El progreso real sólo se da cuando existe un
cambio de paradigma. Los avances tecnológicos sin cambio de paradigma se
pueden representar históricamente como “progreso”, pero en realidad son
meras evoluciones poco trascendentes (desde el punto de vista
conceptual) del paradigma preexistente. Esto último, un tanto farragoso,
viene a ser un poco como las sucesivas versiones de un mismo modelo de
vehículo: esencialmente siguen siendo lo mismo, por muchos gadgets
presuntamente novedosos que vayan sumando versión tras versión.
Los
cambios de paradigma son, más que evoluciones suaves, grandes saltos
debidos a mutaciones afortunadas del orden tecnológico, que influyen de
una manera general y permanente en la sociedad. Muchas veces son
imprevisibles, aunque la tecnología que los permite ya esté ahí
presente, aunque en forma embrionaria. Uno de los casos más evidentes se
dio con la informática, cuando el mismísimo Bill Gates afirmó en 1981
que 640Kb de memoria deberían ser suficientes para todo el mundo. Una
afirmación remachada once años después por su propia compañía durante el
lanzamiento de Windows NT. Por aquel entonces estaban convencidos que 2
Gb de RAM era más de lo que cualquier aplicación podría requerir jamás.
Retomaré esta cuestión más adelante para explicar el meollo de este
post.
El
problema del progreso tecnológico es que mucho de lo que nos presentan
como tal no lo es, sino una mera puesta al día de tecnologías vetustas.
Por ejemplo, la rueda de un Ferrari F40 no difiere conceptualmente de
una rueda neolítica de madera. Eso no es progreso, sino evolución
tecnológica. Progreso sería la invención y utilización masiva de un
medio radicalmente distinto para sustentar vehículos por las carreteras,
como por ejemplo, un sistema de colchón de aire que resultara barato,
eficiente y seguro. Ahí tendríamos un cambio de paradigma más que
evidente, al menos para los vehículos automóviles que se desplazan a ras
de tierra. Sin embargo, existen otros paradigmas de nivel superior que
dejarían al anterior fuera de combate, como por ejemplo, el diseño de un
sistema de transporte privado que pudiera ser tan masivo como el coche
de turismo, pero que fuera volador, con lo que las carreteras –tal como
las conocemos hoy en día- quedarían un poco como los caminos de carro
actuales: de uso por excursionistas y nostálgicos de los viejos medios
de locomoción.
Lo
que está bastante claro dentro de este conjunto de paradigmas sucesivos
y a veces anidados como muñecas rusas, en el que cada uno de ellos
dinamita la utilidad práctica del anterior, es que su extensión
planetaria tiene una influencia enorme y permanente en la conducta y
hábitos sociales. Por el contrario, todo aquello que, por muy
ultratecnológico que aparente ser, no borre del mapa la tecnología de la
que procede, es que no constituye una forma de progreso real, sino que
en la mayoría de las ocasiones constituye una mera estrategia
empresarial destinada a equilibrar balances y estimular el consumo, sin aportar ningún cambio significativo en el modo de vida de sus
usuarios. Resulta obvio que no es muy distinto -desde el punto de vista
social- viajar en un turismo de hace cincuenta años y uno actual, si
dejamos de lado las limitaciones mecánicas y de repuestos.
Evolución
automovilística e informática son dos claros contraejemplos mutuos de
lo que es y no es un cambio de paradigma. Como dijo con no poca ironía
Robert Cringely, si la industria automovilística hubiera seguido el
mismo desarrollo que los ordenadores, un Rolls-Royce costaría hoy 100
dólares, circularía un millón de millas con 3,7 litros y explotaría una
vez al año, eliminando a todo el que estuviera dentro en ese momento. Lo
cual sí habría resultado en un cambio de paradigma monstruosamente
nefasto (aunque el Rolls no explotara una vez al año; dejo al lector que
saque sus conclusiones al respecto). De modo que todo este preámbulo
tiene mucho que ver con dejar sentado que muchas de las noticias que en
las revistas divulgativas y los medios pseudocientíficos presentan como
“progreso” están sumamente alejadas de lo que entiendo como Progreso
(insisto en el adjetivo “tecnológico”). Concluyo: el genuino progreso
significa siempre un salto, más que una tendencia. Un salto que
se manifiesta en una modificación revolucionaria de los hábitos
sociales.
Retomando
las muy erróneas predicciones de los gurús de la informática de los
primeros años ochenta, resulta que el siguiente cambio de paradigma en
la informática vendrá de la mano de tecnologías hoy en día inexistentes,
salvo a nivel experimental. Sucederá a lo largo de las próximas
décadas, seguramente en los próximos cincuenta años, pero será tan
radical que dejará toda nuestra tecnología de proceso de datos
totalmente obsoleta. Se llama computación cuántica y para ello recurre
no a los bits, sino a los qubits, y se fundamenta en los estados
superpuestos de la materia que rigen el infinitesimal mundo de la
mecánica cuántica. Sin entrar en detalles, lo que la computación
cuántica permitirá a un solo ordenador equivaldrá a la potencia de miles
de ordenadores conectados en paralelo simultáneamente. Es decir, la
velocidad y capacidad de cómputo será en pocas décadas varios órdenes de
magnitud superior a la que tenemos actualmente.
Las
implicaciones de este cambio son enormes. No es como pasar del
seiscientos al Ferrari F40. Vendrá a ser como pasar de la bicicleta al
Airbus en muy poco tiempo. Y eso tendrá unas repercusiones sociales de
tal magnitud que no podemos sino empezar a imaginarlas, porque darán un
vuelco radical a nuestra forma de vivir (eso si antes no hemos dado
nosotros el vuelco definitivo y nos hemos borrado como especie dominante
del planeta, que eso sí sería un cambio de paradigma notable). Voy a
centrarme sólo en una de ellas, que puede tener unas consecuencias
tremendamente negativas para la economía de muchos países. Y, bien
mirado, España sería uno de ellos.
Hoy
en día, la realidad virtual ha dejado de ser una hipótesis de ciencia
ficción, y se está colando a gran velocidad en nuestros hogares, sobre
todo en el ámbito de los videojuegos, pero también en muchas otras
aplicaciones de carácter profesional, como los simuladores. La
computación cuántica hará posible que la realidad virtual se convierta
en un estándar en muchos campos. La enorme potencia de cálculo de los
ordenadores cuánticos permitirá simular con absoluto realismo casi
cualquier entorno complejo, hasta el punto de que para el observador
podría llegar a ser prácticamente indistinguible la copia del original,
al menos en los aspectos visuales y geoespaciales. Así que nos
encontraremos en el escenario que más o menos proponía el tan genial
como inestable Philip K. Dick en 1966, en cuyo relato “Podemos
Recordarlo Todo para Usted” (y que posteriormente fue adaptado como la
célebre película “Desafío Total”de Paul Verhoeven), se sugería una forma
de turismo francamente curiosa, basada en la inyección de falsos
recuerdos en la mente de los clientes. Dando un paso al lado, la
realidad virtual generada por computación cuántica permitirá tener
experiencias turísticas de viajes sumamente realistas a los clientes
que, pagando un módico precio, quieran visitar el Taj Mahal sin moverse
de la ciudad en la que residan. Con muchas ventajas añadidas para ese
colectivo, más bien ovino, que englobamos en el difuso concepto de
“turismo de masas”, y que se desplaza a toda velocidad por las
principales urbes del planeta disparando fotos a diestro y siniestro y
sin permanecer más de doce horas seguidas en el mismo lugar.
Obviamente,
el viajero –que no turista- abdicará de semejante herejía, dispuesto a
sentir en realidad el trajín del gusto por el viaje. Pero no nos
engañemos, una realidad virtual lo suficientemente poderosa cautivará a
muchísima clientela de las agencias de viajes, y podemos apostar a que
los ordenadores cuánticos serán tan potentes que dejarán a la mayoría
con la sensación de no saber si han estado o no realmente en Bombay, por
un decir (para hacernos una idea somera de la potencia de cálculo de la
computación cuántica, baste decir que los expertos en criptografía
prevén que habrá que modificar todos los conceptos sobre seguridad
informática, porque los sistema de cifrado más sofisticados de la
actualidad serán absolutamente vulnerables a cualquier operación de
ruptura de contraseñas y códigos).
La
consecuencia a medio plazo es que toda la industria turística se verá
muy seriamente afectada por la aparición masiva de la computación
cuántica. Teniendo en cuenta los millones de puestos de trabajo directos
(más otros tantos indirectos) que maneja el turismo a nivel mundial,
los países con una gran dependencia del turismo en el PIB van a tener
serios problemas para cuadrar su balanza de pagos. En España, el sector
turístico representa más del 11 por ciento del PIB y del empleo total.
Una caída de dichos porcentajes sólo a la mitad sería una catástrofe sin
precedentes, que vendría a representar una pérdida de más de sesenta
mil millones de euros de ingresos anuales y unas tasas de desempleo sólo
vistas en los momentos más agudos de la crisis mundial de 2008-2015. Y
ese escenario está a la vuelta de la esquina en términos históricos.
Y
sin embargo, no existe ningún programa político que se base en esas
proyecciones para intentar contener lo que es evidente que va a suceder
en pocos años. El siguiente cambio de paradigma informático va a
significar tal revolución en el mercado laboral que no va a haber manera
de mantener empleada a la gran mayoría de la población activa en el
sector servicios. Tampoco la industria tradicional se va a ver
beneficiada por este salto de gigante de las TIC, pues la capacidad de
cómputo incrementada en cientos o miles de veces implicará que la
robótica sufrirá un salto cualitativo y cuantitativo brutal, con la
consiguiente pérdida masiva de puestos de trabajo no reemplazables. Hay
muchos científicos serios que opinan que la computación cuántica abrirá
definitivamente las puertas de la Inteligencia Artificial, y que eso va a
suponer el mayor cambio tecnológico y social en la historia de la
humanidad desde que apareció el Homo Sapiens sobre la faz de la tierra.
Si
la evolución de las TIC se adentra por la senda cuántica, la sociedad
del ocio será una realidad absoluta, y no un eufemismo interesado tal
como actualmente se define. Será un ocio forzoso para cientos de
millones de trabajadores a los que la tecnología habrá dejado fuera de
juego, por mucho que traten de reciclarse y recomponer su orientación
profesional. La cuestión es saber qué nos propondrán los políticos
cuando esto suceda. Y, sobre todo, a quien pretenderán culpabilizar de
las consecuencias de su inacción actual. Una cosa está muy clara, y
resulta terrorífica. En un mundo cuántico, el desempleo será la norma y
no la excepción. Sobrará la mayoría de la población hoy considerada
necesaria para el sostenimiento de la economía mundial. Peor que sobrar,
será directamente un estorbo innecesario y prescindible, según los cánones del capitalismo más salvaje.
La revolución cuántica nos obligará, en definitiva, a reconsiderar los fundamentos socio-económicos de las sociedades avanzadas y a reconstruirlas desde sus mismos cimientos. Los paradigmas actuales ya no serán válidos, y lo mejor sería que alguien empezara a cuestionarlos desde el propio sistema. Hoy mismo, mejor que mañana.