martes, 20 de noviembre de 2012

20-N


La de hoy es una fecha doblemente significativa. En cuanto a efeméride reciente, se cumple justamente un año del asalto al poder del Partido Popular.  Un año que da para muchas reflexiones que se pueden objetivar al margen de cualquier sintonía o aversión que produzcan las siglas del partido gobernante.

En el campo de las evidencias hay una que resalta cual letrero luminoso: el PP se halla cómodamente instalado en un ejercicio brutal del poder que le confirieron las urnas, una auténtica apisonadora política que justifican bajo el espinoso –y más que dudoso- lema de que no hay otra alternativa. Eso les permite continuar con sus políticas de ajuste sin el más mínimo remordimiento, reforzados además por la pasividad del otro gran partido estatal, que se balancea entre la culpabilidad de siete años de desmadre y el sentimiento de desintegración de sus bases electorales.

Sin embargo, no se debe olvidar que el cansino sonsonete de que no hay otra alternativa no es más que un repetitivo mantra, asumido como dogma político, pero que nadie ha tratado de justificar, de forma científica, desde el gobierno. Conste que la forma científica de atacar un problema consiste en formular una hipótesis, aportar los argumentos, y tratar de refutarla comparándola objetivamente con otras hipótesis explicativas. Desde esta perspectiva, la refutación se convierte en el arma fundamental con la que se puede acometer cualquier teoría, y es la base del método científico. La falsabilidad, que decía Popper.

Resulta cuando menos curioso que en el ámbito de las humanidades, que es el que nutre al grueso del cuerpo político, se desconozca hasta el extremo que cualquier línea de actuación que pretenda calificarse como seria, ha de abordar el problema de la formulación de hipótesis y de su falsación objetiva para poder ser valorado adecuadamente. Esta supina ignorancia de los políticos, que se limitan a enfatizar en sus perversos dogmas, cuaja como nieve invernal en la inmensa mayoría de la población, que no sólo es tan ignorante como ellos, sino que además se deja seducir por el vacuo discurso, pero bellamente retórico, de la pétrea chusma que nos gobierna, obviando el hecho incuestionable de que una mentira repetida 1000 veces sigue siendo una mentira, por mucha convicción que se ponga en su propagación.

Se me antoja bastante chusco que, al margen de algunas especulaciones no muy bien fundadas y aún peor explicadas,  nadie ha acometido de forma ecuánime, racional y objetiva los posibles escenarios que se darían en función de diversas alternativas económicas con las que afrontar la crisis. Y me refiero a dar explicaciones pormenorizadas y con números en la mano de lo que sucedería si se aplicara uno u otro modelo anticrisis.

A lo más que hemos llegado es a sombríos vaticinios, pero sin un solo cuadro numérico exhaustivo que los justificara; cuya alternativa consiste en tomar la tangente de asumir que esto es lo que exigen nuestros socios comunitarios, como si las exigencias a un pueblo teóricamente soberano fueran suficiente justificación para el desmantelamiento de la base sobre la que se asienta un estado de derecho, que es a lo que en definitiva estamos asistiendo.

Al menos, de entrada no parece que estar al borde del 25 por ciento de desempleo, con el consumo interior paralizado y la destrucción de porciones muy significativas de la economía nacional, que se traducen en una clarísima estanflación propiciada por las medidas gubernamentales, parezcan argumentos sólidos para afianzarse en la hipótesis sobre la que trabaja el PP. Sobre todo si se considera que todas las escuelas económicas, sea cual sea su orientación política, afirman que la conjunción de depresión económica e inflación es la peor de las circunstancias a las que puede verse abocada una nación. Y que justamente eso es lo que tenemos entre las manos un año después de la ascensión de Mariano y su séquito a los cielos políticos.

Sin embargo, no voy entrar en las acaloradas discusiones que tienen nuestros dirigentes sobre la bondad o maldad de las medidas que se adoptan semana sí, semana también, para contener el hundimiento de la nave España. Lo que cuestiono es la falta absoluta de transparencia, y sobre todo, la falta de una metodología eficaz para poner sobre el tapete de la opinión pública, las consecuencias reales de una u otra política económica. La cuestión es tan sencilla como confrontar los modelos de forma numérica, no con elucubraciones porcentuales como las estamos viendo. No me diga usted, señor ministro, que si no se pone en práctica tal o cual mecanismo de contención, la economía caerá un 20 por ciento: muéstremelo, que no soy idiota. A diferencia de usted, tengo una titulación en ciencias, y estoy muy capacitado para entender series de datos, proyecciones, regresiones, desviaciones y varianzas. Y si usted, señor ministro, no quiere o no sabe explicarlo, ya lo haré yo en mi círculo, con palabras y datos que puedan entenderse y que puedan difundirse adecuadamente.

A la opinión pública no se la forma con artilugios tipo deus ex machina, pues eso es pura manipulación oscurantista. Cual nuevos alquimistas, los gobiernos ensayan con su pócimas económicas bajo presupuestos casi mágicos, en el  sentido de que no se han dignado justificar ni un solo dato con los que abruman a los medios de comunicación y a sus destinatarios. Gobernar así es muy fácil, pues se ocultan las causas de las decisiones que se adoptan bajo impenetrables cortinajes, y en última instancia se culpa a la troika comunitaria de tener las manos atadas, vieja argucia consistente en referir los problemas al enemigo exterior, un enemigo nebuloso y omnipotente contra el que nada podemos hacer.

Regresamos así a formas de gobierno de cariz medieval, que surgen de una especie de inspiración divina, insufladas de misterio e irracionalidad, pero dogmáticamente asumidas y sobre todo, incuestionables. Como los médicos del siglo XIII, persisten en sus sangrías al enfermo pese las evidentes muestras de que el enfermo agoniza, cada vez más debilitado por sus recetas.

Aún más, si tratamos de ser sensatos y seguimos con la analogía médica, hemos de convenir –absolutamente todos- que esta enfermedad es la primera vez que se manifiesta en la historia de la humanidad, y además con carácter epidémico. La crisis de 1929 no tiene ningún parangón con esta, ni por sus causas primeras, ni por la estructura socioeconómica del cuerpo enfermo. Así que una de dos, o están aplicando  un tratamiento antiguo a un problema nuevo, usando el método de la analogía, o bien están efectuando un ensayo clínico experimental y revolucionario. En el primero de los casos, el asunto es tan peliagudo como si se hubiera atacado la pandemia del SIDA con el tratamiento para la sífilis, partiendo de la base de sus analogías de transmisión y difusión venéreas. O sea, una absoluta idiotez. En el segundo de los casos, no debe olvidarse que el experimento afecta a países enteros, y que como todo ensayo, tiene riesgos muy altos de resultar   muy peligroso, cuando no letal.

En todo caso, nuestros gobernantes están jugando con fuego. Aprendices de brujo, les llamé una vez. Y vuelvo a hacerlo porque estoy prácticamente convencido de que lo que le están haciendo a España (Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y suma y sigue), no es más que un experimento colosal que presentan como una fórmula mágica, igual que los charlatanes del viejo oeste vendían su crecepelo. Y de eficacia igual de dudosa, al menos hasta que no se dediquen a modelizar datos pura y simplemente, dejando de lado las exigencias estrictamente políticas de determinados inversores, llamados eufemísticamente mercados.

Porque la realidad subyacente a todo esto reside  en que al parecer nadie ha reparado en que ser inversor comporta riesgos, y que el principal de ellos es la pérdida de la inversión, que es el escarmiento y recompensa de quienes extreman su codicia más allá de lo razonable. Pero a lo que estamos asistiendo es a una situación en la que el “inversor” nunca pierde nada, o lo que es lo mismo, estamos jugando con cartas marcadas. Marcadas por los gobiernos que afirman que si los inversores pierden, decaerá la confianza en nuestro país y nadie nos prestará dinero.

Pasando por alto el hecho de que en estos momentos ya nadie nos presta dinero, o que si lo hace es a tipos de usura, no hay que olvidar que las quiebras, suspensiones de pagos y otras figuras por el estilo son fenómenos harto frecuentes en la vida económica, y que, pese a lo traumático de la experiencia, no tienen mayor importancia si se aprende la lección. La esencial: no tener una economía apalancada en el crédito y aprender a autofinanciarse. Algo que algunos economistas valientes ya han señalado obstinadamente: a los únicos a quienes interesa que los estados vivan endeudados y recurriendo al crédito externo es a los grandes grupos inversores internacionales. Curiosamente, la mayor parte de los cuadros económicos de los gobiernos occidentales se nutren de miembros de esos grandes grupos. Como muestra un botón: nuestros ministros de economía y de hacienda, respectivamente. De lo que se deduce que los responsables económicos de los gobiernos europeos padecen un auténtico conflicto de intereses que se resuelve sistemáticamente de forma unidireccional: en contra de su país, que a fin de cuentas es una especie de entelequia menor frente al colosal poder de los mercados que les han creado, formado y dado empleo anteriormente, y que les acogerán de nuevo en su seno cuando concluyan su labor política.

En conclusión, me temo que lo que sucede no es un problema económico, sino el resultado de la doble interferencia política y de conflictos de interés en el seno de la economía. Dicho de otro modo: el problema económico se hubiera resuelto de otra manera si no hubiera sido precisamente por los intereses confrontados de los gobernantes respecto a sus ciudadanías. De la lealtad primera de los políticos hacia “los mercados”, sacrificando para ello a “su pueblo” sin pestañear; eso sí, conveniente envueltos en sus relucientes banderas y enseñas nacionales, no fuera que se les vieran las vergüenzas inoportunamente.

Resulta penoso y significativo que el simbólico 20N que trajo el fin de la dictadura a esta triste Hispania, se haya teñido ahora con los colores de una nueva dictadura, más sutil pero no menos brutal: la dictadura de los economistas políticos al servicio de intereses extranjeros. Menudo panorama.

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