miércoles, 30 de julio de 2014

Ébola

Para esta semana tenía dos posibles entradas: el turbio asunto de la familia Pujol o el –esta vez sí- incontenible brote de virus Ébola que está propagándose por el África ecuatorial. Como soy partidario de analizar las cosas en perspectiva y con desapasionamiento exento de especulaciones, he decidido abstenerme de hablar de Jordi Pujol porque en este momento, lo más fácil es hacer el imbécil  y pasar por alto cosas fundamentales como me temo que están haciendo la mayoría de los sesudos analistas a cargo de este asunto. Entre ellas que hay que andarse con cuidado con el harakiri del Molt Honorable, porque es más que posible que su cadáver político oculte una bomba de explosión retardada, al más puro estilo iraquí.

Así que hoy prefiero escribir sobre el Ébola, un tema que me apasiona desde los primeros casos de infección con este virus desconocido hasta 1976 y que parece ser que corresponde a un salto entre especies, aunque su origen todavía es dudoso. Algunas hipótesis sostienen que el reservorio natural son murciélagos frugívoros, aunque está más que documentado que afecta a diversos primates, y que una mortandad enorme de gorilas en el área de distribución del virus fue debida a Ébola.

Lo realmente noticiable ahora es que en esta ocasión tenemos el peor brote de todos los detectados hasta el momento en los casi cuarenta años de historia epidémica de este virus. Más de mil doscientos afectados, casi setecientos muertos hasta el momento y, lo que es todavía peor, casos de contagio entre el personal sanitario dedicado a controlar la expansión de la infección. Entre ellos, el mayor especialista en Ébola de toda África, que falleció el martes 29 de julio, desconociéndose cómo se contagió.

En los años noventa, Richard Preston publicó un libro, titulado “La zona caliente”, que era un prodigio de narrativa divulgativa sobre el Ébola y sus demás parientes de la familia filovirus. Lo realmente aterrador –aparte de que no existía ni existe aún tratamiento alguno, ni vacuna preventiva- era que se trataba de un virus altísimamente contagioso y con una tasa de mortalidad tan alta que podía poner en peligro la especie humana con sólo unos pequeños cambios en su estructura genética.

Los brotes que se han ido detectando en estos cuarenta años han sido autocontenidos por el hecho de que el virus mata tan rápido que casi no da tiempo a que el portador pueda infectar a mucha gente.  La capacidad de un virus para matar masivamente depende de dos factores. La primera de ellas, su letalidad, es decir, la proporción de casos que fallecen sobre el total de infectados. La segunda de ellas, su capacidad de propagación entre poblaciones relativamente distantes.

Si tomamos como ejemplo el SIDA, tenemos el caso de un patógeno letal en una proporción enorme, y con una difusión garantizada gracias a que su huésped no es consciente de la enfermedad durante meses o años durante los cuales puede infectar a decenas o cientos de personas. Por suerte, con el SIDA tenemos medidas higiénicas que pueden impedir su transmisión, así como una medicación carísima que ha permitido a la sociedad occidental levantar un muro de contención altamente eficaz contra la pandemia.

Sin embargo, el caso del Ébola es diferente, mucho más parecido al de la célebre gripe de 1918 que mató entre cincuenta y cien millones de personas en pocos meses. Esa cepa de gripe (hoy conocida como H1N1) era tremendamente mortífera y con una capacidad de diseminación insospechada, debido a que su período latente de incubación era suficientemente amplio como para que el portador infectara a mucha gente antes de caer enfermo. El episodio se agravó por el hecho de que el final de la primera guerra mundial coincidió con movimientos masivos de población y de soldados que iban y venían de las zonas en conflicto y de los frentes de combate. La pandemia se extendió por el globo como un reguero de pólvora, y eso que sólo existían transportes lentos, como el barco y el tren. Causa pavor pensar que hubiera sucedido hoy en día, en el que miles de millones de personas se desplazan diariamente en coche mientras unos cuantos millones lo hacen en avión hacia todos los rincones del globo.

Con el Ébola tenemos todavía la suerte de que mata tan rápido que no da tiempo a crear un gran foco infeccioso que se disemine en progresión geométrica. Antes de que los enfermos puedan contagiar a mucha gente, ya están muertos. Por eso los brotes de la enfermedad en África se han ido saldando con a lo sumo un par de centenares de víctimas mortales. Hasta la fecha, porque este brote es el más extenso detectado actualmente, y además con un problema agravado: es transfronterizo y ya afecta a tres países de la zona (cuatro si contamos un caso detectado en Nigeria).

Indudablemente, incluso África no es inmune a la modernidad y a la mayor cantidad y velocidad de las interacciones entre las personas. Más desplazamientos, a más lugares y más lejanos que hace unos años. Los vectores de la transmisión humana se desplazan por tierra, mar y aire de forma mucho más rápida que antes, y esa es una baza a favor del Ébola. Pero hay otro factor mucho más preocupante aún, y que ya apuntó Richard Preston en “La Zona Caliente”.

Los virus, como los demás patógenos microbianos, tienen la capacidad de mutar mucho más rápido que las especies animales. Es tan sencillo de entender como de explicar. Una bacteria típica tiene una tasa de crecimiento exponencial. Vertiginosa. Se duplica cada pocos minutos en condiciones favorables, de modo que en pocas horas una sola bacteria puede haber generado millones y millones de descendientes. La capacidad de experimentar mutaciones depende de dos factores, el número de generaciones y el número total de individuos. Una especie que en pocos días llegue a generar muchos descendientes equivale a todas las generaciones de la especie humana desde el principio de los tiempos. Una especie que se duplica deprisa puede, en muy poco tiempo, superar el número total de individuos de la especie humana. Como las mutaciones son un proceso aleatorio pero que prima a los individuos mejor adaptados, sucede que las especies con la posibilidad de mutar rápidamente tiene una ventaja selectiva sobre las demás, sobre todo si son patógenas.

Ese es uno de los motivos de que en la carrera entre bacterias y antibióticos algunas de las primeras estén ganando, pues su capacidad de mutar y resistir a los fármacos es superior a la de la industria farmacéutica para sintetizar nuevos antibióticos eficaces. En el caso del Ébola, eso no es problema para el virus, porque no hay tratamiento ni vacuna en el horizonte próximo, pero puede mutar igualmente.

Puede mutar a una forma más benigna, menos infecciosa o con menor letalidad. Cierto, pero también puede mutar a una forma que sin ser más letal, sea capaz de sustentar a su huésped infectado durante más tiempo. Un vector que viva más es un vector más infeccioso y con capacidad de diseminar el virus más lejos y a más personas. Lo que vaticinó Preston en su libro es que el Ébola, como otros filovirus, ya había mutado en ocasiones anteriores, y que por eso existen varias cepas distintas. Y que seguiría mutando en el futuro, unas veces a formas más inofensivas, otras a formas mucho más agresivas. Y otras, a  formas muy expansivas que podrían dar lugar a brotes cada vez más extensos e incontrolables.

El día que el Ébola sea capaz de dar el salto entre continentes e infectar de forma masiva a unos cuantos centenares de personas allende los océanos que rodean África, vamos a tener un problema sanitario muy serio que puede matar en muy poco tiempo a muchas más personas que la gripe de 1918. Impermeabilizar las fronteras hoy en día es dificilísimo pese a toda nuestra tecnología, y si no que les pregunten a los responsables de inmigración de los países del sur de Europa, o a los rangers que patrullan con un éxito menos que moderado, la frontera de Estados Unidos con México. El siglo XXI es el de los movimientos masivos de población por todo el globo terráqueo, tanto controlados como incontrolados. Aplicar una cuarentena mundial sería tarea imposible, salvo que estuviéramos dispuestos a provocar un colapso de la economía global sobre la que se sustenta nuestro modo de vida.

Pues el cierre de fronteras no podría afectar sólo a las personas –lo cual ya sería gravísimo de por sí- sino a todo tipo de productos procedentes de las zonas calientes. Materias primas totalmente necesarias para mantener el motor de la economía en marcha. También ocasionaría la paralización del turismo y de los viajes de negocios. Parece de ciencia ficción, pero la mayoría de los expertos coinciden en que el escenario que describo no sólo es un guión de película catastrofista. El algo que en el CDC se toman muy en serio. Y el CDC (Center for Disease Control) de Atlanta, es la organización más importante del mundo en esta materia.

Este brote de Ébola es distinto, eso es todo lo que podemos afirmar hasta el momento. Pero si no remite en las próximas semanas, podremos afirmar que nos encontramos ante una emergencia mundial, que dejará el asunto de Jordi Pujol en mera anécdota localista. Lo más probable es que desaparezca de la misma forma misteriosa en que aparecen, espaciados por años, los diversos brotes. Si no es así, la hipótesis de la mutación maligna se habrá visto confirmada mucho antes de lo que los virólogos esperaban.


Preston acababa su libro con una admonición: “El Ébola había surgido en aquellas salas, había desplegado sus colores, se había alimentado y se había retirado al interior de la selva. Pero volverá.”. No era catastrofismo, era pura lógica evolutiva. El brote de este 2014 podría ser el anuncio de la proximidad de un nuevo apocalipsis biológico.

miércoles, 23 de julio de 2014

Las canas de Obama

Cuesta un enorme trabajo no sucumbir  a la indignación que estos días le embarga a uno al comparar –si es que existe comparación posible- el trato que están dispensando los Estados Unidos y las potencias europeas a la masacre de civiles en Gaza frente a la situación en Ucrania y el acoso a Rusia y los rusoucranianos. Especial vergüenza se siente cuando uno de los principales protagonistas de este desatino de alta política internacional es el otrora bien considerado Obama, cuya catadura moral actual yace cual rastrojo en el desierto gracias a sus salidas de tono y su esperpéntica animadversión contra el enemigo imaginario en que han convertido a Rusia, a falta de nadie mejor contra quien dirigir la artillería de las sanciones económicas, ya que con China no se atreven ni de lejos. (no deja de ser significativo que reciba a un trato exquisito un estado bastante más autoritario que el ruso y que lleva ocupando el Tibet desde nada menos que 1959, sin que a Obama y demás adláteres les tiemble la mano que estrechan con los mandarines del partido comunista chino con quienes América está en deuda por us compra masiva de deuda pública).

Porque hay que tener desfachatez para acusar y acosar sistemáticamente a Rusia con el tema de Ucrania –un asunto que las gentes con dos dedos de frente ya zanjaron tiempo ha, y muy claramente, en el sentido de que ese jaleo lo comenzaron los revoltosos ucranianos que depusieron a un gobierno legítimo aunque desagradable, para poner en su lugar  a una panda de mafiosos y neonazis al servicio del capitalismo amigo de occidente- mientras que por otro lado, el eterno aliado israelí se dedica a exterminar palestinos civiles en el campo de concentración más o menos desdibujado que es la franja de Gaza, en la que periódicamente irrumpen a tiro limpio como el que va a cazar venados al coto de caza para darse un gusto a cuenta de mujeres, niños y ancianos.

Y es que además, la indignación sube de tono cuando uno se aferra siquiera a los datos puramente cuantitativos. Es entonces cuando el europeíto de a pie se percata de que pese  a que las víctimas en Gaza duplican o triplican a las del avión de las líneas aéreas malasias (y subiendo), resulta más que obvio que para nuestros gendarmes de occidente que  las vidas de un par de cientos de holandeses son mucho más valiosas que las de mil palestinos, y que el tono que emplean en su discurso, establece de forma determinante que en este occidente tan democrático, lo fundamental siguen siendo las castas, la sangre y los lugares de nacimiento, además del dinero, of course.

Y lo más triste es que esa política asimétrica, la de cerrar los ojos ante las atrocidades de Israel y machacar día sí y día también a Rusia por apoyar a gente de origen ruso en Ucrania la practique con total desenfado un “fucking nigger” de aquellos que hace un par de siglos se pasarían el día recibiendo latigazos en la plantación de algodón de algún magnate de Louisiana. Debe ser que el salón oval se la ha subido al terrado y el espejo en el que se mira le debe devolver una imagen de rostro pálido que le impide recordar sus orígenes y los de su raza afroamericana, durante tanto  tiempo despreciada, vilipendiada, y machacada por otros que, como Israel con los palestinos de hoy en día, se creían con todo el derecho natural y divino para erradicar cualquier ansia de libertad de aquellos malditos (en su opinión) esclavos negros.

En resumen, que es el colmo del oprobio pertenecer a una cultura occidental, que con total cinismo rinde pleitesía a los asesinos de civiles del próximo oriente, sin ni siquiera la más mínima sombra de crítica; y en cambio pretende someter a los eslavos del este de Europa al diktat de la conveniencia de las superpotencias económicas que consideran la Europa del Este(y muy especialmente Ucrania) el nuevo patio trasero del imperio donde llevar a cabo sus sucios negocios de toda la vida, como en su momento los Estados Unidos jugaron la sucia baza del terrorismo de estado en Centroamérica para servir a los intereses de sus multinacionales, importándoles bien poco los miles  de asesinatos de paisanos hondureños, guatemaltecos, salvadoreños  o nicaragüenses y menospreciando sus derechos elementales, como menosprecian hoy en día a los rusos de Ucrania y a quienes, como Putin, velan no sólo por sus intereses, sino por los interese estratégicos de Rusia en la región, exactamente igual que han hecho desde tiempo inmemorial, los Esbirros Unidos de América.

Y no se confunda el personal, Putin es un personaje de mucho cuidado, pero no menos que el finísimo Obama. Al menos al primero se le ha visto venir siempre y siempre ha dejado claro que desea recomponer la influencia de Rusia en el este de Europa, mientras que el discurso pseudoprogre del segundo encierra, como siempre suele suceder, demasiadas zonas de penumbra. Y que se resume en un peligroso barrer para los intereses de los lobbies que tienen cercados a Washington y Bruselas por igual. O sea, que en última instancia, el negro inquilino de la Casa Blanca es como todos los anteriores: su prioridad no son las vidas humanas, sino las bazas económicas y geoestratégicas de esta partida mundial de cartas en la que los ciudadanos nos vemos obligados a participar con unos tahúres desaprensivos.

Por ese motivo, jamás censurarán, siquiera con un mohín de reproche, las barbaridades que Netanyahu pueda cometer en sus territorios de caza y distracción. Como los “Predators” de la saga cinematográfica, los militares israelíes van a jugar a la caza de cabezas palestinas en el cortijo que tienen montado en Gaza ante la indiferencia atroz de las cancillerías europeas y americanas, que encima apelan al derecho judío a una autodefensa que resulta insultante, por lo desproporcionada, pero sobre todo porque  los rusos de Donetsk, martiilleados por la artillería ucraniana, no parecen gozar del mismo derecho. Y no digamos de la misma simpatía.  Y es que, por supuesto, éstos rusos son unos mindundis de mierda, que nada aportan a la faltriquera neoliberal; mientras que los judíos son los controladores de gran parte del juego financiero mundial. Una vergüenza con nombres y apellidos. Una vergüenza de la que además, nos hacen partícipes y cómplices cada mediodía en los noticiarios, sin que tengamos el valor de salir a la calle a proclamar que ya basta de manipulaciones y de mentiras.

Porque este Obama en su segundo mandato está resultando como esos ciclistas a los que el Tour  de Francia les resulta demasiado largo. EL semblante largo, las ojeras prominentes, la sonrisa casi ausente, la frescura desaparecida. El “Yes, we can” ha demostrado ser sólo un eslogan que con el tiempo en el poder se ha diluido. A cambio de un segundo mandato, el presidente Obama se ha rendido a los poderes ocultos de Washington y emplea el mismo tono beligerante, faltón  e hipócrita que empleaba el anterior inquilino de la Casa Blanca. Como si la disgregación de su programa pudiera cimentarse con un discurso belicista dirigido hacia un viejo enemigo que ya no lo es, pero que conviene aupar a esa categoría para aglutinar de nuevo el viejo imperialismo americano.  Y  satisfacer de paso a los sectores más retrógrados de la sociedad estadounidense, que son amplios, variados y poderosos.


Las canas que ahora muestra Obama en público no son las canas de la sabiduría, la reflexión y la ecuanimidad, sino un signo de amargo envejecimiento, de consunción de un  proyecto fracasado. Las canas de Obama son las del fracaso de la apuesta por una auténtica democracia mundial. Y con ellas y con nuestra resignación se acaba otra esperanza de hacer un mundo mejor, más igualitario. Donde rusos e israelíes reciban el mismo trato, para empezar. Donde todas las vidas tengan el mismo valor, sean palestinas u holandesas.

miércoles, 16 de julio de 2014

Palestina y la desproporción

Es delicado hacer la comparación que sigue, ante todo porque le pueden acusar a uno de antisemita, pero no veo otra manera de ejemplificar lo que está sucediendo estos días en Gaza con la actuación del todopoderoso ejército israelí y de los políticos que lo dirigen. Porque a fin de cuentas, su modus operandi es tan extraordinariamente similar al de las Waffen SS por tierras de Polonia y de Rusia durante los años cuarenta, que diríase que es totalmente calcado.

Las tácticas que está empleando estos días el gobierno judío también son copia fidedigna de las que Goebbels impulsó al frente de la propaganda del Reich. Mentir descaradamente ante la opinión mundial, tergiversar la realidad manipulando los hechos, presentar a un adversario débil y debilitado como un peligroso monstruo que pone en peligro a la patria, magnificar las atrocidades ajenas –si acaso existen- para justificar las  propias, utilizar los medios de comunicación de masas como meros aparatos publicitarios sin posible crítica, jalear sibilinamente el linchamiento de civiles aduciendo que tras ellos se esconden miembros armados de Hamás, y suma y sigue. Todas esas tácticas fueron usadas con profusión por las fuerzas ocupantes nazis durante la segunda guerra mundial, para mayor desgracia de judíos de todas las nacionalidades y condiciones.

Resulta estremecedor ver el uso de las redes sociales que hacen el gobierno y el ejército israelíes para atraer la atención a su favor, lo que hubiera hecho las delicias de cualquier jerifalte hitleriano durante los años dorados del fascismo europeo. Se diría que las víctimas de aquella barbarie encontraron hace tiempo su perfecta sintonía y su lugar en el mundo junto a los verdugos que los persiguieron hasta el exterminio durante una década. En vez de alejarse del modelo del exterminio indiscriminado y del terror generalizado, lo adoptaron como método que administrar a las comunidades vecinas en el cercano oriente.

Esa manera de actuar deviene del odio reconcentrado a fuego lento por las vicisitudes sufridas durante siglos de persecución y de la convicción de que solo el terror, y la respuesta ultramagnificada a cualquier amenaza, por leve que sea,  permitirán la subsistencia de Israel. Tendrán sus razones , pero estas cosas sólo funcionan a corto plazo. En un entorno cada vez más hostil, y donde la variable del crecimiento demográfico juega sensiblemente en contra de Israel, jugar a esa carta de forma permanente exige asumir que Israel habrá de acabar cometiendo un genocidio mucho peor, por extensión y duración, al que les propinaron Hitler y sus secuaces en los gloriosos días del Reich.

Casi habría que decir que o progresan por la escalera de la barbarie hasta el exterminio absoluto de sus vecinos antes de que se hagan más fuertes y mucho más numerosos, o de lo que pueden estar seguros es que en el próximo oriente se vivirá un segundo holocausto en unas decenas de años, donde todos serán víctimas, cuando todo el mundo civilizado les tenga que dar la espalda forzosamente ante su incapacidad de controlar su brutalidad y su crueldad en el trato a los civiles.

Porque, a fin de cuentas, tratar a todos los civiles como si fueran enemigos ya lo ha intentado el ejército norteamericano tanto en Iraq como en Afganistán, cosechando unos resultados tan pobres que han concluido con la forzosa retirada de ambos frentes tras invertir muchas vidas y muchísimo dinero en una empresa abocada al fracaso. Con esas actitudes, lo único que se consigue es que la población civil, incluso la no beligerante, acabe pasándose al bando de los terroristas vengativos. Se consuma así la persistencia de un caldo de cultivo que se propaga de generación en generación, con odios cada vez más intensos, y gentes que menos tienen que perder si ponen sus vidas en juego.

Algo que Israel no puede decir de sus ciudadanos, que sí tienen cada vez más que perder en esta apuesta siempre al mismo número de la ruleta. Esta sociedad de corte occidental y sumamente acomodada no puede permitirse el lujo de acabar dependiendo exclusivamente de la ayuda de los judíos del exterior para mantener un dispositivo militar terrorífico con el que no sólo disuadir a sus vecinos árabes, sino también machacarlos ciento por uno a las primeras de cambio.

Que el sionismo mundial es fuerte es bien conocido, pero que por esta vía es difícil que puedan conseguir estabilidad en la zona a medio plazo es también muy evidente. Porque a fin de cuentas, el genocidio nazi sí podría haber llegado a buen término en toda Europa si  las cosas hubieran sido sólo un poco diferentes, pero exterminar a toda la población pro palestina de la zona es cosa de un nivel muy diferente, tanto por cantidad de habitantes de la que hablamos, como de las repercusiones que tendría a nivel internacional semejante atrocidad. Porque a fin de cuentas, Israel es muy consciente de que no podría causar un genocidio palestino sin identificarse plenamente con sus verdugos nazis de setenta años atrás.

La ley del talión es dura y cruel, pero en su propia definición establece un principio de proporcionalidad que sólo los dictadores más sanguinarios de todas las épocas se han atrevido a vulnerar. Desde la época de la matanza de Sabra y Chatila, allá por los ya lejanos años ochenta, somos conscientes de que Israel se mueve en la finísima línea que divide la autodefensa del exterminio, sin que nada haya mejorado desde entonces. En realidad, todo ha empeorado, porque el discurso es más beligerante y autojustificativo que entonces. Si por la muerte de tres muchachos judíos el gobierno de Netanyahu es capaz de asesinar impunemente y sin el menor rastro de humanidad a cientos de civiles so pretexto de que los terroristas se camuflan entre ellos, es que Israel ha perdido el derecho a ser considerada una nación civilizada, les guste o no, y por mucho que sus socios norteamericanos hagan la vista gorda o miren para otro lado mientras el Tsahal masacra la zona de Gaza.

La acción política es algo que los ciudadanos libres no podemos controlar una vez que hemos otorgado nuestro voto a las formaciones que dirigen nuestras débiles democracias formales, pero la conciencia individual sigue existiendo indemne para condenar con toda firmeza las violaciones de los derechos elementales de las personas, aunque sean efectuadas por nuestros presuntos aliados. La opinión pública norteamericana manifestó clarísimamente su repulsa sobre el proceder del US Army y de los presidentes Johnson y Nixon durante la guerra de Vietnam y puso en muy serios aprietos tanto a administraciones demócratas como republicanas que tuvieron que lidiar con el conflicto abierto en Indochina. En cierta medida, fue un gran triunfo de la ética ciudadana sobre la “realpolitik”, un sucio eufemismo para describir las atrocidades que en nombre del “mundo libre” estaban dispuestos a cometer los gobiernos occidentales.

Debido a la manipulación de masas derivada del shock del 11 de septiembre, esa conciencia ciudadana, ésa ética social de repulsa del ”todo vale”, se ha visto considerablemente mermada, y muchas personas de buena fe se creyeron las indecentes mentiras (más bien soflamas) que justificaron la invasión de Iraq por parte de los aliados de occidente. En este clima de paranoia en el que llevamos ya más de una docena de años, parece debilitarse el juicio crítico contra las aberraciones militares, y eso abre la puerta a la indiferencia con que en gran parte del mundo se están recibiendo las imágenes del genocidio de Gaza.

Pero no olvidemos que, una vez destruido el principio de proporcionalidad en la respuesta a las agresiones, nada nos libra del peor de los futuros. Un futuro teñido de negro, en el que los gobiernos podrán ejercer la violencia indiscriminada y desproporcionadamente contra todo hijo de vecino al que puedan acusar de haberlos agredido. Incluidos sus propios ciudadanos.

Un mundo en el que a una bofetada se pueda responder impunemente con una paliza de muerte no es un mundo civilizado. El matonismo es una actitud despreciable que sólo genera más violencia y una sed de venganza incontenible. De niños a adultos, desde el patio de la escuela hasta el de la cárcel, la conclusión es siempre la misma: la violencia desproporcionada es muy propia de psicópatas y fanáticos. Como los que llevan la voz cantante en Israel desde hace demasiados años.

miércoles, 9 de julio de 2014

Gowex y la alquimia

Semana muy movida por el desastre de Gowex, uno más de los que vienen asolando la economía y del que ya se han escrito tantas justificaciones que no merece la pena entrar en más explicaciones, todas ellas parciales, sesgadas y, en mi opinión, muy alejadas de acertar en la diana de las causas profundas de este tipo de cataclismos. 

La cuestión es que tenemos por un lado, una empresa estrella del parquet bursátil secundario, con una capitalización que se acercaba a los setecientos millones de euros, y que en realidad resulta ser un farol de principio a fin. Tras la constatación de la debacle, unos acusan a la frivolidad de los inversores, otros a la falta de mecanismos de control, y otros más a la desvergüenza de algunos empresarios dispuestos a todo con tal de conseguir dinero.

A todos se los puede dar la razón, pero sólo parcialmente, porque la cuestión de fondo no radica que Jenaro García engañase a todo el mundo, ni que la empresa auditora se quedara fuera de juego, ni siquiera que los inversores,  llevados por su codicia, pusieran su dinero en riesgo sin verificar la situación real de la empresa. La cuestión de fondo es mucho más sutil y mucho más profunda. También infinitamente más grave.

Tras los panegíricos laudatorios de la prensa generalista y especializada (sólo hay que ver las páginas centrales de los suplementos de economía de ABC o de Expansión del 2013 para enrojecer de vergüenza); tras los premios nacionales e internacionales otorgados a Gowex recientemente (recuerden a nuestro presidente Rajoy entregando el premio Sart-Ex a Gowex este mismo año, o a la Unión Europea otorgándole el galardón a la mejor nueva empresa); tras el sinfín de subvenciones y créditos públicos recibidos en detrimento de otras iniciativas menos osadas, y desde luego, menos fraudulentas, se esconde un síntoma de una enfermedad mucho más grave.

Una patología que arranca de muchos años atrás,  y que ha conseguido encandilar a casi todo el mundo, pero especialmente a inversores, financieros y políticos. Una enfermedad que muy pocos han tenido la valentía de denunciar, porque el mundo oficial niega su existencia. Peor que eso, el mundo oficial afirma que esa terrible plaga no sólo no existe, sino que es un gran beneficio para la humanidad y constituye la cúspide las ciencias sociales.

Soy un ferviente seguidor de Nassim Taleb y otros execonomistas que llevan años denunciando las mentiras sobre las que se asienta la presunta ciencia económica. Personas que se han forjado en el mundo de las finanzas y que se han hartado de demostrar que lo impredecible sucede con mucha mayor frecuencia de la esperada en el mundo económico, y que por tanto, cualquier reduccionismo a formulismos matemáticos es algo que queda muy bonito de ver, pero que tiene muy poca sustancia.

Sin embargo, millones de personas por lo demás con una cultura notable, se empeñan en seguir los dictados de los economistas de moda del mismo modo en que las marujas domésticas siguen el horóscopo de las revistas de vanidades. Y con la misma fe chusca pero reconsagrada en que se asientan la mayoría de los dogmatismos, y especialmente los referentes a la economía.

Uno está tentado de afirmar directamente que los economistas no tienen ni puta idea de lo que hablan, y revisten este desconocimiento con montones de ecuaciones y gráficos que sólo sirven para predecir el pasado,pero que jamás aciertan el futuro.Charlatanes de traje y corbata y muy buen sueldo. Como si no hubiéramos tenido suficiente con la Gran Recesión en la que vivimos, los hay que se empeñan en mantener su fe incólume en los sabios de la tribu, que como ya dije en otra ocasión, tienen de sabios lo que el chamán tiene de médico.

El problema en la economía es que hay unos cuantos gurús y unas cuantas escuelas de negocios cuya palabra vale para que todo el mundo asuma sus especulaciones como verdades inquebrantables. Algo así como oráculos de Delfos, pero en versión tablet y smartphone. Y otros muchos que a la que abren las páginas salmón de la prensa económica, sufren una especie de daltonismo en su juicio crítico, que queda teñido de un indeleble sepia monocolor, por más tonterías que diga el columnista de turno.

Esta falta de sentido crítico que se aprecia simplemente hojeando la prensa económica especializada, que actúa de forma sincrónica aupando o hundiendo expectativas empresariales, elogiando o desautorizando iniciativas sin más fundamento que la siempre escasa información auténticamente contrastada que se facilita a los inversores, es uno de los mayores puntos de contacto de la economía con las todas las falsas ciencias, desde la astrología hasta las pseudociencias "new age" cuyos cimientos se hunden en la credulidad de las masas.

Pensar que un señor con dinero es un señor culto y con juicio crítico es no haber visto jamás a Jesús Gil y sus secuaces en acción. La equiparación entre poder económico e inteligencia es tan frívola como incorrecta. Yendo un paso más allá, pensar, a pies juntillas, que un doctor en economía (solo la asociación de "doctor" con "economía" es para  poner los pelos de punta) es un individuo con una omnisciencia económica global y con unas dotes casi mágicas para darnos lecciones sobe cómo invertir nuestro dinero, y más si se trata de invertir en la bolsa, es para morirse de risa.

Sin embargo, no es de risa, si no de llanto, que nuestros dirigentes político-económicos sigan la doctrina económica  como el que sigue el horóscopo del día. Y es por esa razón que otorgan premios, menciones y condecoraciones a destajo, a individuos y empresas que poco después estafan a un montón de inversores, caen en la quiebra y de paso se van, literalmente, a hacer puñetas con todos sus empleados, sin que nadie, absolutamente nadie, les hubiera advertido del más mínimo peligro.

Así pues, lo que falla no son los mecanismos reguladores y de control, sino la propia percepción de que la economía es algo infalible (una creencia que, al parecer, sólo comparten las clases dirigentes). Y que lo que falla no son sus recetas y predicciones, sus métodos y sistemas, sino las personas que la usan. Algo tan atrozmente falso como suponer que la alquimia es una ciencia exacta y sólo falla porque los  alquimistas no son buenos en su profesión.

Porque en definitiva, la cuestión de fondo con los desastres económicos como el de Gowex y muchos más que están por venir, es que la economía es como la alquimia, una especie de derivación aproximativa a una ciencia, que se encarama por las ramas de la especulación y de la falsedad. Pero a diferencia de la alquimia, que el glorioso estallido del Renacimiento relegó por fin al olvido en beneficio de la química, la economía rige nuestros destinos de hombres del siglo XXI con mano férrea, aunque igual de falible, basándose en unos dogmas que nadie en absoluto ha conseguido demostrar hasta la fecha, pero que sellan nuestros destinos indefectiblemente.

Los economistas son los alquimistas del mundo moderno. Y toda nuestra vida gira en torno a ellos. Resulta aterrador.

miércoles, 2 de julio de 2014

Gremialismo medieval

No deja de ser curiosa la actitud de los poderes públicos frente a determinados colectivos con una gran fuerza corporativa, y el doble rasero que utilizan para justificar las restricciones que imponen a ciertas formas de economía que han surgido al calor del desarrollo de las redes sociales. En concreto, me refiero a esa nueva  e ingeniosa alternativa a la economía tradicional que se ha dado en llamar consumo colaborativo.

Que la economía es algo tan dinámico como las propias sociedades es una afirmación que no debería sorprender a nadie. En cambio, que los poderes fácticos se opongan con todas sus fuerzas a formas no tradicionales de gestionar la economía  ya resulta más curioso, especialmente porque dicha oposición se manifiesta muy claramente cuando se trata de alternativas que quedan al margen de los circuitos clásicos y sobre las que las grandes corporaciones no han podido echar aún la zarpa.

Aún más relevante resulta el hecho de que los gobiernos animen a todo hijo de vecino a participar en esa gran estafa global que es el emprendimiento, y cuando alguna de esas ideas novedosas y realmente emprendedoras comienza a funcionar, le hagan la zancadilla legal so pretexto de regular un mercado antes inexistente. Porque una cosa es regular, y otra muy distinta torpedear directamente la actividad de los emprendedores atendiendo a intereses corporativos las más de las veces oscuros, y casi siempre sintomáticos de un total inmovilismo respecto a cualquier modificación de cualquier  “sistema” económico que no hayan propugnado ellos en primer lugar.

Una de las primeras consecuencias de la gran crisis económica que vivimos es la del surgimiento de transacciones económicas “peer to peer”, bien de tipo directo (yo te presto este servicio y tú me prestas otro servicio que necesito), o bien intermediadas por una plataforma que conecta a los interesados y bien les cobra un precio o lo hace gratuitamente a cambio de publicidad o de esa otra mina de oro que consiste en el “big data” que se obtiene comerciando con los datos personales y de navegación de los usuarios.

Esas transacciones P2P constituyen una fuerza económica emergente de una importancia cada vez más significativa, y casi todas ellas se pueden englobar en el concepto de consumo colaborativo o economía colaborativa. El problema es que a las fuerzas económicas tradicionales, así como a los poderes públicos, esa economía “entre pares” no les gusta en absoluto, porque les quita clientela, les recorta beneficios y permite mucha más flexibilidad al usuario, que no está sometido a las rigideces de los modelos económicos tradicionales.

La contradicción es evidente, no sólo porque tenemos una sociedad desgarrada verticalmente  (hasta el punto de que ya no podemos hablar de enfrentamiento entre derechas e izquierdas, que se ha sustituido por concepciones sociales u políticas radicalmente diferenciadas entre una sociedad de  arriba y otra de  abajo) que está divergiendo cada vez más en sus modelos sociopolíticos y económicos; sino porque tenemos a la sociedad “up” exigiéndonos que nos adaptemos a los nuevos tiempos de movilidad laboral extrema, precariedad y continua reconversión de la fuerza laboral; mientras que por otra parte, cuando la sociedad “down” inventa nuevas formas de susbsistencia, se ponen todas las trabas posibles aludiendo a que son formas de economía no reguladas, si noi fraudulentas, y que perjudican a los sectores tradicionales. Donde tradicional lleva parejo el adjetivo de inmovilista.

Para recurrir a un ejemplo, tenemos cómo la ofimatización supuso ya hace años una gran revolución en los servicios administrativos que impulsó una reconversión brutal de la fuerza laboral administrativa y la pérdida de muchísimos puestos de trabajo gracias a la gran eficiencia y velocidad que supone el uso intensivo de la informática en la oficina. A ese tipo de modificaciones los poderes económicos tradicionales no se han opuesto nunca, por más que envíen al desempleo a millones de trabajadores, sencillamente porque su uso beneficia a sus cuentas y permiten repartír más dividendo entre los accionistas.

Sin embargo, cualquier competencia que surja de la creatividad de grupos no tradicionales es percibida sistemáticamente no como una oportunidad, sino como una amenaza. Entonces las fuerzas vivas del sistema  ponen en marcha toda su maquinaria para tratar de detener a los osados que se aventuran a disputarles parte del pastel por medios alternativos. Ese doble lenguaje, el “adáptate a los nuevos tiempos” que exigen a los asalariados, pero también el “retírate de mi territorio” a los advenedizos que llegan con ideas frescas, es una muestra más de esa esquizofrenia social y política en la que se mueve el mundo actualmente, y que cada vez nos acerca más a un escenario de ciencia ficción en el que una gran masa de la sociedad “down” empezará a operar al margen  de los cauces reglados y dirigidos por los dirigentes de la sociedad “up”. Lo cual favorecerá, gracias a la ceguera e inmovilismo de los dirigentes económicos, que la economía sumergida crezca en las próximas décadas, en vez de ir disminuyendo.

Las transacciones  de contenido económico P2P, que han conocido su auge gracias a internet y la explosión de las redes sociales, serán incontrolables por muchos esfuerzos que se dediquen a erradicarlas. Como ejemplo, basta recordar que la lucha por evitar la descarga de contenidos musicales o cinematográficos en internet está tan plagada de presuntos éxitos mediáticos como de obvios fracasos diarios.  El control de la red es lo más parecido a tratar de pescar sardinas con redes para atunes. Y lo peor de todo es que los reguladores económicos saben perfectamente que construir una red mundial para pescar sardinitas es no sólo antieconómico, sino imposible, salvo que se implante un estado policial en internet.

Así que el error de los grandes grupos hoteleros está en tratar de hundir Airbnb, la plataforma más exitosa de alquiler de alojamiento turístico P2P. Y lo mismo ocurre con los taxistas respecto a Uber o Blablacar. Colectivos vociferantes exigiendo la amputación de las cabezas de una hidra, en vez de intentar adaptarse a los tiempos que corren, ser más competitivos y ofrecer servicios diferenciados que atraigan más a los clientes potenciales.

De hecho, la tan cacareada competitividad se basa en eso, no en tener mercados cautivos, que es lo que pretenden los taxistas, un colectivo que no despierta ninguna simpatía entre el ciudadano común y que además se está retratando como lo que ya muchos intuían: retrógrado, corporativista y sobre todo, agarrado a la ubre de un modelo de negocio protegido por los políticos municipales de todo pelo.  Algo que en Europa resulta especialmente patético y que pone de manifiesto que la economía norteamericana, pese a todos sus defectos, es infinitamente más dinámica y tolerante con las nuevas formas de explotar nichos económicos tradicionales, permitiendo que la creatividad sea mucho mayor allende el Atlántico que en las tranquilas orillas de esta Europa burocrática y gremial.

Las estructuras gremiales son tremendamente dañinas para la dinamización de la economía, porque los principios de adaptación y competitividad quedan diluidos en la salsa de una regulación proteccionista que carece de sentido las más de las veces. Sencillamente, el servicio de taxi tradicional tendrá que irse modificando, especializando y ofreciendo mayor valor añadido, en lugar de limitarse a ofrecernos el tópico de un impertinente conductor mascando un mondadientes y con la radio a todo volumen. Igual vale para el gremio de hoteleros, mucho más poderoso pero igual de rancio y retrógrado, que debería tomar nota de empresas como Airbnb para tratar de adaptarse a los tiempos que corren y facilitar las cosas a los clientes, en lugar de guerrear por mantener un mercado turístico cautivo como si eso fuera la cosa más natural del  mundo.

Si así fuera, por poner un último ejemplo, los comerciantes de servicios fotográficos se hubieran rebelado hace años ante la aparición de las tecnologías digitales y hubieran exigido su prohibición so pretexto de que el usuario podía prescindir de sus servicios y gestionar sus fotos directamente en casa. Semejante idea se antoja ridícula a cualquier persona con un mínimo de entendimiento y racionalidad, y precisamente por eso, el sector fotográfico tradicional acometió una reconversión drástica hacia servicios paralelos de mayor valor añadido. Es cierto que trajo consigo el cierre de muchos establecimientos, pero no podía hacerse otra cosa. En eso consiste la evolución de las sociedades, muchas veces convulsa.


Porque una cosa es la protección de los trabajadores, y otra distinta es blindar el sistema económico de tal modo que Europa parezca un inmenso feudo medieval.