Señora Alicia Sánchez Camacho:
Me permito dirigirme a usted para
afearle su ya más que recalcitrante y reprobable actuación respecto a los
conciudadanos de su tierra natal, Cataluña. Eso de comparar la situación de
aquí con la del País Vasco cuando lo de ETA es una atroz barbaridad y una
solemne estupidez, a lo que ya estamos acostumbrados los sufridos catalanes que
tenemos que soportar el bochorno de su trasnochado lerrouxismo con sabor “marca
España”, que no por idiota deja de merecer una contundente réplica por parte de
los movimientos sociales que le están exigiendo una rectificación inmediata de
sus palabras.
No voy a reiterar una petición
que ya es clamor popular, pero sí quiero incidir en algunos aspectos de su
conducta que merecen ser especialmente analizados a la luz de circunstancias
que la mayoría desconoce, pero que son
de dominio público.
La veo todas las mañanas salir de
su domicilio y subirse a ese cochazo con chofer que yo, como muchos de mis de
mis vecinos y conciudadanos, nos preguntamos qué ha hecho usted para merecer, a
no ser que el insulto continuado – a Cataluña y a la inteligencia - sea mérito
suficiente para tener acceso a semejantes prebendas. Y también recuerdo cuando usted –y muchas de
sus actuales compañeras de esa “ultraderecha moderada” que nos gobierna-
desembarcaron en la Administración de la Seguridad Social en Barcelona a partir
de mediados y finales de los ochenta,
con el firme propósito de hacer carrera a costa de lo que fuese. Y vive dios
que la hicieron, y que mientras estuvieron en la Seguridad Social no creo que
pudieran decir que vivieran un clima de repulsa y exclusión, teniendo en cuenta
que si afirmasen semejante cosa, somos muchos – antiguos compañeros suyos en
las mismas labores públicas- los que tendríamos que desmentir semejante despropósito,
pues es de todos sabido que aquí convivimos catalanes y no catalanes en un
clima que nadie podría calificar ni de mínimamente tenso, y mucho menos de
rechazo o exclusión.
Las recuerdo también a usted y su
buena amiga, hoy Delegada del Gobierno, conspirando regularmente al fondo de una céntrica cafetería
del Paseo de Gracia, tan ricamente entre cafetitos, papeles y sonrisas, sin que
percibiera en su semblante la menor tirantez debida a la atroz persecución a la
que al parecer se veían sometidas por su condición de militantes del PP (sector
ultra), que es lo que son, por mucho que se les llene la boca de democracias, y por mucho que pretendan fingir
una implicación en la sociedad catalana que es una soberana mentira. Baste
decir que jamás nadie las oyó pronunciar una palabra en catalán hasta que sus
cargos políticos mediáticos las
obligaron, y sin embargo jamás recibieron censuras laborales o sociales por
ello. Y eso es algo que no pueden desmentir porque hay cientos de testigos de
su anterior vida laboral.
Así que no me venga con
chorradas, Alicia, que ya no estamos para tonterías sobre todo por culpa suya y
de los suyos, con el asunto éste de comparar a los independentistas catalanes
con ETA. Sobre todo cuando son cada vez más los que piensan que lo ocurrido en
Euskadi – es decir, la violencia etarra- les permitió ganar a los vascos un
montón de concesiones, reflejadas en la mismísima Constitución y su casi divino
respaldo a los sistemas forales vasco y navarro. Y que ya les hubiera estado
bien a ustedes y todos los de su calaña que en Cataluña el talante hubiera sido
similar al que se vivía en el País Vasco. Y que aquí se hubieran cargado a unos
cuantos “de los suyos”, para que entonces pudieran hablar, con conocimiento de
causa, rigor y ecuanimidad, de lo que es el rechazo y la exclusión políticas. Y
también para que entonces, tal vez, pudieran acusarnos de nazis con cierta
justificación.
Pero no, en Cataluña somos del
natural pactistas y negociadores, y muy poco proclives al recurso a la
violencia como parte del arsenal político nacional. Algo que en el fondo
ustedes desprecian, porque la verdad es que su lenguaje, sumamente agresivo,
cuando no violento y provocador, no es más que el reflejo de la admiración que
sienten por el músculo y la pistola como sustitutos de la palabra y el diálogo
sincero. Como una vez dijo el presidente Pujol, con toda la razón, habría que
preguntarles a ustedes a cuanta gente tendríamos que haber matado en Catalunya
para que al menos nos respetaran como al País Vasco.
Vivo rodeado no sólo de no
catalanohablantes, sino de gentes que no son ni se sienten catalanas, y no
conozco a nadie medianamente razonable que pueda alegar que se siente excluido
por no ser independentista. Para ustedes, recurrir a la equiparación entre
independentistas y peligrosos terroristas es fácil y les garantiza una
clientela entre desinformada y sectaria, pero no les otorga la más mínima credibilidad
cuando se les confronta a todos ustedes con la realidad de las calles de una urbe como
Barcelona, por un decir. Esa Barcelona que usted pisa a diario sin que nadie le
rompa la cara en la primera esquina, Alicia.
En cambio usted nos rompe el alma
cada vez que abre su enorme bocaza para vomitar sus insultos y falsedades
contra aquellos que nos sentimos ante todo catalanes, como si eso –el
sentimiento- fuera una especie de gravísimo delito que hubiera de ser
tipificado en el código penal. Bajo todo ese discurso suyo lo que subyace es un
rechazo, sí, pero el del PP y su sector más ultra contra todos aquellos que
pretendan diferenciarse de lo que para ustedes debe ser el “españolito marca
España” con sello y denominación de origen otorgada desde la calle Génova.
Alicia, no nos engañemos, son
ustedes los excluyentes y no nosotros. Lo que sucede es que reiteradamente
recurren a ese subterfugio que los psicólogos describieron hace ya un montón de
años: la proyección de los defectos propios sobre quienes les rodean, en una
especie de autoexorcismo de los males que les aquejan. Es mucho más fácil responsabilizar
al otro de defectos que le atribuimos, que reconocer que lo que en realidad
sucede es que ese otro al que repudiamos es el espejo en el que se refleja
nuestra imagen, muchas veces desagradable.
No quiero reprenderla a usted,
Alicia, por ser cómo es. Todos somos herederos de un bagaje familiar, cultural
y social que resulta fundamental admitir como propio. Usted es heredera de los
que ganaron la guerra, de los del tricornio y la garrota, de los que nos
obligaban a hablar en el idioma del imperio, de los que estaban en Cataluña
como en un país ocupado, de quienes tenían la visión limitada por las paredes de la casa cuartel, que era
una de las perversas formas que tuvo el franquismo de impedirles que pudieran
integrarse realmente en la sociedad que los acogía.
En ese sentido usted es catalana
por nacimiento y vecindad, pero nunca lo ha sido, ni lo será, por sentimiento. Lo suyo es un camuflaje para aparentar lo que
no es ni siente ser. Y eso sí que se lo repruebo, por la maléfica falsedad que
conlleva. Jamás le pediré que se sienta catalana, pero lo que me parece
inadmisible es que me diga –en catalán- que es usted tan catalana como yo.
Porque ciertamente lo es, pero sólo en términos jurídicos, y aquí no se trata
de legalidades y cuestiones jurídicas, sino de sentimientos. Sentimientos,
Alicia, sentimientos.
Yo no voy a censurar sus
sentimientos ni rechazarlos, que son muy legítimos. Pero también le exijo que
usted respete los míos y los de millones de catalanes que somos
independentistas. Que usted no desee que Cataluña sea un estado independiente
es tan legítimo como la opción opuesta, que es la que suscribo. Lo que ya no es
legítimo es que utilice usted la agresión sistemática contra mí y lo que
represento sencillamente porque a usted no le gusto.
Porque así como usted es heredera
de la cultura del tricornio, yo lo soy de quienes sus predecesores maltrataban
por ser hijos de esta tierra y sentirse orgullosos de ello, de quienes
perdieron patrimonio, derechos y hasta su vida por defender una idea distinta,
de quienes les importaba más lo que les decía el corazón que lo que proclamaba
el DNI que llevaban en la cartera. Como siempre he dicho, soy español por
imperativo legal, y catalán porque lo siento en lo más profundo de mi alma.
Intente convencerme de lo contrario si quiere y puede, pero no se le ocurra
decirme que soy un terrorista por no comulgar con su ideario rojigualda.
Por otra parte, como política
avezada y jefa de filas del PP en Cataluña (lo que a mi modo de ver demuestra
hasta qué punto la meritocracia ha sido sustituida por la mediocricracia en este país), debería saber que el rechazo a su
partido es cosa normal y forma parte del juego político. Eso se llama
democracia, es decir, la expresión popular de la aceptación de ciertas ideologías
y programas políticos, o bien su rechazo en las urnas. Lo que no deja de
sorprenderme es que no aprecie usted que el rechazo de la mayoría de la
sociedad catalana a su partido en las urnas se refleje también en la vida
social. Parece como si usted esperara que en la calle las masas aplaudieran lo
que en sede parlamentaria le rechazan.
Señora mía, cuando el discurso
que arropa el ideario de un partido como el suyo es furibundamente agresivo
contra una mayoría por lo demás pacífica, el rechazo social está implícito en el rechazo político. El
PP nunca será un partido mayoritario en Cataluña, salvo que consigan ustedes
imponer el partido único, otrora llamado Movimiento Nacional. Por tal motivo,
serán ustedes siempre el partido de una importante minoría, cuyo programa
político será generalmente rechazado por el resto de la ciudadanía. Se lo
vuelvo a repetir: eso se llama democracia, aunque a sus correligionarios en
general y a usted en particular mal que les pese que la democracia sea así
Lo de la exclusión es otra cosa.
Censurable, si usted me apura. Pero con atenuantes más que notables, si me
permite hacer honor a la objetividad. Cuando sus afines, amigos, cachorros y
demás fauna que pulula entorno a las siglas del PP se permiten ir por la vida
haciendo el saludo fascista, retratándose con la bandera del régimen
franquista, e insultando a los catalanes colectivamente como nazionalistas y otras lindezas por el
estilo; mientras muchos de los líderes populares proclaman atrocidad tras
atrocidad, como la necesidad de ocupar Cataluña con un tricornio al frente y
disolver el parlamento catalán, o peor aún, acabar con el régimen autonómico y
volver al estado centralista y jacobino al que tan afines son en el PPSOE; y
sobre todo cuando usted miente como una bellaca sobre la situación en Cataluña
y la persecución que sufre el PP, lo menos que puedo decir es que ustedes
practican la autoexclusión social por la vía de identificarse con lo peor del
ultraderechismo imperialista español, algo que en Cataluña provoca verdadera
grima incluso a los más moderados. Y cuando
ustedes además aprovechan el rodillo que les prestó el resto de España para
apisonar cualquier iniciativa democrática, por razonable que sea, ¿cómo tienen la
desfachatez de quejarse de lo poco que les queremos aquí?
Son ustedes los que se excluyen
de todo: del auténtico juego democrático, del diálogo y la negociación, del
debate sosegado, de la convivencia pacífica….Son ustedes los que (como siempre)
se apropian de algo en lo que no creen –la democracia- para violarla,
pervertirla y dejarla llena de mierda cada vez que la nombran y utilizan como
si fuera un arma. La pistola que a muchos de los suyos les gustaría seguir
empuñando como hace setenta y tantos años, Alicia.
En Catalunya no nos gustan los
fascismos. Ninguno. Jamás. Y su partido, sus actitudes, sus declaraciones y sus
estrategias propagandísticas dignas de Goebbels atufan a una demagógica
intolerancia predemocrática, Alicia, de la cual es usted la máxima responsable.
Y si efectivamente se siente
rechazada, piense que por aquí algún millón que otro de catalanes ya no tenemos el cáliz para más hostias.