Demasiadas veces la
realidad es mucho más hilarante que los disparatados sketches de Monty
Python en su momento de mayor esplendor. Esta semana hemos tenido unas
cuantas escenas memorables que habrá que guardar en la despensa mental
para retomarlas dentro de un par de años y poder decirles a sus
protagonistas que se deberían haber dedicado a la comedia más que a la
política. Y no me refiero a los resultados de las elecciones españolas,
sino a las reacciones ante el triunfo del Brexit.
Y
es que todos los que nos ayudan a entontecernos la vida y a
amortajarnos las neuronas a poco que les dejemos, es decir,
periodistas, políticos y economistas, se han esforzado para alcanzar
el máximo lucimiento del descojone y el esperpento europeo, que no por
ello es menor al que ya estamos acostumbrados la mitad de los
españolitos que tenemos cerebro y conciencia a partes iguales. Sobre
todo porque, según ellos, las decisiones soberanas son estupideces, y no
se puede dejar al pueblo tomar decisiones que corresponden a los
políticos (sic). Lo cual corrobora dos sensaciones que los españolitos a
los que antes he mencionado ya nos barruntábamos de un tiempo a esta
parte. A saber, a) que los políticos no se consideran parte del pueblo, y
b) por el mismo motivo, ellos son una élite que sí sabe lo que hace,
mientras que el pueblo es idiota irremediable. Que, a fin de cuentas, es
lo que en realidad piensan todo el tiempo menos cuando hay elecciones.
Entonces no, entonces somos una ciudadanía profundamente madura y
espléndidamente responsable, sobre todo si en vez de darles un zapatazo
en los morros, les damos nuestro voto.
Todo
lo cual me suena a que a todos esos personajes los conceptos de
democracia, soberanía popular y estado de derecho se les enredaron en
alguna neurona atrófica en su más tierna adolescencia y no han podido
procesarlos adecuadamente. Lo cual enlaza, indiscutiblemente, con el
hecho fundamental de que la UE es un enorme aparato burocrático, al que
el del tercer Reich ni siquiera llegaba a la suela de las sandalias y
que justifica plenamente aquel célebre lema del despotismo ilustrado:
“Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Con la circunstancia enojosa
de que los déspotas que nos gobiernan han sustituido el primer
sustantivo “pueblo” por otro mucho más punzante como “lobby”, que queda como más neoliberal y
moderno.
Quien
estas líneas escribe, que se considera español a la manera en que los
esquimales groenlandeses son considerados daneses; y europeo en la misma
medida en que lo es un francófono nativo de la Isla Reunión (es decir,
por accidente o por obligación), eso de que nos gobierne una caterva de
burócratas lobistas antidemocráticos (y en esos tres adjetivos soy
absolutamente literal, así me cuelguen de la horca) me parece una
vergüenza descomunal, sobre todo porque quien osa manifestar el más tímido
euroescépticismo resulta ser tildado de facha antediluviano que cuestiona
diversos postulados (a estas alturas convertidos en dogma) sobre las
bondades de una Gran Europa unida bajo el manto protector del Sacro
Imperio Germánico. Cosa que muchos ingleses siempre han visto con enorme
suspicacia, porque a fin de cuentas y ciñéndonos a los datos
históricos, de Europa les han llovido más desgracias que otra cosa, por
más que se empeñen en decirles lo contrario montones de sesudos
analistas.
Pero a lo que íbamos. El primer respingo lo di cuando el inefable Toni Cruanyes(1)
afirmó, en el clímax de la ufanía, que “El Reino Unido estaba
conmocionado por el triunfo del Brexit”, y se pasó el resto de su
indescriptiblemente apocalíptica crónica reiterando lo fatal que se
sentían los británicos por haber salido de la UE. Y digo yo que a) o
bien el tipo es imbécil redomado por mucho que dirija un noticiario por
lo demás tan prestigioso como sectario y localista o b) repentinamente
se le fundió un hemisferio cerebral al completo, justo ese que le
permitiría contemplar al 52 por ciento de británicos que ganaron el
referéndum. Pues me parece que no todos los británicos andan conmocionados dándose topetazos por las esquinas.
A
continuación, las autoridades europeas, en una aparición digna de
culebrón sudamericano, escenificaron de forma hiperrealista, con
Jean-Claude Juncker en plan estelar, el papel de mujer despechada tras
el abandono del novio. Semejantes declaraciones, más propias de una
histérica maruja -cuyo marido la abandona por la peluquera del barrio en
vivo y en directo en un reality show- que del presidente (no
electo) europeo, demuestran hasta qué punto nuestros mandatarios son
vulnerables a las más bajas pasiones humanas. En particular, me
encandiló aquel equivalente al “ya que te vas, coge tus trastos y vete
enseguida, que no te soporto” que muestran, de manera indudable, el
altísimo nivel de estadista del señor Juncker y su cohorte de
rebuznadores pseudoeuropeístas, que ven perder parte sustancial del
momio del que se sustentan.
Para
rematar la faena, los analistas económicos predijeron una debacle sin
precedentes de la economía inglesa, que casi me hizo saltar las lágrimas
al imaginar a unos famélicos ciudadanos británicos hechos unos zorros zarrapastrosos
como en tiempos de Robin Hood, pobres, sólo por el hecho de que los
mercados reaccionaron mal los primeros días. Me pregunto cómo podían
reaccionar de otra manera aquellos que ven perder un chollo sensacional
porque la maldita democracia se lo ha arrebatado de las garras. Les
aseguro que he tomado muy buena nota de la cantidad de ominosas
barbaridades que han proferido estos días conocidos personajes de la
farándula económica (más circense que otra cosa), para dentro de un par
de años retomar el hilo de su estupidez, que habrán ido desenrollando
como el de Ariadna, y restregarles por sus jetas las imbecilidades que
han llegado a aventurar estos días, llevados a) por el natural despecho
del abandono pero también b) por el increíblemente profundo y bien
provisto bolsillo de quienes pagan su nómina y tienen mucho que perder con el Brexit, que
no son precisamente sólo los ciudadanos ingleses. En definitiva,
no he encontrado ni uno de esos presuntos expertos al que no se le viera
el dobladillo de su interés personal en las especulaciones que han
tenido el valor de poner en negro sobre blanco (me temo que para su
vergüenza futura). Pues la diferencia entre análisis y especulación es
que el primero se fundamenta sobre datos fiables (datos que nadie
–nadie- tiene en este momento), mientras que la especulación normalmente
se basa en lo que deseamos que suceda.
Y
ya puestos, yo también aventuro a decir a que a la Gran Bretaña le irá
muy bien, rematadamente bien, porque en primer lugar tienen intacto su
sistema financiero y monetario. En segundo lugar porque salir de esta UE
les deja un margen de maniobra enorme político y social. En tercer
lugar porque el ticket británico (es decir, su aportación al
presupuesto de la UE), pese a ser especialmente favorable a sus
intereses, implicaba una aportación neta más que significativa a la UE, y
ahora se lo podrán ahorrar. En cuarto lugar, porque otros países no-UE,
como Noruega y Suiza, no es que vayan precisamente jodidos y
lamentándose por su no pertenencia al club. En quinto lugar, porque como
ya se vio con España en 1986 y los que después vinieron, sólo quieren
pertenecer a la UE a) los que pueden chupar del bote, es decir, los
pobres y en vías de desarrollo y b) los que pueden manejar el cotarro a
sus anchas, es decir, los extremadamente ricos y en posición hegemónica
(lo cual resulta de lo más natural, por supuesto). Curiosamente resulta
que Gran Bretaña no se puede encuadrar ni el grupo a) ni en el b), mira
por dónde. En sexto lugar, porque van a imponer un control férreo sobre
su fronteras y así Bruselas no les podrá decir hasta dónde han de ser
solidarios con los inmigrantes (hemos de ser conscientes de que la
solidaridad británica nunca ha destacado por ser uno de los puntos
fuertes de su cuerpo de virtudes, salvo que implique algún tipo de
soberbio negocio colonial). En séptimo lugar, porque los británicos
estarán fuera del TTIP, ese tratado transatlántico que pondrá a Europa
de rodillas en muchos aspectos frente al grupo de países del NAFTA (USA,
Canadá, México). Como que por otra parte el Reino Unido es miembro
importantísimo de la Organización Mundial del Comercio (que tambien tiene sus tratados vinculantes) y, además,
formará parte de la EFTA (Asociación Europea de Libre Comercio), la
conclusión lógica es que estarán integrados en el EEE (Espacio Económico
Europeo), al igual que sucede con Islandia y Noruega. Todo lo cual nos
lleva, tras el embarazoso sopicaldo de siglas que acabo de plantificar, a
que Gran Bretaña disfrutará de todas las ventajas de un Mercado Común
europeo y muy pocas de sus desventajas. Y porque, en octavo y último
lugar, lo más fundamental de todo, aparte de viejos anacronismos sobre
patrias y banderas y sus simétricos equivalentes en versión moderna
sobre la importancia y fortaleza de una Europa Unida (a la medida de
las élites dirigentes), lo fundamental, digo, es que Gran Bretaña va a
tener las manos libres para hacer la política económica que le dé la
gana, sin que unos señores con acento extraño les digan lo que han de
hacer con su presupuesto (2)
Y,
ciertamente, también pronostico (ya puestos, creo tener el mismo
derecho que todos los descerebrados que me han precedido) que Londres no
va a dejar de ser la capital financiera internacional que es hoy en
día. No por fastidiar a sus exsocios europeos, sino porque pese a las apuestas de los despechados a favor
de Frankfort como nuevo centro financiero mundial (sic!), resulta que
los dineros que mueve Londres (rusos, asiáticos y árabes mayormente)
van a seguir confiando en lo mismo que han confiado siempre. Si tenemos
en cuenta que Europa, aunque saque pecho, tiene que pagar el petróleo en
dólares, y las importaciones asiáticas también (y si no lo creen pregúntenle a
cualquier empresario importador), la conclusión lógica es que ni Europa
ni el euro pintan tanto ni tan claro como nos quieren hacer creer los bruselinos,
que son lo más parecido a un invasor extraterrestre que podamos ver en
vivo y en directo. Y es que Europa, en efecto, es un gran mercado, pero
nada más. Y eso lo saben en Moscú, Riad y Beijing, y en Londres también,
por descontado. Y si no vemos claro el escaso peso político de la UE, recordemos los países balcánicos,
primero, y a Ucrania, después.
Así
que a lo que hemos asistido estos días es a una especie de conjuro
mágico por parte de las fuerzas vivas paneuropeas. O sea, mucha
palabrería y unos cuantos fuegos de artificio, como los de esos magos
ineptos que describía magistralmente Terry Pratchett en sus humorísticas
y corrosivas novelas. La diferencia radica en que esta novela se llama
realidad. Y ciertamente hay una conjura. La de los necios.
(1) Este
individuo es un espécimen que habría que conservar en formol para la
posteridad por su indudable pericia para presentar los noticiarios allí
donde se cueza cualquier cosa, y de paso darse un fin de semana a costa
del erario público, como si no se hubiera enterado de que a) allá donde
va hay corresponsales de TV3 que pueden cumplir perfectamente su función
y b) que hoy en día, con las videoconferencias y todo eso, resulta de
lo más pintoresco que un presentador de noticiario se pase el día en el
Airbus para endilgarnos su verborrea a los pies del Big Ben o de la
torre Eiffel.
(2) El
déficit público británico es de los menores de toda Europa y sus
presupuestos, de los más equilibrados. Si quieren saber porqué, los hay que opinan que es
debido a que no forman parte de la moneda única ni están sujetos a los
imperativos del BCE. Of course.