Del portavoz adjunto del PP,
Rafael Hernando, dicen que sus declaraciones nunca dejan indiferente a nadie.
Cierto, y es que es muy fácil causar estupor en los ciudadanos cuando se dicen
tonterías del calibre con el que se despacha el señor portavoz, del cual no se
sabe muy bien si juega a ser enfant
terrible o, de forma mucho más plana, resulta que las entendederas del
señor Hernando son muy, pero que muy limitadas. Y su capacidad de análisis
también.
En su última salida de tono
aduce, sin pararse a reflexionar (o sí, lo que resultaría muchísimo peor) ni
avergonzarse lo más mínimo que “La izquierda, o cierta izquierda, no
entiende por qué en España no existe un gran partido de extrema derecha, como
en Alemania, en Francia o en Holanda. Y lo que persiguen es alentar su
aparición". Y se queda tan ancho, ante lo cual uno se ve en la
necesidad de tener que responderle con cierta acritud, y morderse la lengua para no tratarle de
imbécil consumado, por respeto a la institución en la que habita profesionalmente,
y de la representación que los ciudadanos le han otorgado.
Vamos a ver, señor Hernando, antes de hablar,
piense usted. Sí, es cierto que muchos se preguntan por qué en España no hay un
partido de extrema derecha potente como en Francia, Alemania y Holanda (y como
en Suecia, Dinamarca, Grecia, Austria y unos cuantos países del antiguo bloque
del este). Y la respuesta, a poco que uno medite sensatamente, es tremendamente
fácil. Y significativa.
En España no existe un gran
partido de extrema derecha por la sencilla razón de que habita en el seno del
propio PP. Así que, en vez de mostrarse tan ufano por ello, y en vez de acusar
atolondradamente a los partidos de izquierda de fomentar su aparición, debería
reflexionar porqué casi toda la extrema derecha española milita en un partido
presuntamente democrático como el PP.
Lo más razonable es postular que
la extrema derecha española cabe en el PP porque sus postulados están de alguna
forma implícitos en parte del ideario político de la formación conservadora, lo
cual ya le va bien desde el punto de vista del rédito electoral que obtiene, a
costa de la fragmentación de la izquierda, que ya critiqué sobradamente en una
entrada anterior.
Ni que decir tiene que conociendo
como conocemos todos el carácter español y su nada esperanzadora tendencia a
confiar en los estilos autoritarios de gobierno, heredada de los últimos
estertores del franquismo, ni siquiera cabe la opción de soñar que en España,
precisamente en España (qué risa) no exista una extrema derecha fuerte, porque
resultaría de ello una anomalía histórico-socio-política tremenda. Pues
resultaría ahora que somos más civilizados que nadie en el resto de Europa, y
que nuestra sociedad ha desterrado para siempre la genuina violencia ultra que
tanto quiso acojonarnos durante la detestable transición política que hicimos
hacia esta democracia ahora tan descafeinada.
La verdad es que la inexistencia
de una extrema derecha fuete en España se debe a que nunca se hizo una proceso
de ruptura real con el franquismo y sus herederos, que vieron
como la sociedad española los readmitía en el juego democrático sin
siquiera rechistar, y les permitía enquistarse en lo más profundo del sistema
representativo español, dejando aislados políticamente sólo a los escasos
franquistas furibundos que no quisieron (para su honra, hay que reconocer)
camuflarse bajo la sombra de la bandera constitucional. Pero la mayoría
cambiaron la camisa azul y los principios del Movimiento Nacional por el terno gris oscuro y una Constitución
en la que no creían, pero a la que aprendieron enseguida a manipular en
beneficio propio, por los siglos de los siglos y con el beneplácito santurrón
de los demás partidos políticos, que suspiraron de alivio ante la poca sangre
vertida en el proceso. Amén.
Que en España no haya
ultraderecha no es sino culpa del PP, formación que debería hacer limpieza, no
sólo de la corrupción que la corroe, sino de quienes amparándose en un ideario
presuntamente democrático, no hacen más que obtener beneficios de la escasa
voluntad de sus dirigentes por apartar toda tentación ultra, no sólo de su
discurso, sino de su gestión política.
Afirmo con contundencia que, en
efecto, una de las funciones primordiales de la izquierda española debería ser
fomentar y alentar la creación de un auténtico partido de extrema derecha si
ello fuera posible, aunque ciertamente eso resulta de lo más utópico, teniendo
en cuenta los mutuos beneficios que reporta al PP acoger en su seno de
militantes y votantes a auténticos energúmenos de extrema derecha que captan un
nada despreciable número de votos de lo que podemos llamar, con mayor sentido
que nunca, la España Profunda, por lo
hondamente enquistados que están todos ellos en el engranaje de la democracia
nacional.
Así que, señor Hernando, piense
antes de hablar, y hágalo honestamente si ello le resulta posible. Que a usted
y los suyos les convenga que no exista un partido de extrema derecha con
representación parlamentaria no significa que eso sea saludable para la
maltrecha democracia española. Ni mucho menos.
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