miércoles, 30 de octubre de 2013

Gödel, Dios y el antiperiodismo científico

La estupidez de esta semana no es de carácter político, por extraño que parezca, sino que corresponde al ámbito del mal llamado periodismo científico, que no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Y que demuestra el grado de analfabetismo, inconsciencia y bochornosa ausencia de verificaciones que infectan la prensa escrita cuando se dedican a abordar asuntos para los que no están preparados, como es el caso de la ciencia “dura”.

Enorme titular de La Vanguardia, que en su versión digital anuncia a bombo y platillo que “Dos científicos demuestran informáticamente la existencia de un ser superior”. Atónito ante semejante afirmación, me voy a las fuentes de semejante despropósito. El artículo de marras se denomina  “Formalization, Mechanization and Automation of Gödel’s Proof of God’s Existence”. Y lo que viene a decir es precisamente eso, que han conseguido la formalización, mecanización y automatización del conjunto de axiomas y teoremas que componen el argumento ontológico de Gödel. Hablando en plata, que han conseguido ponerlo en forma de programa informático y que, si dicho programa se ejecuta bajo las premisas de Gödel, el argumento es válido.
Otra cosa es que las premisas de Gödel fueran ciertas.  El bueno de Kurt fue uno de los más geniales matemáticos que han existido, y como muchos de esta especial casta, no sólo era rarito, sino que acabó teniendo serios problemas mentales (lo cual de paso pone de manifiesto los estrechos límites entre la genialidad matemática y los abismos de la locura). Baste decir que en los años setenta empezó a manifestar serios desvaríos y alteraciones de la personalidad. Se negaba a comer si no era su esposa quien le probaba la comida, y al fallecer ésta, se dejó morir literalmente de hambre. Cuando esto sucedió en 1978, sólo pesaba unos 32 kilos, el pobre.

Fue precisamente en los años setenta cuando se le fue la olla con una formulación precisa del argumento ontológico, que ya había planteado antes Leibniz. Su argumento –que no teorema, pues son dos cosas totalmente distintas y que de nuevo La Vanguardia confunde- circuló entre varios de sus compañeros de profesión y ocasionó más de un chascarrillo condescendiente con Gödel, del que más o menos venían a decir que ya iba chocheando pese a sus importantísimas contribuciones a la comprensión de la estructura formal de las matemáticas.

Porque la aportación fundamental de Gödel a las matemáticas fue precisamente de tipo destructivo. Un bombazo que sacudió los cimientos  de las matemáticas justo en el momento en el que muchos genios de la ciencia confiaban en que el lenguaje matemático sería capaz de explicarlo todo. Los célebres teoremas de Gödel vienen a decir, en palabras llanas, que en cualquier sistema formal existirán proposiciones cuya verdad o falsedad no se podrá demostrar desde dentro del propio sistema. Dicho de otra manera, en las matemáticas existen proposiciones que son verdaderas pero indemostrables con los axiomas existentes (nota aclaratoria: un axioma es una premisa que se considera evidente y aceptada sin necesidad de demostración previa. En cambio, un teorema es una afirmación que puede ser demostrada dentro de un sistema formal -como las matemáticas- partiendo de axiomas incontestables). O sea que las matemáticas son un sistema incompleto. Por eso a sus teoremas se les llama también teoremas de incompletitud, y zanjan la cuestión de si existe alguna manera completa, coherente y totalmente demostrable de expresar el mundo desde cualquier sistema formal. No existe, y punto.

La demostración de sus teoremas data de cuando Gödel tenía cosa de 25 años. Durante el resto de  su carrera hizo importantes aportaciones a la lógica matemática y a la teoría de la demostración, pero con el tiempo se fue obsesionando con la demostración puramente lógica de la existencia de Dios, en lo que muchos de sus colegas consideraban el desvarío de un lunático.

Sin embargo, todo el edificio de su argumento ontológico depende de que Dios deba poseer todas las que él denominaba propiedades positivas, pero sin entrar a discutir en qué consisten dichas propiedades positivas. Y no se piense el lector que eso de las propiedades positivas no es de exagerada importancia, porque ahí está la clave de todo su argumento. En resumen, la discusión de su argumento ha llenado páginas y páginas  de sesudos comentarios de académicos de todo el mundo desde mucho antes de esa “atrevidísima” demostración informática que ahora nos presentan.  Y la conclusión generalizada  es que para que ese argumento ontológico de Gódel sea válido, hay que aceptar premisas que son, como mínimo, indecidibles.  O lo que es lo mismo, hay que recurrir a su teorema de incompletitud y creer que determinadas proposiciones sobre las que se fundamenta su análisis son verdaderas, pero indemostrables. Y entonces estamos como San Anselmo hace un montón de siglos: sin poder demostrar nada de nada.

En fin, que el notición de la semana debería sonrojar a los editores y redactores de las páginas de ciencia de toda la prensa escrita, y sumirles en el bochorno más degradante. Porque me temo que han sido objeto de la manipulación descarada de dos avispados vivales, expertos en lógica computacional y cuyos nombres omitiré porque precisamente su pretensión era la contraria. Es decir, conseguir publicidad global, barata y en grandes titulares, para un trabajito que no demuestra nada, salvo que el argumento de Gödel era consistente con sus propios axiomas, definiciones y teoremas, sin que ello  signifique que demuestre la existencia de un ser supremo, como tímidamente vienen a insinuar en el propio artículo.

Todos hemos inventado juegos, más o menos infantiles, con unas reglas bien determinadas, y cuyos resultados son consistentes dentro del propio sistema de juego. Por ejemplo, a muchos les encanta jugar a Monopoly, pero no por ello ser campeones mundiales de Monopoly nos convierte automáticamente en riquísimos propietarios inmobiliarios. Las reglas que operan en el juego, por mucho que pretendan simular la vida real, no son exportables. Y ello se debe a que en el juego se escogen unos axiomas que sólo son válidos para los que participan en él, pero no para el universo entero.

Y eso es lo que jamás consiguió demostrar Gödel. Una lástima para muchos, un alivio para otros tantos.

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