martes, 4 de diciembre de 2012

La agonía

Llegados al punto en el que estamos, no parece que seguir protestando por la estafa, fraude o engaño al que se ha sometido a la población española sirva de mucho sin entender previamente que, al margen de cualquier ideología política, lo que ha sucedido en este país estaba cantado desde antes de la crisis.

La cuestión es tan sencilla como aceptar  que al final de una burbuja especulativa, siempre hay una notable pérdida de competitividad. Eso se debería saber desde el principio, por lo que mal pueden Aznar y secuaces maldecir exclusivamente del PSOE, pues fueron los dos gobiernos del PP  los que pusieron los cimientos de una burbuja que se usó para reflotar la economía tras la anterior crisis de 1992 a 1996. Es tan sencillo como  prever que una escalada de precios, salarios y beneficios basados casi exclusivamente en un movimiento especulativo reduce el margen de competitividad de una economía ya desde el primer momento, y no sólo cuando la burbuja revienta. Más bien al contrario, la burbuja revienta porque resulta inasumible el incremento de costes y beneficios en relación con las economías competidoras. 

El mecanismo tipo para estabilizar este tipo de situaciones es la reducción del valor de la moneda nacional para insuflar competitividad a la economía por la vía de una reducción de precios de exportación de bienes y servicios. Si no se puede aplicar este mecanismo, como sucede en la UE, sólo queda la opción de una reducción arbitraria de salarios y beneficios empresariales, como vía alternativa para reducir los precios.

La situación ideal se da cuando, de forma consensuada, todos los sectores económicos acuerdan una reducción pactada de salarios y beneficios, de modo que que el país se empobrece linealmente en todos los estamentos, que es exactamente lo que sucede en una devaluación: afecta por igual a todos, porque los bienes y servicios que dependen en alguna medida del cambio con monedas extrajeras se encarecen para todos por igual. Sin embargo, ese consenso no se da nunca, primero por el empecinamiento gubernamental en negar los efectos reales del reventón de la burbuja, y en segundo lugar porque no existe una conciencia solidaria de país como un ente casi orgánico que precisa de la coordinación de todos sus estamentos para mantener un cierto grado de equilibrio.

Así que el gobierno opta por lo más obvio: empobrecer al sector de población al que puede recurrir, aunque no sea el mejor retribuido, ni mucho menos. Se reduce la capacidad adquisitiva de los empleados públicos en cosa de un 25 por ciento en estos últimos cinco años, en la confianza de que los demás sectores  harán lo mismo. Pero no, porque el sector privado, en vez de pactar reducciones coordinadas de salarios y beneficios, opta por la reducción masiva de plantillas y el cierre de empresas, y se sale por la tangente del mínimo esfuerzo.

Esto tiene dos efectos muy poco deseables. La mera reducción de salarios y de beneficios de capital tiene un impacto negativo en la recaudación por IRPF, de ahí que se incremente el tipo impositivo del IVA en la misma proporción, para tratar de equilibrar la balanza. Sin embargo, el desempleo masivo generado por no haber alcanzado un pacto de rentas se traduce en una reducción muy seria del consumo interior, que perjudica claramente los ingresos por IVA y demás impuestos indirectos. Por otra parte, el incremento de desempleados se traduce en que el estado tiene que aportar una cantidad de dinero fabulosa (del mismo orden que los intereses a pagar por la deuda soberana) para sostener la prestación por desempleo. De modo que nos encontramos con que el mecanismo que habría de suplir a la devaluación deja de ser efectivo: se incrementa el paro, disminuyen los ingresos del estado y además se disparan las partidas presupuestarias del desempleo. Con lo cual el déficit público es irreductible y acaba siendo necesario un rescate internacional. Justo lo que ha pasado en Grecia, Irlanda y Portugal, que por mucho que se esfuercen, no pueden cuadrar sus cuentas públicas.

Al mismo tiempo, la reducción de plantillas en vez de una reducción pactada de salarios y precios se traduce en el otro fenómeno que estamos apreciando actualmente: el mayor diferencial entre las clases sociales menos favorecidas, azotadas por el desempleo y la precariedad;  y las clases acomodadas, que han sustituido el capital productivo por refugios financieros que mantienen su nivel de beneficios. En resumen, los pobres, más pobres; y los ricos, igual o mejor que antes del estallido de la crisis.

Al final, ciertamente, se impone con lógica aplastante el hecho de que cuando por fin se salga de la crisis, será con creación de empleos mucho peor remunerados que antes de ella y con beneficios empresariales también reducidos, porque la dinámica de un economía estable no permite los márgenes de beneficios que se estaban dando en casi todos los sectores de este país hasta el año 2007. Es decir, se llega a la misma conclusión a la que se habría llegado si se hubiera hecho pedagogía política desde el principio, tanto con empresarios como con trabajadores. Y si se hubieran impulsado activa y enérgicamente políticas en ese sentido.

El mal del PSOE fue, como siempre, su pusilanimidad a la hora de enfrentarse a una situación obviamente mucho más grave de la que querían aceptar Zapatero y los suyos. El mal del PP fue, como siempre también, confiar ciegamente en las doctrinas neoliberales que afirman que los mercados se autoregulan libremente, lo cual es una falsedad palmaria. Cualquier sistema dinámico, dejado a su propio desarrollo, evoluciona en dirección al punto de mínima energía.. En el caso de los sistemas sociales, la mínima energía se obtiene por la vía de la reducción de plantillas y la derivación del capital hacia rentabilidades más sencillas, es decir, financieras. Si el estado no interviene decididamente en épocas de crisis, en las que la pendiente hacia el punto de mínima energía se acentúa, la situación puede ser literalmente cataclísmica. De ahí el fallo del pensamiento neocon, cuyas virtudes (si es que existen) sólo se sustentan en períodos de bonanza y estabilidad.

De ahí también que la salida de esta crisis aún quede muy lejos, cuando se podrían haber obtenido los mismos resultados que veremos en el 2018 en un plazo mucho menor de tiempo. Y sin tanta agonía.


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