sábado, 6 de julio de 2013

Big Brother (II)

Uno de mis escasos lectores y amigos me comentaba, en relación con mi anterior entrada en el blog, que echaba en falta una valoración ética del asunto Snowden y del espionaje al que somos sometidos todos los ciudadanos del mundo llamado libre. Algo que había obviado intencionadamente, porque el tema tiene más aristas que un icosaedro, y todas ellas punzantes, porque cuando se trata de definir los límites entre la libertad y la seguridad siempre salen opiniones para todos los gustos.

Una cosa es evidente: cuanto más libre es una sociedad, más riesgos inherentes a la seguridad individual y colectiva afronta. La cuestión es cómo conjugar la máxima libertad y privacidad individual con un nivel razonable de seguridad personal y colectiva. Hasta ahora ha sido generalmente admitido que la invasión de la privacidad y la limitación de la libertad personal estaban tuteladas y garantizadas por los órganos judiciales, pero la dirección en la que se mueven muchos estados es la de socavar esta salvaguarda judicial y optar por meras autorizaciones gubernativas, en su mayorías secretas, que violan de forma cada vez más sistemática principios constitucionales hasta hace muy poco sagrados, y que podían costar la caída de un gobierno poco escrupuloso.

Pero la historia evoluciona, y desde el impeachment del presidente Nixon en los primeros años setenta hasta ahora han transcurrido muchos años, y ante la amenaza del terrorismo la seguridad nacional se ha alzado como clave de la política interior y exterior de todo el mundo occidental por encima de cualquier derecho fundamental. Mal asunto, porque éticamente es poco defendible, sobre todo por la fácil deriva hacia modelos de estado policial en el que el barniz democrático ya no oculte la más que franca posibilidad de despertarnos un buen día siendo súbditos y no ciudadanos de pleno derecho.

Las violaciones de la seguridad jurídica y de los principios del estado de derecho van adquiriendo un tinte universal a este lado del hemisferio, y para muestra dos botones de auténtico escándalo acontecidos esta misma semana. Tanto la violación de la soberanía boliviana impidiendo al avión del presidente Morales sobrevolar y repostar en territorio europeo, así como la actitud de los gobiernos occidentales ante el golpe de estado en Egipto, son una manifiesta muestra de una decadencia moral muy grave, así como de la utilización oportunista y sesgada de los principios democráticos en contra de la esencia misma de todo aquello que dicen defender.

La idea de que todo vale para defender la democracia es un atentado clarísimo contra el más elemental y sacrosanto ideal de libertad e igualdad de todos los seres humanos. No me gustan nada los régimenes islamistas del mundo musulmán ni los bolivarianos de Latinoamérica, pero siento una vergüenza que limita con la náusea ante la actitud occidental tan típica últimamente, de respetar las democracias ajenas sólo si nos gustan, y atentar contra ellas (de palabra, obra u omisión) si no son de nuestro agrado. Ya no se trata de usar un doble rasero diplomático, sino de pasarse por el forro cualquier actitud de otro país que contravenga los designios del Gran Policía de Occidente, encarnado por ahora en los Estados Unidos de América.

Según esos designios, las democracias bolivarianas no son tales, porque sus líderes son populistas y antiamericanos, y eso les deslegitima para considerarlos regímenes democráticos. Se trata de boicotear sistemáticamente los resultados electorales, aunque los observadores internacionales no hayan podido concluir la existencia de fraude electoral en grado suficiente como para denunciarlo. A fin de cuentas, de lo que parece tratarse es de que los malos siempre ganan con artimañas, y los buenos parece que nunca usan argucias electorales para alzarse con el poder. Muy triste para quienes, como los españoles, vimos como el PP ganaba unas elecciones sobre una plataforma de mentiras de tal envergadura que no ha quedado en pie una sola de las promesas electorales que hicieron en 2011. O para quienes, yankis ellos, han visto en muchas ocasiones como la manipulación de los grupos de presión y el uso de fondos monstruosamente enormes  para financiar la carrera presidencial en los Estados Unidos, permiten llevar a la Casa Blanca a individuos de tan dudosa reputación moral como el señor Bush hijo, o el Nixon que tuvo tirar la toalla ante la magnitud del escándalo en el que sumió su presidencia.

Lo mismo puede decirse de lo acontecido en Egipto, cuyas primeras elecciones democráticas de hace cosa de un año fueron unánimemente aplaudidas para que, a la vista de los resultados posteriores, se intente deslegitimar el régimen aludiendo a un fraude electoral que nadie vio tan claro en su momento. Esa actitud, la de reinventar la historia, ha sido históricamente una de las claves de la crítica democrática hacia los estados totalitarios. Esa necesidad tan típicamente fascista de escarbar en el pasado y desvirtuarlo para inventar alguna justificación para las acciones presentes, por aberrantes que sean. 

Como aberrante ha sido la ruptura de las reglas de juego del derecho internacional y entorpecer el vuelo de un avión presidencial de un régimen elegido por su pueblo. A mi me parece que Bolivia no es Corea del Norte. Y aunque lo fuera, violar la soberanía nacional de una aeronave presidencial resulta algo inaudito. Me pregunto si estos sumisos estados europeos se hubieran atrevido a hacer lo mismo con el avión del presidente chino, a modo de ejemplo y por hablar de alguien que representa al gobierno de un país en el que la democracia y el respeto a los derechos humanos son tan patentemente anémicos.

Me pregunto también cómo es posible que un conjunto de estados presuntamente civilizados y garantes del estado de derecho vean con buenos ojos que en Egipto el ejército haga y deshaga a su antojo (o más bien al antojo de quien les suministra los tanques y los cazas de combate) y pongan y depongan gobiernos como si cualquier cosa, dejando el país al borde de una más que posible guerra civil, sencillamente porque el señor Mursi es un islamista que no gusta nada en las cancillerías de Occidente. Salvando las distancias geográficas, temporales e ideológicas, esto empieza a parecerse demasiado a lo que sucedió en el cono sur americano en los años setenta o en Centroamérica en los ochenta, donde en nombre de una supuesta  libertad se permitieron todo tipo de violaciones de los sagrados principios de la democracia, con el asesinato de Salvador Allende por parte de sus militares como ejemplo que viene como anillo al dedo.

Yo les diría a nuestros mandamases tan pulcramente democráticos, que para instaurar una democracia hace falta mucha pedagogía primero, y una sociedad muy evolucionada después. Pero que si se prescinde de eso, los resultados pueden ser desalentadores para la mirada atlántica y pro americana que impera por estos lares. Aún así, la democracia debe ser respetada siempre y en todo lugar. O acabar con ella de una puñetera vez, quitarnos la máscara y reconocer que lo que nos va es el imperialismo de rostro más o menos humano. Y que seguimos viendo a todos los países del globo como vasallos de un bloque hegemónico al que hay que rendir pleitesía neocolonial.

Así que finalmente, el pensamiento político del "zar" Putin -otro que entiende la democracia de forma muy sui generis- acabará por resultar premonitorio : la única razón de ser de las grandes naciones es la de convertirse en imperios temidos y respetados. Y a la democracia, a la libertad y a los derechos humanos, que les den, eso sí, sin que se note en exceso. De modo que para dar respuesta a mi amigo sobre la ética del asunto Snowden, sólo puedo concluir que nuestra actitud fundamental, como ciudadanos del mundo, debe ser la de combatir con todas nuestras fuerzas los continuos abusos gubernamentales a los que esa frágil dama que es la libertad, se ve sometida en nombre de la democracia y del estado de derecho. Un nombre que se toma demasiadas veces en vano.

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