martes, 27 de febrero de 2018

La España franquista

Esta semana se han producido  dos declaraciones reconfortantes para los independentistas, procedentes de ambos bandos del espectro político. Y las dos efectuadas por personas de reputación harto demostrada en sus respectivos ámbitos, lo cual viene a ser como una especie de prueba del nueve de que lo que venimos diciendo desde hace tiempo en este blog es más cercano a la verdad que lo que muchos unionistas afirman respecto a la solidez de la democracia española.

Fernando Suárez, ministro de Franco en su último gabinete, y uno de los gestores del harakiri político de las Cortes fascistas que dio paso a la tan loada como falaz “transición modélica” ha puesto el dedo en la llaga pseudodemocrática  en una entrevista en El Mundo respecto a  si existe un ADN franquista en la derecha española al contestar, literalmente, que “pero, ¿cómo no lo va a haber? El error es considerar eso como un insulto”. El primer jab en la blandita cara de los unionistas, seguido de un crochet no menos espeluznante, cuando afirma con rotundidad que “deslegitimar el franquismo es poner en riesgo la Corona”, para acto seguido concluir con un uppercut al mentón de los tibios defensores de la democracia imperfecta: la restauración de la monarquía “fue una decisión personalísima de Franco, no cabe la menor duda, y hay que ver qué patrimonio tan importante supone para nosotros en la actualidad”. Vencedor por KO en el primer asalto.

Para quien no se quiere enterar, lo dicho por Fernando Suárez tiene mucho que ver –más bien todo- con nuestra reiterada afirmación de que el franquismo sociológico sigue absolutamente vigente hoy en día, embebido en todos los resquicios de la política española, y por ósmosis, permeando en una sociedad que se cree muchas bobadas, siendo la primordial ese extraño convencimiento de que la catalanofobia es una muestra de acatamiento y respeto hacia la democracia.. Una sociedad donde la extrema derecha se ha desacomplejado totalmente y se viste con galas democráticas, tanto en el PP como en la más juvenil pero igualmente fascistoide Ciudadanos. Y ya sabemos que la extrema derecha española siempre ha hecho  su punta de lanza mediante un anticatalanismo feroz, secundada por los tontos útiles, que siendo catalanes, no quieren ver de qué va esta historia en realidad. Como dije la semana pasada, esto ya no va de independencia, ni siquiera de república, sino de libertad y nada más. Y quienes amparándose en una vieja trayectoria democrática les hacen el juego a los nuevos fascistas son tan responsables de lo que suceda en el futuro como los propios zombis del franquismo que ahora salen de las tumbas sin mayores miramientos. Hablemos claro: la posverdad española de hoy es una posverdad netamente franquista, y por eso muchos al otro lado de la valla hemos optado por el independentismo como vía de escape de un panorama futuro  más que desolador para las libertades. Y lo peor es que ni el PSOE ni Podemos parecen ser lo suficientemente fuertes como para plantarle cara a esa posverdad delirante, así que han optado por ponerse de su lado apelando a la indisoluble unidad de la patria. Ciscándose en su dignidad histórica y en la de sus conciudadanos.

Pero no sólo desde la extrema derecha le llueven los palos a esta democracia liberal de estar por casa que tenemos en la  península, sino que también le caen los chuzos desde la izquierda. Una figura tan prestigiosa en el ámbito de la sociología como Manuel Castells, nada sospechoso de independentista por otra parte, dejaba ir unos cuantos razonamientos de lo más suculentos en una entrevista para La Vanguardia. Dijo Castells: “Que la identidad , eso que tanto desprecian los autoproclamados “ciudadanos del mundo” (porque se lo pueden permitir) es el refugio comunitario que da sentido a quienes ya no confían en las instituciones. Ante el miedo a lo desconocido y a la pérdida de control sobre los mecanismos esenciales de la sociedad….se apela a la tribu. Y aunque la invocación parece siniestra, la feroz competición individualista donde impera la ley de la selva tiene como consecuencia el protector espacio de lo comunitario”. Y esto me ha traído recuerdos de unos cuantos buenos amigos míos que siempre me han criticado porque ellos “no tienen banderas” y porque según ellos “el independentismo es sólo una cortina de humo de la corrupción de los partidos catalanes”, sin querer darse cuenta de que, más bien al contrario, es un movimiento de base popular que arrastra a los partidos tras de sí.

De este modo tan sencillo, Castells no sólo explica el auge nacionalista, sino que lo justifica ante la cada vez mayor pérdida de control de los ciudadanos respecto a sus instituciones, manejadas y corrompidas por los mercados globales y la manipulación mediática. Y estamos aquí en lo que los antiglobalizadores hemos defendido durante años: que la mejor manera de defendernos de la avidez globalizadora es mediante la independencia frente a estos monstruos trituradores de diferencias. Que el precio a pagar es alto, resulta indudable; que  al menos de esta manera nos quedará intacta nuestra dignidad como ciudadanos, también. Es cuestión de escoger.

Sigue Castells con un aviso para navegantes: “ La soberanía cambia, pero la nación como comunidad cultural histórica y sentimiento colectivo, inductor de identidad y movilización, es más fuerte que nunca. Y precisamente como reacción a la globalización”. Y yo apostillo: A ver si os enteráis, unionistas homogeneizadores, que nosotros, los independentistas nos negamos a pasar por vuestro túrmix, que al final también os hará papilla a vosotros, infelices colaboracionistas.

No quiero hiperventilar, pero es que leyendo a Castells resulta casi imposible: “La democracia liberal ha colapsado porque ha perdido legitimidad en las mentes de los ciudadanos en todo el mundo. Y aunque hoy no hay alternativas…lo seguro es que las formas actuales de democracia se mantienen por inercia o por represión. Poca gente se las cree”.  Francamente sublime, y de ahí el subrayado. Sobran los comentarios, pero las palabras mágicas están ahí: colapso, pérdida de legitimidad, represión. A  alguien le suena?. A mi sí, porque es el discurso de mi gente, la de la ANC i de Òmnium.

Y a los que nos acusan de antieuropeístas – a quienes siempre hemos respondido que somos antieuropeístas de ésta Europa de cartón piedra centrada únicamente en el capital y en los mercados- Castells responde: “La Unión Europea fue el proyecto institucional más innovador de la historia. Pero se olvidaron de los ciudadanos, se olvidaron de la nación y se olvidaron de la democracia”. En definitiva, que se olvidaron de todo lo que era esencial en un régimen de libertades, presunto heredero de la revolución francesa. Al fin y al cabo, eso pone de manifiesto que los más europeístas del momento son quienes más colaboran a la pérdida de libertades ciudadanas. Dicho de otro modo: el fascismo no sólo se está apoderando del discurso democrático, sino además del discurso europeo. Acabáramos.

Concluyo con otra cita del doctor Castells, dirigida a los pusilánimes, cobardes y cambistas de la libertad, que son muchos y variados: “Las revoluciones políticas, violentas o pacíficas, son una constante de la historia porque corrigen los desfases que se producen en la práctica de las sociedades entre la evolución de la conciencia y la rigidez de las instituciones. Sin movimientos sociales y sin revoluciones políticas no existiría el cambio social. Y el cambio es ley de vida”.  Con ello, Castells viene a decirnos que la tensión entre un estado esclerotizado y una sociedad dinámica sólo puede resolverse desde fuera de las estructuras institucionales, y que cualquier intento para las reformas internas del sistema no es más que la confirmación del aforismo tan bien plasmado en El Gatopardo: que todo cambie para que todo siga igual. Léase Ciudadanos.

Concluyo hoy con una reflexión adicional a las muy interesantes aportaciones de Fernando Suárez y de Manuel Castells, ésta de mi propia cosecha. En esta semana de feria mundial de la telefonía móvil en Barcelona, y ante las amenazas continuas y las presiones para que el Mobile abandone su actual sede, quiero dejar patente el sentir de muchas personas que, como yo, empiezan a estar hartas de que toda la argumentación contra el catalanismo político se centre exclusivamente en lo económico, cuando lo verdaderamente grave es que nos están arrebatando nuestra dignidad como ciudadanos. Somos muchos ya los que consideramos que el dinero no es lo único importante, y que el silencio de los corderos estuvo tal vez justificado durante el desarrollismo de los años sesenta del pasado siglo, cuando casi todo el mundo prefirió el 600 a la libertad. Bien, fue la elección de nuestros padres después de haber sido aplastados por los mismos cuyos hijos hoy nos gobiernan; e incluso puede resultar comprensible teniendo en cuenta la enorme maquinaria militar y policial que arrasó media España en aquellos tiempos. Pero ahora aún estamos a tiempo de evitar que vuelva a suceder lo mismo otra vez.  Si posponemos nuestra reacción, serán nuestros hijos los que pagarán con creces nuestra cobardía. Porque no basta con querer cambiar las cosas, hay que posicionarse, arriesgarse y asumir sacrificios. La tibieza y la pusilanimidad son el terreno perfectamente abonado para las formas menos democráticas de gobierno. Así que, por mí, pueden quedarse el Mobile, pueden asfixiarnos económicamente, pueden tratarnos como a una colonia africana. Aún así, yo escojo mi dignidad, lo único que no pueden comprar ni someter.

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