sábado, 17 de noviembre de 2012

Ruido

En la desigual  carrera entre la inteligencia y la estupidez que se desarrolla en el limbo digital en que se ha convertido la world wide web, nos encontramos con un problema de saturación que será el quid de la cuestión respecto a cómo podrá sobrevivir Internet en el futuro sin convertirse en una herramienta absolutamente inútil para el progreso de la razón y el conocimiento. Con cada vez mayor frecuencia nos encontramos con que mensajes claramente irracionales, sobre todo en el ámbito científico y tecnológico, pero también en el social y político, están encontrando una difusión que ya hubieran querido para sí las mentes más oscurantistas y retrógradas de todos los siglos pasados.

Hemos llegado a un punto en el que estudiosos de la web calculan que menos del uno por ciento de los contenidos web son veraces, cuando no francamente tóxicos. El  flujo de desinformación penetra con mucho mayor caudal que las páginas bien informadas, y como el acceso a la red se ha globalizado y democratizado (en el sentido peyorativo de la expresión), nos encontramos que todas las formas de intoxicación mediática florecen de un modo alarmante. Son las flores del mal.

Porque la ausencia de una entidad global que pueda calificar formalmente los contenidos de Internet  en atención a su veracidad y racionalidad favorece descaradamente la proliferación de páginas que contienen graves falsedades, o que dan por verdaderas hipótesis -cuando no meras especulaciones- que no han sido debidamente contrastadas.Y lo peor de todo es que la mayoría de los usuarios las engullen sin siquiera plantearse las contraindicaciones que comporta una actitud tan acrítica.

La situación es especialmente alarmante en los contenidos relativos a salud, medicina, tecnología y medio ambiente, pero se extiende prácticamente a todos los niveles del conocimiento, la cultura y las ciencias sociales. Existen muchas voces de alarma al respecto, porque demasiadas de las innumerables webs perniciosas son leídas por miles de personas que creen a pies juntillas sus aseveraciones y practican sin pudor alguno sus recomendaciones más irracionales.

Estamos volviendo, merced a la red global, a una época a medio camino entre el oscurantismo medieval y el pseudoprogresismo new age, ambos equidistantes en su nivel de estupidez rampante. Baste decir que  un tercio de la población estadounidense se declara abiertamente creacionista y que considera la evolución como una mera teoría no verificada. Realmente impactante.

La cuestión radica en que antes de la era digital, publicar y difundir ideas tenía un coste relativamente elevado. Por ello, las instituciones que se encargaban de la tarea de recopilar y publicar el conocimiento humano se cuidaban muy mucho de difundir ideas estrafalarias o claramente mendaces. El conocimiento procedía de las élites bien instruidas, y los aventureros de lo irracional debían conformarse con explotar la marginalidad de las clases iletradas y  crédulas, ávidas de fantasías inverosímiles. Sin embargo, hoy en día tiene más visitas cualquier página de algún iluminado gurú de la vida sana, por poner un ejemplo, que la de más importante revista seria de divulgación alimentaria.

Actualmente montar un página web tiene un coste ridículamente bajo en comparación a una edición impresa de un libro o una revista, y cualquiera puede comenzar a difundir atrocidades de todo tipo a nivel mundial. Y quedarse tan ancho. Mejor aún, puede incluso enriquecerse extraordinariamente merced al sistema de publicidad imperante en la red, donde la retribución económica procede básicamente de la publicidad. Una publicidad cuyos agentes únicamente tienen en cuenta el número de visitas a la página, pero no la autenticidad de sus contenidos, de modo que a mayor nivel de estupidez sensacionalista, mayores ingresos. Estamos aviados.

Por eso también sobrevive mejor que nunca un tipo de prensa digital basada en la difamación y la mentira escandalosa. Mentiras tan audaces y brutales que sirven de reclamo para atraer más visitantes, de modo que incluso personas instruidas le hacen el flaco favor al conocimiento de visitarlas regularmente, aunque sea con el único fin de regocijarse con las animaladas que en ellas se escriben. Grave error, que sólo se traduce en mayores ingresos para las peores webs, las más sensacionalistas y truculentas.

A medio plazo -aunque me gustaría mucho equivocarme-  Internet acabará por perecer de su propio éxito si no se efectúa una regulación externa del sistema. Se convertirá en un mentidero atosigante, donde será dificilísimo encontrar entradas que realmente merezcan la pena, al margen de las webs académicas. Se argumentará que éstas han existido siempre, y que están libres de los efectos perniciosos que cito, pero de lo que se trata no es de acceder a webs para profesionales de un determinado sector, sino de que una Internet generalista merece que existan unos filtros, oficiales e internacionales, que clasifiquen a las webs según unas calificaciones razonadas y razonables, de modo que cualquier usuario pueda hacerse una idea de su valor real como fuentes de conocimiento antes de acceder a ellas.

En definitiva, me parece del todo punto imprescindible que a nivel global se cree una autoridad imparcial y equidistante, cuya misión sea la evaluación permanente de las webs y  su calificación de acuerdo con unos estándares de calidad que sean universalmente aceptados. De este modo, además, se obligaría a los propietarios de dichas webs a velar por la veracidad de sus contenidos, relegando a los aventureros carentes de escrúpulos al mercado marginal que realmente les corresponde, ya que dudo que los anunciantes invirtieran tan alegremente sus recursos económicos en publicidad  alojada en dichas páginas, so pena de ver considerablemente mermado su prestigio  y las ventas de sus productos.

El problema de Internet es que un medio no selectivo. Peor aún, es selectivo solamente en función del número de visitas a una web determinada, con independencia de su calidad global. El corolario de ello es que en pocos años, la red estará saturada de basura, y sucederá como con los canales de televisión de libre acceso, que han ido degradando sus contenidos gradualmente hasta servirnos una programación que es bazofia en el sentido más literal del término. Una bazofia de la que las personas con aspiraciones huyen como de la peste, y que las condena a contratar una televisión de pago si quieren aspirar a un cierto estándar de calidad. Si la selección darwinista consiste en la selección del más apto, con la dinámica actual resultará que la ciencia y el conocimiento se extinguirán en Internet en unos pocos años. No en el sentido literal, pero sí en el de que estarán sepultadas bajo tantos miles de páginas de pseudoconocimiento inútil, que rastrearlas y localizarlas será cosa de verdaderos especialistas, arqueólogos del conocimiento.

Posiblemente el futuro de Internet pase también por otra alternativa: una red libre y gratuita, llena de inmundicia inservible; y una red de pago, con contenidos filtrados al gusto del usuario,  y con unos niveles de calidad mucho más altos. Pero será una pena, porque de nuevo el acceso al conocimiento, a la racionalidad, y al debate de ideas en un marco razonable, veraz y constructivo, volverá a ser privilegio de muy pocos. Una oportunidad perdida para hacer de este mundo globalizado un lugar mejor para la instrucción de todos sus habitantes.

Como siempre se ha dicho en teoría de la comunicación, la relación entre la señal y el ruido ha de tener una proporción determinada para que el ruido no enmascare la señal y está pueda ser transmitida de forma que la información llegue correctamente al receptor. En Internet, lamentablemente,  tenemos cada vez más ruido, un ruido ensordecedor y absurdo, lleno de falsedades y estupideces, que no hace más que enmascarar la cada vez más débil señal de la inteligencia. El único medio de revertir este estado de cosas, consiste en amplificar la señal inteligente, y dificultar la difusión de ruido estúpido. Y eso sólo puede hacerse con un decidido impulso de los poderes públicos internacionales a favor de la creación de un organismo regulador.

No se trata de censurar ni de impedir la libre circulación de ideas. Se trata solamente de valorarlas por comparación con unos estándares generalmente aceptados, calificarlas, y hacer pública esa calificación de forma obligatoria, en todos los motores de búsqueda y en las páginas de inicio de las webs y de los blogs.

Me gusta pensar que somos muchos los que detestamos el ruido. Ojalá no esté equivocado y el futuro nos depare una world wide web más silenciosa.


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