sábado, 8 de diciembre de 2012

Hispania cainita

Veo una entrevista a Arturo Pérez-Reverte, personaje al que admiro pese a la distancia que nos separa en muchos aspectos. Distancia en lo ideológico, pero no en cuanto al diagnóstico de la enfermedad que aqueja a Hispania. Una enfermedad que se llama cainismo, especialmente agravada por una infección crónica del alma, el acriticismo. Un triste país donde la gente se mata, literal o metafóricamente, desde antes de los romanos; donde cuenta más hacer la puñeta al vecino que construir algo en común; y donde cada individuo poderoso pone todo su empeño en destruir la obra de los que antes le precedieron, por encima -muy por encima- de la voluntad de preservar las cosas buenas que heredamos de quienes nos antecedieron. En vez de sumar sobre lo ya hecho, la pasión nacional consiste en demoler hasta los cimientos los anteriores logros y poner la primera piedra de proyectos cuya pretensión no es otra que la de borrar la memoria de los antiguos timoneles del país.

Ya de muy joven, en el furor de la transición democrática, atisbé algo de este carácter hispano que tanto decepciona a Pérez-Reverte, cuando constaté que el ánimo demoledor de los nuevos demócratas respecto a todos los logros del franquismo, que también los tuvo mal que nos pese, llevo al país a una caza de brujas arquitectónica que de haberse producido 2000 años antes, hubiera privado a la Humanidad del legado del Coliseo romano, así como de todos los símbolos, esculturas y realizaciones artísticas que pueblan toda Italia dando testimonio de la Roma imperial, patrimonio de la humanidad, por más que no destacara por sus ideales democráticos, precisamente.

El afán destructor que llevamos dentro nos sigue impeliendo, bien entrado el siglo XXI, a arrasar con todas las realizaciones anteriores, especialmente si corresponden a signo político diferente al nuestro, y así tenemos ministros de educación, como el infame Wert, que no sólo pretenden arrojar por la borda la convivencia lingüística de treinta y tantos años, sino que intentan forjar un nuevo modelo educativo exclusivamente a mayor gloria de su promotor, para que las generaciones futuras hablen de la "Ley Wert", porque si se es español, lo fundamental es que hablen de uno, aunque sea mal, y cuantas más generaciones te recuerden, mejor. Y si a uno le recuerdan por haber arrasado algún campo en concreto, como si de Atila se tratara, mejor que mejor. Como dice Pérez-Reverte, así estamos, con el acueducto todavía por construir, después de tanto siglos. Porque cada desgobernante que nos cae encima centra sus esfuerzos primeros en destruir lo ya hecho, y empezar a construir removiendo las ruinas hasta los cimientos. El escenario político español es siempre una repetición de la Cartago asolada por Escipión Emiliano.

La mención al ministro Wert no tiene nada de gratuita, porque en la historia de Hispania son muchos los ministros del ramo educativo que han pretendido dejar su indeleble marca en el quicio de la historia, todos con singular desacierto, y así han conseguido el país más analfabestia de Occidente. Porque como dice Pérez-Reverte, no se trata de dejar recuerdos imperecederos en la historia de la nación, sino de fomentar la cultura y la educación, y por tanto, el pensamiento crítico en un país azotado históricamente por corrientes aculturalistas, o decididamente anticulturales, como la Contrarreforma, o el despotismo contrario a la Ilustración que tiñó todo nuestro siglo XVIII, o la desgraciada Guerra de la Independencia, que ojalá hubiéramos perdido porque nos hubiera acercado forzosamente a la Europa de las ideas. La Europa de la Luz, tan necesaria para una Hispania que ha vivido toda su existencia en la penumbra, y no digamos los últimos doscientos años, que han sido de pena, por mucho que nos vendan la ¿victoria? de la democracia y todas esas milongas. Porque, ¿para que queremos democracia, si está regida por ególatras desvergonzados y ejercida por idiotas analfabetos?

Así que nuestros ministros de la cosa educativa se preocupan más del carácter ideológico de los programas escolares que de difundir la cultura, la lectura y el pensamiento crítico como las herramientas no ya  necesarias, sino imprescindibles, para la construcción definitiva de un país. Hacer libres a las personas no consiste en darles derecho a voto con una mano y a Belén Esteban con la otra. La democracia no sirve de nada por sí misma sino atiende a una finalidad aún más importante, como es la de hacernos libres. Y para ser libres se requiere tener un alto nivel educativo y una tradición de pensamiento independiente y crítico, no puramente asimilativo de conceptos manidos y prejuicios inasequibles al desaliento.

Hoy en día todos opinan sobre los cimientos, más bien precarios, de las barbaridades que se dicen en las tertulias de medios de comunicación cuya absoluta indigencia intelectual y enanismo moral son para echarse a llorar. Esa es toda nuestra cultura: opinar sobre las opiniones de imbéciles bien pagados que salen por la caja tonta. Nadie se esfuerza por fomentar la lectura, las visiones alternativas y las opiniones críticas bien fundadas, que las hay a montones, pero que hay que esforzarse en buscarlas bajo la montaña de basura mediática que nos administran diariamente. De ahí el pesimismo de Pérez-Reverte, y el mío, y el de cualquiera que analice la realidad de Hispania con un mínimo de objetividad. Este país cainita, inculto y acrítico, no da para más. Aquí sólo medran los pícaros, los ladrones y los desvergonzados, los demagogos y los sectarios; los envidiosos y los resentidos. Es nuestro ADN nacional, desde los tiempos de Indibil y Mandonio.

Y así no vamos a ninguna parte, especialmente si nuestros dirigentes son todos de la talla intelectual XS de quienes nos gobiernan. Gentes que más que en Hispania, piensan en las siglas del partido que les cobija y les aúpa. Individuos e individuas cuya estrechez de miras es increíble, y que sólo rinden tributo a sus inflados egos. Sin embargo, no toda la culpa es suya: somos un pueblo que adoramos el yugo que nos vienen imponiendo desde hace siglos, que despreciamos la cultura como si fuera cosa de esnobs finolis, y que preferimos conducirnos como una masa compacta y berreante que no como individuos libres e independientes. El miedo a la libertad, aquel miedo del que hablaba Fromm ya en los años cuarenta, es nuestra parte de culpa y penitencia en lo que le sucede a este país desde tiempo inmemorial y lo que favorece que tengamos como gobernantes a enanos intelectuales y morales como los que tenemos desde hace muchos, demasiados años.

Como decía Pérez-Reverte en su entrevista, el de Hispania no es el caso de un pueblo que, parafraseando al Cid, sería buen vasallo si tuviese buen señor. Este pueblo hispánico, triste, brutal, patético, cerril, inculto y acrítico es muy responsable de gran parte de los males que le atenazan desde hace siglos. Especialmente por lo que se refiere a su incapacidad para erigir la cultura y el conocimiento como los pilares fundamentales sobre los que se vertebran las sociedades avanzadas.

En definitiva, este lugar ibérico, este hispánico sitio, este terruño separado de Europa por los Pirineos y por el ADN cainita de sus moradores, no tiene remedio, no...

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