Para esta semana tenía dos
posibles entradas: el turbio asunto de la familia Pujol o el –esta vez sí-
incontenible brote de virus Ébola que está propagándose por el África
ecuatorial. Como soy partidario de analizar las cosas en perspectiva y con
desapasionamiento exento de especulaciones, he decidido abstenerme de hablar de
Jordi Pujol porque en este momento, lo más fácil es hacer el imbécil y pasar por alto cosas fundamentales como me
temo que están haciendo la mayoría de los sesudos analistas a cargo de este
asunto. Entre ellas que hay que andarse con cuidado con el harakiri del Molt Honorable, porque es más que
posible que su cadáver político oculte una bomba de explosión retardada, al más
puro estilo iraquí.
Así que hoy prefiero escribir
sobre el Ébola, un tema que me apasiona desde los primeros casos de infección
con este virus desconocido hasta 1976 y que parece ser que corresponde a un
salto entre especies, aunque su origen todavía es dudoso. Algunas hipótesis
sostienen que el reservorio natural son murciélagos frugívoros, aunque está más
que documentado que afecta a diversos primates, y que una mortandad enorme de
gorilas en el área de distribución del virus fue debida a Ébola.
Lo realmente noticiable ahora es
que en esta ocasión tenemos el peor brote de todos los detectados hasta el
momento en los casi cuarenta años de historia epidémica de este virus. Más de
mil doscientos afectados, casi setecientos muertos hasta el momento y, lo que
es todavía peor, casos de contagio entre el personal sanitario dedicado a
controlar la expansión de la infección. Entre ellos, el mayor especialista en
Ébola de toda África, que falleció el martes 29 de julio, desconociéndose cómo
se contagió.
En los años noventa, Richard
Preston publicó un libro, titulado “La zona caliente”, que era un prodigio de
narrativa divulgativa sobre el Ébola y sus demás parientes de la familia
filovirus. Lo realmente aterrador –aparte de que no existía ni existe aún
tratamiento alguno, ni vacuna preventiva- era que se trataba de un virus
altísimamente contagioso y con una tasa de mortalidad tan alta que podía poner
en peligro la especie humana con sólo unos pequeños cambios en su estructura
genética.
Los brotes que se han ido
detectando en estos cuarenta años han sido autocontenidos por el hecho de que
el virus mata tan rápido que casi no da tiempo a que el portador pueda infectar
a mucha gente. La capacidad de un virus
para matar masivamente depende de dos factores. La primera de ellas, su
letalidad, es decir, la proporción de casos que fallecen sobre el total de
infectados. La segunda de ellas, su capacidad de propagación entre poblaciones
relativamente distantes.
Si tomamos como ejemplo el SIDA,
tenemos el caso de un patógeno letal en una proporción enorme, y con una
difusión garantizada gracias a que su huésped no es consciente de la enfermedad
durante meses o años durante los cuales puede infectar a decenas o cientos de
personas. Por suerte, con el SIDA tenemos medidas higiénicas que pueden impedir
su transmisión, así como una medicación carísima que ha permitido a la sociedad
occidental levantar un muro de contención altamente eficaz contra la pandemia.
Sin embargo, el caso del Ébola es
diferente, mucho más parecido al de la célebre gripe de 1918 que mató entre
cincuenta y cien millones de personas en pocos meses. Esa cepa de gripe (hoy
conocida como H1N1) era tremendamente mortífera y con una capacidad de
diseminación insospechada, debido a que su período latente de incubación era
suficientemente amplio como para que el portador infectara a mucha gente antes
de caer enfermo. El episodio se agravó por el hecho de que el final de la
primera guerra mundial coincidió con movimientos masivos de población y de
soldados que iban y venían de las zonas en conflicto y de los frentes de
combate. La pandemia se extendió por el globo como un reguero de pólvora, y eso
que sólo existían transportes lentos, como el barco y el tren. Causa pavor
pensar que hubiera sucedido hoy en día, en el que miles de millones de personas
se desplazan diariamente en coche mientras unos cuantos millones lo hacen en
avión hacia todos los rincones del globo.
Con el Ébola tenemos todavía la suerte de que mata tan rápido que no da tiempo a crear un gran foco infeccioso que se
disemine en progresión geométrica. Antes de que los enfermos puedan contagiar a
mucha gente, ya están muertos. Por eso los brotes de la enfermedad en África se
han ido saldando con a lo sumo un par de centenares de víctimas mortales. Hasta
la fecha, porque este brote es el más extenso detectado actualmente, y además
con un problema agravado: es transfronterizo y ya afecta a tres países de la
zona (cuatro si contamos un caso detectado en Nigeria).
Indudablemente, incluso África no
es inmune a la modernidad y a la mayor cantidad y velocidad de las
interacciones entre las personas. Más desplazamientos, a más lugares y más
lejanos que hace unos años. Los vectores de la transmisión humana se desplazan
por tierra, mar y aire de forma mucho más rápida que antes, y esa es una baza a
favor del Ébola. Pero hay otro factor mucho más preocupante aún, y que ya
apuntó Richard Preston en “La Zona Caliente”.
Los virus, como los demás
patógenos microbianos, tienen la capacidad de mutar mucho más rápido que las
especies animales. Es tan sencillo de entender como de explicar. Una bacteria
típica tiene una tasa de crecimiento exponencial. Vertiginosa. Se duplica cada
pocos minutos en condiciones favorables, de modo que en pocas horas una sola
bacteria puede haber generado millones y millones de descendientes. La
capacidad de experimentar mutaciones depende de dos factores, el número de
generaciones y el número total de individuos. Una especie que en pocos días
llegue a generar muchos descendientes equivale a todas las generaciones de la
especie humana desde el principio de los tiempos. Una especie que se duplica
deprisa puede, en muy poco tiempo, superar el número total de individuos de la
especie humana. Como las mutaciones son un proceso aleatorio pero que prima a
los individuos mejor adaptados, sucede que las especies con la posibilidad de
mutar rápidamente tiene una ventaja selectiva sobre las demás, sobre todo si
son patógenas.
Ese es uno de los motivos de que
en la carrera entre bacterias y antibióticos algunas de las primeras estén
ganando, pues su capacidad de mutar y resistir a los fármacos es superior a la
de la industria farmacéutica para sintetizar nuevos antibióticos eficaces. En
el caso del Ébola, eso no es problema para el virus, porque no hay tratamiento
ni vacuna en el horizonte próximo, pero puede mutar igualmente.
Puede mutar a una forma más
benigna, menos infecciosa o con menor letalidad. Cierto, pero también puede
mutar a una forma que sin ser más letal, sea capaz de sustentar a su huésped
infectado durante más tiempo. Un vector que viva más es un vector más
infeccioso y con capacidad de diseminar el virus más lejos y a más personas. Lo
que vaticinó Preston en su libro es que el Ébola, como otros filovirus, ya
había mutado en ocasiones anteriores, y que por eso existen varias cepas
distintas. Y que seguiría mutando en el futuro, unas veces a formas más
inofensivas, otras a formas mucho más agresivas. Y otras, a formas muy expansivas que podrían dar lugar a
brotes cada vez más extensos e incontrolables.
El día que el Ébola sea capaz de
dar el salto entre continentes e infectar de forma masiva a unos cuantos
centenares de personas allende los océanos que rodean África, vamos a tener un
problema sanitario muy serio que puede matar en muy poco tiempo a muchas más
personas que la gripe de 1918. Impermeabilizar las fronteras hoy en día es
dificilísimo pese a toda nuestra tecnología, y si no que les pregunten a los
responsables de inmigración de los países del sur de Europa, o a los rangers que patrullan con un éxito menos
que moderado, la frontera de Estados Unidos con México. El siglo XXI es el de
los movimientos masivos de población por todo el globo terráqueo, tanto
controlados como incontrolados. Aplicar una cuarentena mundial sería tarea
imposible, salvo que estuviéramos dispuestos a provocar un colapso de la
economía global sobre la que se sustenta nuestro modo de vida.
Pues el cierre de fronteras no
podría afectar sólo a las personas –lo cual ya sería gravísimo de por sí- sino
a todo tipo de productos procedentes de las zonas calientes. Materias primas
totalmente necesarias para mantener el motor de la economía en marcha. También
ocasionaría la paralización del turismo y de los viajes de negocios. Parece de ciencia
ficción, pero la mayoría de los expertos coinciden en que el escenario que
describo no sólo es un guión de película catastrofista. El algo que en el CDC
se toman muy en serio. Y el CDC (Center for Disease Control) de Atlanta, es la
organización más importante del mundo en esta materia.
Este brote de Ébola es distinto,
eso es todo lo que podemos afirmar hasta el momento. Pero si no remite en las
próximas semanas, podremos afirmar que nos encontramos ante una emergencia
mundial, que dejará el asunto de Jordi Pujol en mera anécdota localista. Lo más
probable es que desaparezca de la misma forma misteriosa en que aparecen,
espaciados por años, los diversos brotes. Si no es así, la hipótesis de la
mutación maligna se habrá visto confirmada mucho antes de lo que los virólogos
esperaban.
Preston acababa su libro con una
admonición: “El Ébola había surgido en
aquellas salas, había desplegado sus colores, se había alimentado y se había
retirado al interior de la selva. Pero volverá.”. No era
catastrofismo, era pura lógica evolutiva. El brote de este 2014 podría ser el
anuncio de la proximidad de un nuevo apocalipsis biológico.