domingo, 6 de octubre de 2013

Progresismo necio

La estupidez mediática de esta semana merece una reflexión especial, no sólo por el triste papel que en demasiadas ocasiones protagonizan los medios cuando se las quieren dar de progres, sino también  por el abyecto rol que juegan los colectivos que presuntamente promueven un concepto, el de la igualdad, que suelen distorsionar por desconocimiento, obcecación y, seguramente, una atroz falta de pensamiento crítico. O sea, por papanatismo ovejero.

El "notición" saltó cuando se dió a conocer que una autoescuela zaragozana cobraba distintas tarifas a hombres y mujeres para obtener el carnet de conducir. Que si misoginia, que si atentado a la igualdad de sexos, que si ilegalidad por discriminación negativa. En fin, una sarta de barbaridades y estupideces que, para más inri, había llegado a los juzgados, como si los jueces no estuvieran ya suficientemente saturados de trabajo y, sobre todo, como si la apaleada justicia española no tuviera otras prioridades a las que dedicar sus recursos y su tiempo.

Lo más obvio, antes de empezar a berrear como descerebrados, sería analizar el caso en profundidad y comparar con otros sectores donde dicha presunta discriminación se aplica sistemáticamente sin que nadie rechiste lo más mínimo. Debe ser que nuestros medios de comunicación y nuestros grupitos de combate progres aplican una lógica selectiva en función de la carnaza que les arrojen. Veamos.

Las empresas de seguros tienen una larga tradición en el análisis de costes de las primas de seguro para un capital dado. Es de todos conocido que contratar un seguro de vida no tiene el mismo precio si se trata de un varón que de una hembra. Salvando algunas circunstancias especiales de carácter médico, a igualdad de estado  físico y edad, la prima de seguro es más cara para un hombre que para una mujer, por una cuestión tan sencilla como que los hombres vivimos menos y somos más propensos a sufrir determinados episodios que acortan nuestras vidas sensiblemente en comparación con el sexo femenino. Y no he visto todavía a nadie protestar airadamente por la discriminación a la que se ven sometida los machos españoles. Sufrimos más percances y nos morimos antes que las hembras, y punto.

En otro orden de cosas, los catalanes tenemos una muy larga tradición de mutualismo médico. Rara es la familia que no está asociada a alguna de las potentísimas mutuas sanitarias que operan por aquí y que no paga rigurosamente sus más bien elevadas cuotas. Y también todo hijo de vecino sabe positivamente que no es lo mismo contratar un seguro médico a las veinte años que a los sesenta. Acercarse a la tercera edad y contratar un seguro médico es una experiencia dolorosamente cara y, sin embargo, todos aceptan que así debe ser, porque la morbilidad en la senectud es mucho más alta que en la lozanía de los veintitantos. Diferencias de hasta el doble de precio en las mensualidades, sin que se haya constituido hasta la fecha plataforma alguna en defensa de los pobres ancianos y jubilados a los que las mutuas médicas cobran unas tarifas muchísimo más elevadas que a los normalmente sanísimos jóvenes.

Podría continuar con unos cuantos ejemplos más. El análisis de costes no tiene nada que ver con la discriminación sexista ni con la de cualquier otro colectivo. Cualquier negocio que opere con una distribución de  clientes poco homogénea se ve en la tesitura de tener que fijar el mismo precio de sus servicios a todos ellos, o bien aplicar criterios de progresividad (o sea, de discriminación) de algún tipo para poder ofrecer tarifas más ajustadas a las necesidades según el espectro en el que se sitúe el cliente. Ser competitivo implica captar más clientes, y cuanto antes mejor. La mutuas médicas lo hacen cobrando tarifas mucho más baratas a los jóvenes, para fidelizarlos  durante muchos años, mientras hacen poco uso de los servicios médicos. Si se cobrase a los jóvenes un precio igual que a los ancianos, el coste sería tan alto que muchos veinte y treintañeros no contratarían el seguro, de modo que la base social de la mutua se vendría abajo. Pura lógica de costes y beneficios.

Todos los sistemas de aseguramiento privado modernos se basan en estos principios, que no son discriminatorios, sino racionales: el colectivo que supone mayor coste debe pagar más para mantener el equilibrio financiero de la empresa. O eso, o para que paguen menos los colectivos de mayor riesgo, deben pagar mucho más los colectivos del otro extremo del espectro, lo cual va en contra de toda lógica empresarial. En el caso que nos ocupa, una autoescuela debe considerar los colectivos a los que se dirige cuando ofrece un precio fijo. Porque, y ahí está el segundo quid de la cuestión, ofrecer un paquete cerrado implica más riesgo que ajustarse al cobro real del servicio. Cada negocio es un mundo, y no voy a entrar en polémicas estériles al respecto, pero igual que ofrecen precios distintos para hombres y mujeres, podrían hacerlo para colectivos con diversas edades, o con distintas características físicas o mentales, sin que por ello se pudiera hablar de discriminación de ningún tipo, sino de ajuste de costes y beneficios del paquete ofrecido.

Pero es que en ocasiones, los requisitos fijados no tienen nada que ver con los costes y beneficios, sino con criterios de idoneidad más o menos arbitrarios, pero que nadie se cuestiona. Para ser policía se exige una estatura mínima, distinta por cierto entre sexo masculino y femenino. Tendríamos aquí, si acaso, un problema de doble discriminación, por ser hombre y por ser  bajito. Y sin embargo, no se alzan voces airadas contra el atentado a la igualdad de derechos de los señores de baja estatura, ni por la horrible discriminación de que un policía machote debe medir 165 centímetros como mínimo, y en cambio su femenina colega sólo debe alcanzar los 160. Igual es que las señoras policías sólo detienen a enanos de circo.

Quiero acabar desmontando el falaz argumento de que como las mujeres tienen menos siniestros al volante que los hombres, el criterio de la autoescuela de marras es totalmente erróneo. Vista en un artículo de un renombrado bloguero y periodista, esta afirmación me puso los pelos de punta. En primer lugar, las estadísticas de siniestralidad no tienen en cuenta muchos factores (el fundamental de ellos es el relativo al número de accidentes sufridos por kilómetro recorrido por hombres y mujeres y del cual no existe ningún dato fiable en ningún país del mundo, básicamente porque es imposible); pero el más grave error del ilustre bloguero era el de equiparar la conducción de un vehículo una vez obtenido el permiso con la fase de aprendizaje y entrenamiento en el manejo de un automóvil, que es una cosa totalmente distinta. No voy a entrar en afirmaciones para las que carezco de datos, pero lo que si puedo afirmar con rotundidad, es que en términos generales aprender a conducir un coche debe ser más inmediato para un sexo que para otro, vista la historia evolutiva de la especie hasta que nos volvimos idiotas.

Resulta muy sospechoso que en la mayoría de las progresistas e igualitarias tertulias en las que se debate la igualdad entre los sexos jamás se cuestione que las mujeres tienen más habilidades verbales y de socialización que los hombres; pero en cuanto se menciona que los hombres se manejan mejor en temas como la orientación espacial y el manejo mecánico de instrumentos complejos, empiezan un histérico desmelenamiento contra lo que se les antojan terribles opiniones machistas. Opiniones que no son tales, sino que están refrendadas por infinidad de estudios en diversas sociedades, y que gozan de la casi unánime opinión entre los antropólogos de que la evolución dotó al macho y a la hembra humanos de unas habilidades específicas y diferenciadas que eran totalmente necesarias para la supervivencia de la especie. Y que no han desaparecido todavía de nuestro acervo genético porque hace demasiado poco tiempo que nos bajamos del árbol en el que vivían nuestros ancestros.

Y algunos, por más que se disfracen de modernos, progresistas e igualitarios, todavía ni han bajado.


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