miércoles, 31 de mayo de 2017

Error estratégico

Se acercan momentos presuntamente cruciales para el futuro de Cataluña, aunque en realidad son bastantes quienes opinan que el resultado del referéndum será negativo en el supuesto de que finalmente se celebre, cosa que otros muchos ya dan por imposible. Yo no voy a entrar de nuevo en este asunto, porque mi postura siempre se ha significado a favor tanto del referéndum como de la independencia por razones estrictamente prácticas y despojadas de todo sentimentalismo y visceralidad (a las que también podría sucumbir, pero que me parecen estériles si lo que se pretende es un debate sano sobre este proceso). Sin embargo, es cierto que hay un factor negativo en contra de todo el proceso independentista  que ha tomado mucho vuelo en los últimos meses, y que ha sido causa de no pocas discusiones en el entorno que frecuento, que considero bastante amplio y representativo de un amplio sector de la población catalana media.

Dejando de lado las afrentas, agravios y amenazas que muchos catalanes han sufrido en los últimos tiempos por el mero hecho de manifestarse a favor de la independencia, y omitiendo también la baza del miedo que desde diversos ámbitos unionistas se está jugando para refrenar el ardor nacionalista, y que no son más que un fiel reflejo de lo que todo el mundo sabe, es decir, que en política el juego limpio es algo que se menciona mucho pero se practica poquísimo, lo cierto es que un sector importante del nacionalismo catalán ha estado cometiendo de forma reiterada un error estratégico que podría decantar por sí solo la balanza  en contra de la independencia.

Y es que hay cada vez más voces que podrían haber estado a favor de la independencia (y que todavía desean un pronunciamiento democrático en forma de referéndum), pero que están desertando debido a la falta de transparencia y a la instrumentalización que se ha hecho del proceso soberanista por parte de alguna formación política catalana. Cuando el presidente Mas –empujado por multitudinarias manifestaciones callejeras- optó por llevar a CiU por la senda de la independencia, el cambio de actitud convergente se interpretó como una respuesta directa al bloqueo estatal del nuevo Estatuto de Autonomía, primero impugnado por el PP y luego severamente recortado por el Tribunal Constitucional. Sin embargo, ya entonces muchos desconfiaban de esa maniobra, que interpretaban como una huida hacia adelante que nada concordaba con el tradicional nacionalismo (un tanto folclórico) de CiU. Tradicionalmente, la base electoral de CiU ha tenido sus cimientos en un sector profundamente catalanista, pero también proclive a la conservación del statu quo con el gobierno central, y sumamente alérgico a cualquier veleidad de una independencia que se veía como costosa y llena de sacrificios a los que una clase media mayoritaria no estaría dispuesta a aceptar. El nacionalismo de CiU, como el del PNV, tiene hondas raíces económicas revestidas de defensa de una cultura y una identidad propias que nadie puede discutir, pero siempre había estado alejado de las propuestas netamente independentistas de ERC.

Una ERC que hasta entonces había capitalizado el soberanismo catalán y que se perfilaba como una alternativa real y eficaz al desgastado discurso convergente, lo cual también podría haber sido otro motivo oportunista del cambio ideológico de Mas y su equipo, necesitados de contener el avance de los republicanos  y mantener un importante rédito electoral. Pero esa súbita conversión al independentismo causó no pocas tensiones en CiU, que concluyeron con la ruptura de la formación y la desaparición de un partido catalán histórico como UDC. El tiempo ha demostrado que esto no fue suficiente para contener la sangría de Convergència Democràtica,  motivando una refundación del partido bajo otras siglas, lo cual no es otra cosa que una segunda huida hacia adelante sin resolver los problemas de fondo de la formación.

Y es que ya son legión quienes opinan que tras la actitud independentista del ahora rebautizado PDeCAT se esconde algo mucho menos noble y más partidista que el bienestar de todos los catalanes. Vistos los acontecimientos de los últimos años resulta bastante obvio que la corrupción no ha sido un fenómeno imputable sólo a los grandes partidos estatales, sino que ha afectado de lleno al gobierno catalán. La estrategia de tapar los escándalos de corrupción con llamadas cada vez más perentorias y urgentes a la independencia ha funcionado a medias, pero gracias sobre todo a la torpeza del gobierno central y a la de sus voceros mediáticos. No obstante, resulta obvio que la cortina de humo de un independentismo abrazado in extremis y el lavado de cara de las siglas del partido no pueden tapar por más tiempo el hedor de la mucha descomposición que anida en las filas convergentes, y de ahí el grave error estratégico que cometió Mas, y en el que han obligado a perseverar a su sucesor.

Y es que ya he oído en diversas ocasiones a posibles partidarios de la independencia que manifiestan, ahora ya sin tapujos, sus serias dudas sobre votar sí a la separación de España, con el argumento, difícilmente rebatible, de que no ven ninguna ventaja en ser independientes si siguen gobernando quienes han aprovechado la bandera del nacionalismo para hacer sus negocios particulares y enriquecerse durante décadas. Esto ha sido catastrófico para una parte sustancial del soporte independentista, que ahora desconfía notoriamente de que todo eso sea una maniobra para salvar el pellejo y, de paso, perpetuarse en el poder político de una Catalunya independiente.

Resulta bastante obvio que la opción limpia y éticamente aceptable por parte de los capitostes convergentes hubiera sido acompañar su deriva independentista con una firme depuración interna, en vez de usar el soberanismo como alfombra bajo la que esconder el polvo de la corrupción para  luego darle un ligero encalado al edificio convergente, pero sin limpiar la basura que se acumula en sus pasillos. Porque además, esa estrategia está ensuciando incluso el buen nombre de miembros del partido que destacan por su honestidad pero que no pueden dejar de verse asociados a una época de cuya rémora no han podido desprenderse. Si hubieran echado a toda la vieja guardia, sin excepción, seguramente el partido habría quedado muy tocado, pero el proceso independentista habría salido reforzado, al menos éticamente. Lo cual hubiera sido un importante estímulo a favor de la independencia entre el electorado. Seguramente los estrategas de CiU consideraron que una purga semejante hubiera sido equivalente a entregar en bandeja el poder a ERC y por eso optaron por una resistencia numantina que, al fin y al cabo, se está demostrando inútil.

Lo peor de todo es que el desaliento en la percepción de que la independencia sería más de lo mismo para la gran mayoría de catalanes se está extiendo como una mancha de aceite, lo que sumado al cansancio de los ciudadanos después de años de amagos y amenazas entre unos y otros, deja muy poco margen para una victoria del sí en el referéndum. En una balanza ya muy equilibrada desde buen principio, opino que el gravísimo error de no depurar a los viejos cuadros del partido convergente será más que suficiente como para que haya que posponer la independencia durante décadas. 

miércoles, 24 de mayo de 2017

El cisma

La resurrección de Pedro Sánchez ha pillado a muchos en fuera de juego, especialmente al aparato del partido y a la vieja guardia, que ha visto como su candidata se estrellaba en todas partes menos en Andalucía. Lo cual es muy significativo de la fractura que existe en el seno del socialismo español y de los enormes problemas que tendrá cualquier secretario general para mantener aglutinados el aparato, la militancia y los votantes, pues no parece que los tres sectores caminen muy al unísono de cara al futuro.

Estas cosas suelen acabar en cisma o disolución si nos atenemos a los ejemplos históricos, y ello resulta en una muy mala noticia para la izquierda española en general, y para el PSOE en particular. De entrada, porque si los barones del partido no arriman el hombro y ceden en su particular inquina contra Sánchez, éste va a tener que modelar una ejecutiva monolítica y fiel, pero enfrentada a un aparato con la clara intención de torpedearle continuamente. No se puede pasar por alto que un partido político es – entre otras cosas- una estructura de reparto de poder cuya idiosincrasia se define entre las ambiciones personales de la jerarquía y el pragmatismo electoral del bloque. Y que no es nada desdeñable suponer que aquéllas, aunque condicionadas por las expectativas electorales, muchas veces se mueven al margen de los deseos de unas bases y de un electorado que suelen ver con disgusto muchas maniobras de posicionamiento (personal) de los líderes del partido.

El gallinero socialista está revuelto, y las culpas hay que encontrarlas en aquellos que abrazaron el neoliberalismo a cambio de un plato de lentejas que, a la postre, se demostraron sumamente indigestas. El intento en toda Europa de ocupar espacios más centristas a costa del programa tradicional de izquierdas se demostró operativo sólo mientras duró el ciclo expansivo de la economía, pero en cuanto llegó la crisis, las clases más desfavorecidas se sintieron traicionadas por esos políticos que lo único que demostraban era su desesperado intento de salvar los fundamentos neoliberales del sistema económico, mediante meras operaciones de maquillaje que lo único que consiguieron fue enojar aún más a sus bases electorales, que se dispersaron en busca de alternativas más contundentes, como sucedió en España con Podemos.

El PSOE quedó en una operación tenaza entre Ciudadanos y Podemos y sin espacio político para maniobrar. Además, si una cosa se ha demostrado con claridad hasta la fecha es que gobernar España sin contar con la mayoría de los diputados catalanes es una tarea ímproba, porque nadie parece ser capaz de conseguir mayorías suficientes para tejer un programa solvente que supere el escollo que supone gobernar en minoría. En realidad, la situación actual en España es fiel consecuencia de los errores cometidos con los partidos nacionalistas. El último ejemplo nos lo ha dado el gobierno del PP, que ha tenido que hacer una concesión de mil cuatrocientos millones  de euros al PNV para obtener su apoyo a los presupuestos del estado. Eso es una hipoteca en toda regla cuya amortización veo poco viable, pues la cuestión es tan sencilla como plantearse qué otras concesiones tendrá que hacer el gobierno en el futuro para poder sacar adelante los siguientes presupuestos hasta agotar la legislatura, lo cual me parece harto improbable sin que el estado de las autonomías empiece a convulsionar de mala manera.

Pero volviendo al PSOE, la cuestión que tendrá que abordar Sánchez es que su partido se encuentra sin espacio político para maniobrar. La solución sería expandirse por sus fronteras, arrebatando votantes a Ciudadanos y a Podemos, lo cual es manifiestamente difícil. Ambas son formaciones jóvenes, con empuje y calado, y aunque es cierto que han cometido errores graves, mirado con ecuanimidad sólo se trata de errores de juventud. En unos pocos años estarán mucho más rodadas y no será nada fácil doblegarlas. Se habrán adaptado a las reglas del juego y lo jugarán con más osadía y visión estratégica. Y eso puede hacer muchísimo daño a un PSOE cuyo discurso estrictamente político se asemeja demasiado al del PP, y cuyas opciones en política económica son más bien escasas mientras sea Bruselas la única voz cantante en este delicado asunto.

Al PSOE le queda la baza de una política social claramente diferenciada del PP, pero aquí el problema es el electorado, mayormente desideologizado y que lo único que quiere es la utopía de regresar al estado del bienestar anterior a la crisis (y además, una política social avanzada cuesta un dinero que hoy por hoy no figura en las cuentas del estado). Por otra parte y muy astutamente, Ciudadanos ya se ha presentado como una alternativa moderna y socioliberal al renqueante socialismo de toda la vida, lo cual dicho en plata quiere decir que es mucho más abierta en política social que la derecha tradicional aunque su discurso económico sea marcadamente neoliberal. En el otro extremo, Podemos ha articulado un discurso social muy atractivo parta un sector amplio de la población desclasada y desposeida, que en este momento es mucha y no está para filigranas pseudoizquierdistas, precisamente.

Rodeado por la izquierda y por la derecha, el PSOE todavía no naufraga, pero está aprisionado en el hielo que ya presiona el cascarón del viejo barco. La solución sería escapar por el aire, para lo cual sería necesario subirse al globo nacionalista de Cataluña, permitiendo la incorporación al programa político del partido el tan denostado referéndum, lo que podría desbloquear la situación al este del Ebro y permitiría reconstruir una hegemonía de izquierdas basada en un eje PSOE-Podemos-nacionalistas. La alternativa radical consistiría en desinflar el globo soberanista para gestar una nueva relación de fuerzas (lo cual no veo nada claro en un horizonte a medio plazo, porque el independentismo ha venido para quedarse por muy variadas y sólidas razones). Para la primera opción, el PSOE tendría que abandonar su tradición tremendamente jacobina y centralista, lo cual también se me antoja extraordinariamente complicado viendo el reparto de fuerzas en el interior del partido y un notable anticatalanismo político en muchos de sus dirigentes.

La mejor solución sería un pacto PSOE – Podemos que facilitara la celebración del referéndum y ganarlo (es decir, que no hubiera una mayoría cualificada en Cataluña que pudiera poner hilo a la aguja de la independencia) despejando del tablero de juego el problema catalán durante algunos años. Si el discurso de Sánchez sigue siendo el mismo del año pasado, esta opción ha de descartarse, y si por el contrario cambia el chip, la vieja guardia del partido y los susanistas van a arremeter contra él con todas sus fuerzas. De hecho los ataques ya han comenzado, con la baja del partido de un histórico como Corcuera, lo cual suena a declaración de guerra del aparato tradicional antes incluso de que Sánchez tome las riendas del PSOE.

Así que parece que a medio plazo las tensiones internas, la falta de espacio vital y el absoluto desentendimiento con las fuerzas nacionalistas pueden abocar al PSOE a un cisma entre dos sectores bastante igualados. Un cisma de este calibre es algo parecido a lo que sucedió en CiU hace muy poco, con la consiguiente desaparición de UDC y la ostensible pérdida de influencia de la antigua Convergencia, que ha tenido que refundarse con nuevas siglas y muchas incógnitas de futuro. En definitiva, lo que quedara del PSOE tendría que enfrentarse a la posibilidad nada remota de convertirse en un mero partido bisagra entre fuerzas ostensiblemente más poderosas.

Son bastantes los analistas que consideran que los partidos  europeos históricos están abocados a la desaparición, víctimas de sus propias contradicciones y de la pérdida total de contacto con sus bases electorales. Las primeras barbas a pelar han sido las de la izquierda en casi toda Europa, lo cual resulta lógico teniendo en cuenta que quienes más han sufrido la crisis han sido sus votantes tradicionales, sin que la socialdemocracia haya sabido encarar una oposición fuerte y coherente al neoliberalismo rampante que, como dijo Warren Buffet, va ganando en esta guerra (y de momento, por goleada).

Siempre he mantenido que frente al cinismo y la brutalidad de la derecha, el PSOE llevaba muchos años oponiendo una actitud pusilánime e hipócrita (desde mucho antes de la crisis) y que eso acabaría pasándole factura. La actitud del PSOE en los últimos diez años conduce a un final cataclísmico si no se corrigen los defectos anteriores y se acepta que cuanto más grande y diverso es un país, más difícil es aglutinar a un electorado muchas veces disperso por  intereses económico-regionales contrapuestos (a fin de cuentas, y a riesgo de aparecer como otro cínico más, todo se reduce siempre a una cuestión de dinero y de su reparto). Y que hay que saber hacia dónde se dirige exactamente la nave, a riesgo de acabar embarrancándola de tanto cambio de rumbo. Aunque peor puede ser que al capitán Sánchez se le amotine la tripulación antes de llegar a puerto y tengamos al PSOE a la deriva otra larga temporada.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Ciberguerra

En las décadas de 1950 y 1960, la investigación sobre armas biológicas modernas estaba en pleno auge en los Estados Unidos, y en todos los países con potencial militar y aspiraciones hegemónicas regionales o globales. Fort Detrick era -y es todavía- la mítica base de investigación en armas biológicas y sede del USAMRIID, oscuro acrónimo que se refiere al brazo armado biológico del ejército norteamericano.

En Fort Detrick se desarrollaron multitud de armas biológicas, y sobre todo se realizó investigación sobre los vectores más adecuados para su diseminación. Algunos de ellos muy curiosos, como bombas que contenían decenas de miles de pulgas o mosquitos que, convenientemente infectados, podían causar epidemias devastadoras en el frente o en la retaguardia.

Sin embargo, la forma más efectiva de usar las armas biológicas ha sido siempre mediante el uso de medios y agentes dispersantes que facilitaran la contaminación de amplias zonas geográficas. Para ello, se hicieron multitud de ensayos con animales y con voluntarios, preferentemente militares, que fueron expuestos a agentes infecciosos de diversa potencia, bajo programas -como la Operación Whitecoat- que fueron alto secreto durante decenios.

Estos programas de guerra biológica necesitaban, sin embargo, de ensayos reales sobre zonas pobladas, y específicamente sobre la población civil. Así que, ni corto ni perezoso, el Departamento de Defensa autorizó el uso de bacterias de escasa o nula patogenicidad para las pruebas sobre zonas densamente pobladas. Destaca la dispersión en la bahía de San Francisco de bacterias presuntamente inocuas pero fácilmente trazables en un ensayo de los años cincuenta del siglo pasado. También se efectuaron ensayos en el metro de Nueva York en la década de los sesenta. Todos estos experimentos tenían como objetivo la optimización de los vectores de lanzamiento y dispersión de los agentes biológicos en medios densamente poblados, tanto para la planificación de ataques sobre el enemigo como para la biodefensa de los militares y de la población civil en caso de guerra.

A finales de los años sesenta, el presidente Nixon prohibió y canceló toda investigación y desarrollo de armas biológicas, y lo mismo hicieron casi todas las potencias que habían invertido esfuerzos en ellas. Sobre todo debido a la convicción de que las armas biológicas eran terriblemente incontrolables y no podía garantizarse su contención fuera de un teatro de operaciones limitado. Fort Detrick siguió existiendo, y también el USAMRIID, que en su momento álgido llegó a contar con más de ochocientos efectivos y que hoy en día alberga uno de los laboratorios  biológicos más avanzados del mundo, de los pocos con nivel de bioseguridad 4.

Hoy los esfuerzos de guerra se han trasladado de Fort Detrick a Fort Meade, a poco más de setenta kilómetros en el mismo estado de Maryland. Fort Meade es la sede del Cyber Command de los Estados Unidos, una rama del Departamento de Defensa que cuenta con una plantilla teórica de seis mil empleados (frente a los ochocientos del USAMRIID en su época de esplendor) y que comparte instalaciones con la National Security Agency, un monstruo del ciberespionaje y de la inteligencia electrónica, con una plantilla que es información clasificada pero que se estima en más de treinta mil efectivos. De hecho, el director de la NSA es a su vez el del Cyber Command, con lo cual sólo quiero poner de manifiesto la tremenda interpenetración y desdibujamiento entre inteligencia electrónica civil y militar por un lado, y los ingentes recursos que los Estados Unidos dedican a la ciberdefensa y a la guerra en la red, por el otro.

Aunque todos los programas del Cyber Command son clasificados y muy poco conocidos, es asumido por todos los expertos que en Fort Meade se desarrollan y prueban decenas, si no centenares, de virus informáticos, en la convicción de que las guerras del futuro serán guerras en la red. Serán confrontaciones en las que cada oponente buscará la parálisis de los sectores estratégicos del enemigo: comunicaciones, energía, transportes, sanidad, entre otros.

Un enemigo paralizado es un enemigo inerme, y su rendición será inmediata sin casi disparar ni un sólo tiro. El que consiga penetrar las ciberdefensas del oponente lo tendrá  bajo control absoluto. De ahí la escalada de gasto en investigación de ciberguerra que se está produciendo en los últimos años en todos los países avanzados. Pocas cosas se saben públicamente de todo este asunto, pero algunos retazos han salido a la luz, como por ejemplo, el caso de Stuxnet, un patógeno muy sofisticado con el que se inutilizaron cientos de centrifugadoras para el programa iraní de enriquecimiento de uranio. 

El caso de Stuxnet fue muy particular, porque las instalaciones nucleares iraníes estaban aisladas de internet, y era preciso que el virus se introdujera mediante un soporte físico, presumiblemente un pendrive de algún empleado de alto nivel, que se conectó a un ordenador mediante un puerto USB y de ahí propagó la infección por toda la instalación hasta afectar al programa que controlaba la velocidad de las centrifugadoras, destruyendo gran parte de ellas.  Con esto se demostró que un virus  lo suficientemente sofisticado era capaz de afectar instalaciones estratégicas de un país enemigo.

La siguiente fase en esta escalada cibermilitar consiste en conseguir que el vector de la infección no sea físico, sino que el virus pueda transportarse y diseminarse por la misma red y tal vez quedar aletargado e indetectable -durmiente- hasta que sea preciso activarlo. La biología y la bioquímica han suministado muchas ideas al respecto, porque en el fondo, los virus informáticos copian estrategias biológicas para su propagación, reproducción y ocultación.

Ahora bien, los expertos coincidieron en su momento que Stuxnet no podía ser obra de unos hackers aficionados, por muy competentes que fueran. La razón es que Stuxnet es un virus de tal complejidad y sofisticación que se han necesitado muchísimos recursos económicos y la intervención de todo tipo de especialistas en su diseño, algo que sólo está al alcance de unos pocos organismos gubernamentales. Ni siquiera las grandes empresas privadas, por si solas, podrían haber sido capaces de elaborar algo tan letal.

Así pues, la siguiente generación de ciberpatógenos se ha de caracterizar por poderse difundir por la red de forma masiva pero camuflada y permitir un ataque contra multitud de objetivos enemigos de forma coordinada y simultánea. Dado que la mayoría de los organismos altamente sensibles de un país suelen intentar autoprotegerse con escudos  realmente formidables, lo más sencillo es utilizar caballos de troya, en forma de usuarios autorizados que no son conscientes de ser los vectores de una infección gravísima. Y cuantos más usuarios estén infectados, más probabilidades hay de que alguno de ellos consiga atravesar las barreras de contención. La analogía con la fecundación sexual es evidente: hay millones de espermatozoides  "atacando" un sólo óvulo, pero eso garantiza que, al menos uno de ellos alcanzará su objetivo. 

En el reciente ataque masivo, que ha afectado a decenas de países y a infraestructuras muy sensibles de comunicaciones, transportes, sanidad y grandes empresas de diversos países, se distinguen claramente todos los elementos que he apuntado anteriormente, por lo que parece muy difícil -aún a costa de parecer un conspiranoico- que semejante destrozo lo hayan causado unos hackers gamberros, unos delincuentes comunes o unos ciberterroristas, pues es muy poco verosímil que ninguno de estos grupos que operan actualmente disponga de los recursos económicos y humanos suficientes para diseñar algo que cause tal volumen de estragos, bajo la improbable cobertura de una extorsión criptográfica por trescientos miserables dólares de rescate.

Más bien parece una especie de ensayo de un arma de ciberguerra, o del estudio del sistema de vectorización y difusión de un patógeno  de forma similar a los que el USAMRIID supervisaba en los años de la guerra biológica. Idea reforzada por el hecho de que Microsfot había advertido de la vulnerabilidad a la NSA en el mes de marzo, y que al parecer (sólo al parecer) la NSA omitió descaradamente en sus boletines de alerta, pese a la peligrosidad que entrañaba esa vulnerabilidad. Es decir, este episodio podría ser un ensayo relativamente inocuo, pero que seguramente ha aportado muchísima información vital al Cyber Command, Porque lo que es seguro es que el estudio de la infección, su difusión y el modo de controlarla han supuesto una cantidad ingente de datos para la elaboración de las estrategias de la guerra cibernética que asoma en el horizonte de un futuro no muy lejano.


martes, 9 de mayo de 2017

Le "macrillage"

No acierto a comprender –y mucho menos, a sintonizar- con la fingida (por desmesurada y poco rigurosa) demostración de euforia europeísta tras el triunfo de Macron en las elecciones presidenciales francesas. Por lo visto, ganar por 2 – 1 (por usar un símil futbolístico equivalente al 65%-35% de las elecciones) es una paliza tremenda y un resultado francamente alentador para el partido de vuelta, que se jugará en las elecciones legislativas del mes que viene y donde no va a valer esa coalición lógica pero antinatural que se da en todos los sistemas de ballotage, en los que la segunda ronda de las elecciones sólo permite la disputa entre los dos candidatos mejor situados.

Que gran parte del electorado francés haya optado por un frentismo sin convicción para frenar a Le Pen es indicativo de varias cosas, la mayoría de ellas preocupantes. La primera de ellas es que no se ha votado a favor de  la propuesta de Macron, sino contra la de Marine Le Pen. Votar contra algo es signo de hastío y agotamiento democrático y es sólo un mal menor cortoplacista frente a los desafíos que se plantean en el mundo occidental. A eso ya estamos acostumbrados en España, donde lo importante no es tanto que ganen los nuestros, sino que pierdan los otros al precio que sea. Por muy fino que hilemos, y aunque los resultados parezcan confirmarlo, no es equivalente votar a favor de un programa que simplemente votar contra otro programa distinto, porque esto último pone de manifiesto un pobre estado de salud democrática, una especie de elección entre Escila y Caribdis que a medio plazo no puede tener consecuencias positivas.

Como sucede con todos los parches, taponar la herida política que existe en Francia no significa en absoluto que se haya contenido definitivamente la hemorragia interna, que necesita de cirugía y sutura de gran alcance para evitar que el país se acabe desangrando cuando algún movimiento brusco, en forma de oleada terrorista o de crisis socioeconómica, arranque de cuajo el esparadrapo que representa la solución Macron. Y para ver hasta qué punto el parche a duras penas cubre los bordes de la herida, basta recurrir a los números de forma fría y no artificiosa.

El señor Macron, flamante nuevo presidente de la República Francesa, lo es con dos tercios de los votos, lo cual sería notable si no fuera porque ha recibido masivamente el apoyo de todas las fuerzas políticas que no eran el Frente Nacional. Es como si para apear al PP del poder en España, casi todos los demás partidos políticos unieran fuerzas para un candidato alternativo. ¿Y después, qué? Bien es cierto que el sistema francés es bastante presidencialista, pero en su caso el presidente dista de tener tanto poder como su homólogo norteamericano y  puede ser un gran problema tener que ejercer una presidencia hipotecada desde el primero al último día del mandato. Si a ello sumamos que en las elecciones legislativas puede formarse una mayoría alternativa que obligue al presidente a la cohabitación con un gobierno de signo distinto (lo cual no sería la primera vez que ocurre), el panorama de los próximos años en Francia puede ser algo más que desolador. Ya lo vimos el primer día después del triunfo de Macron, cuando París llenó sus calles de manifestaciones presión y protesta contra las políticas que ni siquiera ha empezado a esbozar. Malos augurios.

Tal como lo interpreto, las elecciones presidenciales han constituido un placaje bastante sólido pero sólo temporal a la delantera del Frente Nacional; el juego ha quedado interrumpido mas los atacantes están todavía demasiado cerca de la línea de ensayo. Siguiendo con la analogía con el rugby -ese deporte tan amado en Francia- la melé posterior puede acabar de muchas maneras, pero las fuerzas están mucho más igualadas de lo que los titulares han querido dar a entender. Y si no, veamos las estadísticas.

La abstención ha sido del 25 por ciento, una cifra monstruosa en un país tradicionalmente no abstencionista en unas presidenciales. Para  ese fenómeno sólo hay una lectura: una parte muy sustancial del electorado  ha preferido no frenar a Le Pen antes que votar a un candidato que no sólo es una incógnita, sino que a muchos les parece un tapado del establishment. Por otra parte, ha habido un considerable número de electores, hasta el 12 por ciento, que han querido ejercer su derecho, pero han votado en blanco o nulo, manifestando así su descontento entre las dos opciones, lo cual es una clara  bofetada al espíritu supuestamente “integrador” de la campaña de Macron. Entre unos y otros, suman aproximadamente un tercio del electorado, lo cual da mucho que pensar, porque estos dubitativos/descontentos pueden caer fácilmente del lado de quien haga un discurso más coherente a largo plazo, y eso podría beneficiar al Frente Nacional en un futuro no muy lejano.

Por otra parte, los números de Le Pen no son malos, ni mucho menos. En quince años ha conseguido doblar los resultados de su padre y atraer a más de un tercio de los votantes efectivos. Quince años parece mucho tiempo, pero la gestación de movimientos políticos de largo recorrido suele requerir ese tiempo y alguno más. El treinta y cuatro por ciento es una cantidad muy respetable de ciudadanos hartos del sistema vigente. Y si Macron no consigue hilvanar un ejecutivo estable para los próximos años –y me parece que ésa va a ser tarea muy difícil- ese porcentaje de votantes que en segunda vuelta sumaron muchos más a los que ya había sacado la buena de Marine en la primera ronda crecerá de forma sustancial. Al parecer nadie se ha fijado en que pese a los llamamientos en masa para votar a Macron y a la feroz campaña de los medios, la señora Le Pen obtuvo muchísimos más votos en la segunda vuelta que en la primera. La deducción lógica es que esos votos de más  no eran del propio Frente Nacional, sino de electores presumiblemente más moderados pero que en la tesitura de tener que escoger, viraron hacia la opción euroescéptica. De nuevo, da qué pensar.

Y es que, como he apuntado antes, Macron es una incógnita, pero menos. Porque en España ya conocemos de sobra ese discurso regeneracionista desde dentro, que encarna a la perfección Albert Rivera, y de quien el señor Macron parece un calco, incluso en la juventud y lozanía aparente del candidato y de su programa. Sin embargo, somos muchos los que tememos que tanto el maestro Rivera como el discípulo Macron (por una vez hemos innovado antes que los franceses) son las opciones  que El Sistema ha puesto sobre el tapete, una vez constatado el agotamiento de los partidos políticos tradicionales, a quienes el poder económico-financiero irá dejando caer progresivamente, visto el descrédito en el que se han sumido tras la crisis de 2008. Y que tratará de sustituir con nuevos peones aparentemente distintos a los que ocupaban el tablero de juego hasta ahora. Pero seguirán siendo los peones del mismo neoliberalismo salvaje que ha destrozado el mundo en los últimos años.

Más que renovarse  o morir, parece que Macron encarna el cinismo de “algo hay que cambiar para que todo siga igual” que genialmente retrató Lampedusa en su obra El Gatopardo. Curiosamente la cita en origen procede de un escritor francés del siglo XIX,  Alphonse Karr: "plus ça change, plus c’est la même chose" . Macron es el candidato joven, guapo, moderno y dinámico, tan alejado de los políticos consagrados al uso y, ante todo, tan alejado del debate ideológico real. Las élites en el poder se han dado cuenta de que para atraer al votante la derecha ha de estar desideologizada, o al menos parecerlo en las cuestiones más espinosas, para cubrir un espectro amplio del electorado a base de apariencias juvenilmente energéticas y discursos orientados hacia el optimismo económico, aunque sin justificar jamás el porqué. La cuestión es arrastrar como sea al ciudadano (y sobre todo al más joven y menos escéptico) hacia un teórico centrismo sensato  con propuestas que parezcan revolucionarias y atrevidas, pero que no sean más que medidas superficiales (cuando no cortinas de humo) para dar tiempo a los poderes fácticos a reorganizarse y frenar la marea de descontento popular,  manteniendo intactas las estructuras básicas de poder.

En ese sentido, el gatopardismo de Macron parece bastante descarado si tenemos en cuenta los apoyos reales (y no los forzados) de que ha gozado en esta segunda vuelta, comenzando por una Angela Merkel que representa, sin ningún tipo de complejos, la ortodoxia neoliberal  dominante también en Bruselas. Con lo que, en última instancia, parece que la elección presidencial francesa no ha sido más que una operación fundamentalmente estética. Tout  un “macrillage”.

jueves, 4 de mayo de 2017

El alud de basura

Que cualquier garrulo totalmente indocumentado y escasamente alfabetizado tiene el mismo derecho a expresar públicamente su opinión que el más docto de los eruditos es cosa aceptada como democrática e igualitaria, aunque sumamente discutible, sobre todo si el tiempo y el espacio dedicados a esa libertad expresiva tienen la misma ponderación para uno que para el otro. Sucede que los medios de comunicación abiertos en internet raramente aplican ningún tipo de control, excepto los relativos a aquellas expresiones que podrían incidir en el ámbito de lo penal, en cuyo caso estamos comenzando a ver tímidos intentos de censura a los energúmenos que se dedican a estimular el odio entre todo hijo de vecino.

Sin embargo contra la imbecilidad manifiesta no hay ningún tipo de freno o cortapisa, y en los últimos años la estulticia se ha apoderado de la red de un modo temible y francamente acongojante. De este modo se comprende cómo es posible que esté sucediendo un hecho alarmante a estas alturas de la historia humana: la difusión y el conocimiento de la ciencia está retrocediendo de una manera brutal en todo el mundo debido a la saturación de doctrinas vagamente new age, que van desde el supuesto y antievolucionista “diseño inteligente” hasta la negación de la medicina tradicional en beneficio de supuestas curas milagrosas -que no son más que estafas de los nuevos curanderos puestos al día- pasando por teorías absolutamente injustificadas que ponen en riesgo a toda la humanidad so pretexto de salvaguardarnos de unos supuestos efectos secundarios de las vacunas (riesgos infinitamente menores que el riego de extender una pandemia global que se lleve por delante a medio planeta). Los ejemplos son tan variados que tienden al infinito, sólo basta navegar al azar por internet para ser víctimas de ese deprimente espectáculo.

El retroceso de la ciencia en internet corre parejo al incremento geométrico del número de lelos que se creen el primer titular que les endilgan, sin contrastar lo más mínimo la procedencia de la información. Es más, en la mayoría de las páginas de prensa o de agregación de noticias de la red se mezclan sin ningún pudor noticias más o menos serias con publicidad sumamente engañosa y difícil de discernir a primera vista. En ese sentido, internet se ha convertido en vehículo ideal para los timadores del mundo entero, que ven como engañando a un porcentaje relativamente reducido de población pueden hacerse de oro por la sencilla razón de que antes llegaban a muy pocos y ahora, con una pequeña inversión, llegan a  decenas de millones de lectores. Y entre todos esos millones, con que uno de cada mil muerda el anzuelo, ya es suficientemente rentable.

Hay quien apuesta por una progresiva normalización de los contenidos de la red y que el futuro inmediato no será tan nefasto como lo pintamos algunos. Y además, afirman que una herramienta como internet ha dotado a la población humana de una libertad informativa impensable hace pocos años. Sin embargo, la libertad informativa también incluye, por propia definición, la libertad de engatusar y desinformar, dejando en manos del usuario la responsabilidad exclusiva de saber a qué atenerse cuando bucea en los diversos contenidos de la red. Lo cual estaría muy bien si la masa crítica de humanos cultos, cultivados y con un sentido ético-crítico  de la información fuera superior a la masa de descerebrados a quienes se puede alimentar fácilmente con cualquier falsedad revestida de verdad absoluta gracias -también- a la mezcla de incultura general y carencia de deontología profesional de muchos de los redactores de las informaciones que aparecen en internet. Criterios puramente evolutivos nos muestran que en cualquier población con dos características contrapuestas, si no se alcanza un equilibrio basado en retroalimentación negativa (es decir, sistemas que se autorregulan cuando exceden de un determinado límite, evitando superar un valor máximo), lo que sucede es que una de las dos poblaciones se impone totalmente a la otra, aniquilándola.

Dicho de otro modo, a falta de mecanismos reguladores de los contenidos en internet, la retroalimentación negativa resulta inexistente y no hay freno ninguno a la estupidez campante en la red. Como el número de imbéciles supera  en mucho al de sensatos, internet se va llenando con más basura a cada minuto, por muchos esfuerzos que pongan la comunidad científica y la intelectualidad en tratar de impedirlo. Es más, yo apostaría (aunque sin pruebas fehacientes) que lo que se está dando es una retroalimentación positiva, de modo que estamos en una especie de reacción en cadena en la cual cada barbaridad informativa se sucede con mayor velocidad e intensidad por otras barbaridades de mayor calado, debido a una audiencia nada selectiva, pero tremendamente voraz y hambrienta de carnaza a cualquier precio. La cuestión de fondo es que las empresas  de internet están muy necesitadas de enormes cantidades de“clics” de sus usuarios que hagan competitivo el recuento de  visitantes a sus páginas web con el fin de fomentar sus ingresos publicitarios.

La situación es muy grave porque la velocidad que está tomando este alud de basura es vertiginosa y ya permite una sensacional manipulación de las masas con intereses puramente políticos. Algo que ya apuntó de forma nada encubierta la serie Homeland en su última temporada y que está siendo objeto de revisiones más o menos acertadas por diversos cineastas e intelectuales. Lo cierto es que la sensatez está en minoría. Siempre lo ha estado, pero antes eran unas pocas manos las que manejaban los controles y ahora todo parece que se mueve según las palpitaciones globales de la red, lo cual es extraordinariamente peligroso, porque ha incrementado el número de insensatos con un poder enorme por una sencilla razón: el minúsculo poder individual de cada uno de nosotros se multiplica por un factor de millones cuando sumamos tantas otras voluntades a nuestra causa. Si lo que subimos a la red es una mentira o un engaño, la amplificación que recibe por los “likes” de millones de usuarios fatalmente desinformados es enorme e imparable, lo cual explica las barbaridades que está diciendo (y haciendo) mucha gente por culpa de internet. Incluyendo jueguecitos macabros como el de “La Ballena Azul”, que concluye con el reto del suicidio del participante. Ni el más avezado de los viejos maestros de la literatura de ciencia ficción podría haber supuesto el tremendo poder que la red ejerce sobre la gente, de un modo directamente proporcional a su grado de incultura y a su incapacidad de aplicar ningún tipo de juicio crítico independiente.

Porque de lo que se trata, en esencia, es de que el usuario habría de ser capaz de buscar diversas fuentes de información y contrastar lo que recibe de cada una de ellas, para hacerse una composición de lugar razonable, o al  menos, tener un marco de sano escepticismo sobre el que fundamentar una opinión lo menos sesgada posible. Sin embargo, temo que justo está sucediendo lo contrario. La red parece ejercer un efecto hipnótico sobre la mayoría de la gente hasta el punto de que provoca una especie de “fijación” en los contenidos, de modo que pese a que actualmente tenemos acceso a mucha diversidad de medios, la inmensa mayoría se aferra a sólo unos pocos de ellos que resultan de su agrado por motivos diversos (desde ideológicos hasta de diseño de la página web), pero entre los que destaca la facilidad de acceso y la pereza por hacer búsquedas completas y cuidadosas. De este modo cristaliza ese fenómeno ya avanzado por diversos estudiosos, de que tenemos más información que nunca, pero estamos peor informados. Por pura vagancia, añadiría yo.

Este fenómeno de la extensión de la estupidez como un incendio en bosque seco se hace muy patente si en vez de leer las noticas de los medios en internet nos limitamos a analizar los comentarios de los lectores. Es francamente difícil reunir en tan pocos bits tanta estupidez, tanta incultura, tantas faltas de ortografía y tanta agresividad mal disimulada ante las opiniones de los demás. Las secciones de comentarios de los medios en red se han convertido en un avispero de barbaridades entrecruzadas, de acusaciones sin fundamento, de amenazas nada veladas y de continuas injurias. Y en un insulto a cualquier inteligencia mínimamente cultivada. Y es que, para mayor desgracia, los pocos que exponen argumentos sensatos y ponderados son barridos sin contemplaciones por una marea de gilipolleces y desatinos que anulan cualquier esfuerzo por poner orden en semejante gallinero. Es como pretender vaciar una piscina con un cubo de playa: absolutamente inútil.

Es por eso que los individuos y colectivos con cierto nivel intelectual cada vez se recluyen más en pequeñas webs de escasa difusión pero de contenidos contrastados, lo que resulta en pequeñas burbujas de conocimiento en un universo web en expansión acelerada. Sin embargo, por analogía con la evolución de nuestro cosmos, la expansión acelerada hace que las pequeñas burbujas de conocimiento estén cada vez más dispersas y separadas entre sí. Y aún peor, resultan más difíciles de localizar.  Son guetos en una megálopolis salvaje, depredadora y en la que no prima, en absoluto, la inteligencia.

El futuro es, en ese sentido, desalentador. La chusma, en el sentido literal de la palabra, se ha hecho con internet gracias a los escasos escrúpulos de quienes manejan sus contenidos, a quienes ya les va bien ese escenario tan parecido al de la idiocia borreguil y generalizada en que se mueven los protagonistas de 1984, de Orwell. Sinceramente, creo que nos acercamos velozmente a un escenario catastrófico ante el aplauso enfervorizado de una multitud de usuarios cegados por el entusiasmo y el sonriente desdén de las élites económicas y políticas dominadas por la codicia.