Semana prolífica en lo relativo a
disparates políticos fundamentados en el sesgo interesado y en la falta de
fundamento racional. Todo ello a cuento de la celebración del 12 de octubre. Y
debido a las insistentes manifestaciones sobre la “mayoría silenciosa” catalano-española
y sobre la necesidad de que el gobierno catalán “escuche” a la parte de la
sociedad civil que con toda legitimidad, pretende seguir unida a España.
Digo que los políticos –y no me
pondré a decir nombres, no sea que me querellen por injurias- se empeñan en
ramonear los brotes del árbol de la estupidez, pues resulta que aplican a sus
intereses el mismo énfasis que ponen en descalificar los intereses y opiniones
simétricos a los suyos, y que son, por supuesto, igualmente válidos y
aceptables. Y de paso, se descalifican ellos solitos al oponerse no a los
intereses de sus oponentes –lo cual, insisto, es perfectamente legítimo- sino
al hacerlo con los mismos argumentos que ellos proclaman válidos para los
suyos. Lo cual resulta alucinante a poco que uno se estruje la sesera y sin
necesidad de ser una eminencia de la lógica aplicada.
En primer lugar, cabría hablar de
números. Los números por los cuales los convocantes de la manifestación del
12-O de Barcelona se atribuyen una incierta mayoría, pues suman a sus
asistentes a todos aquellos que presumen que no asistieron por ser seguidores
del PSC o de UDC, cuyas formaciones no se sumaron a la convocatoria. Claro que,
con este argumento, nos podemos desbordar estadísticamente, pues yo también
puedo suponer que muchos que no acudieron a la Via Catalana también deberían ser sumados, como por ejemplo mis
señores padres octogenarios junto con todos aquellos otros que por razón de
edad o condición física o psíquica (pero declaradamente catalanistas en sus
momentos de cordura) tuvieron que conformarse con quedarse en su casa o en la
residencia de la tercera edad.
Vamos a ver, los asistentes a una
manifestación son los que hay, y no otros. No se puede empezar a computar gente
porque sí bajo la presunción de que estaban coartados o limitados, porque esa situación
es totalmente simétrica respecto al bando contrario (conozco bastantes personas
que se declaran soberanistas pero que, por diversas razones, entre las que cabe
incluir las meramente laborales, prefieren no significarse públicamente). Y
precisamente cabe añadir que una de las características matemáticas de todos
los conjuntos (eso que se estudiaba en Primaria) es que si las condiciones son
similares para todos los subconjuntos de un conjunto dado, la cantidad de
elementos ocultos de todos ellos deben ser numéricamente proporcionales al
número de elementos “visibles”. Luego, cabe suponer que en la Via Catalana, por mera cuestión
numérica, habría que imputar más simpatizantes “no asistentes” que a la manifestación del 12-O.
Claro que, a lo peor, los postulantes
de semejante desatino igual son de los que vocean que aquí en Cataluña existe
un régimen opresor y nazi que aplasta toda oposición españolista sin
contemplaciones, y que los catalanes de pro nos dedicamos a joder a todo hijo
de vecino que no sepa cantar Els Segadors
como dios manda, al hilo de las divagaciones de nuestro gran trágico Albert
Boadella y demás compinches. Digo yo que por eso la manifestación de la Plaza
Cataluña transcurrió sin el más mínimo incidente, con la “otra” ciudadanía
totalmente respetuosa con los miles de congregados allí. Incluso con los
ultraderechistas que desfilaron por la Plaza España, que esos sí merecían
repudio aunque fueran pocos. Ya puestos, me pregunto lo que hubiera pasado si
cien mil independentistas catalanes se hubieran paseado por la Castellana y si,
por un suponer, cabría la posibilidad de que los hubieran corrido a gorrazos,
siquiera verbalmente.
Dicho esto, y reafirmando que en
una sociedad madura los asistentes a una convocatoria son los que hay, sin
excusas de ningún tipo, y menos aún alegando que era debido a la oposición de
dos partidos políticos en concreto, nos encontramos con la otra parte del
enunciado de marras: que la sociedad civil catalana reclama que se la escuche.
A bote pronto, se me antoja que la única convocatoria que hizo la sociedad
civil directamente fue la Via Catalana,
porque se hizo desde una plataforma al margen de los partidos políticos, que
después se sumaron con más o menos reticencias a ella. En cambio, la
concentración del 12-O fue convocada por partidos políticos, a los que no se
puede negar su representatividad, pero tampoco su dependencia de unas
estructuras más que notorias. O sea, que más sociedad civil –y más transversal- me parece la que aglutinó la Via Catalana que la de la manifestación
del 12-O.
Digamos que, en todo caso, tan sociedad
civil es una como la otra, sólo que la del 12-O resultaba bastante más
mediatizada por intereses políticos muy determinados, que en más de una ocasión
no tienen nada que ver con las aspiraciones de la tan manoseada “sociedad
civil”. Aún así, equiparando una y otra convocatoria, me gustaría muchísimo y
aplaudiría vivamente que los promotores del 12-O indicaran como se escucha a su
parte de la sociedad catalana sin menospreciar a la otra, que reunió en las
calles de Cataluña a diez veces más personal. Me refiero a que habrá que
escuchar a ambas partes, y cuando las posiciones son encontradas, como es el
caso, habrá que recurrir a métodos de resolución pacíficos y contrastados.
Partiendo de la base de que
pertenecer al rodillo del PP (como lo era el del PSOE en su días de gloria) no
es la mejor carta de presentación para solicitar que se escuche a la sociedad
civil, ya que los partidos estatales hace tiempo que se quedaron totalmente
sordos y además tiraron el "sonotone" a la basura -lo cual resulta de un cinismo
muy típico de la derecha-derecha y de cierta izquierda jacobina-, habrá que
llegar a la conclusión de que la única manera de que la sociedad civil sea
escuchada en un régimen democrático consista en acudir a las urnas. Y no las de
unas elecciones, que por aquello de la regla d’Hont y la representación
proporcional, las listas cerradas y las demarcaciones heterogéneas introducen
un sesgo muy inconveniente en estos temas, sino las de la democracia directa en
su versión pura y dura. O sea, el referéndum, que es el procedimiento por el
que se ausculta directamente y sin intermediarios a la ciudadanía.
Además, y no deja de resultar
irónico, resulta bastante verosímil suponer que la movilización que ocasionaría
la convocatoria de un referéndum despejaría todas las dudas del 12-O respecto a
qué segmentos y porcentajes de la sociedad catalana están a favor o en contra
de una separación pactada del estado español. Y que, con toda certeza,
reflejaría con mucha más exactitud la situación que esos ejercicios de
voluntarismo más o menos malintencionado con los que se pretende magnificar o minusvalorar
mediante recuentos a grosso modo la
eficacia de cualquier convocatoria pública.
Estoy de acuerdo en que muchos
catalanes de origen o adopción viven esta época histórica con mucha
incertidumbre, derivada de la opacidad con la que los sucesivos gobiernos
manejan las cuentas públicas. Últimamente todos hemos podido leer que desde
2008 no se publican las balanzas fiscales de los territorios que integran el
estado español. Si ese dato es cierto, no es más que el reflejo de una voluntad
estatal de mantener al gran público desinformado al respecto, lo cual se
convierte en una baza fundamental del independentismo. Si existiera auténtica
transparencia, ese debate podría salir del ámbito emocional y visceral en el
que se encuentra confinado y podría tener visos de una racionalidad más que
necesaria, imprescindible.
Sin embargo, me temo que el
riesgo de dar a conocer la verdad económica de los últimos treinta y cinco años
en lo que se refiere a los flujos económicos entre Cataluña y el resto del
estado español daría aún más alas a los que consideran que es imperioso un
cambio de escenario. Incluso me atrevo a decir que muchos residentes no especialmente
catalanistas optarían por otra dinámica si supiesen realmente qué se ha hecho
con su dinero durante todo este tiempo y sobre todo, a qué fines ha servido en
cada uno de los territorios del estado. Porque una cosa es cierta, el debate
sobre la independencia es ante todo un debate económico, por mucho que
determinadas decisiones de los últimos años, como el recurso contra el Estatut
o la LOMCE, hagan parecer que se trata de un tema identitario. La economía
tiene un peso fundamental en todo lo que está en el candelero, y los temas
económicos afectan por igual a todos los ciudadanos de Cataluña, porque todos
viajamos en el mismo barco. La identidad es la excusa, el pretexto para eludir
el problema de fondo. Lo que cuenta es la economía. Y entonces me temo que los del rodillo tendrían que cambiar de discurso y actitud, algo de lo cual
ya se ha vislumbrado en algunas declaraciones de la Sánchez Camacho, que han
sentado como un tiro en la calle Génova.
Así que dejémonos de truculentas
invocaciones a las mayorías silenciosas y de apelaciones a escuchar a la
sociedad civil discrepante, y pongámonos de una vez a echar cuentas. Todas: las de las mayorías sociales y las del
dinero contante y sonante.
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