Esta
semana se ha destapado una nueva muestra de despropósitos gubernamentales y de
algunas organizaciones adyacentes que, a cuentas de la sentencia Parot, han demostrado por partida doble el alto grado de
demagogia y manipulación de la realidad, así como el desprecio por las más
elementales normas del derecho común cuando los resultados de su aplicación no
les convienen.
Aunque
me hubiera gustado dejar esta conclusión
para el final, no puedo menos que empezar manifestando mi indignación
por la tergiversación que las asociaciones de víctimas del terrorismo quieren
aplicar sobre la sentencia de marras. Y quiero recordar a todo el que se precie
de demócrata que la labor del Estado no consiste en administrar venganza, sino
justicia.
Una
justicia cuya concepción varía con el tiempo, pero que no es más que la
plasmación, la instantánea, de la aplicación de la legalidad vigente en un
momento dado. Pretender alterar la legalidad a posteriori es como retocar una foto antigua para que se ajuste a
nuestro gusto moderno. Es decir, será una falsificación, un fraude.
Dos
cosas quiero decirles a las víctimas del terrorismo. La primera es que entiendo
su rabia. Si alguien matara a mi hijo mi intención perpetua sería quitar del
medio al asesino. Por las buenas o por las malas, y si es posible para siempre,
mejor. Pero eso no es justicia, eso es una vendetta
en toda regla, la aplicación de la ley del talión que, en una sociedad moderna,
pero sobre todo en la concepción actual del estado de derecho, resulta
totalmente inadmisible. Mi sed de venganza tal vez sea lógica e incluso
justificable, pero la obligación del Estado consiste en moderar mis impulsos y
aplicar la legalidad vigente, y hacer caer todo el peso de la ley sobre mí si
excedo los límites o aplico mi
justicia por mi cuenta.
La
segunda consideración que quiero hacer a las asociaciones de víctimas del
terrorismo no es tan condescendiente con su actitud. Berrear a los cuatro
vientos que exigen al gobierno que incumpla la sentencia es una aberración
jurídica y una barbaridad cívica de dimensiones descomunales. En primer lugar,
porque si se incumplen las sentencias judiciales internacionales, que además
han sido adoptadas casi unánimemente por 17 magistrados de distintas
procedencias, se está cuestionando la esencia misma del estado de derecho. Y
además se admite un peligroso precedente que se puede volver en contra de
quienes tanto vocean. No hay que olvidar que si se permite el incumplimiento de
las sentencias judiciales fundamentadas sobre la legalidad, se cede al estado
una peligrosa potestad que puede volverse en contra del ciudadano en cuanto al
aparato del poder le convenga, pues no sólo significará que pueda derogar de facto la aplicación de las sentencias
que sean desfavorables a determinados colectivos afines, sino también las
que les sean favorables cuando al estado no le convenga aplicarlas.
Por
otra parte, lamento decir que las víctimas de ETA fueron unos pocos miles (829
muertos y bastantes más heridos con secuelas, así como sus familiares). Ninguna
de dichas asociaciones, pese al enorme dolor que acumulan, son representativas
de la sociedad española, y mucho menos disponen de la representatividad
necesaria para solicitar al gobierno el incumplimiento de una sentencia
internacional. Al igual que ha hecho el estado israelí durante mucho tiempo,
parece que una minoría se cree justificada, en causa al
indescriptible sufrimiento padecido anteriormente, para obrar según su
conveniencia al margen del resto de la comunidad, pasándose por el forro los
más elementales principios del derecho. Y eso no.
Porque
uno de los más fundamentales principios del derecho común, en todos los estados
civilizados, es el de la irretroactividad de las normas que tengan carácter
sancionador o limitador de derechos. Ese principio está recogido en nuestra
constitución, esa que según toda la derecha españoloide,
es sagrada e intocable. Y ahí se demuestra el otro principio básico de la
actuación derechista clásica: un cinismo consumado, que les lleva a denegar la
modificación de la Constitución para algo como, por ejemplo, el derecho a
decidir de la ciudadanía; pero en cambio se creen irrogados del poder de
vulnerar a las primeras de cambio la carta
magna para efectuar sus particulares ajustes de cuentas colectivos.
Y
la sentencia Parot establece de forma nítida que el estado español promulgó una modificación legal del régimen penitenciario que aplicó de forma
retroactiva a delitos cometidos con anterioridad. De ahí la práctica unanimidad
de los jueces que redactaron la sentencia. Y el gobierno, con Mariano a la
cabeza, que para eso es registrador de la propiedad, sabe muy bien que una
norma sancionadora no se puede aplicar retroactivamente. Es algo tan
esencial que lo conocen todos los estudiantes de primero de derecho, porque, en
efecto, es de las primeras cosas que se les enseña.
Sorprendentemente,
el gobierno entona el sonsonete de que la sentencia es “injusta y equivocada”
en un ejercicio de demagogia más propio de los malabarismos del PSOE zapateril
que de un gobierno pretendidamente serio, para tratar de calmar los ánimos de
su sector ultra. Un sector ultra que, como ya he advertido en muchas otras
ocasiones, tiene mucho más poder del que parece a primera vista. Un sector
profundamente antidemocrático y anticívico, entendiendo con dicho calificativo
a todo aquel colectivo que es capaz de vulnerar la ley en su propio interés aún
cuando eso perjudique a la inmensa mayoría de sus conciudadanos. Un colectivo
golpista en sus formas y neofascista en sus convicciones, del que parte
del gobierno se sentirá orgulloso sólo en la
intimidad, no sea que a algunos se les vean las costuras del uniforme negro
que llevan puesto bajo el traje Armani.
En
otras entradas anteriores de este blog ya advertí la irresistible tendencia del
gobierno actual a saltarse la legalidad por su mera conveniencia, como la
desaforada campaña recaudatoria que está llevando a cabo la Agencia Tributaria
este año aplicando, de nuevo, retroactividad recaudatoria a hechos impositivos
muy anteriores a las modificaciones que Montoro se ha sacado de la manga. Como
ya advertí, en base a “novedosos” criterios pergeñados en el año 2012, se está
atizando de lo lindo a sufridos contribuyentes por declaraciones de renta del
2008 al 2011. Así que atentos al dato, porque si se tolera que el gobierno de
Rajoy, en base a la lágrima incontenible y al vocerío histérico, cometa la
bárbara estupidez de desoír una sentencia que es totalmente indiscutible desde
el punto de vista jurídico, se podrá afirmar que la democracia en España estará
totalmente acabada.
Señoras
y señores víctimas del terrorismo: si quieren cambiar las cosas, háganlo como
se debe hacer en un estado de derecho. Modifiquen primero las leyes, incluso la
Constitución si es preciso; y luego aplíquenlas con rigor y sentido de la
justicia. Lamentablemente para ustedes, un terrorista tiene todavía los mismos
derechos penales que cualquier otro ciudadano. Lo demás son enfoques
personales: su rabia y su sed de venganza son todas suyas, no de toda la sociedad
española.
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