martes, 26 de diciembre de 2017

El salto adelante

Todo lo que se podría decir sobre la navidad ya se ha dicho. Lo bueno y lo malo, lo humano y lo divino, lo banal y lo sustancial. Hoy desde aquí pocas cosas puedo añadir a las que ya muchos otros han escrito antes para ensalzarla o para denostarla. Sin embargo, como miembro del colectivo internacional The Brights, siento la obligación de dirigirme a todos para proponer algo desde una visión totalmente naturalista y humanista.



No basta con reencontrar a los seres queridos, ni recordar melancólicamente a los que se fueron ya. No basta con lamentar la pobreza del mundo, ni la miseria en la que viven millones de humanos que ni siquiera han oído hablar de la Navidad. No basta con tres o cuatro buenas acciones movidos por la culpa, ni con suscribirnos a una ONG durante una temporada para lavar nuestras conciencias. No basta con felicitar a nuestros parientes y amigos, de quienes no nos acordamos el resto del año. No basta con nada de lo que hacemos por Navidad, y bien que lo sabemos.



Tal vez es hora de que empecemos a plantearnos el gran salto adelante que ensanche nuestra comprensión de que en este minúsculo planeta todos somos parientes, y de que ya va siendo hora de que venzamos los impulsos de nuestros genes egoistas. De que trascendamos todo aquello que es meramente físico y material, que es el residuo de lo que venimos siendo desde hace millones de años. Lo que nos hace ser competitivos, jerárquicos, destructivos, ególatras y codiciosos.



Nuestros homínidos antepasados debían luchar contra el medio y entre sí para asegurar su supervivencia. Como todos  los seres vivos, la evolución les obligaba a ser más fuertes que todos sus adversarios y competidores para garantizar su supervivencia y la de su estirpe. Nuestros antepasados se mataron, literalmente, para transmitir sus genes de una forma ciega, movidos por un impulso darwinista, brutal pero efectivo.



Sin embargo, ninguna civilización realmente avanzada puede seguir por esos derroteros. Con independencia de las creencias personales de cada uno, religiosas o no, es obvio que el propósito metafísico de toda civilización es garantizar el bienestar físico de sus miembros, pero también mucho más, alcanzar ese estado de casi iluminación colectiva que se traduzca en el bienestar espiritual de todos y cada uno de sus miembros. Lo cual sólo es posible si conseguimos desanclarnos de las limitaciones genéticas que nos hacen ser ferozmente competitivos, jerarquizantes y codiciosos.



Nos guste o no, somos muchos pero viajamos en una sola nave, cada vez más pequeña y atestada, y nuestra evolución debería llevarnos adelante de forma unitaria. En vez de luchar por nuestros genes egoístas, tendríamos que trascender esa lucha individual para convertinos en un macroorganismo inteligente y sincronizado, una civilización diversa pero globalmente respetuosa con todos y cada uno de sus miembros.



Educarnos en otros valores, entender que el bienestar es más un concepto interior que una acumulación materialista y que evolucionar debe adquirir un significado distinto al puro darwinismo social  camuflado en el que vivimos inmersos hoy en día, son las claves de un futuro muy lejano pero en el que la Humanidad podría ser, por fin, algo realmente bello a los ojos de cualquier habitante del universo.



Debemos plantearnos colectivamente el gran salto adelante en el que la Humanidad no necesite nunca más la navidad para recordarnos que hay buenas personas y buenos sentimientos, y millones de humanos para expresarlos continuamente, los trescientos sesenta y cinco días del año, y no sólo unos pocos tristes, oscuros y fríos días de diciembre.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Lo que va a pasar

Y con este título no me refiero a lo que va a suceder en Cataluña en las próximas semanas, meses o años, porque las predicciones a medio plazo en política no sirven de gran cosa, como se ha visto reiteradamente en el pasado y en el presente, para gran disgusto del bloque unionista, y especialmente del PP.  Sin embargo, hay cosas que ocurren de modo casi automático, y cualquiera con unas mínimas nociones de física lo sabe.

Por ejemplo, si se mete presión a un sistema que no tiene una vía de escape, el gas de su interior se calienta, tanto si es un resultado apetecible como si no. Cuanta más presión, más calor, y llega un momento que no sólo se calenta el gas, sino que el recipiente que lo contiene puede resultar insuficiente. Resultado: la caldera explota, por poner un ejemplo clásico. 

Con el independentismo se ha demostrado con creces ese principio físico: cuanta más presión recibe, más se recalienta. En las condiciones en que se ha aplicado el pressing sobre Cataluña, la resistencia del gaseoso cuerpo independentista se ha manifestado como lo hace la primera ley de la termodinámica en una olla a presión. O sea, lo que va a pasar en los próximos años es que cuanto más se insista en el camino de la presión política, institucional, mediática y judicial, más se va recalentar el gas independentista. Los  "indepes" no se van a rendir fácilmente, por lo que apunto que una solución a medio plazo para el pollo que tiene montado Rajoy, podría ser aflojar las tuercas y hacer concesiones para ir diluyendo la resistencia catalana. 

Lo que también va a pasar  es que el PP habrá de afrontar una refundación total y absoluta, o el poder financiero mediático que ha aupado a Ciudadanos, que es la Marca Hispánica del neoliberalismo "limpio", hará que los populares caigan  de forma tan brutal como lógica, porque en lontananza se adivinan más sentencias sobre la corrupción del partido gobernante que no harán más que ahondar la hemorragia que padece. La mano que mece la cuna no está para muchas gaitas cuando se trata de controlar los destinos de las Españas. C's nació como un experimento que ha cuajado más que Ariel en las estanterías de los supermercados (porque lava más blanco), y si no hay un vuelco importante en la márketing político, la marca de moda de la derecha va a ser naranja en los próximos años, y el azul omnipresente hasta ayer mismo, se va a ver relegado a los sitios menos vistosos de los lineales de ese autoservicio llamado democracia. Y ya saebmos que el poder no tiene entrañas ni sentimientos, y que si hay que dejar caer al PP, lo hará sin nostalgia y sin miramientos.

Y lo que va a pasar es que la pobre Arrimadas, que en el fondo es buena chica y cree en lo que dice, va a empezar a ser canibalizada por su propio partido, ante la imposibilidad -ahora y siempre- de llegar a gobernar en Cataluña. Si algo desgasta más que el poder, es ser la jefa de la oposición con carácter permanente sin que nunca llegue a saborerar una miel tan cercana a los labios. O mucho me equivoco o Inés Arrimadas, que ahora ha alcanzado una resonancia enorme gracias a que es la única presencia mediáticamente aceptable en C's aparte de Albert Rivera, va a ver como sus teóricos segundos de a bordo empiezan a conspirar para quedarse con el pastel que ella ha cocinado con los ingredientes que le han suministrado los citados señores Rivera y los que mecen la cuna.


El experiment C's en Cataluña tiene un recorrido cuyo límite es el conseguido en estas elecciones o tal vez un poco más, pero su deriva  para ocupar un centroderecha teórico -antaño  propiedad del PP- le impedirá conseguir una coalición con los partidos de izquierdas (que no quieran suicidarse). Por tanto, la lógica política de todo esto es que el empuje de Arrimadas en Cataluña es sólo un factor de impulso para un proyecto mucho más ambicioso, como es el de llevar a Rivera a la presidencia del gobierno español. Un objetivo que, justo ahora, no parece nada lejano, teniendo en cuenta el marasmo en el que está sumido el PP, y el bombazo que será el juicio de los ERE  de Andalucía para el PSOE. Y en todo este proceso, Arrimadas va a tener que hacer muchos equilibrios para mantener una cuota de poder en un partido que tendrá vocación mayoritaria, pero que a ella la tendrá arrinconada en una Cataluña en la que los Girauta, Carrizosa y compañía van a querer tener mucho más protagonismo que actualmente. De momento, ella le ha hecho un favor inmenso a su jefe de filas. Veremos si en el futuro Rivera sabe recompensarla, o si la sacrifica como el peón que es en el tablero español. Un peón que casilla a casilla, ha llegado muy lejos, pero sin conseguir ser la dama.

Yo le recomendaría un visionado intensivo de las tres temporadas de esa espléndida serie danesa que es Borgen, que muchos políticos influyentes han calificado como la mejor y más realista ficción jamás rodada sobre los entresijos de la política parlamentaria, con sus encajes de bolillos, deslealtades, conspiraciones de guante más o menos blanco y, por supuesto, sus traicioneras puñaladas por la espalda. 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Un catalán anormal

Confieso que éstas últimas semanas cada mañana, al despertarme, me asaltaba la terrible duda, no exenta de cierto regusto culpable, de no ser una persona normal, según afirman destacados dirigentes del PP y de Ciudadanos. Bien, en el caso de Ciudadanos, además de anormal, no se me considera persona honrada, tal como espetó la señora Arrimadas recientemente en un mitin de su formación, lo cual me abrumaba sobremanera, porque si por ser independentista debía sumar a mi condición patológica la de delincuente, sin siquiera haberme percatado de mi transición durante este proceso, es que algo debía funcionar muy mal en mi interior. Algo indigno y repugnante que había que arrancar de mi cuerpo y de mi alma para purificarme y volver a ser una persona “normal y honrada”.

Más tarde, mientras me afeitaba ante el espejo, escrutaba cuidadosamente y a diario mis facciones en busca de algún signo que manifestase físicamente mi patológica condición. Es más, incluso acudí a los viejos tratados de frenología del doctor Gall, para ver si acertaba a encontrar alguna deformidad en mi cráneo que  explicara mi severa afección independentista, pero no hay nada de particular en mis protuberancias cefálicas que justifique mi anómalo comportamiento.

Así que ya  ciertamente preocupado, solicité consulta a mi genetista de cabecera, que tras exhaustivo análisis de mi ADN no encontró ninguna mutación que explique mi inexplicable querencia por emanciparme de España. Tampoco mi psicóloga (una profesional de lo más recomendable) aparte de las habituales neurosis del urbanita occidental contemporáneo –nada que no pueda tratarse con unas cuantas pastillas de la felicidad- pudo diagnosticar ningún grado de psicopatía personal o social del que deba alertarme y ponerme en inmediato tratamiento psiquiátrico. Aunque lo que sí es de psiquiatra –remata mi terapeuta- es que gran parte de la ciudadanía de clase media y baja (es decir, casi toda) siga votando a una derecha que, azul o naranja, seguro que los seguirá expoliando para hacer aún más ricos y poderosos a sus amigos ricos y poderosos.

Ya al borde de la desesperación existencial, recientemente he acudido por vez primera en décadas al confesor de la familia, un religioso devoto como pocos, al que he requerido  por si procede algún tipo de exorcismo que expulse de mi interior tan demoníaca pasión por la libertad. Incluso me  he prostrado gimoteando en el confesionario por algún tipo de absolución que expiara mis pecados políticos, pero el buen hombre me ha dicho que no hallaba señal alguna del Maligno, al menos en lo que se refiere a mi vida política (no así en otras facetas, para las que me ha impuesto, después de tantos años de ausencia del redil, una retahíla de oraciones penitenciales de aquí te espero. Maldita sea mi estampa)

De vuelta a casa, y releyendo una y otra vez con creciente exasperación y disgusto las opiniones que de mi tienen la señora Arrimadas y el señor García Albiol, he intentado asumir que la anormalidad a la que se refieren es exclusivamente política y social. Es decir, que en el régimen que ellos postulan vengo a ser algo así como el desviacionismo trotskista para Stalin, o el igualmente desviado aburguesamiento que tan eficazmente condenó Mao en la China de los años sesenta, lanzando a sus tan jóvenes como entusiastas Guardias Rojos a la caza de cualquier infortunado desviado/despistado de la ortodoxia del Gran Timonel.

Así que ante mí se ha dibujado de inmediato el panorama de una especie de Revolución Cultural, donde los “indepes” hemos de ser enviados a campos de reeducación en los que se nos rectifiquen las ideas y la conducta, y nos convirtamos, en virtud del duro trabajo manual y las lecturas sagradas de los padres de la patria, en bondadosos súbditos de la democracia a la española. De ahí, y en un salto conceptual vertiginoso, he llegado a la conclusión de que tanto el señor Albiol como la señora Arrimadas son en realidad maoístas camuflados y que planean sus discursos en virtud de los dictados del Libro Rojo, que debe ser una especie de biblia de cabecera de la derecha (lo cual explicaría meridianamente porqué ellos entienden que soy un peligroso filonazi). Acto seguido me he despertado de tan incómoda pesadilla con un nudo en el estómago, no sin seguir dándole vueltas el resto de la jornada al tema de la reeducación, que es algo en la que parecen empeñados el PP y Ciudadanos, hasta el punto de que si no nos reeducamos convenientemente, seguirán aplicando el 155 y enviando gente a la cárcel hasta que se nos pase esa tontería adolescente e injustificada de querer emanciparnos, que parece que sólo puede curarse mediante la aniquilación de las convicciones personales, por las buenas o por las malas.

Asumiendo así el papel de malvado desviacionista, he acudido por fin a un conocido sociólogo, al que mis preocupaciones han sumido en un estado de profunda perplejidad, primero, y de resonante hilaridad, después. Resulta que mi amigo el sociólogo me ha ilustrado sobre el hecho incontestable de que salvo las honrosas excepciones de Islandia respecto a Dinamarca, y de Chequia respecto a Eslovaquia, todos los procesos de emancipación nacional desde los Urales hasta el condado de Kerry, y desde mediados del siglo XIX hasta este tiempo han sido sucesivamente calcados unos de otros.  Es decir, según parece, no ha habido en Europa ni una sola independencia nacional que no se haya fraguado rompiendo la legalidad vigente. Con mayor o menor grado de sangre en las calles, pero siempre violentando la legalidad vigente, salvo los casos de Islandia en 1944 y de Chequia en 1993. Y conste que pongo Europa para acortar una relación que de otro modo sería interminable, pero en el resto del planeta ha sido igual; véase Estados Unidos, India o Congo,  como ejemplos de algunos otros continentes.

Y la europea no es poca cosa, porque me refiero a Irlanda, Italia, Grecia, Albania, Hungría, Polonia, Bulgaria, Rumania, Finlandia, Chipre, Eslovenia, Croacia, Bosnia, Macedonia, Montenegro, Estonia, Lituania, Letonia, Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Georgia, Azerbaiyán, Armenia y alguno más que no acierto a recordar. Todos ellos representan algo así como un tercio de la población europea. Un tercio de europeos anormales y delincuentes que no quisieron seguir sometidos a una entidad superior a la que tenían que llamar patria por imperativo legal, que no sentimental. Y que fueron acusados de lo mismo que se nos acusa a muchos catalanes. Y que fueron vilipendiados, insultados, agredidos, y perseguidos judicial y políticamente. Que fueron amenazados y sometidos violentamente por las fuerzas de seguridad. Que fueron tratados de terroristas y –como no- de golpistas. Y, por supuesto, que fueron purgados, encarcelados y fusilados a mansalva por su oposición al régimen imperante.

Así que, en resumen, mis temores son infundados, me dice el sociólogo, y asiente el historiador a su lado. No soy anormal ni carezco de honradez. No debo ser reeducado ni castigado por mis pecados independentistas. Tengo todo el derecho del mundo a que se me respete por mis ideas y no a que se me trate como a un enfermo o un psicópata, cuando precisamente, los psicópatas parecen estar en el bando contrario, y no se cansan de vomitar atrocidades contra lo que soy y lo que represento. Y por el camino he aprendido que, obviamente, la legalidad la diseñan y la administran unos (los de siempre); y la legitimidad va por otros derroteros, mayormente ilegales. Incluso le pasó a nuestro señor Jesucristo,- advierte más tarde mi antiguo confesor católico- cuando se rebeló contra la legalidad romana para traer al mundo la paz cristiana, mucho más legítima pero decididamente subversiva e ilegal para los Rajoy de la época. Lo cual sería reconfortante si no fuera porque las carreteras romanas acabaron con tantos cristianos crucificados en sus arcenes que aquello más parecían las obras de un tendido eléctrico que otra cosa.

No obstante, y consciente de la que la vida es muchas veces una pesadilla recurrente, brindo a mis adversarios (¿ángeles exterminadores?) unionistas la Solución Final. El lazo amarillo que llevo en mi solapa se puede convertir muy fácilmente en el célebre e infamante triángulo invertido que se cosía a las ropas carcelarias de los asociales y delincuentes en el Tercer Reich alemán (país que cito porque, al parecer, sus servicios secretos siempre han estado profundamente interesados en sufragar el ultranacionalismo español). De paso, ya ofrezco mi antebrazo izquierdo para que me tatúen el número de serie de mi anormalidad delictiva y así esté bien catalogado como un peligroso elemento asocial y psicopático. Y finalmente propongo que erijan en todas las autopistas un arco de entrada a Cataluña en el que rece la divisa “Arbeit Macht Frei”. De este modo el decorado será  lo más precisamente parecido al inmenso campo de concentración en el que tal vez les apetecza convertir Cataluña para nosotros,  los infames separatistas.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

A la hoguera!

Hoy hago mías las palabras de Benet Salellas, que publicó el 4 de diciembre un artículo de opinión en el diario digital Vilaweb, originariamente en catalán, y que transcribo literalmente pero traducido al castellano. No sólo suscribo su opinión, sinó que además reconozco que no podría expresarla mejor que él. Ahí queda para una reflexión profunda:

Escribo estas líneas exclusivamente como jurista, no podría hacerlo de otra manera porque el PSOE, el PP y Ciutadans, con sólo el 39,1% de los votos emitidos en las elecciones al parlamento, me arrancaron la condición de diputado hace ya treinta y siete días. Y lo hago porque nadie que crea en el derecho puede mostrarse indiferente ante la resolución dictada hoy por el magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena y los argumentos que contiene.

A los que dicen que no hay presos políticos les pediría que leyeran la resolución del día 4 de diciembre sobre Oriol Junqueras, Joaquim Forn y los dos Jordis, que explica que los encausados ​​tienen riesgo de reiteración delictiva porque son independentistas: [Página 15] 'de un lado todos los investigados en el proceÂdimiento comparten -y reconocen que todavía mantienen-, la misma aspiración que impulsa el comportamiento que se investiga, esto es, la voluntad de que el territorio de la Comunidad Autónoma en la que residen, constituya la base territorial de una nueva república.' Este párrafo es bastante clarividente: el comportamiento que se investiga es un proyecto político, una idea, contraviniendo un principio básico del derecho penal de cualquier democracia de mínimos recogido en el aforismo "cogitationes poenam nemo patitur", nadie  puede ser castigado por su pensamiento. Los pensamientos no delinquen, son los hechos los que generan responsabilidades.

A los que dicen que no hay presos políticos les pediría que continuaran leyendo el fragmento en el que explica que para valorar si hay riesgo de reiteración delictiva o no, para justificar la prisión provisional, se parte del supuesto de que 'los investigados abjuraron de ese comportamiento para el futuro'. Esto no es compatible con el artículo 16 CE, que recoge la libertad de creencia y de ideología, y que prohíbe a los poderes públicos interrogar a la ciudadanía al respecto. La máxima autoridad judicial española utiliza como argumento de prisión no sólo las ideas o creencias del acusado sino que permite que en una declaración se pueda producir un acto como el de abjuración, una acción vinculada sobre todo a la fe y las convicciones y que en el propio lenguaje ha estado ligada a la Inquisición bajo expresión 'abjurar de la herejía' (Alcover-Moll). Abjuración y administración de justicia democrática son conceptos antagónicos.

A los que dicen que no hay presos políticos les pediría que reflexionaran sobre un texto que recuerda a los encausados ​​ahora puestos en libertad en relación con el acto de abjuración de sus convicciones que 'si el resultado de las elecciones del 21-D termina facilitando a los investigados una capacidad decisoria semejante a la que tuvieron de ser mendaces sus afirmaciones, las medidas cautelares podían ser modificadas', por tanto, no tiene ningún inconveniente en interferir en los proyectos políticos de un hipotético gobierno que surja del proceso electoral abierto, vulnerando los roles de independencia y de separación de poderes que corresponden al poder judicial. Una visión que, además, ataca el derecho de participación política de los ciudadanos en tanto que condiciona la libertad de los proyectos políticos que pueden escoger y limita la capacidad de los electos.

A los que dicen que no hay presos políticos les pediría que pensaran sobre la afirmación que hace el juez Llarena cuando analiza las movilizaciones independentistas, en conjunto, como una amalgama, en un ejercicio de causa general y dice que 'se constata la infiltración de numerosos comportamientos violentos y agresivos, que reflejaban el violento germen que arriesgaba expandirse'. En una causa contra el gobierno catalán y los líderes del ANC y OC uno no sabe bien de qué habla, pero el juez infringe un principio esencial del derecho penal que es actuar siempre tan sólo por hechos pasados, nunca por hechos futuros. No hay derecho penal preventivo en un estado que se considere de derecho.

A los que dicen que no hay presos políticos les pediría que razonaran sobre una resolución que critica el hecho de que en la determinación del gobierno se cuente con la sociedad civil: la participación de la gente como elemento incriminatorio penal. Así, el auto apunta como elemento del plan delictivo que 'se especifica que esta determinación debe compartirse por la ciudadanía que las preste soporte. (...) la ciudadanía debe implicarse de manera activa'. Y no hay nada más propio de un plan democrático y conforme a la misma constitución que unos poderes públicos que faciliten la participación de la ciudadanía en la vida política, económica, cultural y social (art. 9 CE). No debería ser algo extraordinario en nuestro sistema institucional, y mucho menos delictivo.

A los que dicen que no hay presos políticos les pediría que relean esta resolución judicial relacionándola con la que el mismo juez dictó el 9 de noviembre sobre la mesa del parlamento para comprobar que la tesis de fondo era que la indisolubilidad de la nación española es un bien a proteger por encima de todo y que se instrumentaliza el procedimiento penal con este objetivo hasta donde sea necesario, por todos los medios. Cuando decisiones judiciales de esta importancia parten, como hace el propio Llarena, de una determinada lectura de la constitución y los derechos colectivos, afirmando que no hay posibilidad de negociar sobre la independencia ni de articular una vía legal a la construcción de la república catalana, lo que le permite inferir directamente que cualquier contribución al plan independentista es directamente delictiva, no sólo anula los principios básicos de la Constitución de 1978 -que están más allá del artículo 2 y la indisolubilidad de España- y los tratados internacionales suscritos por España, sino que expulsa del ordenamiento jurídico a millones de ciudadanos.

Por eso, aquellos que conformamos la curia que debe ejercer en esos tribunales y que somos herejes observamos cómo caen una tras otra todas y cada una de las proclamas garantistas del texto constitucional y como, desprendiéndose de la legitimidad que confiere la justicia, esta administración es cada vez menos derecho y más fuerza bruta. Ya vemos de lejos las llamas de la hoguera.

El artículo original puede consultarse en
https://www.vilaweb.cat/noticies/a-la-foguera-opinio-contundent-benet-salellas/