Cuando se insiste tanto en el
concepto del emprendedor valeroso me asalta un ansia irreprimible de enfocar lo
que se oculta tras la cortina de humo de una retórica a la que no acabo de
acostumbrarme y que está surtida de rimbombantes neologismos que no hacen más
que cubrir con una pátina de demagogia neoliberal las miserias de un sistema
que agoniza sin que nadie sea capaz de sacarnos del atolladero en el que nos
han metido.
Habrá quien opine que en un
estado donde estamos con una tasa de desempleo superior al 25 por ciento de la
población activa, hay que derivar la fuerza de trabajo hacia proyectos
imaginativos que permitan al personal obtener un sustento con el que ganarse la
vida. Pero eso es esencialmente falso, porque los únicos que se ganan la vida de
verdad son la multitud de empresas de consultoría que se nutren económicamente
de los esfuerzos de un montón de personas que han tenido que optar por el
autoempleo ante la ausencia de un auténtico “plan
de desarrollo” económico del país.
El problema es polifacético y debe
abordarse desde múltiples perspectivas. En primer lugar, un país con una crisis
sistémica tan grave como el nuestro no puede dejar que la economía se relance
por el voluntarismo de una enorme cantidad de individuos que buscan
exclusivamente su salvación económica. Hace falta un plan, un diseño específico
al que orientar la economía del país. Me perdonarán los demócratas de nuevo
cuño, pero las bases de la España moderna la sentaron los planes de desarrollo
que los ministros tecnócratas de la época franquista diseñaron al efecto. Con
mayor o menor acierto, aquellos planes contenían una visión de conjunto de lo
que necesitaba el país entendido como una fuerza productiva global.
Ahora no; ahora se trata de un
sálvese quien pueda económico en el que el gobierno sólo hace que estimular
(básicamente de palabra, que no de obra) el autoempleo, sin tener en mente
ningún proyecto para la economía del futuro. Es un parche de circunstancias, con
el que animan a los desempleados a buscarse la vida sin decidir primero qué
sectores son los que realmente necesitan un empuje creador. En definitiva, lo
que el gobierno propone es un brainstorming general, a ver de dónde salen las ideas
ganadoras que puedan hacer de España un estado competitivo y competente.
Entiéndaseme bien, no estoy
propugnando la vuelta a una economía planificada, pero estoy totalmente en
contra de esta marea de emprendedores de no se sabe muy bien qué, todos ellos
tratados del mismo modo, en plano de absoluta igualdad, sin tener en cuenta
cuáles son los sectores estratégicos de la economía nacional, o cuáles son los
sectores que habría que potenciar en el futuro para que tomaran el relevo de
los modelos productivos ya agotados.
En un alarde de neoliberalismo a
ultranza, que consiste en empujar a la gente a jugarse los ahorros familiares a
una carta o empeñarse (aún más) de por vida para tratar de crear un puesto de
trabajo propio y subsistir en medio de esta tormenta globalizadora, nadie
parece tener en cuenta que eso es como lanzar pequeños veleros optimist a luchar en un mar embravecido
contra una flota de combate terrorífica.
Ciertamente, algunos conseguirán pasar las líneas enemigas y llegar a buen
puerto aprovechando su escaso calado y facilidad para ocupar nichos demasiados
pequeños para los monstruos de la economía, pero la gran mayoría naufragarán
irremisiblemente o serán directamente tocados y hundidos por los destructores
de la flota multinacional.
Sólo cinco de cada cien empresas
creadas por los nuevos emprendedores llegan a vivir lo suficiente como para ser
rentables. Las otras han servido mientras tanto para engrosar la
faltriquera de los nuevos buitres, que carroñean alrededor de los llamados viveros de empresas, pero que yo
mejor llamaría cementerios de ilusiones. Un conjunto de individuos tirando a
facinerosos que, bajo la lejana promesa de aportar un ángel inversor (tiene
gracia que así los llame nuestra demoníaca Hacienda), suelen ser más bien unos
chupópteros que vacían los bolsillos de los emprendedores mes a mes hasta que
no queda nada que rascar. Mala suerte, dicen entonces, y la mayoría quedan
llenos de deudas y vacíos de ilusiones, tras sentirse engañados y estafados por
un sistema que les decía que sí, que había que ser valientes, lanzarse al ruedo
y torear al miura sin complejos. Sólo que no era un toro bravo, sino un Alien depredador y despiadado contra el
que poco podían hacer con sus escasas armas de autónomos. A esto le llaman, con
sobrado cinismo, dinamismo económico.
Por otra parte, las economías
nacionales potentes no son aquéllas que tienen un gran número de empleados
autónomos o de microempresas. En un mundo donde la globalización es el peor
enemigo de los pequeños, las empresas liliputienses deben esperar tener un
recorrido muy corto antes de ser aplastadas o engullidas por otras de mayor
dimensión. En el mundo actual, ser pequeño es sinónimo de ser una presa
desvalida en medio de la sabana africana. Una multitud de pequeños no sirve
para hacer frente a los grandes depredadores, sólo sirve como reserva
alimenticia, como una gran despensa, a excepción de los que ocupan nichos tan
especializados que no llaman la atención económica, al menos en primera
instancia.
Las economías potentes se fundamentan en empresas grandes y sólidas,
capaces de generar unos flujos de caja realmente significativos, y unas tasa de
empleo por cuenta ajena que incidan directamente sobre el paro, bien por empleo
directo, bien por los empleos generados en las actividades subsidiarias y en
las empresas satélites. Un país exclusivamente formado por
microemprendedores jamás podría generar
niveles de empleo aceptables, porque se trata de empresas con un número muy
pequeño de trabajadores al menos durante un buen puñado de años. Peor aún, la
mayoría de las nuevas empresas que operan por internet lo hacen con plantillas
reducidísimas. Por ejemplo, un fenómeno como WhatsApp, de implantación
prácticamente mundial, tiene menos de cincuenta empleados. Muy pocas empresas
de la red tienen un gran número de empleados: Facebook, con cerca de mil
millones de usuarios en el mundo y facturando casi cuatro mil millones de
dólares, tiene poco más de cuatro mil quinientos empleados, casi todos ellos en
USA. En el sector turístico, la mayor
compañía del mundo de alquiler de
alojamientos privados para vacaciones, Airbnb, sólo tiene 130 empleados, de los
cuales 60 están en la sede central en San Francisco. En general, las compañías
que operan con internet como base suelen tener un importante valor añadido,
pero casi no generan empleo (precisamente por eso su valor añadido es tan
alto).
La economía norteamericana, o la
japonesa, o la alemana, no se sustentan sobre el trabajo de emprendedores
autónomos, por alentadores que sean sus resultados, y por prestigiosas que
puedan llegar a ser las empresas que crean. Las economías de los países
avanzados se fundamentan sobre sectores calificados como estratégicos, en los
que se vuelcan mayoritariamente los apoyos precisos para su despegue y
mantenimiento. La dispersión alocada es un mal negocio para un país: hay que
definir sectores de interés y en cada uno de ellos, favorecer el desarrollo de
proyectos a largo plazo.
Hay que desconfiar de la
mitología al uso, la del emprendedor osado que en solitario y con sus propias
manos consigue levantar un imperio a base de tesón y esfuerzo. Ciertamente
existen casos, pero son muy pocos en comparación con el enorme número de bajas
que quedan en el campo de batalla. Un campo de batalla que parece abonado a
posta por los responsables de los gobiernos neoliberales que nos sofocan con
sus políticas ultra. Un gobierno, del color
que sea, debería preocuparse por el futuro de su país a medio y largo
plazo, y debería afrontar el hecho de que sin una economía realmente productiva,
no se va a generar empleo. Y que el autoempleo no es más que un zurcido incapaz
de contener la expansión de una nueva pobreza generalizada que revienta las costuras
de la sociedad española, entre unas cuantas más.
Un último apunte. Aún en el
supuesto de que el autoempleo fuera el bálsamo capaz de regenerar la economía
española, habría que incidir muy claramente en el perfil psicológico del
autónomo emprendedor. No todo el mundo está capacitado para ser empresario, por
muchas ayudas y apoyos que se le presten. No todos tenemos el arrojo y la
capacidad de sufrimiento y de entrega precisos para intentar, siquiera
intentar, sacar un negocio adelante. Sin embargo, los politicastros de turno
parecen haber encontrado la panacea para todos los males económicos de España
enviando a todo el mundo, indiscriminadamente, hacia el autoempleo. La dinámica
general es la de tirarse al río con una preparación mínima y con el gobierno y
los mentores económicos de la nación aplaudiendo entusiastas en la
orilla. Eso sería admisible si al menos existiera una aptitud mínima para
nadar. Pero es que se está literalmente empujando a la gente a tirarse a aguas
turbulentas no ya sin saber nadar, sino sin siquiera tener la más mínima
capacidad para poder hacerlo jamás. Hay especies que no se adentran en el agua
porque genéticamente están incapacitadas para ello. Del mismo modo, hay humanos
incapaces de ser empresarios, por mucho que lo aseveren los catecismos de
autoayuda tan de moda hoy en día.
El emprendedor es un capital humano
valiosísimo para cualquier país, incluida España, pero de ahí a quemar a toda
una generación en la pira de la nueva economía, en busca de algún preciado diamante
entre los rescoldos de la hoguera hay un trecho que ningún gobierno debería
salvar. Y el nuestro lo está haciendo a conciencia, ocultando su incompetencia
para sacar de la miseria a sus ciudadanos a base de usar a la masa de
desempleados como carne de cañón de un experimento que sólo puede fracasar.
Mi admiración por todos los
emprendedores valerosos que están en este momento en la lucha es inagotable,
pero también creo que alguien debe decirles que están solos ante el peligro y que
su lucha es heroica, pero que al final de
la batalla, a diferencia de los militares en una guerra convencional, no habrá condecoraciones
para la mayoría de ellos. Ni siquiera una cruz en el camposanto de las
esperanzas muertas.