otras lindezas por el estilo; mientras muchos de los líderes populares proclaman atrocidad tras atrocidad, como la necesidad de ocupar Cataluña con un tricornio al frente y disolver el parlamento catalán, o peor aún, acabar con el régimen autonómico y volver al estado centralista y jacobino al que tan afines son en el PPSOE; y sobre todo cuando usted miente como una bellaca sobre la situación en Cataluña y la persecución que sufre el PP, lo menos que puedo decir es que ustedes practican la autoexclusión social por la vía de identificarse con lo peor del ultraderechismo imperialista español, algo que en Cataluña provoca verdadera grima incluso a los más moderados. Y  cuando ustedes además aprovechan el rodillo que les prestó el resto de España para apisonar cualquier iniciativa democrática, por razonable que sea, ¿cómo tienen la desfachatez de quejarse de lo poco que les queremos aquí?

Son ustedes los que se excluyen de todo: del auténtico juego democrático, del diálogo y la negociación, del debate sosegado, de la convivencia pacífica….Son ustedes los que (como siempre) se apropian de algo en lo que no creen –la democracia- para violarla, pervertirla y dejarla llena de mierda cada vez que la nombran y utilizan como si fuera un arma. La pistola que a muchos de los suyos les gustaría seguir empuñando como hace setenta y tantos años, Alicia.

En Catalunya no nos gustan los fascismos. Ninguno. Jamás. Y su partido, sus actitudes, sus declaraciones y sus estrategias propagandísticas dignas de Goebbels atufan a una demagógica intolerancia predemocrática, Alicia, de la cual es usted la máxima responsable.

Y si efectivamente se siente rechazada, piense que por aquí  algún millón que otro de catalanes ya no tenemos el cáliz para más hostias.

viernes, 24 de enero de 2014

Estos chicos

Semana cargadita de idioteces en la política nacional. Estos chicos del gobierno se nos están descontrolando con afirmaciones que es mejor tomarse a risa, por aquello de no perder el sentido del humor. Un humor muy necesario porque todavía no es delito tipificado en el código penal y porque soy de quines creen que en el fondo el PP lo que quiere es ponernos a todos de mala leche para hacer luego unas cuantas concesiones preelectorales con la poco disimulada finalidad de arrancarnos una sonrisa de satisfacción por lo bien que lo hacen Mariano y sus chicos y chicas del coro, y de paso y si es posible, que seamos tan burros de volverles a votar.

Personalmente desconozco si el señor Floriano es imbécil, pero lo cierto es que resulta innegable, desde una perspectiva totalmente objetiva, definir la mayoría de sus apariciones públicas como la escenificación de la estupidez más palmaria. O tal vez se dedica simplemente a la provocación abyecta, para atraer sobre sí el aluvión de las más que merecidas críticas y distraer al personal del foco de los verdaderos responsables de todo este galimatías político, que no son otros que los ministros que llevan as riendas del país. Como dice un buen conocido mío conocido y compañero de trabajo, sólo podrían interpretarse sus apariciones como las de los maletillas que están al quite para que las cornadas no vayan al diestro.

Y es que el señor Floriano ha tenido la ocurrencia de afirmar que estamos saliendo de la crisis gracias al esfuerzo de todos, pero especialmente de las rentas altas, afirmación que después se ha matizado con aquello de que se refería exclusivamente a los que tributan por IRPF. Digo yo que primero habría que definir que entiende el señor Floriano por rentas altas, porque  la aclaración no ha llegado a tanto y me temo que el dato se presta a una demagógica floritura, según se sitúe el límite de la riqueza. Por mi parte, quiero decirle al señor Floriano que al paso que vamos, las rentas altas en este país serán las correspondientes a los antiguos mileuristas, porque los demás o están cobrando salarios de miseria, o directamente no tributan al IRPF porque están en el paro.

En un país con 1,8 millones de familias con todos sus miembros en el desempleo, es un prodigioso sarcasmo decir que salimos de la crisis gracias a las rentas altas, cuando todo el mundo sabe, hasta en el FMI, que si salimos es por la más que archisabida proletarización de la clase media, cosa que ya advirtieron muchos entendidos y que yo reflejé en anteriores entradas de este blog, sobre la sinificación de los trabajadores españoles. Por si la filigrana fuera poca, Floriano ha redondeado la faena diciendo que todo esto se ha hecho sin cargarse la sanidad ni la educación pública. Hombre, pues sí, cargársela del todo, que es lo que les hubiera gustado a estos del "TDT Party", no lo han hecho; pero hay que ver cómo la han dejado, o sea, banderilleada, estoqueada y con rodilla en tierra.

Espero que al señor Floriano le cueste lo suyo tragarse esos sapos que ha de ingerir previamente a todas y cada una de sus comparecencias, porque de lo contrario, estamos ante un caso flagrante de psicopatología política digno de mayor estudio, y sobre todo de encierro en institución sanitaria. Pública, por supuesto, para que el señor vicesecretario del PP se entere de si ha habido recortes o no.

Otro que también desvaría es nuestro ministro de justicia, señor Gallardón. Debe ser porque hasta la ultraderecha europea le abandona en su proyecto de ley  del aborto, cuando personaje tan significativo como Marine Le Pen, pese a todo lo facha que es (y a quien al menos cabe la honradez de reconcoerse en el extremo derecho del espectro político), resulta conmovedoramente moderna y progre al afirmar que ella no apoyaría en Francia una ley del aborto como la que se propone infligirnos el ínclito ministro.

Y va pues el ministro de justicia y se explaya en el Congreso con un alegato pasmoso, reclamando a la izquierda que actúe en defensa del débil, como siempre ha hecho la izquierda, intentando equiparar el aborto a una especie de pugna entre los débiles fetos y las fuertes mujeres. Me pregunto si el señor Gallardón se escribió él mismo el discurso, o bien se lo pergeñó algún infiltrado guionista de "El Intermedio", porque acto seguido casi me atraganto con las croquetas de la cena, entre atónito, convulsivo y descojonado. Porque si la arenga del ministro dirigida a los escaños del PSOE les reclamaba que estuvieran donde siempre habían estado, es decir, a favor de los pobres y los débiles, quiere decirse, a sensu contrario, que Gallardón afirma que el PP ha estado siempre vinculado al interés de los fuertes y poderosos. Y claro, eso sólo puede ser producto de una infamante traición interna de su propio subconsciente, o externa de algún miembro de su equipo vendido al enemigo. Porque si remotamente cree en lo que dijo, lo que resulta procedente es la dimisión irrevocable y la adscripción, como milintante de base, a algún partido del otro lado de la calle,

En todo caso, recomiendo a Gallardón la misma terapia que a Floriano: un ingreso urgente en algún centro sanitario público para que se lo haga mirar. Porque esto, pese a lo acostumbrados que nos tiene el gobierno con sus destempladas salidas de tono y sus extravagancias justificatorias, ya resulta claramente demencial.. Para eso es mejor hacer la esfinge, como su barbado jefe de filas. Aunque bien pensado, como Rajoy practica el mutismo y tal, ellos deben compensar la absoluta e insustancial sosería de su discurso con una verborrea en exceso sazonada de incongruencias.

Y es que estos chicos no tienen remedio.


sábado, 18 de enero de 2014

Exorcismos

Según informan los medios, en España se ha disparado el número de sacerdotes autorizados por determinadas jerarquías católicas para practicar exorcismos. El asunto parece de broma pero tiene mas enjundia de la que aparenta a primera vista. Según la Iglesia católica -merece la pena recordar que admite incuestionablemente la existencia de Satán y demás agentes demoníacos- el mal se ha extendido por el mundo de forma prácticamente incontrolable y universal, y ello se traduce en el aumento exponencial de posesiones demoníacas, particularmente en  nuestras mediterráneas tierras.

No voy a discutir sobre la existencia de los espíritus malignos, pues allá cada uno con sus creencias, que pertenecen al ámbito estrictamente religioso y personal. Sin embargo, la creencia en el diablo y en las consecuencias de su existencia para la humanidad tiene consecuencias políticas y sociales que no se pueden desdeñar.

Elevar la figura del diablo desde el ámbito religioso al social, y de ahí al político, que es lo que están haciendo determinadas jerarquías católicas, reviste una gravedad que me parece que pocos han sabido señalar. Animados por las huestes del ultracatolicismo más estrambótico (o sea, el venido de tierras hispanoamericanas), que en gran medida no es más que la traslación de las religones animistas y mágicas de las culturas nativas a la estructura del catolicismo, gran parte de la jerarquia católica no ha dudado en explotar al máximo la ingenuidad de muchos fieles y su creencia a pies juntillas en la perversa acción del diablo. 

No resulta difícil ver hasta que punto la superstición se superpone a la fe en esas capas populares caracterizadas, sobre todo, por una culturización más que deficiente y una carencia casi absoluta de pensamiento crítico. De este modo, millones de personas cruzaron el Rubicón de los espíritus naturales y los dioses precolombinos hasta asentarse en el dios uno y trino cristiano, llevando consigo gran parte de las tradiciones originales, que se incorporaron al catolicismo misionero, y que han desembocado en este extraño fundamentalismo cristiano de nuevo cuño que galopa por toda Iberoamérica y que en pocos años ha tomado plaza en España.

Así que estamos en el punto en el que, con todos ellos, ha desembarcado también el diablo, y que ese personaje es el responsable de la expansión del mal por las tierras cristianas.Y la Iglesia Católica, atenta al quite, parece haber encontrado un nuevo filón para arrimar el ascua del miedo a su sardina de la fe, y encuentra casos de exorcismo por doquier, hasta el punto de que el overbooking actual de posesiones demoníacas la ha obligado a incrementar más que notablemente el número de curas exorcistas en determinadas diócesis, con no poco regocijo de algunos sectores que podríamos denominar sin miedo a equivocarnos como ultrareaccionarios.

Bien, cada empresa busca su expansión como mejor les conviene, pensarán algunos, y a fin de cuentas la publicidad  casi siempre es engañosa, así que tampoco importaría demasiado que el catolicismo engrose y refuerce sus filas con supercherías de alto voltaje, si no fuera porque  se está jugando con la fe de personas de ingenuidad casi infantil y llevándolas a prácticas exorcistas que en algunas ocasiones sonadas han concluido en condenas penales a padres y sacerdotes por no tratar desórdenes que no eran tales posesiones infernales, sino meros casos de esquizofrenia no diagnosticados.

Sin embargo el asunto de los exorcismos tiene otra cara mucho más oscura y perniciosa desde el punto de vista social. Con el visto bueno de algunas jerarquías católicas, esta repentina omnipresencia del Maligno permite a muchos esconder la cabeza bajo el ala: el Mal existe, y está triunfando, pero los Hombres no somos responsables de nada de lo que sucede. Todo es obra de Satanás, y por lo tanto, nada podemos hacer con nuestro propio esfuerzo humano para vencerlo. Debemos encomendarnos a la Santa Madre Iglesia y seguir sus dictados y recomendaciones. Y rezar, rezar mucho. Y por supuesto regresar al seno del catolicismo, que es lo único que nos puede preservar del mal.

No está de más subrayar que muchas culturas primitivas (no primitivas en un sentido peyorativo, sino en el más exacto en cuanto a la evolución del rigor científico y del pensamiento crítico) tienden a atribuir todos los males que las afligen a entidades externas, que invariablemente son espíritus malignos. Esa actitud tiene una doble función, que cumple con mucho éxito. En primer lugar, exime de responsabilidad alguna a los dirigentes de la sociedad, poniendo de manifiesto que si algo malo sucede, no es por su incompetencia o maldad, sino porque fuerzas intangibles de orden superior se han aliado para perturbar la armonía social. En segundo lugar, actúa como un aglutinante social que permite a todos los individuos reagruparse bajo la protección de algún tipo de salvador que les conduzca al triunfo final sobre los espíritus del mal.

De este modo, ante los reveses socio-políticos, las clases dirigenes encuentran un arma formidable que les salva el pellejo frente a todo tipo de desastres y al mismo tiempo les permite reforzar su papel director de una sociedad sumisa y que está dispuesta a seguir ciegamente los dictados del ritual exorcizante necesario para no sucumbir ante las fuerzas demoníacas. No resulta extraño que, siguiendo el mismo esquema, determinados ámbitos del clero católico, caracterizados por sus posturas ultras y por atender a una clientela muy sugestionable, hayan encontrado el filón del siglo XXI en el Diablo que, según ellos, permea todas las capas de la sociedad.

Se me antoja una grave irresponsabilidad en estos tiempos de zozobra social y política, que no son más que el reflejo de una crisis del paradigma social vigente, que personas cultas y formadas atribuyan a un supuesto Maligno la causa de los males que nos aquejan, pues ello no es más que desviar el foco de atención respecto de quienes son los verdaderos responsables del punto al que hemos llegado. El abyecto trayecto que ha recorrido la sociedad occidental en los últimos años no es obra del demonio, sino de una serie de factores entre los que, desde luego, no está de más el poder omnímodo que las democracias occidentales han concedido al neoliberalismo salvaje de corte ultracapitalista. La responsabilidad es de todos quienes han alentado el beneficio a ultranza como principio fundamental del movimiento hacia la nada en el que estamos sumidos y no de un espíritu malvado y revanchista ajeno a nosotros y que está en pugna eterna con un Dios benevolente.

El mal está en nosotros, no en un ente externo que nos perturba y nos posee. Eso es una inicua excusa para no hacer nada y dejar que los de siempre, que curiosamente suelen ser los que van a misa todos los domingos, sigan gobernando el mundo a su antojo, protegidos por la cruz, la espada y la billetera. El sector más rancio de la jerarquía religiosa dominante, siempre necesitada de un enemigo exterior global frente al que unir fuerzas y ahogar críticas no deseadas, ha optado por la vía que podría parecer risible, pero que no lo es tanto: un enemigo inmaterial, invisible y omnipresente. Y contra él azuza a las masas, en el más puro estilo del chamán de la tribu. Y al mismo tiempo las mantiene mansas, reducidas a la oración y al exorcismo.

Frente a una más que deseable asunción de nuestra responsabilidad individual y colectiva por los males que aquejan a la sociedad occidental, se alza de nuevo el remedo burdo de una obediente espiritualidad para combatir, a las ordenes de los autoproclamados generales de Cristo, a los ejércitos del Maligno. 

Y luego los hay que me discuten si la religión es el opio del pueblo.


viernes, 10 de enero de 2014

El aborto de Gallardón

Lo malo de los partidos políticos no es que pretendan que sus militantes suscriban la totalidad de su programa, sino que pretenden hacernos creer que sus votantes -muchos de los cuales son puramente circunstanciales- también lo ven así. Es uno de los peores defectos de los sistemas electorales de listas cerradas, que imponen no sólo una cerrazón electoral sino también mental, por lo que se ve.

En las democracias anglosajonas (siento constatarlo, pero son las únicas que lo son de verdad) los sistemas mayoritarios y/o de listas abiertas permiten una mayor libertad de actuación tanto al electorado como al diputado electo. La disciplina de voto se encuentra naturalmente modulada por el principio de que el diputado se debe ante todo a su circunscripción, y por tanto a sus votantes, incluso antes que a su partido. Por eso son archiconocidas las constantes negociaciones que se dan en la Cámara de Representantes norteamericana, donde no es infrecuente que congresistas demócratas voten contra la línea oficial de su partido, mientras que lo mismo ocurre entre las huestes republicanas.

Aquí no, en este país de abortos que no fueron pero que mejor hubieran sido, se pretende no sólo una adhesión inquebrantable a la línea oficial del partido, muy del estilo ultramontano de los fachas que se enquistaron, repodujeron y perpetuaron en el poder a la luz de la Transición, sino que además se nos quiere hacer creer el cuento de que el electorado es un mazacote hermético, homogéneo y sin fisura alguna. Dejando  a un lado lo penoso del argumento de la disciplina de voto, que deja al diputado en el lugar de un mero robot pulsador de botones en el hemiciclo (me pregunto si no sería más cómodo, sencillo y desde luego mucho más barato sustituir a toda esa canallada trajeada por meros relés controlados a distancia, pues para nada más parecen servir); estos del PP, que a estas alturas de la legislatura se me antojan totalmente repugnantes en casi cada una de sus manifestaciones, pretenden decirnos que la ley del aborto increíblemente retrógrada que propuganan es un deseo de todo el electorado que les aupó -para desdicha de la libertad- al poder que hoy ejercen como si fuera suyo para siempre.

Vamos, imbéciles, a ver si nos enteramos: el deslizamiento del voto masivo a favor del PP que se produjo en 2011 fue fruto de la desesperación popular frente a una situación económica que creían que sólo podía enderezar un cambio de timonel político. El resto del programa le importaba un bledo a la mayoría de los millones de electores que cambiaron de bando. Cuando el paro está llamando a tu puerta y el agobio por pagar la factura de la hipoeca no te deja dormir, lo prioritario es la economía. Y en consecuencia, votas a quien te promete que le dará un giro radical al país y lo pondrá de nuevo sobre los raíles del bienestar. Lo demás te parece secundario, salvo que seas militante de pro y te hayas leído, siquiera superficialmente, el programa electoral.

Cosa que no hicieron la mayoría de españolitos (que por otra parte no suelen ir nunca más allá de los titulares) y así nos va. Cierto es también que muchos votantes realmente centristas e incluso de izquierda decidieron ceder el paso al PP por una cuestión que muchos consideraban de higiene política ante la debacle interna del PSOE y su tremendo desgaste en el gobierno. Para evitar una fragmentación de voto hacia formaciones pequeñas que hubiera traído consigo un grado de inestabilidad poco deseable, optaron por votar a la otra única formación nacional potente para permitirle formar un gobierno fuerte. Y tan fuerte, con una mayoría absoluta que jamás podría siquiera soñar de no haber mediado una crisis tan atroz, aunque ahora sabemos que hubiera dado lo mismo que hubiéramos votado masivamente a los payasos de la tele, pues el rumbo en el área económica lo hubiera impuesto igualmente Merkel y compañía.

Así que siguiendo su habitual estilo chuloputesco, provocador, ultramontano, montaraz y decididamente fascista, estos nietos de Franco nos dicen con toda naturalidad que creamos que sus casi once millones de votantes están todos ellos en contra de una ley de aborto de plazos. De entrada, sus votos, aún siendo muchos, no llegaron a ser ni la mitad de todos los votantes, y mucho menos si se tiene en cuenta al electorado que se abstuvo. Por otra parte, vista la trifulca interna que hay entre sus diputados, podemos suponer que los ciudadanos que votaron al PP se encontrarán al menos tan divididos como aquéllos. Lógico, por otra parte, teniendo en cuenta lo que siempre se ha dicho respecto al PP: que aglutina, para desgracia de casi todo el país, a todo el espectro político desde el centro liberal hasta el extremo de la camisa azul y la sotana con garrota..

Quiero ser generoso con la estadística y, ante la falta de datos, aceptaré incluso el peor de los escenarios: que la mitad del electorado del PP es ultraderechista y meapilas a partes iguales e igualmente antiabortista. Eso me da cosa de unos cinco millones y medio de votos. Entonces, digo yo, esa cuarta parte del electorado que responde al sector del "hijoputa" (que decía la Aguirre, no yo), va a conseguir que nos impongan, por sus cojones y olé, una ley de aborto de supuestos que no tienen en forma tan regresiva países con gobiernos conservadores de nuestro entorno. Ninguno de ellos.

Además, quiero señalar que este país se declara aconfesional según esa tan intocable Constitución que invocan continuamente esos ministros que padecemos, y resulta intolerable que un asunto que es claramente de orden religioso, atizado por la secta de monseñor Rouco y sus secuaces, se convierta de nuevo en el eje de la política social de un país que ya vivió demasiados años pendiente de lo que pretendidamente decidía Dios en las alturas. Recortar libertades tan difícilmente ganadas en atención a unos pretendidos e indemostrables valores absolutos es de lo más despreciable que puede hacer un político. Y por descontado, le excluye de autoproclamarse demócrata por los siglos de los siglos. Amén.

Finalmente me pregunto si este empecinamiento de los Wert, los Fernández Díaz y los Gallardón que tanto nos afligen en tirar adelante leyes que saben positivamente que serán tumbadas en cuanto gire la tortilla responde en el fondo a un tic autoritario del que no pueden desprenderse porque lo llevan en los genes (lo cual sería tremendamente preocupante y mostraría a las claras hasta que punto el sector ultra disfrazado de moderno gobierna este país) o si acaso es que son directamente cortos de entendederas y no se dan cabal cuenta de que los temas controvertidos necesitan un consenso nacional amplio, y que eso significa negociar y hacer concesiones por todas las partes implicadas. Lo demás es trabajo en vano durante una legislatura, para ser deshecho en la siguiente. Porque eso es lo que sucederá con la ley de seguridad ciudadana, la ley de educación y con esa maldita ley del aborto que pone la guinda al pastel de la represión de la libertad en este desgraciado lugar llamado España.

Y luego hay quien se pregunta porqué los catalanes queremos marcharnos. ¿Acaso  les puede extrañar?.