viernes, 2 de febrero de 2018

Tender puentes?

En los últimos días, diversos politólogos han expresado la opinión de que es necesario tender puentes para reanudar el diálogo en Cataluña y recomponer unas relaciones muy desgastadas por los acontecimientos de los últimos meses. Especialmente, quiero destacar un artículo de Montserrat Nebrera en El Nacional, por la ponderación de la que hace gala  en su redactado, incidiendo por igual en los errores de uno y otro bando, y señalando (cito literalmente) que “desde la barricada se llama equidistancia a la empatía, la capacidad de distinguir el infinito juego de grises de los aciertos y errores de la vida humana, y al reconocimiento de nuestros pecados capitales, que no son patrimonio de un grupo, de una tribu o una nación”.

Bellas palabras y bellas ideas para un mundo ideal, al que tal vez todos deberíamos aspirar, pero la realidad no es así. Cuando se habla de tender puentes, quiero entender que las partes se comprometen a construirlos simultáneamente desde las dos orillas, pero me parece que los maestros de la equidistancia pretenden que los independentistas no sólo lo  construyamos nosotros solos, sino que además paguemos el coste íntegro de la estructura.

Y por ahí no podemos, ni queremos, ni vamos a pasar muchos de nosotros. Me niego totalmente a tender puentes con el unionismo si antes no veo un gesto claro y nítido de reconocimiento hacia los millones de catalanes que, hartos  de lo que podríamos llamar suavemente “un trato asimétrico” respecto a otros pueblos del estado español, hemos alentado algo que podrá ser inconstitucional, pero como dicen todos los juristas con dos dedos de frente y un billetero no pagado por el estado, lo inconstitucional no es nunca directamente delictivo en cualquier país decente del mundo. Y por tanto, aquí ya comienza la asimetría de la que hablaba antes, porque la respuesta del unionismo ha sido la de tratarnos a todos como delincuentes, en la calle, en los medios y en los debates políticos. Y por ahí no pasamos.

No voy a tender puentes con quienes se han dedicado a negar la mayor, y han opinado ciegamente ante los sucesos del 1 de octubre, donde no hubo violencia popular, donde no hubo más resistencia que la pasiva, y donde las hostias sólo las dieron unos y la sangre y los moretones los pusimos  los otros. Y ahora eso lo saben hasta en las Naciones Unidas, donde van a empezar un proceso que el estado español ninguneará pero que dejará las cosas claras para el mundo entero.

No voy a abrazar a los conciudadanos que se autodenominan catalanes, pero no han dedicado jamás el más mínimo esfuerzo a aprender catalán ni a entender la cultura catalana -a eso que llaman integrarse-, aún cuando llevan casi toda su vida aquí.  Porque claro, como los catalanes sí sabemos español, no hace falta ni la más mínima cortesía para comunicarnos. Porque en el fondo, siempre se ha tratado de una imposición que los catalanes de verdad hemos llevado con estoicismo hasta que se nos han hinchado las narices de tanta cortesía  y urbanidad unidireccional.

No voy a reconciliarme con quienes votan al partido más corrupto de Europa y con más dirigentes procesados. A quienes votan al partido en el que nadie dimite. A quienes votan al partido de un presidente del gobierno del que hasta los suyos se rechiflan con  el “Emepuntorajoy” de los papeles de Bárcenas. A quienes votan como imbéciles al partido que se envuelve en la “sagrada unidad de España” para ocultar todas las vergüenzas –que son muchas- que tienen ellos como formación política, como gobierno y como representación de un estado apestoso y cañí del que muchos catalanes renegamos con razón.

No voy a estrechar la mano de quienes  me insultan autodenominándose “catalanes” y hacen todo lo posible para fastidiar a su presunta tierra y a su presunta gente catalana, porque la asfixia económica y política en la que vivimos les parece lo adecuado tanto a ellos como a los partidos políticos a los que votan. A un PSOE que traicionó descaradamente el Estatut del 2006. A un PP que impugnó en el Constitucional lo que previamente se había aprobado en el Parlament de Catalunya y en el Congreso y el Senado. A unos gobiernos que desoyeron el resultado del referéndum que aprobó el Estatut porque les convenía electoralmente en el resto de la península, usando a los catalanes como moneda de cambio.

No voy a perdonar a quienes dan su apoyo a fuerzas de  seguridad cuyos mandos afirman, tranquilamente, que “el 1 de octubre, la legalidad estaba por encima de la convivencia” para justificar su brutalidad represiva. Ni a quienes atienden a las afirmaciones escandalosas del  oficial de la Guardia Civil al mando del operativo respecto de que “ la prohibición de las pelotas de goma por el Parlament de Catalunya no les afecta a ellos”. Como si la puñetera Guardia Civil estuviera por encima del bien y del mal, y a ella no se aplicara la legalidad autonómica porque son quienes son, herederos directos del franquismo imperial. Como si el fetichismo legalista en el que viven -la expresión no es mía, sino de un relator de las Naciones Unidas- fuera la mejor medicina para fortalecer "su" democracia de estar por casa.

No olvidaré nunca a la gentuza del “a por ellos”, como si nosotros fuéramos animales  a los que se puede acorralar y vapulear, y los españoles fueran humanoides prehistóricos y garrulos armados con garrotas. Bien pensado, en definitiva lo son, porque a fin de cuentas, el español medio suele ser un fanático de la violencia en todas sus expresiones, que es la forma que tiene de manifestar su  odio por las  humillaciones sufridas a lo largo de los últimos siglos a manos de  mil potencias extranjeras. No es afirmación mía, sino de prestigiosos intelectuales: el españolito de a pie  es admirador de la fuerza y detesta el diálogo, que para él es mariconada que denota debilidad. Pues bien, con esos catañoles no voy a tender puentes, de ninguna manera.

Ni tampoco acercaré posiciones con quienes se dedican, al más puro estilo mafioso, a amenazar a los diputados electos, y de rebote a todo un pueblo que los ha votado, a sabiendas de que la Unión Europea no es capaz de otra cosa que mirar al otro lado por intereses geoestratégicos, y que permitirán una y mil veces que nos aticen por aquello de evitar el contagio a otras regiones del continente. De mafiosos los ha tachado ya gran parte de la poca prensa independiente mundial, y muchos politólogos expertos. Y yo, a los mafiosos y a sus secuaces no les doy la paz ni en misa.

No voy a permitir que quienes me han insultado de todas las maneras posibles, me han negado el saludo, y me han denostado por llevar un lazo amarillo, y ridiculizado por exigir la libertad de los rehenes políticos (pues así los definen muchos analistas internacionales, como rehenes del estado español) me digan ahora que pelillos a la mar y a ver si estrechamos las manos y recomponemos la convivencia que ellos rompieron, al permitir que el neofranquismo se apoderara en la calle y en los medios del discurso “constitucionalista” (qué risa y que vergüenza), como ya lo había hecho antes en las instituciones, y especialmente en una judicatura tremendamente politizada en cuyas manos dios nos libre de caer, por nimio que sea el motivo.

No. No tenderé puentes con quienes  les ha faltado tiempo para envolverse en la banderita rojigualda y salir a la calle contra la independencia de Cataluña, cuando jamás movieron un dedo  en el momento que tocaba. Cuando no salieron a la calle el 15M. Cuando ni pestañearon ante los recortes de todo tipo efectuados por las élites gobernantes. Cuando no se inmutaron cuando la sanidad y la educación pública se vinieron abajo por falta de financiación. Cuando les dio igual que el estado del bienestar se fuera al garete mientras ellos todavía pudieran mantenerse a flote a costa del sufrimiento de millones de conciudadanos. A todos esos que, siguiendo la consigna del gobierno, les parece más importante la unidad de la patria que el bienestar del pueblo.  A todos esos que siguen votando corrupción año tras año, legislatura tras legislatura.

En resumen, que los puentes los tiendan ellos, señora Nebrera, que los del margen izquierdo del Ebro  que somos y nos sentimos catalanes no vamos a hacerlo. Y por cierto, una acotación, eso de sentirse catalán y español está muy bien como quiebro ideológico-semántico, pero ahora ya carece de todo significado para muchos de nosotros. En Cataluña, en estos momentos, o eres español o eres catalán, con toda la carga que conlleva para unos y otros. La presunta equidistancia del bicéfalo catalán-español es un mero disfraz para la tibieza de unos o para el parafascismo de otros en un estado autoritario que ya ha sido calificado de “democracia imperfecta” en medios internacionales. Vamos, lo que muchos catalanes ya sabíamos desde hace siglos.

1 comentario:

  1. Suscribo las opiniones que Ud. explica en este artículo. No son tampoco cuestiones teóricas, son hechos que creo nunca olvidaremos. Como Ud dice y comparto para perdonar deben darse comportamientos que faciliten este perdon. El perdon y la reconciliacion solo se pueden y se deben de producir cuando el que maltrata es capax de darse cuenta que ha ejercido ese maltrato y puede realizar un acercamiento al agraviado y maltratado. Si no si se acepta el perdon sin mas caeremos en ser otra vez maltratados. Excelente artículo, gracias

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