miércoles, 26 de marzo de 2014

Suárez y los Hermanos Musulmanes

El título de esta entrada puede parecer paradójico, pero no lo es tanto. Tiene que ver con la figura de Adolfo Suárez y su lejana y extraña conexión con lo que sucede con los Hermanos Musulmanes en Egipto. Una conexión antitética pero que pone de manifiesto lo que significa instaurar una democracia y que germine o se marchite antes de fortalecerse.

Con el debido respeto que merecen todas las opiniones de exégetas y apologetas, así como las de los detractores de la figura de Suárez, entiendo que nadie ha dado en el clavo de cual fue realmente la razón de la importancia del fallecido presidente durante la transición del franquismo. Se ha puesto mucho el acento en su capacidad de diálogo y de consenso y en su habilidad para conducir el harakiri político del régimen franquista diseñado por otros personajes que se movían más a gusto en la penumbra, como Fernández Miranda. Otras voces han señalado también las sombras que proyectaba la figura del duque de Suárez, especialmente en lo concerniente a su pasado no democrático. Le faltaban credenciales, es cierto, pero precisamente por eso pudo llevar a cabo esa tarea de puente entre dos orillas políticas de un modo que un demócrata de toda la vida seguramente no habría sido capaz de gestionar.

Sin embargo, hay una cuestión que no he visto a nadie mencionar durante estos días de luto nacional. Eso me conduce en primer lugar a Egipto y a la reciente sentencia contra los Hermanos Musulmanes, que no son santos de mi devoción, pero a los que como demócrata convencido debo mentar en este caso. La reciente condena a muerte de más de quinientos de sus militantes por el asesinato de un comisario de policía, efectuada con muchos de ellos en rebeldía, en un juicio de dos días y sin ninguna garantía, aparte de ser una aberración jurídica y política, es una muestra -una más- de que en Egipto estaban mejor con Mubarak que con la actual democracia (en estos momentos tutelada militarmente, pero democracia formal a la postre).

Para llegar a este extremo no cabe hablar de debilidad de las instituciones democráticas, con la judicatura al frente. Aunque resulta obvio que la justicia o es democrática o no es, y a lo sumo se convierte en un instrumento de venganza del poder político, el problema de fondo no es ése. La justicia vengativa, que tanto desearían muchos en este país, y especialmente los miembros de algunas de las asociaciones de víctimas del terrorismo que se han puesto en evidencia a si mismos con ocasión de la excarcelación de presos etarras, no es más que un síntoma. Un síntoma de una sociedad aquejada de un grave déficit democrático.

Una democracia no se construye únicamente con un estatuto legal y unas formalidades parlamentarias, porque a esa receta le faltará siempre el ingrediente básico. Y no, no es el deseo popular de llegar a ser una democracia, sino que ese deseo no surja de forma disruptiva y efervescente de una ebullición social precipitadamente inducida y mal canalizada, sino de la consolidación de una serie de principios y de creencias que cristalicen en todos los estratos sociales. Una convicción modelada no por la desesperación y la rabia, sino por la necesidad de encontrar un espacio común en el que desarrollar el ejercicio de las libertades civiles.

La democracia no se impone de arriba a abajo. No es la política la que transforma a la sociedad, sino la sociedad la que transforma los regímenes políticos. Ese es el problema del que Egipto, como tantos otros países de tradición islámica, no es más que el paradigma. Una sociedad profundamente anclada en unas maneras no democrátcias, conducida con urgencia por unas élites mayormente exiliadas y cultivadas en Occidente hacia una democracia que no ha tenido tiempo de sedimentar en la mente social y colectiva.

Lo mismo que sucede en muchos países del bloque del este, que no son preciasmante poco democráticos por el mero hecho de haber vivido bajo el yugo soviético, sino porque desde muchos años antes sus estructuras sociales y políticas no habían evolucionado como las occidentales. Sencillamente proque el "alma" nacional no había sido -ni lo es todavía- democrática. En esos países, la democracia es solamente un cambio de escenario para seguir zanjando las disputas al viejo estilo, lo que cuestiona su legitimidad esencial. Lo cual debería hacer reflexionar a los líderes occidentales sobre el penoso papel que están haciendo refrendando a Ucrania y sus líderes ultradrechistas como si fueran demócratas de toda la vida. Salvo que crean que el molde da sentido al contenido.

Y no, una espectacular botella no prejuzga la calidad del coñac que contiene. Desde hace demasiados años, las potencias occidentales están empeñadas en convertir el mundo en un bonito anaquel de espléndida botellería democrática, con contenidos agrios, rancios, adulterados y apestosos. Y en este punto es donde la figura de Adolfo Suárez se engrandece notablemente, porque fue de los pocos que previó que la botella de Vega Sicilia rellenada con vino peleón no habría ido a ninguna parte.

Porque, no nos engañemos, la sociedad española no tenía ninguna tradición democrática. Los escasos períodos con regímenes democráticos de los siglos XIX y XX no manifestaron nunca esa voluntad de diálogo y de consenso sociales, que después se transfieren a la arena política, y que son el símbolo y la raíz de una auténtica sociedad de derechos civiles, respetuosa con todos sus integrantes incluso en la discrepancia. Aquí quien más quien menos tiene raíces profundamente autoritarias y cainitas enterradas en lo más hondo de su genoma hispano, como bien ha señalado reiteradas veces Arturo Pérez-Reverte en sus columnas.

La gesta de Suárez consistió en hacernos creer a todos los españoles que éramos una sociedad madura para la democracia y en engañarnos hábilmente con su entusiasmo y con su permanente voluntad de dialogo para que asumiéramos que éramos un país moderno y plenamente occidental. Y ese engaño perduró el tiempo suficiente para consolidar una democracia que nació amenazada en muchos frentes. Ese engaño duró exactamente lo necesario para que las nuevas generaciones de españoles nacidos en los últimos años de la dictadura, y adolescentes o jóvenes adultos cuando falleció Franco, creyésemos a pies juntillas que la democracia no solo era posible y que era nuestro destino final, sino que era lo que siempre habíamos querido ser.

Luego vino el desengaño y el desencanto, pero eso es harina de otro costal, y no fue culpa precisamente de Suárez, sino de quienes le sucedieron. Suárez fue el flautista de Hamelin que consiguió arrastrar a todo un pueblo hacia la convicción de que había que poner punto final no sólo a la dictadura, sino a casi doscientos años de autoritarismo social y político. Y lo hizo tan bien que hoy en día la sociedad española es capaz de movilizarse al margen de la corrupción política y del desencanto que genera para defender la esencia de la democracia como si toda nuestra historia hubiera sido así.

Suárez convenció a la sociedad española del camino que había que tomar con engaños y artimañas dirigidos al subconsciente colectivo (si es que tal cosa puede existir, pero ustedes ya me entienden) y ese es su gran mérito. A mi modo de ver, mayor que el elogio de la concordia que figura en su epitafio.


jueves, 20 de marzo de 2014

La gran mentira sobre Ucrania

Iba a escribir sobre Ucrania, ampliando con nuevos datos lo que ya expuse en una entrada anterior sobre lo que constituye el episodio más vergonzoso de manipulación política y mediática  de este siglo.Pero se me ha adelantado Vicenç Navarro en un excelente artículo que reproduzco a continuación.

Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 18 de marzo de 2014
Este artículo presenta información que, salvo contadas excepciones, no ha aparecido en la mayoría de medios de comunicación en España, referente a la enorme influencia que un partido nazi tiene hoy en el nuevo gobierno de Ucrania.


La gran mayoría de medios españoles están presentando la situación que ocurre en Ucrania como un alzamiento popular en contra de un gobierno corrupto y sumamente impopular. De ahí que esté generando una simpatía generalizada, favorecida por unos medios que, todavía estancados en la ideología de la Guerra Fría, ven a Rusia como el enemigo. Y puesto que Rusia había apoyado a ese gobierno, mientras que los que se le opusieron favorecían más su conexión con la Unión Europea, se explica la lectura tan favorable de la revuelta popular contra el gobierno, la cual ha acabado deponiéndolo, aun cuando dicho gobierno había sido elegido democráticamente.

Ni que decir tiene que la revuelta contra el gobierno depuesto ha sido una revuelta popular. Pero la realidad es más complicada que la que los medios anuncian. En realidad, no se ha señalado (con la excepción de Rafael Poch, corresponsal de La Vanguardia en Alemania) que hoy Ucrania es el único país de Europa donde existen miembros de un partido nazi en posiciones de gran poder. El partido nazi se llama paradójicamente Libertad (Svoboda) y  sus miembros en el gobierno son el ministro de Defensa (Igor Tenyukh), el viceprimer ministro para Asuntos Económicos (Aleksandr Sych, que es el ideólogo del partido que ha presionado, entre otras medidas, para que se prohíba el aborto), el ministro de Agricultura Igor Shvaika (uno de los mayores terratenientes de Ucrania), el ministro de Ecología (Andriy Moknyk, que había sido la persona de contacto con grupos nazis europeos), el director del Consejo Nacional de Seguridad Andry Parubiy (y director de la milicia militar del partido), el Fiscal General del Estado (Oleh Makhnitsky), y el ministro de Educación Serhiy Kvit, entre muchos otros. El poder de este partido condiciona claramente al nuevo gobierno de Ucrania.

Dicho partido fue fundado en 1991, presentándose como el sucesor de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (ONU) fundada por un personaje, Stepan Bandera, clave en la historia reciente de Ucrania. El partido Svoboda lo presenta como su máxima inspiración. Fue definido como un héroe nacional en el año 2010 por el Presidente Victor Yushchenko, más tarde sustituido por el democráticamente elegido Yanukovich, el Presidente del gobierno depuesto como resultado de la revuelta popular. Este último gobierno retiró el honor que se había concedido a Bandera, aunque es más que probable que el nuevo gobierno lo restituya.

Bandera, cuyo homenaje conllevó la protesta de la Tribunal Europeo de Justicia (European Court of Justice), fue el mayor aliado del régimen nazi de Hitler en Ucrania, habiendo dirigido dos batallones que se integraron en las SS nazis alemanas en su lucha contra la Unión Soviética durante la II Guerra Mundial (según el Centro Simon Wiesenthal, esos batallones detuvieron a 4.000 judíos ucranianos, enviándolos a campos de concentración nazis en Lviv en julio de 1941). En los escritos de la organización fundada y dirigida por Bandera (ONU) se habla explícitamente de la necesidad de limpiar la raza, eliminando a los judíos. El Profesor de Historia de la Tufts University Gary Leupp, en su detallado artículo “Ukraine: The Sovereignty Argument, and the Real Problem of Fascism” (CounterPunch, 10.03.2014), del cual extraigo todos los datos que presento en esta primera parte del artículo, cita textos enteros mostrando el carácter nazi de dicha organización. Cuando la Alemania nazi invadió Ucrania, Bandera declaró su independencia, cuyo gobierno trabajó “muy próximo y hermanado con el nacionalsocialismo de la Gran Alemania, bajo el liderazgo de Adolf Hitler, que está formando una nueva Europa”.

El partido dominante en el nuevo gobierno de Ucrania, Svoboda, se considera orgulloso heredero del ONU, y quiere purificar la sociedad ucraniana, persiguiendo violentamente a homosexuales, prohibiendo el aborto, estableciendo un orden jerárquico y disciplinado, enfatizando la masculinidad y la parafernalia militar, llamando a la expulsión de la mafia judía moscovita y eliminando el comunismo, comenzando por la prohibición del Partido Comunista y la persecución de sus miembros o intelectuales afines. Piensa también eliminar más tarde a todos los partidos. En realidad, el programa no puede ser más claro. En el año 2010, la web del partido indicaba “Para crear una Ucrania libre… tendremos que cancelar el Parlamento y el parlamentarismo, prohibir todos los partidos políticos, estatalizar todos los medios, purgar a todo el funcionariado y ejecutar (término que utilizan) a todos los miembros de los partidos políticos antiucranianos”. El Congreso Mundial Judío (World Jewish Congress) declaró a este partido como partido neonazi el mayo del año pasado.

¿Cómo es que un partido nazi está gobernando hoy Ucrania?

Las movilizaciones populares que terminaron con el gobierno eran en su mayoría movilizaciones espontaneas, con escasa estructura organizativa. De ahí que un grupo, incluso armado, con apoyo político internacional, pudiera adueñarse fácilmente de aquellas movilizaciones, jugando un papel importante en las etapas finales del movimiento popular. Y, por paradójico que parezca, tanto EEUU como la UE jugaron un papel clave en esta promoción. En realidad, EEUU más que la UE. Fue precisamente Victoria Nuland, responsable del Departamento de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos (una funcionaria de la ultraderecha dura nombrada por el Vicepresidente Cheney durante la Administración Bush, y que sorprendentemente fue mantenida en este cargo por la Administración Obama) la que apoyó más fuertemente y abiertamente al partido Svoboda, pues era el más antiruso de los grupos que existían en esas manifestaciones. Fue este personaje la que utilizó la famosa expresión “¡Que se joda la UE!” (“Fuck the EU!”), insistiendo en que el gobierno tenía que tener en cuenta a Svoboda, por muy mala imagen que ello creara. En realidad, dicho partido, en las últimas elecciones, solo ha recibido un 10% del voto. Pero su enorme influencia no deriva de su apoyo popular, sino de las maquinaciones que han tenido lugar, en las que el gobierno estadounidense y el alemán han jugado un papel central. Ambos desean expandir el área de influencia de la OTAN hacia el este de Europa, y ven la situación de Ucrania como favorable a ello. El miembro de Svoboda que es ministro de Defensa es favorable a la OTAN y ha estudiado en el Pentágono en EEUU.

¿Cuál es el futuro de Ucrania?

Hoy las élites gobernantes a los dos lados del Atlántico norte se encuentran en una situación conflictiva. Por un lado, está el complejo militar industrial de EEUU, que está muy a la defensiva (debido a los recortes tan notables del gasto militar del gobierno federal, resultado del hartazgo de la población estadounidense hacia las campañas bélicas que caracterizan la política exterior de EEUU) y que desea reavivar por todos los medios la Guerra Fría para justificar la recuperación de su papel central en el sistema político-económico estadounidense.

Pero esta estrategia choca claramente con los intereses financieros y económicos de la UE y también de EEUU. Rusia es el tercer socio comercial de la UE después de EEUU y China, con un intercambio comercial de más de 500.000 millones de dólares en 2012 (Bob Dreyfuss “Capitalism Will Prevent a Cold War Over Ukraine”, The Nation, 10.03.2014). Alrededor del 75% de todas las inversiones extranjeras en Rusia proceden de la UE, siendo Rusia la mayor proveedora de gas de la UE. Y el capital de los grandes oligarcas rusos está en bancos europeos, en su mayor parte en la City de Londres. Hoy, el gran capital financiero e industrial no desea una Guerra Fría. En realidad, gran parte del armamento de Rusia es construido hoy en Suecia y Francia (la última compra es de helicópteros, 1.700 millones de dólares). De ahí que por mucho que se hable de penalizar a Rusia, poca acción militar es probable que ocurra. No estamos en la primera página de la III Guerra Mundial, pero ello no implica que no estemos viendo el resurgimiento del nazismo, apoyado paradójicamente por élites gobernantes a los dos lados del Atlántico norte, que representa la mano dura necesaria para llevar a cabo las políticas de corte neoliberal que el gobierno ucraniano realizará para facilitar su integración en la UE.

martes, 11 de marzo de 2014

El hastío



Las noticias son iguales, repetitivas, semana tras semana. Los actores son distintos, los escenarios diferentes, pero los contenidos, con ligeras variaciones, idénticos. Se generaliza una sensación de aburrimiento, de dejà vu en todas las informaciones con que los medios nos atiborran. Y por encima de todo, va sedimentando la convicción de que nada de lo que hagamos o digamos servirá en absoluto para cambiar el rumbo que ha tomado la sociedad moderna. Un rumbo marcado por el cinismo, la brutalidad y la mentira oficializada. Por la descarada manipulación de las evidencias, incluso cuando éstas son abrumadoras. Por la decidida proletarización en que los líderes políticos están sumiendo a las clases medias, que se traduce en el aumento exponencial de las desigualdades sociales y económicas en el primer mundo.  Que a su vez se manifiesta en la proliferación de gestos xenófobos y excluyentes.

El pastel es más pequeño y somos más a repartir. Toca menos ración por cabeza y eso afecta directamente a nuestro concepto de la solidaridad. Se mire como si mire, los ricos nunca han sido solidarios, a lo sumo han sido caritativos. La solidaridad es una virtud reservada a las clases medias, conscientes hasta hace bien poco de dónde vienen y adónde van y de que la pobreza repentina es algo que siempre está presente en las familias como una espada de Damocles. Es mucho más fácil descender por la escala social que subir por ella hasta el Olimpo de los millonarios. Pero la solidaridad sufre una dura prueba cuando los recortes afectan más y más a las economías familiares. Dejándolas con el hueso al descubierto, llegando al mismo núcleo de la mera supervivencia. Es ahí, en ese doloroso punto, donde nuestra solidaridad zozobra junto con las toneladas de carnaza justificativa que nos lanzan nuestros zafios gobernantes.

La angustia por el propio futuro nos vuelve insensibles frente al presente, en muchas ocasiones infinitamente más acuciante y doloroso, de miles de familias que están en una situación mucho peor que la nuestra. Resurge así el egoísmo en todas sus escalas: vecinal, local, estatal y supranacional. La xenofobia campa a sus anchas y el populismo facilón se abre un hueco, junto con las ideologías extremistas, en el ámbito político.

La gente se refugia en lo más próximo y tangible, de ahí el resurgir de las formas más localistas y extremas de nacionalismo. El desencanto frente al concepto de Europa es generalizado: ya se les ha visto demasiado el plumero a los mandatarios de Bruselas. Para ellos la unión política sólo sería una excusa para facilitar los intercambios económicos y generar más riqueza para los ricos, y sólo para ellos. Hace escasos días un viejo conocido me preguntaba, como si no fuera evidente, para qué tenía tanto interés la Unión Europea en Ucrania.

A despecho de lo que puede parecer obvio, resulta que Ucrania es un país con tendencia a una hiperinflación estructural, con un sector productivo diezmado,  unas infraestructuras pobres, una total dependencia energética y de recursos minerales y unos salarios bajísimos comparados incluso con los países de su entorno inmediato. Así que ¿para qué puede querer Europa (léase Alemania) un estado de cuarenta y muchos millones de ciudadanos permanentemente empobrecidos, salvo para conseguir diezmar aún más las economías de los demás estados miembros de la UE a base de otra nueva oleada de deslocalizaciones en masa?¿Acaso no resulta evidente que poner a Ucrania en la órbita de la UE sólo tiene sentido si se considera la mano de obra baratísima que aportará a las multinacionales mayoritariamente germanas?¿Y que eso se traducirá indefectiblemente en otra vuelta de tuerca más a los recortes del estado del bienestar? Todo eso nos lleva a otra conclusión palmaria: sin freno a la ambición del capital, vamos directos al caos o a una versión actualizada de la esclavitud. Parecemos resignados a ello, por mero cansancio. Nuestros gobernantes juegan muy bien la carta del agotamiento. Pero, ¿por qué?

El estudio de los sistemas complejos es una ciencia relativamente moderna. La irresolubilidad matemática de los sistemas no lineales condujo durante siglos a que los físicos bordearan de puntillas ese campo, por lo demás fascinante y mucho más realista que el de los sistemas lineales. Sólo en las dos o tres últimas décadas, la enorme potencia de cálculo de los ordenadores ha permitido sondear los misterios matemáticos del caos y la complejidad, y han surgido decenas, sino cientos, de focos de estudios avanzados por todo el globo.

Una de las consecuencias en los avances relativos a los sistemas complejos ha sido la constatación de que cualquier sistema dinámico se encuentra siempre en un delicadísimo equilibrio que se alcanza sólo en las cercanías del comportamiento caótico. Es decir, que los sistemas dinámicos, entre los que se incluyen los ecosistemas o las sociedades, se encuentran en equilibrio en lo que los expertos denominan el límite del caos. Cualquier pequeña variación del sistema en ese punto tiene consecuencias normalmente desestabilizadoras a gran escala, como cuando se suprime un depredador  en la cadena alimenticia de un ecosistema. 

Algunos de los más prestigiosos científicos que estudian la complejidad y el caos (para quien esté interesado, recomiendo la obra Complejidad, de Roger Lewin) ya aventuraron hace años que el equilibrio entre los países es muy similar al que se da entre los miembros de un ecosistema biológico. Algunos incluso llegaron a sugerir que la descomposición del bloque soviético proporcionaría la energía necesaria para sobrepasar el límite del caos y promover a medio plazo una situación como la que  estamos viviendo, de incertidumbre, enfrentamientos y brutal reestructuración, con un coste social muy alto. Caos, en resumen.

Un mundo donde sólo el capital campa a sus anchas, sin sujeción ni freno alguno, es decir, sin un contrapoder que lo obligue a mantenerse en el punto de equilibrio, es un mundo en rumbo hacia la deriva caótica, donde todos los elementos tienden a la disgregación respecto de la delicada estructura que existía antes. En ese sentido, la desaparición del bloque soviético, por irónico que parezca, se ha traducido dos décadas después en el triunfo del peor enemigo de la democracia de las personas, sometida a la tiranía de la dictadura de los mercados.

Cierro el círculo y vuelvo al principio. Nos hemos cargado el exquisito equilibrio, casi ecológico, que existía hace unos años, y no lo hemos sustituido por nada que contenga la deriva hacia la liquidación de la sociedad democrática que promueve el capitalismo rampante. Y como solución nos propondrán más reglamentaciones, más firmeza, más autoritarismo, más sacrificios. Estamos atrapados en una dinámica que nos va a empobrecer económica, social y moralmente de forma progresiva hasta que el mundo orwelliano se convierta en una realidad inapelable. Y esa soterrada convicción nos está conduciendo a un desaliento, a un cansancio, a una aceptación de una derrota que nos inflige no sólo el capital, sino también los políticos que hemos elegido democráticamente para intentar contener sus desvaríos, lo cual resulta aún más penoso. Ahora elegimos a nuestros verdugos, nada más.

A ellos les conviene nuestro individualismo, nuestra falta de solidaridad, nuestra postración ante un mundo globalizado y deslocalizado que no nos devolverá al paraíso perdido, ni mucho menos. Ellos explotan nuestro miedo a perder lo que tenemos para que sigamos siendo egoístas y estúpidos, y para que les sigamos votando para que puedan seguir favoreciendo los planes de expansión y dominio mundial de un capital que no conoce límites a su ambición. Ellos también explotan un concepto de una Europa transnacional que no tiene nada que ver con sus quinientos millones de (presuntos) ciudadanos. Una Europa más bien concebida como trituradora de personas para ofrendarlas en el altar de la economía global. 

En nuestras manos está la posibilidad de devolver cierto equilibrio al mundo. De mantener fuerzas vigorosas que contraponer a los que quieren hacerse con todo el poder económico y político. Así pues, frente al cansancio y al hastío, tenemos la obligación de seguir luchando para que el futuro no siga por el camino en el que nos metimos cuando cayó el muro de Berlín.

lunes, 3 de marzo de 2014

Fantasmas




Lamentable espectáculo el que están dando, al unísono, la Unión Europea y los Estados Unidos de América a cuenta de la revolución ucraniana. Y no voy a ser yo quien les exija mayor contundencia contra las maniobras del zar Putin, que a fin de cuentas hace lo que tiene que hacer, es decir, lo que durante decenios vienen haciendo las potencias occidentales cuando les conviene geoestratégicamente. Al contrario, me voy a permitir afear al autoproclamado mundo libre su incoherencia absoluta y el tremendo ridículo en que están incurriendo con esta cuestión, en un evento del que parece que la memoria histórica se les ha ido por el desagüe de ese inodoro que tienen por cabeza la mayoría de los gobernantes europeos. Y Obama sumándose a la fiesta del despropósito para resucitar al viejo enemigo comunista y aglutinar así sus mermadas y desgastadas fuerzas en el interior de la nación.

Debemos señalar, de primeras, que Obama tendría que medir mucho más sus palabras, pues somos millones los que recordamos nítidamente la doctrina norteamericana de no permitir injerencias foráneas en su patio trasero, doctrina que no ha sido jamás derogada, ni siquiera tácitamente. Los hilos de la política en El Salvador, Nicaragua, Honduras, Guatemala o incluso Colombia, han sido manejados siempre desde Washington y chitón al que levantara la voz. No contentos con eso, invadieron Granada y Panamá; sentando claramente el principio, que sólo les salió mal con Cuba, de que el gendarme de occidente estaba autorizado a utilizar todos los mecanismos, incluso los militares, para poner orden en su backyard. Un patio trasero ampliamente extendido sin rubor alguno al resto del mundo según las conveniencias, como demuestra la historia reciente y especialmente esa vergüenza universal llamada Guantánamo. La extinta Unión Soviética tomó debida nota, y no es de extrañar que no tolere injerencias occidentales en su patio delantero. 

Me imagino como Putin y los suyos se deben estar desternillando de las bravuconadas del presidente USA, que tiene las manos atadas en este asunto y que sólo puede hacer que llenarse la boca de demagogia a favor de un gobierno golpista ucraniano del que aún quedan por decir unas cuantas cosas. Y casi todas malas, pero a su debido tiempo.

Por otra parte, el papel europeo en este negocio es aún más penoso. Primero afirman categóricamente que jamás entrarán a debatir la cuestión de la soberanía catalana o escocesa, pues esos son asuntos internos de los estados miembros en los que Bruselas nada tiene que decir, salvo que si se produce la secesión caerá sobre nosotros el divino castigo de la expulsión del paraíso. Acto seguido van esos sátrapas indecentes y se descuelgan con un frenesí incomprensible por mantener la unidad de Ucrania, con declaraciones bien subidas de tono y prestos a desembolsar cosa de veinte mil millones de euros para ayudar a los revoltados de la plaza Maidán. Como catalán sólo me queda decir que estoy atónito por semejante asimetría en el trato dispensado a unos, que somos ciudadanos de pleno derecho de la UE y a los otros, que no lo son ni se les espera.

Porque la otra cuestión de fondo en este asunto es doblemente mortificante para quienes aún creen en la “Europa de las democracias”. Hay que jorobarse, por enésima vez, con el cuento de que a nuestros democratísimos dignatarios les parezca la mar de bien un golpe de estado cuando se trata de sacudir a quien no les gusta, aunque haya sido elegido democráticamente, que es el caso. Pues aunque es cierto que en Ucrania tienen una larga tradición de manipulaciones electorales desde su independencia de la URSS, no es menos cierto que las últimas elecciones fueron recibidas por la comunidad internacional con notoria satisfacción porque fueron razonablemente limpias. La cuestión es que Yanukovich no gusta porque es rusófilo, y entonces vale todo en defensa de no se sabe muy bien que principios. Usar el nombre de la democracia en este notorio derrocamiento y golpe de estado ucraniano es vergonzoso. Me pregunto que si algo así sucediera en Italia, que es otro hervidero de descontento contra los políticos, si en Bruselas también aplaudirían con las orejas un golpe de estado callejero a base de adoquinazos y trincheras frente al Quirinal. Digo yo que, en caso afirmativo, podemos todos los súbditos del hartazgo tomar debida nota.

Pero además, es de todos conocidos que el movimiento de resistencia “proeuropeísta” ucraniano está liderado descaradamente por  Svoboda, un partido ultranacionalsita y ultraderechista que se caracteriza mucho más por su odio a Rusia que por su aprecio por Europa. Sucede que les viene bien que nuestros cancilleres, burriciegos como siempre, se presten a dar su apoyo a una revolución comandada por los únicos que, pese a ser minoritarios (no llegan al 10% de los escaños de la Rada), son capaces del despliegue organizativo que hemos visto en Kiev estas semanas. Son las fuerzas de choque de Svoboda, cuyo emblema hasta hace bien poco era tan parecido a la esvástica nazi que tuvieron que cambiarlo para moderar su imagen pública. O sea, unos angelitos de cuidado, estos revolucionarios. 

Por otra parte, en esta Europa del eufemismo burdo y de la pusilanimidad renqueante que está consiguiendo poner por las nubes a los partidos euroescépticos, parecen olvidar la historia de Ucrania, que resulta muy reveladora de la falta de cultura política y sociológica que imperan en Bruselas y Estrasburgo. Y no hace falta remontarse diez siglos y hablar del Rus de Kiev como patria de la madre Rusia para poner las cosas en su sitio, porque eso resultaría de un anacronismo exasperante a estas alturas, pero sí convendría  reconocer que Crimea ha sido siempre rusa hasta las cachas, con permiso de los tártaros que fueron deportados en masa por Stalin por su presunto colaboracionismo con los nazis durante la segunda guerra mundial. Que el señor Jruschov, en un arranque de no se sabe qué, le diera por regalar Crimea a Ucrania al principio de su mandato no quita un ápice de verdad al hecho de que Crimea es totalmente rusa.

Para entendernos, es como si al señor Aznar, que es lo más parecido a un zar que se me ocurre en la historia reciente de España, le hubiera dado por regalar las islas Canarias a Marruecos, en un rapto de generosidad intercultural, que incluso tendría más sentido que lo de Crimea, por aquello de que a fin de cuentas las Canarias son un archipiélago netamente africano. Sin embargo, dudo mucho que los canarios recibieran semejante destino de buen grado, y si los rusos de Crimea ni chistaron en su momento, cabe entenderlo en el contexto histórico. Corría el año 1954, la sombra de Stalin aún era alargada, y a fin de cuentas, ser rusos o ucranianos les traía al pairo: mandaba el Kremlin tanto en un sitio como en el otro.

Pero lo que no puede negarse es que Crimea tiene un noventa por ciento de población rusa. Subrayo lo de rusa, y no rusófona, como si la diferencia fuera meramente lingüística. Aquí debería apelar a la seriedad y el rigor de los medios de comunicación, pero me abstendré de ello por inútil.  En su lugar sólo puntualizaré que un canadiense puede ser anglófono o francófono y proclamarse igualmente canadiense (aunque una gran parte de los segundos tampoco lo sienten así). Pero en Crimea no hay rusos que se sientan ucranianos, ni viceversa. Aquí el idioma no tiene nada que ver, es sólo un síntoma más de una división étnica latente desde hace mucho tiempo.

El señor Putin, que será muchas cosas pero que no tiene un pelo de tonto, lo sabe perfectamente y va a actuar en consecuencia. Porque es el garante de la inmensa mayoría de la población rusa de Crimea, porque así se consolida sin peajes futuros la salida de su flota al Mar Negro y al Mediterráneo; porque además refuerza su papel de líder nacional y unificador de todos los rusos bajo la bandera de la madre Rusia, y sobre todo porque sabe que el presidente Obama abre la boca porque es lo único que puede hacer, salvo algún gesto grandilocuente. Porque en esta mano los Estados Unidos no tienen ningún as contra una Rusia que está actuando en su territorio histórico, que es mucho decir. 

Mientras tanto, Europa más vale que se esté quietecita, porque como Putin cierre la espita del gas siberiano que cruzando Ucrania calienta los hogares de medio continente, les puede hacer pasar un muy mal final del invierno a los incontinentes mandamases de Bruselas y compañía. Hoy por hoy, tanto Rusia como China son criticables pero intocables, pues Europa se juega demasiado oponiéndose a los dos colosos euroasiáticos. La economía, estúpidos, la economía.

Aquí la democracia no pinta nada. En Ucrania no hay una cultura democrática de ningún tipo. Sus sucesivos presidentes han sido unos villanos (y villanas, no nos dejemos engañar por las trencitas Timoshenko) al lado de los cuales nuestros más patibularios miembros de la trama Gürtel son ángeles de la guarda. Así que aclaremos que Europa no defiende la democracia en Ucrania, sino se pone del lado de los revolucionarios sólo por fastidiar a Rusia, lo cual es poner munición de alto calibre en las recámaras euroescépticas en forma de muchos millones de euros que son radicalmente más necesarios para otras cosas. 

Así que el título de esta entrada no es por si de nuevo merodean los espíritus de una rediviva guerra de Crimea como aquella con la que occidente quiso poner coto a la expansión rusa a mediados del siglo XIX, sino por Obama y sus socios de la UE, que han quedado retratados como unos fantasmas de cuidado.