La de hoy es una fecha doblemente
significativa. En cuanto a efeméride reciente, se cumple justamente un año del asalto al poder del Partido
Popular. Un año que da para muchas
reflexiones que se pueden objetivar al margen de cualquier sintonía o aversión
que produzcan las siglas del partido gobernante.
En el campo de las evidencias hay
una que resalta cual letrero luminoso: el PP se halla cómodamente instalado en
un ejercicio brutal del poder que le confirieron las urnas, una auténtica
apisonadora política que justifican bajo el espinoso –y más que dudoso- lema de
que no hay otra alternativa. Eso les permite continuar con sus políticas de
ajuste sin el más mínimo remordimiento, reforzados además por la pasividad del
otro gran partido estatal, que se balancea entre la culpabilidad de siete años
de desmadre y el sentimiento de desintegración de sus bases electorales.
Sin embargo, no se debe olvidar
que el cansino sonsonete de que no hay otra alternativa no es más que un
repetitivo mantra, asumido como dogma
político, pero que nadie ha tratado de justificar, de forma científica, desde
el gobierno. Conste que la forma científica de atacar un problema consiste en
formular una hipótesis, aportar los argumentos, y tratar de refutarla
comparándola objetivamente con otras hipótesis explicativas. Desde esta
perspectiva, la refutación se convierte en el arma fundamental con la que se
puede acometer cualquier teoría, y es la base del método científico. La falsabilidad, que decía Popper.
Resulta cuando menos curioso que
en el ámbito de las humanidades, que es el que nutre al grueso del cuerpo
político, se desconozca hasta el extremo que cualquier línea de actuación que
pretenda calificarse como seria, ha de abordar el problema de la formulación de
hipótesis y de su falsación objetiva para poder ser valorado adecuadamente.
Esta supina ignorancia de los políticos, que se limitan a enfatizar en sus perversos
dogmas, cuaja como nieve invernal en la inmensa mayoría de la población, que no
sólo es tan ignorante como ellos, sino que además se deja seducir por el vacuo
discurso, pero bellamente retórico, de la pétrea chusma que nos gobierna,
obviando el hecho incuestionable de que una mentira repetida 1000 veces sigue
siendo una mentira, por mucha convicción que se ponga en su propagación.
Se me antoja bastante chusco que, al
margen de algunas especulaciones no muy bien fundadas y aún peor explicadas, nadie ha acometido de forma ecuánime, racional
y objetiva los posibles escenarios que se darían en función de diversas
alternativas económicas con las que afrontar la crisis. Y me refiero a dar
explicaciones pormenorizadas y con números en la mano de lo que sucedería si
se aplicara uno u otro modelo anticrisis.
A lo más que hemos llegado es a
sombríos vaticinios, pero sin un solo cuadro numérico exhaustivo que los
justificara; cuya alternativa consiste en tomar la tangente de asumir que esto
es lo que exigen nuestros socios comunitarios, como si las exigencias a un
pueblo teóricamente soberano fueran suficiente justificación para el
desmantelamiento de la base sobre la que se asienta un estado de derecho, que
es a lo que en definitiva estamos asistiendo.
Al menos, de entrada no parece
que estar al borde del 25 por ciento de desempleo, con el consumo interior
paralizado y la destrucción de porciones muy significativas de la economía
nacional, que se traducen en una clarísima estanflación
propiciada por las medidas gubernamentales, parezcan argumentos sólidos para
afianzarse en la hipótesis sobre la que trabaja el PP. Sobre todo si se
considera que todas las escuelas económicas, sea cual sea su orientación
política, afirman que la conjunción de depresión económica e inflación es la
peor de las circunstancias a las que puede verse abocada una nación. Y que
justamente eso es lo que tenemos entre las manos un año después de la ascensión
de Mariano y su séquito a los cielos políticos.
Sin embargo, no voy entrar en las
acaloradas discusiones que tienen nuestros dirigentes sobre la bondad o maldad
de las medidas que se adoptan semana sí, semana también, para contener el
hundimiento de la nave España. Lo que cuestiono es la falta absoluta de
transparencia, y sobre todo, la falta de una metodología eficaz para poner
sobre el tapete de la opinión pública, las consecuencias reales de una u otra
política económica. La cuestión es tan sencilla como confrontar los modelos de
forma numérica, no con elucubraciones porcentuales como las estamos viendo. No
me diga usted, señor ministro, que si no se pone en práctica tal o cual
mecanismo de contención, la economía caerá un 20 por ciento: muéstremelo, que
no soy idiota. A diferencia de usted, tengo una titulación en ciencias, y estoy
muy capacitado para entender series de datos, proyecciones, regresiones,
desviaciones y varianzas. Y si usted, señor ministro, no quiere o no sabe
explicarlo, ya lo haré yo en mi círculo, con palabras y datos que puedan
entenderse y que puedan difundirse adecuadamente.
A la opinión pública no se la
forma con artilugios tipo deus ex machina,
pues eso es pura manipulación
oscurantista. Cual nuevos alquimistas, los gobiernos ensayan con su pócimas
económicas bajo presupuestos casi mágicos, en el sentido de que no se han dignado justificar
ni un solo dato con los que abruman a los medios de comunicación y a sus
destinatarios. Gobernar así es muy fácil, pues se ocultan las causas de las
decisiones que se adoptan bajo impenetrables cortinajes, y en última instancia se
culpa a la troika comunitaria de tener las manos atadas, vieja argucia
consistente en referir los problemas al enemigo
exterior, un enemigo nebuloso y omnipotente contra el que nada podemos
hacer.
Regresamos así a formas de
gobierno de cariz medieval, que surgen de una especie de inspiración divina,
insufladas de misterio e irracionalidad, pero dogmáticamente asumidas y sobre
todo, incuestionables. Como los médicos del siglo XIII, persisten en
sus sangrías al enfermo pese las evidentes muestras de que el enfermo agoniza,
cada vez más debilitado por sus recetas.
Aún más, si tratamos de ser
sensatos y seguimos con la analogía médica, hemos de convenir –absolutamente
todos- que esta enfermedad es la primera vez que se manifiesta en la historia
de la humanidad, y además con carácter epidémico. La crisis de 1929 no tiene
ningún parangón con esta, ni por sus causas primeras, ni por la estructura
socioeconómica del cuerpo enfermo. Así que una de dos, o están aplicando un tratamiento antiguo a un problema nuevo,
usando el método de la analogía, o bien están efectuando un ensayo clínico
experimental y revolucionario. En el primero de los casos, el asunto es tan
peliagudo como si se hubiera atacado la pandemia del SIDA con el tratamiento
para la sífilis, partiendo de la base de sus analogías de transmisión y
difusión venéreas. O sea, una absoluta idiotez. En el segundo de los casos, no
debe olvidarse que el experimento
afecta a países enteros, y que como todo ensayo, tiene riesgos muy altos de
resultar muy peligroso, cuando no letal.
En todo caso, nuestros
gobernantes están jugando con fuego. Aprendices de brujo, les llamé una vez. Y
vuelvo a hacerlo porque estoy prácticamente convencido de que lo que le están
haciendo a España (Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y suma y sigue), no es más
que un experimento colosal que presentan como una fórmula mágica, igual que los
charlatanes del viejo oeste vendían su crecepelo. Y de eficacia igual de
dudosa, al menos hasta que no se dediquen a modelizar datos pura y simplemente,
dejando de lado las exigencias estrictamente políticas de determinados
inversores, llamados eufemísticamente mercados.
Porque la realidad subyacente a
todo esto reside en que al parecer nadie
ha reparado en que ser inversor comporta riesgos, y que el principal de ellos
es la pérdida de la inversión, que es el escarmiento y recompensa de quienes
extreman su codicia más allá de lo razonable. Pero a lo que estamos asistiendo
es a una situación en la que el “inversor” nunca pierde nada, o lo que es lo
mismo, estamos jugando con cartas marcadas. Marcadas por los gobiernos que
afirman que si los inversores pierden, decaerá la confianza en nuestro país y
nadie nos prestará dinero.
Pasando por alto el hecho de que
en estos momentos ya nadie nos presta dinero, o que si lo hace es a tipos de
usura, no hay que olvidar que las quiebras, suspensiones de pagos y otras
figuras por el estilo son fenómenos harto frecuentes en la vida económica, y
que, pese a lo traumático de la experiencia, no tienen mayor importancia si se
aprende la lección. La esencial: no tener una economía apalancada en el crédito
y aprender a autofinanciarse. Algo que algunos economistas valientes ya han
señalado obstinadamente: a los únicos a quienes interesa que los estados vivan
endeudados y recurriendo al crédito externo es a los grandes grupos inversores
internacionales. Curiosamente, la mayor parte de los cuadros económicos de los
gobiernos occidentales se nutren de miembros de esos grandes grupos. Como
muestra un botón: nuestros ministros de economía y de hacienda,
respectivamente. De lo que se deduce que los responsables económicos de los
gobiernos europeos padecen un auténtico conflicto
de intereses que se resuelve sistemáticamente de forma unidireccional: en
contra de su país, que a fin de cuentas es una especie de entelequia menor frente
al colosal poder de los mercados que les han creado, formado y dado empleo
anteriormente, y que les acogerán de nuevo en su seno cuando concluyan su labor
política.
En conclusión, me temo que lo que
sucede no es un problema económico, sino el resultado de la doble interferencia
política y de conflictos de interés en el seno de la economía. Dicho de otro
modo: el problema económico se hubiera resuelto de otra manera si no hubiera
sido precisamente por los intereses confrontados de los gobernantes respecto a
sus ciudadanías. De la lealtad primera de los políticos hacia “los mercados”,
sacrificando para ello a “su pueblo” sin pestañear; eso sí, conveniente
envueltos en sus relucientes banderas y enseñas nacionales, no fuera que se les
vieran las vergüenzas inoportunamente.
Resulta penoso y significativo
que el simbólico 20N que trajo el fin de la dictadura a esta triste Hispania,
se haya teñido ahora con los colores de una nueva dictadura, más sutil pero no
menos brutal: la dictadura de los economistas políticos al servicio de intereses extranjeros. Menudo
panorama.
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