martes, 1 de octubre de 2013

Hernando, otro que tal

Del portavoz adjunto del PP, Rafael Hernando, dicen que sus declaraciones nunca dejan indiferente a nadie. Cierto, y es que es muy fácil causar estupor en los ciudadanos cuando se dicen tonterías del calibre con el que se despacha el señor portavoz, del cual no se sabe muy bien si juega a ser enfant terrible o, de forma mucho más plana, resulta que las entendederas del señor Hernando son muy, pero que muy limitadas. Y su capacidad de análisis también.

En su última salida de tono aduce, sin pararse a reflexionar (o sí, lo que resultaría muchísimo peor) ni avergonzarse  lo más mínimo que “La izquierda, o cierta izquierda, no entiende por qué en España no existe un gran partido de extrema derecha, como en Alemania, en Francia o en Holanda. Y lo que persiguen es alentar su aparición". Y se queda tan ancho, ante lo cual uno se ve en la necesidad de tener que responderle con cierta acritud, y  morderse la lengua para no tratarle de imbécil consumado, por respeto a la institución en la que habita profesionalmente, y de la representación que los ciudadanos le han otorgado.

Vamos  a ver, señor Hernando, antes de hablar, piense usted. Sí, es cierto que muchos se preguntan por qué en España no hay un partido de extrema derecha potente como en Francia, Alemania y Holanda (y como en Suecia, Dinamarca, Grecia, Austria y unos cuantos países del antiguo bloque del este). Y la respuesta, a poco que uno medite sensatamente, es tremendamente fácil. Y significativa.

En España no existe un gran partido de extrema derecha por la sencilla razón de que habita en el seno del propio PP. Así que, en vez de mostrarse tan ufano por ello, y en vez de acusar atolondradamente a los partidos de izquierda de fomentar su aparición, debería reflexionar porqué casi toda la extrema derecha española milita en un partido presuntamente democrático como el PP.
Lo más razonable es postular que la extrema derecha española cabe en el PP porque sus postulados están de alguna forma implícitos en parte del ideario político de la formación conservadora, lo cual ya le va bien desde el punto de vista del rédito electoral que obtiene, a costa de la fragmentación de la izquierda, que ya critiqué sobradamente en una entrada anterior.

Ni que decir tiene que conociendo como conocemos todos el carácter español y su nada esperanzadora tendencia a confiar en los estilos autoritarios de gobierno, heredada de los últimos estertores del franquismo, ni siquiera cabe la opción de soñar que en España, precisamente en España (qué risa) no exista una extrema derecha fuerte, porque resultaría de ello una anomalía histórico-socio-política tremenda. Pues resultaría ahora que somos más civilizados que nadie en el resto de Europa, y que nuestra sociedad ha desterrado para siempre la genuina violencia ultra que tanto quiso acojonarnos durante la detestable transición política que hicimos hacia esta democracia ahora tan descafeinada.

La verdad es que la inexistencia de una extrema derecha fuete en España se debe a que nunca se hizo una proceso de ruptura real con el franquismo y sus herederos, que  vieron  como la sociedad española los readmitía en el juego democrático sin siquiera rechistar, y les permitía enquistarse en lo más profundo del sistema representativo español, dejando aislados políticamente sólo a los escasos franquistas furibundos que no quisieron (para su honra, hay que reconocer) camuflarse bajo la sombra de la bandera constitucional. Pero la mayoría cambiaron la camisa azul y los principios del Movimiento Nacional  por el terno gris oscuro y una Constitución en la que no creían, pero a la que aprendieron enseguida a manipular en beneficio propio, por los siglos de los siglos y con el beneplácito santurrón de los demás partidos políticos, que suspiraron de alivio ante la poca sangre vertida en el proceso. Amén.

Que en España no haya ultraderecha no es sino culpa del PP, formación que debería hacer limpieza, no sólo de la corrupción que la corroe, sino de quienes amparándose en un ideario presuntamente democrático, no hacen más que obtener beneficios de la escasa voluntad de sus dirigentes por apartar toda tentación ultra, no sólo de su discurso, sino de su gestión política.

Afirmo con contundencia que, en efecto, una de las funciones primordiales de la izquierda española debería ser fomentar y alentar la creación de un auténtico partido de extrema derecha si ello fuera posible, aunque ciertamente eso resulta de lo más utópico, teniendo en cuenta los mutuos beneficios que reporta al PP acoger en su seno de militantes y votantes a auténticos energúmenos de extrema derecha que captan un nada despreciable número de votos de lo que podemos llamar, con mayor sentido que nunca, la España Profunda, por lo hondamente enquistados que están todos ellos en el engranaje de la democracia nacional.


Así que, señor Hernando, piense antes de hablar, y hágalo honestamente si ello le resulta posible. Que a usted y los suyos les convenga que no exista un partido de extrema derecha con representación parlamentaria no significa que eso sea saludable para la maltrecha democracia española. Ni mucho menos.

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