sábado, 15 de diciembre de 2012

Vamos a contar mentiras

Que los gobiernos mienten sistemáticamente para  llevar a cabo sus propósitos de forma más o menos encubierta es cosa que, más que sabida, ya resulta  comúnmente admitida por todos, incluso los más legos en la materia. Se parte del principio de que la acción política, a fuer de desagradable en muchas ocasiones, requiere de considerables dosis de perfumería y maquillaje que disimulen tanto el hedor de las decisiones injustas (que curiosamente, suelen ser las que se ceban sobre la gran mayoría de la población), como el verdadero aspecto moral de quienes dirigen nuestros destinos.

Lo que ya resulta más inadmisible es que, cuanto más nos adentramos en el siglo XXI, la percepción del trato dispensado a los ciudadanos resulta mucho mas vil que hace unos años. La mentira se ha vuelto compulsiva y sistemática, y se la arropa con argumentos que sonrojarían a un escolar, sin que a los portavoces gubernamentales se les atragante ni una sola de las sartas de imbecilidades que desgranan en sus comparecencias semanales ante la prensa. Así resulta, a la postre, que figuras de indudable inteligencia como nuestra princesa Soraya del PP acaben perdiendo todo crédito cuando con el mismo semblante serio y tono trascendental te dicen justo lo contrario de lo que decía hace un año, de modo que si se omitiera el audio de su alocución no haría falta que compareciera al finalizar cada consejo de ministros: con poner una y otra vez el mismo video y diferentes subtítulos sería más que suficiente. 

Lo cierto es que la chica parece convincente, hasta que que se constata que la majadería A que dijo hace un año, la dice con el mismo semblante, tono y gestualidad que la majadería inversa B que está espetando ante las cámaras de televisión hoy mismo, y uno se pregunta si es que la muchacha ésta es un robot de última generación y funciona con monedas, o si es rematadamente idiota y se cree todo lo que le dicen en el consejo de ministros. Ante la duda me abstengo, pero lo que resulta transparente es que a quienes nos trata como a  retardados amnésicos es al resto de la población, y es por ese motivo que cada vez que la veo oscilo entre la hilaridad y el paroxismo homicida.

Viene todo esto a cuento de la (pen)última estafa gubernamental, esta vez sobre las tarifas eléctricas. En resumen, que van a aplicar unos peajes a los consumidores, con la sana intención de fomentar el ahorro energético y la responsabilidad de los usuarios a la hora de darle al interruptor. Y se quedan tan anchos, visiblemente satisfechos de la argucia con la que han ideado una subida encubierta (la enésima) de tarifas eléctricas, que ya son las más caras de todo Occidente, si se indexan a la renta disponible real de los sufridos ciudadanos españoles.

Porque resulta que dichos peajes, razonablemente divididos en tramos de consumo, se aplicarán directamente al consumidor que contrató el servicio. O sea, que no tendrán en cuenta para nada el número de residentes en la vivienda, sino solamente el tipo de suministro que se tenga contratado. Lo que vulgar y popularmente se dice como a saco. Y efectivamente, de eso se trata, de llenar el saco de las eléctricas de dinero, que luego todos los altos cargos y ministros cesantes han de ocupar un silloncete bien remunerado en sus consejos de administración, faltaría más.

Total, que ninguna regla de proporcionalidad se aplicará en esta presunta medida para incentivar el ahorro y el consumo responsable. Yo diría que resulta tan obvio que un hogar unipersonal consume mucho menos que un hogar familiar con cuatro miembros que, por mucho que se esfuercen en ser consumidores responsables, van a superar en varios tramos el peaje de ese individuo que vive solo y que se deja la tele encendida toda la noche porque así se siente acompañado. Yo creo que hasta el más inculto de nuestros conciudadanos concibe claramente que una medida así se ha de adoptar sobre el consumo per cápita, pero jamás sobre el consumo del hogar. La única perspectiva racional para aplicar un peaje que discrimine realmente a los consumidores responsables de los otros consiste en ver a cuánto asciende el gasto por persona. Es así de sencillo: un hogar monoparental que consuma 300 kw es claramente más ineficiente que un hogar de cuatro miembros que consuma 900 kw, y sin embargo, el estacazo se lo va llevar éste último. Un buen estacazo, por cierto, casi 7 veces superior al peaje mínimo.

Ya rozando lo sublime, los cómplices de esta fechoría gubernamental dicen que las compañías eléctricas no tienen acceso al padrón de habitantes y que por tanto es imposible saber el consumo por persona. Por el amor de Dios, con la cantidad de privilegios que tienen esas poderosísimas compañías y el acceso a información de todo tipo, y resulta que nuestro ínclito gobierno no les puede facilitar el número de personas por vivienda en este país según conste en el padrón. Y acto seguido otro voceras bien pagado pero mal amueblado intelectualmente afirma que además eso vulneraría la protección de datos de carácter personal. Señor mío, la protección de datos afecta sólo a los datos sensibles de las personas inscritas en el padrón, no al número de personas -y sólo el número- que residen en cada vivienda del territorio nacional.

Hablando claramente: no interesa discriminar el consumo de forma eficiente, sino abultar la chequera de las eléctricas, y para ello se han sacado de la manga una carta tan ingenuamente tramposa como usar un as de bastos en una partida de póquer. Y se quedan tan contentos y satisfechos, con esas caras de docta sapiencia y esas miradas desafiantes de orgasmo gubernamental, que ojalá proliferasen de nuevo  aquellos entrañables personajes que le tiraban los zapatos a la cabeza al mismísimo presidente de los Estados Unidos, a ver si así se les pasaba tanta tontería y tanta ínfula.

Porque vivo en el convencimiento de que nada provoca más ira contra el gobierno de turno que el hecho de que le traten a uno como a un escolar disminuido. Siempre he creído preferible una verdad incómoda a una mentira mal vestida, por aquello tan sumamente intolerable de que además de cornudo, pretenden hacerte pagar la ronda. Y por aquello otro de que cuando los gobiernos te toman por tonto, te están retando a que desertes de tus obligaciones como ciudadano, que es lo que muchas personas están considerando cada vez más, en un país ya de por si proclive a la economía sumergida y a la trampa evasiva: los gobiernos nos traicionan y nos roban y nosotros devolvemos la pelota procurando estafar y robar a los gobiernos de turno, pero así no vamos a ningún lado. Así no se construye un país, por mucho que Rajoy se pase el día llamando a la unidad de todos para salir de la crisis.

Al menos, cuando éramos niños, jugábamos a contar mentiras sabiendo que eran eso, mentiras y nada más.

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