viernes, 9 de marzo de 2018

9M

El día después de cualquier evento con una importante carga emocional suele ser adecuado para efectuar una reflexión en frío sobre las cuestiones más relevantes. Hoy,  9 de marzo, y tras las diversas celebraciones y reivindicaciones del Día Internacional de la Mujer, me parece un buen momento para hacer algunas consideraciones sobre este asunto en lo que respecta al hemisferio occidental.

No cabe duda que aún queda un buen trecho para conseguir la plena igualdad entre hombres y mujeres, pese a los avances de las últimas décadas. Por eso quiero centrarme en obstáculos que, a mi modo de ver, pueden significar un reto muy importante a superar en los próximos años. Retos que no serán fáciles de superar, porque implican un cambio de actitud global que no sé si seremos capaces de afrontar.

El primero es tal vez el más sencillo, porque es esencialmente cosmético, y relativo a la imagen de la mujer occidental moderna. Lamentablemente, el esterotipo de igualdad que nos muestran en muchas ocasiones los medios, y muy especialmente los cinematográficos y televisivos, no augura un camino fácil, debido a que en demasiadas ocasiones el arquetipo de mujer liberada es demasiado parecido a una versión de un hombre con tetas en vez de profundizar en lo esencialmente femenino. Es decir, el prototipo mediático de mujer liberada es en exceso masculino y masculinizante, como si para eliminar la sociedad patriarcal la solución fuera que todos seamos patriarcales, con independencia de nuestro sexo.

Se pone de manifiesto así una caricatura de la mujer dotada de todos los atributos típicamente masculinos, a excepción, claro está, de los puramente morfológicos y condicionados por nuestra dotación genética. Vemos así personajes femeninos cinematográficos capaces de hazañas antes reservadas a héroes masculinos, que si ya entonces resultaban poco creíbles, ahora caen en el más absoluto ridículo, porque se trata de mujeres agresivas, individualistas, nada cooperativas pero sí tremendamente competitivas, depredadoras con una empatía reducida hacia sus semejantes y capaces de la violencia más extrema para el cumplimiento de sus objetivos.

En resumen, la visión de la igualdad de los sexos que proponen muchos medios se centra sobre todo en que las mujeres sean como los hombres, con lo cual parece que se romperían todas las barreras sexuales por arte de magia. Sin embargo, esta visión simplista tiene efectos muy indeseables. Algunos opinan que para superar la sociedad patriarcal, el camino habría de ser más bien el contrario, es decir, acercar a los hombres a la visión femenina del mundo en un sentido positivo y asertivo. Reconvertir la masculinidad, alejándola de sus tradicionales roles históricos sería mucho más fructífero para la humanidad que el proceso inverso por el que parecen apostar muchos medios. Feminizar el mundo, más que a la inversa.

Pero otro sector advierte que lo más enriquecedor cultural y socialmente consiste en mantener la mayor diversidad posible en las sociedades humanas. La homogeneización sociocultural producto de la globalización se me antoja un error; pero la homegenización sexual que creo adivinar en el cine y la televisión me parece una terrible desgracia para el futuro de la humanidad. En ese sentido, cualquier iniciativa conducente a la equiparación de los sexos por la vía de la asimilación de  roles históricos tal vez nos convierta en sociedades más igualitarias desde el punto de vista sexual, pero considerablemente más pobres en todos los demás aspectos, porque mujeres y hombres comparten experiencias vitales diferentes por su mera condición biológica, y esas visiones del mundo distintas -en ocasiones radicalmente distintas- son fuente de evolución intelectual y moral de la especie. En resumen, me parece que lo que hay que hacer es profundizar en la comprensión entre uno y otro sexo, más que igualar los raseros conductuales, bien hacia una masculinización global de la sociedad, bien hacia una feminización igualmente global y perniciosa.

De todos modos, este problema me parece mucho menor que otro derivado de la pura dinámica económica de las sociedades liberales capitalistas. Con notable coherencia, la señora Arrimadas afirmó que no participaría en la huelga feminista del 8 de marzo porque le parecía un evento anticapitalista. Y efectivamente, así es, pues somos muchos quienes opinamos que el capitalismo actual es el principal obstáculo para la igualdad de la mujer en el ámbito laboral, y de rebote, en el social.  

El capitalismo neoliberal es el principal motor de las desigualdades en el mundo occidental. Se alimenta de la confrontación de grupos y sectores que luchan por unos recursos cada vez más escasos, especialmente el trabajo. Ante mucha demanda y una oferta que se reduce abruptamente, el capital puede fijar unas condiciones inhumanas de admisión o exclusión del mundo laboral de las que ya venimos siendo testigos desde hace años. A igualdad de otros factores, ya existe una confrontacion generacional muy seria, que conduce a la exclusión de los muy jóvenes o de los mayores de cincuenta años del mundo laboral. Esta lucha "vertical" entre generaciones resulta indiscutible en todos los países occidentales, y se ha intentado paliar a través de la precarización del empleo. La franja de los menores de veinticinco años y la de los mayores de cincuenta copa todos los ránkings de desempleo y de los contratos basura, muy mal retribuidos, temporales o a tiempo parcial. La proliferación de los eufemísticamente llamados "minijobs" es una forma como cualquier otra de disminuir las estadísticas de desempleo, pero no de facilitar la subsistencia de amplios sectores de la población, que con sueldos de miseria no pueden satisfacer las necesidades básicas, y desde luego no pueden gozar de ninguna independencia personal. O lo que es lo mismo, la igualdad de un amplísimo sector de la población es pura retórica, porque están imposibilitados de una vida digna como ciudadanos de presuntos estados de derecho cuyas prioridades reales van por otro lado (es decir, sólo hacia las variables de crecimiento económico, pero no hacia la divesificación y distribucion equitativa de ese crecimiento en todos los sectores y estamentos implicados).

Si esa tendencia se agudiza en el futuro (y todo parece indicar que así será), a la confrontación generacional por el acceso a los recursos económicos, se sumará una confrontación intersexual del mismo cariz. Si los mayores de cincuenta años en paro se han visto brutalmetne expulsados del mercado laboral, no encuentro ningún indicio que me permita suponer que algo parecido no vaya a suceder entre hombres y mujeres. La lucha por puestos de trabajo cada vez más escasos también se centrará en los sexos, y eso será un obstáculo monstruoso para la consecución de la igualdad de derechos laborales entre hombres y mujeres. Es más, vista la dinámica actual, y extrapolándola a unas décadas en el futuro, resulta especialmente desalentador imaginar que la brecha entre hombres y mujeres no sólo no disminuirá, sino que se incrementará por razones de solidaridad  de sexo, como antes hubo las luchas de clase, y después las luchas generacionales. 

Me gustaría encontrar el rastro de alguna esperanza positiva que impidiera en el futuro esa guerra de sexos que estoy vaticinado, pero no encuentro ninguna justificación para el optimismo. A lo sumo, adivino una profundización en la segmentación laboral y que, a igualdad de condiciones, los hombres tenderán a protegerse mutuamente, y las mujeres que estén en situaciones de poder suficiente, también. Pero eso desembocará en una forma más o menos benévola de apartheid sexual y, en última instancia, y viendo la desventaja de la que parten las mujeres occidentales, será una guerra que tendrán perdida en el futuro.

De ahí que mi convencimiento sea, incluso a falta de pruebas tangibles de ese oscuro próximo futuro que auguro, que la igualdad entre hombres y mujeres no depende tanto de iniciativas legislativas, culturales o educativas, sino de una profunda transformación del sistema capitalista de modo que sea capaz de generar recursos suficientes para todos, y a partir de ahí, que permita desarrollar políticas  igualitarias con verdadero impacto en la sociedad. Todo lo demás será cháchara insustancial para consumo inmediato de la ciudadanía, pero con muy poco efecto en las aspiraciones de igualdad y libertad de las mujeres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario