domingo, 29 de septiembre de 2013

A vueltas con el cambio climático

Esta semana ha sido noticia, de nuevo, el cambio climático. Sin embargo, las conclusiones de todas las reuniones de expertos siguen siendo las mismas. Descoranozadoras, porque insisten en un tipo de solución, si es que existe, absolutamente inaplicable.

En primer lugar, es bastante lamentable que la apisonadora mediática insista machaconamente en la aparente unanimidad de la comunidad científica no sólo sobre las causas, sino sobre la naturaleza misma del cambio climático.Por lo pronto, son muchos los reportes de distinguidos científicos que cuestionan en voz baja, las aparentes conclusiones aplastantes de la autoproclamada corriente dominante en el ámbito climático. La verdad es que todavía no se sabe si el cambio climático es permanente o si es una de tantas fluctuaciones seculares del clima de la tierra, que en ocasiones duran un par o tres de siglos, como ya sucedió en el pasado reciente pero a la inversa (la pequeña edad de hielo de mediados del milenio anterior).

Falta una serie temporal lo suficientemente larga que demuestre si el cambio es permanente o no. Pero aún falta mucho más, como saber si realmente las causas del cambio, en el supuesto de que se establezcan de forma indiscutible, son debidas de forma primordial a la actividad humana, o bien tienen causas astronómicas relacionadas con el ciclo solar. Bien pudiera ser que las causas fueran múltiples y se sumaran unas a otras, o incluso que hubiera fuerzas que actuaran de forma contradictoria, como el hecho -este sí claramente demostrado por los contrastados ciclos glaciales de los últimos milenios- de que el período interglacial de los últimos miles de años está llegando a su fin, con lo que este calentamiento podría ser el preludio de un enfriamiento mucho más catastrófico desde todas las perspectivas. Si el hielo llega de nuevo a cubrir todo el hemisferio norte en unos pocos cientos de años eso sería infinitamente más grave desde el punto de vista de subsistencia de la especie humana que un calentamiento progresivo pero dentro de los márgenes que posibilitan la vida, y especialmente la agricultura.

El tema del cambio climático es muy problemático porque cualquiera mínimamente versado en cuestiones de estadística sabe que a veces hay factores que muestran correlación pero que no están vinculados, o lo están mucho más débilmente que lo que parece a primera vista. Hay un caso que por hilarante no deja de ser paradigmático: una prestigiosa revista (la New England Journal of Medicine) publicó un artículo en el que se dictaminaba que los países con mayor consumo de chocolate tienen más premios Nobel, por lo que deducía que el consumo de chocolate incrementa la inteligencia. El estudio obviaba el hecho -como hacen la mayoría de los analfabestias que pululan por los medios de comunicación de masas-  de que la correlación no implica relación de causa a efecto. Ni mucho menos, y hay toneladas de noticias publicadas en la prensa en que se toman como indiscutibles correlaciones mal fundamentadas que dan para reirse mucho, sobre todo en temas médicos y alimentarios.

Así que en el asunto del cambio climático, por mucho y muy alto que berreen los voceras oficiales, estamos muy lejos de poder afirmar nada con certeza, lo cual ya sería motivo para reflexionar antes de proponer según qué medidas. Por supuesto, es cierto que debemos buscar el método de mantener el planeta lo más limpio posible y sobre todo con una gestión adecuada de los recursos energéticos. Pero eso está muy lejos de afirmar que debemos parar en seco para detener el cambio climático.

Dejando a un lado la barbaridad política de pretender que los países en vías de desarrollo renuncien a los mismos métodos que antes hemos usado en occidente sin compensaciones de  algún tipo (y aún con ellas, me temo), hemos de considerar el hecho de que el cambio climático podría muy bien ser inmune a cualquier iniciativa que adoptara la humanidad al respecto, aunque regresáramos voluntariamente a la edad de piedra. Si hay algún factor relevante más que la mera contaminación industrial y energética, cualquier iniciativa que adopten los gobiernos estará condenada al fracaso, no sin antes haber condenado a la mayoría de la población a penurias y sinsabores sin cuento, a causa de políticas restrictivas, y por tanto muy encarecedoras, del consumo de energía. Donde, qué curioso, los ganadores siempre serán los mismos, es decir, los grandes lobbies energéticos mundiales.

Así pues, lo racional sería que en vez de tratar de "regresar" a una situación anterior de menor producción de gases de efecto invernadero, nos pusiéramos todos a remar en la única dirección en la que podemos ciertamente hacerlo con un mínimo de efectividad: asumir que el cambio climático existe, que nada vamos a poder hacer por revertirlo, y que nos toca empezar a adoptar las políticas que nos lleven a adaptarnos a él de la mejor manera posible. En vez de luchar contra algo que nos supera (desde el punto de vista de la comprensión científica, de la predicción climática y de las acciones necesarias para revertirlo), deberíamos nadar a favor de la corriente y prepararnos, durante los próximos cien años, para adaptarnos a un planeta previsiblemente distinto pero todavía habitable. Todo ello sin dejar de luchar para hacerlo todo de una manera más limpia y sostenible, por descontado.

Es más que posible que la inercia del cambio climático sea tan grande que ni la supresión absoluta de las emisiones de gases de efecto invernadero llegara a frenarlo, porque aunque parezca minúscula a escala cósmica, la Tierra es un sistema físico enorme y una vez calentado, su enfriamiento será mucho más lento que el transcurso de unas cuantas generaciones humanas. Todo ello sin contar que los mejores modelos climáticos dan márgenes de error tan abultados que sonrojarían (y de hecho sonrojan) a cualquier físico avezado. En definitiva, en vez de tratar de poner una más que improbable marcha atrás, lo razonable sería adaptarse a las circunstancias y empezar a trabajar por un futuro con un clima distinto y ponernos manos a la obra aceptando que hay cosas contra las que no podemos luchar porque exceden de nuestra capacidad, incluso en el supuesto de un consenso mundial absoluto y definitivo.

Lo demás son cuentos apocalípticos que persiguen un fin que se me antoja muy turbio. Como siempre.

lunes, 23 de septiembre de 2013

La izquierda atrapada

La engañosa victoria de Merkel en las elecciones alemanas pone de manifiesto -o más bien corrobora totalmente- la situación actual de la izquierda parlamentaria en el mundo occidental. En primer lugar, la izquierda está fuertemente fragmentada, lo cual favorece el triunfo electoral de la derecha en casi todos los países, porque la derecha es mucho más inteligente. Juega con el miedo de los electores, y esa es casi su única baza electoral. Aglutinadas en torno a la fuerza que otorga el miedo a perder el presente, las fuerzas de la derecha no tienen inconveniente ninguno en formar un frente unido que abarca desde la ultraderecha más reaccionaria hasta el liberalismo centrista. 

En cambio, la izquierda, incapaz de insuflar esperanza en un futuro diferente, se divide entre facciones que pelean electoralmente y se autoperjudican dividiendo a su electorado natural. En las elecciones alemanas, los partidos de izquierda con representación en el parlamento superan en porcentaje de votantes a la derecha de Merkel, que aglutinando más que nunca sus fuerzas con el pegamento del miedo, han aumentado sus votos a costa de la práctica desaparición de sus socios liberal-demócratas.

Esa capacidad de movilización conjunta de la derecha tendría que dar mucho que pensar a todas las fuerzas progresistas, porque el mensaje es claro: o se agrupan, o el futuro seguirá siendo durante bastantes años de los poderes fácticos económicos y financieros, cuyo juego es muy sencillo: sembrar el terror sobre las clases trabajadoras, haciéndoles temer que perderán todo lo que tienen si se produce un giro a la izquierda.

En un plano más psicológico, todos estos lodos provienen de los polvos de la reunificación alemana, como ya resalté en otra ocasión. La verdad es que la incorporación de la misérrima población del este fue un golpe de suerte para la derecha, pues allí residía el caldo de cultivo de los votos que hoy han caído nuevamente en las redes de la derecha. Partiendo de la pobreza más absoluta, según los estándares occidentales, los alemanes del este se vendieron nada metafóricamente a la derecha por un plato de lentejas, pues era difícil estar peor de como estaban por aquellos primeros años noventa. La secuela de esto fue doble: en primer lugar el vertiginoso coste de la reunificación, del que se hicieron cargo las arcas del estado; segundo, un plan de ajuste iniciado diez años después, caracterizado por una "sinificación" laboral muy acentuada: reducción brutal de salarios, precarización laboral en constante aumento y por supuesto, los célebres minijobs, que no son más que formas vergonzantes de encubrir el paro real. Porque nadie me negará que con un salario de 400 euros al mes nadie puede llevar una vida independiente en Alemania. Sin embargo, para la población del este todo el proceso vino a ser el equivalente de traer a un campesino de Xinjiang a trabajar a la Volkswagen. Un gran salto adelante.

Al ver las barbas del vecino pelar, el votante de clase media alemana, en vez de poner a remojar las suyas, se ha alineado con los conceptos clásicos de la derecha neoliberal, tratando así de mantener dos ficciones: una, que esa clase media se verá más protegida con el gobierno de Merkel que con uno de izquierdas; dos, que el hecho de que la salud financiera, bursátil y macroeconómica de Alemania sea buena, se va a traducir en el mantenimiento del statu quo de la clase media que todavía sobrevive.

Nada más lejos de la realidad. El proyecto general de la derecha económica no es más que la apuesta decidida por conservar el poderío económico de los sectores tradicionalmente fuertes, que deben competir con las economías emergentes, a las cuales nadie pone coto en lo que se refiere a derechos humanos, laborales y sociales, que son prácticamente inexistentes. Por tal motivo, la única forma de competir consiste en proletarizar a las clases trabajadoras de todo occidente, reduciendo los costes y derechos  laborales lo más posible, mientras se confía en que poco a poco, las grandes masas proletarias de China y resto del bloque emergente vayan conquistando mejoras retributivas y laborales que hagan a esas economías menos competitivas frente a las occidentales, restableciendo un cierto equilibrio.

Pero eso será siempre a costa del bienestar de las generaciones presentes y futuras de europeos que verán como se irán perdiendo todas las conquistas tan duramente adquiridas durante casi doscientos años de lucha sindical y social. Es decir, recuperar la competitividad internacional en un mundo globalizado deberá ser siempre a costa de la gran masa trabajadora. En ese sentido, ya no existen, desde la perspectiva de la derecha económica, las clases medias. Todos somos nuevos proletarios, y no admitirlo es un ejercicio de ceguera voluntaria y estúpida. Aquellos que todavía se pueden pagar unas vacaciones o un coche nuevo temen perderlo, claro está, y por comparación creen que mientras mantengan esa posibilidad siguen siendo clase media, pero son incapaces de advertir que los recortes avanzan y avanzan como la gangrena en una pierna, y que la voracidad de la derecha no se detendrá en la rodilla, sino que proseguirá indefinidamente hasta la amputación total del miembro.

Nadie está a salvo, por mucho que algunos lo crean. Una creencia que es como la fe irracional en el hechicero, una creencia desesperada fomentada por el miedo a poderes casi sobrenaturales que les insuflan Merkel y sus secuaces. Un miedo a perder un presente gris, triste, atroz para la mayoría, pero que funciona muy bien por el egoísmo, la ceguera y la estupidez de quienes todavía conservan lo que algunos desgraciados de renombre  a este lado de los Pirineos llaman con total desvergüenza e impunidad, "privilegios" de los trabajadores. Y no sale nadie a partirles la cara, añado yo.

La izquierda, toda ella, debe hacer hincapié en que todos, absolutamente todos los que formamos parte de la clase trabajadora somos proletarios, como lo fueron la inmensa mayoría de nuestros abuelos. Y que un proletario que vota a la derecha es un inconsciente que no sólo cava su propia tumba, sino que además entra gustoso en ella y le da la pala al enterrador para que remate la faena. Para hacer calar este mensaje en la población hace falta un gesto valiente de unificación de la izquierda; es el momento de volver a reivindicar el frentepopulismo y por supuesto, la lucha de clases.

Muerto el marxismo, muchos nos quieren hacer creer que la lucha de clases ya no existe. Y en cierta medida tienen razón, y ello es debido a que una de ellas se ha retirado del campo de batalla, ha cedido todo el terreno y se ha rendido para conservar las migajas del festín, a costa de perder toda la dignidad y el autorrespeto. Es hora de que la izquierda comience a llamar a las cosas por su propio nombre, reivindique nuestro presente proletario, y se alce unida y combatiendo a la derecha de siempre para defender no nuestra casita en la playa, sino nuestra dignidad como trabajadores.

De lo contrario acabaremos perdiendo la una y la otra.

martes, 17 de septiembre de 2013

Independencia económica de Cataluña

Como cada 11 de septiembre en los últimos años, se han disparado las alarmas en los medios centrales y centralistas a cuenta de una posible independencia de Cataluña. También como siempre, se intenta jugar la baza del miedo a las consecuencias económicas de semejante posibilidad, especialmente respecto a la presunta caída de Cataluña en una especie de pobreza albanesa, consecuencia directa de su expulsión del "paraíso terrenal" de la Unión Europea.

He tenido que soportar muchos argumentos tan falaces y estúpidos que no merecen la pena ser discutidos. Son simplemente bazas del miedo, para acongojar a los posibles votantes dubitativos, pero que carecen de la más mínima verosimilitud. En el mejor de los casos, la mayoría de los escenarios catastróficos dibujados no son mas que pseudociencia adivinatoria, que como todos sabemos, y por lo que respecta a la economía, es lo más parecido a la magia del hechicero de la tribu.

Sin embargo, hay un argumento que me ha aportado el hijo de un buen amigo mío, en el que el se plantea un escenario que, por corrosivo, no me ha dejado indiferente, ya que se traduce en una mano de triunfo a favor de la independencia catalana. Para más inri, añadiré, antes de entrar en detalle, que se trata de un economista ampliamente formado en ESADE, para que luego digan que este tipo de instituciones sólo juegan a  favor del centralismo españolista.

La cuestión reside en si la exclusión de una Cataluña independiente de la Unión Europea sería en realidad la catástrofe que pregonan las aves de mal agüero mesetarias (y también algunas de por aquí). Dejando aparte el hecho de si la pertenencia a la UE representa actualmente más una carga que un soporte de la economía catalana, lo cual es ampliamente debatible y que dejo a los tertulianos de turno de la caverna mediática (que de algo tienen que vivir), hay una cuestión que nadie, absolutamente nadie, ha planteado públicamente, y que sería una poderosa arma en el arsenal catalán.

El escenario es bien sencillo, y toma como base otros países europeos que no forman parte de la Unión, entre otros, Andorra y Suiza. Como todo el mundo sabe, Andorra  no tiene moneda propia, sino que utiliza el euro para todas sus transacciones comerciales y financieras. Esto es, la salida de Cataluña no implicaría en ningún caso la necesidad de volver a la peseta o de crear una moneda propia, porque podría adaptarse el euro como patrón de referencia. La primera en la frente.

La segunda va directa al hígado. Cualquier país europeo no integrado en la Unión puede decidir su propia política fiscal y financiera. Nada impediría, pues, que una Cataluña independiente adoptara una política fiscal semejante a la Suiza; es decir, con importantes incentivos fiscales a las empresas (subvenciones a su implantación en territorio catalán, reducciones sustanciales del impuesto de sociedades). Y por lo que respecta a la política financiera, sin necesidad de caer en la trampa de convertirse en un paraíso fiscal, sí podría optarse por una legislación favorecedora de la entrada de capitales, con supresión de la fiscalidad al capital extranjero (especialmente a las grandes fortunas), admisión del secreto bancario y otras herramientas de captación financiera que usan no sólo el gobierno suizo, sino también otros como Gibraltar, Lichtenstein o incluso Luxemburgo.

En resumen, que ante la amenaza de exclusión de la Unión Europea, Cataluña podría optar muy bien por convertirse en la Suiza del Mediterráneo, o en un Gibraltar multiplicado a la enésima potencia, con el considerable incremento de ingresos de capital que ello representaría, y sin que ningún estado pudiera, de acuerdo con el derecho internacional, privarla de su capacidad soberana para actuar conforme a su propia legislación, siempre que no se cayera en la consideración de paraíso fiscal totalmente opaco. Y aún así, a la sumo habría que darle a Cataluña el mismo trato que a los demás países que he citado anteriormente. Sin comentarios, sobre todo por lo que respecta a un caso muy cercano, como es el de Gibraltar, donde capitales de todo el orbe circulan con total impunidad.

Resulta extraño que ante tanto ataque y contraataque economicista, esta cuestión fundamental, la de convertir a una Cataluña expulsada de la Unión en una Suiza del sur, no haya trascendido todavía en los medios de comunicación. Si gentes formadas en prestigiosas escuelas de negocios ya han dibujado un escenario semejante, debemos preguntarnos porqué no sale a la luz. Y para todos aquellos catalanes dubitativos ante la tesitura de la independencia, sería conveniente que aflorara esta posibilidad  en las redes sociales y se debatiera públicamente cuanto antes mejor. 

Vaya aquí mi granito de arena.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Jerarcas feudales y vasallos estúpidos

A algunos les puede parecer extrema la consideración con la que titulo esta entrada de blog, pero a mi, visto lo visto a lo largo de este año me da un no sé qué que empieza a soliviantarme contra mis conciudadanos, sobre todo por esa inercia pasiva y embobada con la que afrontan las grandes chingadas de nuestros políticos.
 
No está de más recordar que en los años 70, para conseguir sus objetivos absolutamente neoliberales –por mucho que enmascararan sus brutales actuaciones como una lucha “justificada” contra el comunismo- nuestros amigos americanos tuvieron que maniobrar para derrocar gobiernos y poner en su lugar a sangrientos dictadores que torturaron y mataron a diestro y siniestro para silenciar a las jóvenes democracias latinoamericanas, por poner un ejemplo.  Vamos, que amordazar a la sociedad civil no fue nada fácil y obligó a los brutales “milicos” a emplearse a fondo durante una buena pila de años.
 
Ahora el escenario es tan radicalmente distinto que asusta la mera comparación. Para conseguir los mismos fines que en los sangrientos 70, ahora nuestros jerarcas no han tenido que derramar ni una gota de sangre. A base de potencia mediática y de insuflar miedo en las almas de varias generaciones de occidentales vendidos sumisamente al conformismo consumista, están consiguiendo mucho más en este siglo XXI  que en los años setenta del pasado, y a un coste mucho menor.
 
Sin demasiado esfuerzo, con argumentos  presuntamente democráticos y  mintiendo abusivamente sobre los actuales “privilegios” de las clases trabajadoras  y la imposibilidad de mantener el estado del  bienestar, nuestros dirigentes políticos y económicos han abierto la puerta a un nuevo feudalismo aceptado por todos, bajo la excusa de que todos somos civilizados, estamos en estados de derecho y nos regimos por principios democráticos.
 
¿Pero es eso realmente cierto? Yo afirmo contundentemente que no, y dejo al lector la iniciativa para estrujarse las meninges y deducir donde está la falacia. Una falacia obvia desde la contemplación de sus resultados, puesto que estamos más amordazados que hace cuarenta años por la conjunción de fuerzas del dinero multinacional, la farsa de la globalización y el imperio de lo financiero sobre la sociedad civil y de la economía sobre la justicia social.
 
Nos creemos muy demócratas y en realidad somos una panda de vasallos apocados, que no rendimos vasallaje a la democracia, ni de lejos, sino a una serie de jerarcas semifeudales, que aspiran aún a mucho más de lo que nos han robado hasta ahora, y que nos irán usurpando el resto de nuestro bienestar y de nuestra dignidad sin pausa ni medida hasta que nos despertemos un buen día como lo que realmente vamos camino de ser, nuevos esclavos modernos y tecnologizados.  Nuestros señores feudales no necesitan de la violencia sangrienta, porque la ejercen cada día de forma soterrada y amenazante desde sus editoriales periodísticos, sus estudios de radio  y sus platós de televisión mediante su caterva de bufones a sueldo, esos que por unas pocas monedas de plata traicionan y engañan a la ciudadanía a diario. Es una violencia, como toda la violencia occidental actual, aséptica, psicológica, medida para no dejar marcas corporales, pero sí en nuestras mentes, aterrorizadas por la posibilidad de perder el cada vez más exiguo pedazo del pastel capitalista. Es una violencia transmitida por unos señores y señoras muy educados que elegimos cada cuatro años en el colmo del sarcasmo: que sea el propio pueblo quien escoja a sus verdugos. Verdugos de cuello blanco al servicio del señorío financiero de turno y de toda su corte de nobles de medio pelo, para su mayor gloria y beneficio. Y los vasallos la mar de contentos porque son libres de elegir la democrática espada con las que les rebanarán el pescuezo los lacayos del gran feudo occidental.
 
Mejor vasallo no hubo. Más estúpido tampoco.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Lerdos

Tras el paréntesis veraniego, volvemos a la carga. Esta vez con la literalidad de un impagable artículo de Javier Marías, publicado en El País Semanal del 8 de septiembre de 2013, con el título de “Lerdos, y gracias” y que me sirve de excelente prefacio para mi próxima entrada, que dedicaré a los jerarcas feudales y los vasallos estúpidos. Ahí queda eso:


Aunque los desapruebe, uno a veces comprende los procederes canallescos de políticos y empresarios. Entiende que quieran hacer lo que les venga en gana, que barran siempre para casa, que los unos aspiren a disfrutar de un poder cada vez más absoluto y amedrentador y los otros a mejorar hasta el infinito sus márgenes de beneficio a costa de la explotación de sus trabajadores y de encarecer sus productos. Uno se explica, hasta cierto punto, que todos añoren los tiempos de los señores feudales y ansíen retroceder lo más posible hasta ellos; al fin y al cabo, les resulta lo más cómodo y ventajoso. Todo partido político mira con envidia las épocas totalitarias (o los regímenes, que perduran en demasiados lugares), y su sueño sería, en el fondo, obtener en las elecciones lo que una vez se llamó “mayorías a la búlgara”, es decir, un porcentaje de votos del 98% o así.


Y todo empresario desalmado siente nostalgia de los días en que los empleados carecían de derechos y de protección, cuando podían contratar y despedir sin aviso ni indemnización alguna, cuando nada era “improcedente” en su ámbito y decidían a diario, caprichosamente, qué jornaleros trabajaban y cuáles no, tanto en las faenas del campo como en numerosas fábricas. Echan de menos ser temidos y también ser vistos como “dispensadores de favores”, como individuos magnánimos que podían espetarle a un desesperado: “Mira, te voy a hacer el inmenso favor de permitirte trabajar hoy para mí. Como el favor es inmenso, habrás de agradecerme que te pague una miseria y que disponga de todo tu tiempo a mi voluntad. No te quejarás de nada, faltaría más, ni pretenderás conseguir más de mí, ni por tu eficacia ni por tu antigüedad. Ten en cuenta que si te retiro el favor, tú y los tuyos no tendríais ni qué comer”. Expresado así, este discursillo suena a siglo XIX si no a medieval, pero si suavizan un poco los términos y se paran a pensar, verán que de hecho es a lo que se intenta volver, en gran parte del globo y desde luego en nuestro país.


Y ya digo, uno lo entiende, que estas condiciones las quieran recuperar los políticos y empresarios sin escrúpulos. Lo que ya le cuesta más concebir es que, tras un larguísimo periodo en el que las relaciones laborales no han sido así, en el que la gente ha aprendido a luchar por sus derechos y a trabajar con dignidad, esos individuos sean tan tarados (lo utilizo como se hace en el lenguaje coloquial) que ni siquiera sepan disimular y llevar a cabo su retroceso con discreción. Creo que todos nos condenamos y perdemos mucho más por lo que decimos que por lo que hacemos, y que se tolera mejor el doblegamiento y la explotación que la chulería y el recochineo. Son estos últimos los que a veces llevan a la gente a saltar, a agarrar una tea e incendiar unas oficinas o un banco, o a agredir al cretino de turno que ofende además de pisotear. La CEOE –los empresarios españoles– parece estar en manos de completos idiotas desde hace mucho, ellos sabrán por qué los eligen, o quizá es que en sus filas no hay más. Fue Presidente suyo Díaz-Ferrán, que no se abstuvo de soltar vilezas antes de parar en la cárcel acusado de delitos de gravedad. Ahora la preside Juan Rosell, que recientemente ha hablado de los “privilegios” de los contratos indefinidos (se refería a derechos, pero para él es “privilegio” cuanto no sea sometimiento e indefensión del trabajador) y ha propuesto retirárselos para incrementárselos a los contratos temporales, como si eso fuera a ser verdad. Es tan falso como que la reducción de salarios redunde en mayor empleo: redunda tan sólo en el dinero que los empresarios se ahorran y guardan, y eso lo saben hasta las cabras, aunque no el FMI ni el comisario europeo Olli Rehn.


Rosell ha destacado que los temporales son el 90% de los contratos que se hacen, y ha añadido como un ceporro: “y gracias”. Esa chulería y ese recochineo encorajinan a la gente infinitamente más que las propias condiciones abusivas de la “reforma laboral” de este Gobierno. Como, más que ver emigrar a los vástagos porque no encuentran empleo aquí, a los padres los enfurece que Esperanza Aguirre afirmara: “Los jóvenes se van por espíritu aventurero”, o que Fátima Báñez, precisamente Ministra de Empleo, redujera el forzoso éxodo a mera “movilidad exterior”. O que el de Educación, Wert, sostuviera que si los chicos no estudian, no es por las caras tasas que ha impuesto, sino porque muchas familias “no quieren dedicar dinero a la educación de sus hijos”; cuando es sabido que es lo primero que los padres procuran desde tiempo inmemorial. Aún más que ver a sus niños malnutridos, a la gente le indigna que los tertulianos afines al PP critiquen que en Andalucía se les diera una modesta merienda a esos críos y la califiquen de abuso al contribuyente y clamen: “Ya, y qué más. Que les regalen también una bici, si te parece”.


He hablado otras veces de la conveniencia de la hipocresía. Cuando los empresarios y políticos son tan zotes que prescinden de ella y se dedican a chulearse, están tensando demasiado la cuerda, y ninguno queremos ver agresiones ni teas. Lo sabe cualquiera que haya leído dos libros de historia. Ya se ve que estos sujetos ni siquiera han leído uno en su vida. ¿Qué hacen ahí, tamaños lerdos?