miércoles, 26 de febrero de 2014

El estado de la nación

Comienzo hoy con una observación relativa a un científico del siglo XIX. Sir Francis Galton, uno de los primeros científicos estadísticos y primo de Charles Darwin, denominó "regresión a la mediocridad" al fenómeno sobre la herencia de la altura en humanos, o tendencia de los valores extremos de una variable a resultar menos extremos en mediciones sucesivas. O sea, que cuando en una familia se dan sujetos cuya altura está por encima de lo normal, en generaciones sucesivas se observa que sus descendientes regresan de forma natural a los valores medios habituales. 

O dicho de otro modo, cuando un valor sujeto en gran medida a factores aleatorios se dispara, es absolutamente demostrable que mediciones posteriores darán valores de nuevo normalizados más pronto o más tarde. Este fenómeno se ha constatado en diversas disciplinas, desde el deporte, donde se ha comprobado hasta la saciedad que resultados espectaculares suelen ir acompañados de otros mucho mas mediocres, hasta en el rendimiento académico, donde los alumnos suelen mostrar cierta tendencia a estabilizar sus calificaciones alrededor de lo que sería su valor medio en general. O incluso en las enfermedades crónicas, en las que las dolencias que afligen a un paciente se ven sometidas a oscilaciones diversas.

Este efecto es del que se aprovechan muchas medicinas alternativas (sobre todo las que carecen de ningún fundamento, como la homeopatía) para convencer a los pacientes de su eficacia. Por ejemplo, ante una lumbalgia crónica, el dolor va y viene, hay días mejores y días peores; y cuando el dolor está en su cenit, sólo cabe esperar que se atenúe en la fase siguiente. El caso es que la gente suele tomar medidas contra su dolencia cuando ésta se encuentra en su peor momento, es decir, cuando generalmente  tiende a mejorar espontáneamente, y atribuyen su mejoría al uso de cualquier chifladura medicinal que les hayan puesto por delante.

La consecuencia de este efecto extraño de regresión a la media es muy sintomática en las situaciones negativas, porque produce lo que se denomina "ilusión de control". La adopción de medidas presuntamente eficaces, cualesquiera que sean, hace creer que su uso ha sido la causa de la mejoría, cuando en realidad la situación ha mejorado porque ya no podía empeorar más y regresa a la media. Ben Goldacre, en su genial libro "Mala Ciencia", cita multitud de ejemplos al respecto, pero me interesa resaltar sobre todo uno de los que más chocante resulta. Entre la adopción de medidas correctivas de una situación, la mayoría de las personas con capacidad de decisión coinciden en creer (pues de una creencia casi supersticiosa se trata), que el castigo es más efectivo que el premio. En realidad, en experimentos controlados se ha demostrado que el castigo no es más efectivo que cualquier otra actuación ante situaciones en extremo negativas, que suelen regresar por si mismas a un cierto grado de normalidad. Un caso más de ilusión de control que se da frecuentemente entre docentes, padres, y sobre todo entre esos economistas ultras que consideran que la austeridad extrema conduce a la recuperación económica y a la redención de los pecados ciudadanos por igual.

Cito ahora a Miguel Ángel Vadillo, del University College London: "El principio de regresión a la media también es relevante cuando se trata de evaluar el impacto de intervenciones políticas y económicas. No hay prácticamente ninguna variable macroeconómica o social cuyo comportamiento no esté altamente influido por el azar. Las cotizaciones en bolsa, la evolución del PIB, incluso las cifras del paro tienen que ver con las políticas económicas, pero también tienen un importante componente de aleatoriedad. Esto implica que con frecuencia se sucederán rachas inusualmente positivas y negativas por simple azar. Sin embargo, siempre que las cosas empeoran, nuestra tendencia es hacer algo al respecto. Buscamos culpables, le pedimos al gobierno que haga algo, y si lo que hace no nos gusta o parece no funcionar, directamente lo cambiamos en las siguientes elecciones. En algún momento, tarde o temprano, las cosas mejoran, precisamente porque ese componente aleatorio no puede alimentar sistemática y perpetuamente la crisis. Cuando ese momento llega, es tentador pensar que lo último que hemos hecho ha sido lo que ha solucionado el problema. Pero no nos engañemos. En muchas ocasiones lo que nos saca de una crisis es exactamente lo mismo que nos mete en ella: el simple azar."

Ahora vamos a lo importante. A nuestro premier Rajoy sacando pecho e ironizando ante la oposición como un imbécil iletrado pero altamente entrenado en la demagógica retórica política que caracteriza a nuestros gobernantes. El señor Rajoy, obviamente, no tiene ni puñetera idea de lo que es la regresión a la media, ni falta que le hace. Pero lo que si sabe es aplicar todos los métodos de ilusión de control habidos y por haber para que parezca que sus actuaciones y las de su gobierno están conduciendo a una salida de la crisis de la que obviamente, carecen de todo mérito. Simple y llanamente, porque hemos caído tan hondo en el pozo, que es mucho más fácil rebotar hacia la superficie que seguir cayendo. O sea, porque después de todo, en España también regresamos a la media, o lo que es sinónimo, a la mediocridad habitual de nuestro sistema económico.

Ni nunca fuimos tan ricos como para comernos a Francia (ay Zapatero, esa locuacidad irreflexiva), ni tan pobres como para acabar en el tercer mundo. Las oscilaciones altamente azarosas de la economía siempre nos harán subir algunos puntos por encima de nuestro valor real, y también caer temporalmente por debajo de nuestro nicho en el ecosistema económico mundial. Los parches económicos que ponen los gobiernos muchas veces son remedos de acciones presuntamente contundentes que tienen muy poca efectividad real, sobre todo en un mundo tan globalizado que está regido, de hecho, por factores tan variables que cualquier predicción económica resulta tan fiable como la astrología.

Y así, impulsados por la ilusión de control que da lo que en el fondo no es más que un castigo ejemplarizante (ya saben, aquello de que "todos" éramos responsables de la debacle de la economía española, etcétera), nuestros gobernantes se aplican en atizarnos de lo lindo y atribuirse el mérito de que ya estamos saliendo de la crisis, sin admitir que hubiéramos estado ¿saliendo? igualmente si no hubieran hecho absolutamente nada. Que es también gran parte del mérito de Rajoy, a quien le queda muy bien aquello que dijo Voltaire en una ocasión a propósito de la medicina, con no poca ironía y mala baba:el arte de la medicina consiste en entretener al paciente mientras la naturaleza cura la dolencia.

Pues eso, cambien ustedes medicina por economía y ya tendrán las respuestas correctas al debate del estado de la nación que durante estos días nos inflige el Congreso de los Diputados.






martes, 18 de febrero de 2014

Orgía desinformativa



La manipulación de la información siempre ha sido una herramienta muy apreciada por los grupos con aspiraciones de poder, que han extendido sus tentaculares ansias de dominio a todos los medios de comunicación. Sin embargo, la manipulación informativa tradicional siempre ha encontrado sus límites en un cierto código ético de los periodistas, que los colegios profesionales se esfuerzan en apuntalar continuamente. Además, salvando el caso de la prensa descaradamente amarilla y orientada a una masa lamentablemente aculturizada e hipocrítica, los medios de prestigio,  aunque se presten a dar ciertas orientaciones partidistas a sus noticias, siempre han encontrado cierta contención a la mentira descarada, porque lo importante en estos asuntos es no acabar con el sambenito de falta de rigor puesto en manos de algún adversario que pueda sacar un buen provecho de ello (de lo que tuvimos un claro ejemplo cuando El Mundo se prestó a dar aire a la descabellada teoría aznariana de la implicación de ETA en el atentado de Atocha, y que le valió el descrédito durante mucho tiempo a los ojos de muchos lectores).

Debemos admitir que los medios no son –ni pueden ser- inmunes a las ideologías, y que por tanto siempre introducirán algún sesgo interesado en la manera de despachar la información.  Pero desde la irrupción del periodista amateur, facilitada por el estallido de internet, hemos asistido cada vez con mayor intensidad a la noticia directamente inventada, que alcanza unas cotas de difusión increíblemente altas merced a la enorme cantidad de blogs aficionados y a la universal utilización de las redes sociales –sobre todo Twitter- para difundir instantáneamente y de forma viral, atroces falsedades que causan un daño cuya repercusión todavía nadie ha analizado de forma sistemática, pero que no es banal.

La credibilidad de los medios de comunicación está sometida a diversos controles, algunos autoimpuestos y otros derivados de la posible pérdida de clientes que motive la utilización descarada de la mentira como herramienta informativa, así como las posibles acciones judiciales que puedan emprender los afectados por noticias falsas. El contrapunto lo da internet, donde cualquiera puede inventar una falsa noticia, agregarle unas fotos manipuladas o extraídas de otros sucesos que no tienen nada que ver,  lanzarla al hiperespacio y confiar en que los acríticos usuarios de Twitter la conviertan en un alud de falsedades multiplicadas exponencialmente.

Algo así tuvimos ocasión de vivir en Barcelona hace pocas fechas, cuando un desvergonzado anunció en su blog (y de paso procuró darle la máxima difusión posible) que el Ayuntamiento tenía previsto cobrar un peaje a los paseantes de nuestra célebre carretera de las Aguas. Pese a los rotundos desmentidos municipales, fueron muchos los que se pusieron a manifestar su indignación ante semejante medida, y algunos proponían ponerse en pie de guerra contra el alcalde y su equipo para frenar la implantación del peaje. Transcurridas unas semanas desde entonces, todavía hay quien cree que la noticia era real, y que cierta movilización ciudadana conseguida a través de las redes sociales fue la que malbarató el maquiavélico plan municipal para llenar sus arcas.

Sin embargo lo sucedido en Barcelona queda en trivial nimiedad comparado con el tsunami causado por los opositores al presidente venezolano, que con su afán por desacreditar a Maduro, han llenado Twitter de fotos de presuntas atrocidades policiales cometidas contra los manifestantes opositores, informaciones que no eran reales, sino simples montajes que tomaban “prestadas” imágenes de sucesos acaecidos en Brasil, México, Chile, Honduras o Siria. La cosa llegó al extremo de utilizar incluso imágenes  de la Vía Catalana a la independencia para justificar el presunto gran número de opositores al régimen que están saliendo a la calle en Venezuela. De risa, si no fuera porque las consecuencias pueden ser muy graves.

Internet, a diferencia de los medios de comunicación tradicionales,  no tiene límites, ni legales ni deontológicos. Y eso no es una buena noticia, porque está permitiendo convertir la red en una mentira global, salpicada con algunas verdades esporádicas, cuando debería ser justo al revés. Cada vez son más los que van cerrando sus cuentas en Twitter o en Facebook, asqueados de tener que bregar continuamente con la masa de despropósitos que circula en las redes. Sin autocontrol, el sistema de redes sociales, que tan útil ha resultado en muchas ocasiones para denunciar y poner de manifiesto oscuras actuaciones de los poderes fácticos, está condenado a una muerte lenta pero indefectible como herramienta de denuncia social y política, porque ya en este momento se hace muy difícil discernir lo cierto de lo falso en muchas de las noticias que circulan. O que se hacen circular de forma interesada y perversa.

El rigor como usuarios nos obliga a contrastar –igual que hacen los periodistas profesionales- cualquier información antes de retuitearla alegre e inconscientemente. Internet no puede convertirse en una batalla de mentiras, que sólo sirve para hacer perder el tiempo de los usuarios y para hacernos perder nuestra dignidad política y social, de paso. Si nuestra ética nos permite creer a pies juntillas todo lo que nos reenvían nuestros contactos en la red, sin poner ni un ápice de sentido crítico al alud de información que recibimos cada día, le estamos prestando un muy mal servicio a la democracia. Porque no nos engañemos, quienes atiborran de fakes a sus conciudadanos están haciendo bueno el lema, tan ultra, de que el fin –cualquier fin- justifica los medios utilizados.

Los que creemos de verdad en el estado de derecho, en la democracia y en la libertad, no podemos caer en la tentación de usar el arma de destrucción masiva de la mentira global. Al contrario, nuestra lucha tiene que ser en pos de la verdad objetiva, y para ello hemos de ser muy escépticos e hipercríticos con cualquier información que nos llegue. Y desde luego, tratar de contrastarla antes de difundirla. Hoy en día todos podemos ser periodistas, pero para ello tenemos que ser conscientes de la importancia de la misión que tiene el periodismo auténtico. Si damos o difundimos noticias, no podemos actuar como descerebrados complacientes, sino que debemos funcionar  como filtros racionales de todo ese exceso de informaciones, muchas veces contrapuestas, que nos llegan a diario.

Porque si no acabamos con la orgía desinformativa que campa por las redes sociales, nos quedaremos sin una de las herramientas más útiles que ha concedido la tecnología a la libertad humana.

miércoles, 12 de febrero de 2014

La secta



Ese señor que cuando luce bigote tiene cara de facha malo de película española de los años cuarenta, y que afeitado parece el mal remedo de un diputado aún más bufo y berlusconiano que el propio Berlusconi; ese señor que algún medio de comunicación ha definido, literalmente, como “irritante diputado, conocido por encarnar el monumento a la grosería, el mal gusto, la impertinencia y la vulgaridad, al ser uno de los más ruidosos parlamentarios del PP, que ríe a carcajadas y vocifera en los plenos del Congreso”; en suma, ese peso pesado del PP llamado Martínez Pujalte, se ha despachado con la frase que merece los laureles de la estupidez de la semana, lo que ya tiene mérito, pues sólo estamos a miércoles.

El señor Vicente ha dicho que el PP no es una religión y una secta como el PSOE, y se ha quedado tan pancho. Seguramente, para rematar tamaña idiotez se habrá aligerado con alguna  sonora ventosidad para complementar la hediondez de sus palabras, fiel reflejo de su generalmente bronco carácter y malcarada presencia.

Pues va y resulta que Martínez Pujalte debe saber mucho de sectas, puesto que era numerario del Opus Dei hasta que Cupido le jugó una mala pasada - a la Obra- y se enamoró y acto seguido desposó con una divorciada, para horror y pasmo de sus correligionarios. Una Obra que por más afamada y católica que sea, no deja de ser considerada una secta por muchos estudiosos del fenómeno, y por casi todos los que la han abandonado renegando públicamente de ella. Y desde luego, sus miembros hacen profesión de fe católica y fervor religioso incluso en sus actividades políticas, pues esa es una de las bazas a las que juega permanentemente el Opus desde su fundación: influir en la sociedad a través de la economía y de la política. Y teniendo en cuenta el elevado número de miembros del Opus que se encumbran a las alturas políticas merced a su militancia de hecho o de derecho en el PP, es un sarcasmo doloroso que Pujalte acuse al PSOE –que será muchas cosas censurables, pero que al menos es laico- de ser una religión o una secta.

Como debemos siempre recordar, la mayoría de los humanos somos proclives a proyectar nuestros defectos sobre el adversario. En el ala ultra-ultra del PP, dominada por muchos opusdeístas y legionarios, no son inmunes a esta patología psicosocial que atribuye a los demás los peores males que ellos mismos encarnan. Porque hay que tenerlos bien puestos para que un señor como Vicente Martínez, que es  de los que lleva el cilicio bajo el terno, tenga los redaños de acusar a los miembros de otro partido, de ser un rebaño obediente y de tener opiniones robustamente domeñadas desde lo alto de la jerarquía.

Lo cual seguramente es plausible, vista la perpetua tentación jacobinista del PSOE más clásico, que tiene una enorme querencia por el centralismo rigurosamente controlador y una no menos enorme aversión por todo lo que suene no ya a disidencia, sino a mera disonancia en las opiniones de los militantes y cuadros. Baste recordar que la célebre frase “el que se mueva no sale en la foto” es del ínclito Guerra, que seguramente podría dedicarse a jugar al dominó y echar tacos con el señor Martínez Pujalte de pareja sin que desentonaran ambos en el más tabernario de los ambientes (aunque debe reconocerse que Guerra disfrazaba su mala folla con un aura literaria y versada de la que el señor Pujalte a todas luces carece).

Pero que pudiera ser cierto no hace la comparación menos odiosa, viniendo de donde viene, y especialmente de quien viene: uno de los tipos más recalcitrantemente sectarios y fundamentalistas que medran en la política nacional. Y cuyo pensamiento político y social resume muy bien el profundo autoritarismo tan hondamente enraizado en el sistema democrático español, que contaminó a casi todas las formaciones desde el mismo inicio de la transición de 1977, y que  se auparon a posiciones monolíticas e intolerantes con la diversidad interna y la libertad de conciencia bajo el pretexto de la gobernabilidad del país. Qué risa, sobre todo cuando la Constitución consagra que los diputados no están ligados por ningún mandato imperativo.

Empieza a ser reiterativo, pero hay que repetirlo: en España se habla mucho de la democracia, pero se la respeta muy poco. Así nos va.

viernes, 7 de febrero de 2014

Ay, Barcelona

La entrada de hoy la dedico a quienes sufrimos cada día el hecho de vivir en Barcelona, una ciudad en permanente reconstrucción, movida por el afán municipal en convertir esta ciudad en un ejercicio de estilismo urbanístico para atraer la atención foránea, mientras los ciudadanos contemplan, perplejos, como una de las urbes más caras de Europa le da unas vueltas más de tuerca infernal a la paciencia de sus habitantes.

Viene esto a cuento de las obras que está acometiendo, con furor uterino, el consistorio barcelonés en los últimos tiempos. Obras que van desde lo llamativo hasta lo faraónico, pero que resultan insultantes para los, por ejemplo, usuarios del transporte público, que en los momentos de mayor crisis económica han visto como las tarifas del transporte público han subido de manera más que notable, so pretexto de que el gobierno central ha reducido sus aportaciones a la red de transportes urbanos de un modo digamos radical..

Lo cual es cierto, pero no obsta al hecho de que muchos se preguntan si en vez de tanta inversión urbanística, se podrían haber dedicado más recursos a subvencionar el coste de metro y bus, que acumulan una caída más que remarcable en el número de usuarios en los últimos años. Y es que hemos llegado a un punto en el que sale más a cuenta el transporte privado (en moto, principalmente) que coger el metro, lo cual resulta más que significativo.

Algunos estarán tentados de pensar que únicamente el PP se dedica a hacer el gilipollas con nuestros bolsillos, pero es obvio que el despilfarro y el egolatrismo urbanístico, a mayor gloria de los munícipes reinantes, no es una exclusiva de la derechona. Aquí, nuestras gentes de CiU, que disfrazan su parentesco con el PP a base de buenas maneras y catalanismo de estar por casa, también las gastan que da miedo. Y para ello voy a citar unos pocos casos, más que significativos.

Las aceras del Passeig de Sant Joan, por ejemplo. La primera fase ya dio cuenta de un buen recochineo por el gasto, absurdo e inútil, de ampliar unas aceras que ya medían sus buenos doce metros de anchura en una especie de explanadas inmensas, aptas para jugar al golf si no fuera porque su diseño resulta impracticable para la mayoría del calzado que usan los ciudadanos de a pie, nunca mejor dicho. No contentos con ello, ahora acometen, a un coste de unos 8 millones de euros, la segunda fase, entre Diagonal y Gran Vía. Un presupuesto que se doblará a buen seguro, para una obra que causa un escepticismo general, porque del resultado de la primera fase ya se constató que ni sirve para el tráfico, ni para los peatones, ni para los comercios. O sea, que no sirve de nada, salvo para decir, tan ufanos, que tenemos una de las avenidas con las aceras más anchas del mundo, por las que no pasea ni dios. 

Igual que en la Diagonal entre Paseo de Gracia y Francesc Macià, un proyecto de veinte millones (léase cincuenta como mínimo) que la ciudadanía rechazó frontalmente en referéndum con el apoyo de CiU, y que ahora el alcalde Trías ha priorizado porque los comerciantes de la zona se lo demandan. Al resto de ciudadanos que les den y que paguen. Porque estas obras las pagamos nosotros, mientras  nos suben los precios públicos de todos los servicios. O las obras de Mitre, que están presupuestadas en unos seis millones de euros -multipliquemos por dos, o aceptemos que somos unos crédulos incautos- para convertirlo en un bulevar fantástico por donde puedan pasear los vecinos de la parte alta. En plata, raso, y claro: para dejar la ronda como era hace cuarenta años y complicar el tráfico aún más. Paso por ahí a diario y puedo dar fe de que nadie, rigurosamente nadie, necesita un bulevar de esas características y a ese coste, salvo los pocos e influyentes vecinos de la zona.

Creo reflejar le sentir popular cuando digo que no estoy en contra de los reformas embellecedoras de una ciudad, pero hay momentos para todo, y éste no es el adecuado. Cuando de la crisis sólo están saliendo los bancos; cuando nos dicen que los ciudadanos de a pie tardaremos diez o veinte años en notar la recuperación, resulta cuanto menos insultante que se emprendan obras  de este calibre, que nadie necesita salvo para fotografiar la turística postal de la "capital del Mediterráneo", que por mi se la pueden meter por donde les quepa si lo que consiguen con ello es que yo no pueda ni vivirla ni disfrutarla. Que a lo mejor es lo que pretenden.

Pero es que no contentos con esto, están decididos a liarla parda en la Plaça de Les Glòries, una obra faraónica, a la que La Vanguardia dedicaba un artículo en la lejana fecha de julio de 2007, y según el cual, el presupuesto aproximado (muy aproximado) de la época rondaba los 600 millones de euros. Y en ello están, pero viendo el coste final de algunos de los primeros edificios de la zona (100 millones de euros el mueso DHUB, y 55 la nueva sede de los encantes) me juego el resto a que el presupuesto final rondará los 1500 millones de euros. Para regocijo, únicamente, de la combativa asociación de vecinos del Clot, que son los únicos beneficiarios de esta magna obra que no servirá de nada, porque Glòries, como toda plaza inmensa, es un lugar que será inhóspito y sin centralidad urbana hagan lo que hagan, salvo que edifiquen en medio el Kremlin o la Ciudad Prohibida de Pekín, escasos ejemplos donde la enormidad tiene un cierto sentido. Y eso mientras no les salga un bodrio como la plaza Lesseps, que ya podrían haberla dejado como estaba, porque ahora es el lugar más desangelado y agresivo visualmente que uno pueda echarse a la cara en Barcelona, una apoteosis de cemento y metal digna de Blade Runner que costó la friolera de unos treinta millones de euros y cinco años de tortura vecinal y por la que procuro pasear lo menos posible, en invierno para no helarme y en verano para no freirme.

Que es lo que sucederá en Glòries, porque a fin de cuentas, las maquetas y las proyecciones 3D y los hologramas y toda la parafernalia del diseño urbanístico nunca muestran la cruda realidad de lo que se les viene encima a los ciudadanos cuando los alcaldes se embalan en su habitual grandilocuencia. Mientras tanto, el transporte público más caro de Europa en relación al salario medio, sin cortarse un pelo y echándole la culpa al gobierno (al de Rajoy, porque al de Mas ni se les ocurriría, que son del mismo partido).

Soy el primero que deseo que mi ciudad sea bella y agradable, pero con ciertos límites. Agradable para todos los ciudadanos,  no sólo para algunos - como los de Glòries- que cuando se instalaron allí ya sabían lo que se daba, es decir un nudo viario fundamental para la ciudad y que ahora se va a convertir en un atasco monumental para todos los que quieran entrar y salir de ella. Pero es que además, a mi también me gusta tener mi casa arreglada, pero por supuesto que jamás emprenderé la reforma del baño y la cocina si la mitad de los miembros de la familia están en el paro, y para ello les recorto el presupuesto de necesidades básicas. Como el transporte, por un decir.
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