miércoles, 29 de noviembre de 2017

El País, paradigma de la catalonofobia

De los agitados últimos dos meses hay tres cosas que me llaman sumamente la atención de entre toda la amplia panoplia de mentiras y distorsiones que han usado los políticos y medios de comunicación a modo de artillería pesada. Y quiero destacarlas porque hay algunas que son objetivamente perversas y no facilitarán la reconciliación ni a corto ni a largo plazo. Tengo la impresión, terriblemente corroborada por las informaciones que he podido recopilar, de que incluso dentro de muchos años los ataques que muchos catalanes han sentido como en carne propia han causado heridas que no cicatrizarán fácilmente, lo cual traerá consecuencias a largo plazo en forma de efecto búmeran con el que tendrán que lidiar generaciones posteriores.

En primer lugar, y como constatación de que el capital no tiene patria ni corazón, hay que destacar la actitud de las grandes empresas con sede en Cataluña. Su mastodóntica dimensión impide que sean precisamente fortalezas impermeables a la filtración de datos, y más pronto o más tarde se acaban conociendo los entresijos de sus decisiones. Y por lo que respecta a las dos entidades financieras –que de paso arrastraron a casi todas las demás corporaciones migrantes- ya es cosa sabida que la decisión de emigrar a otros parajes no tenía nada que ver con la posible efectividad de la independencia catalana, que todos los consejos de administración ya habían descontado anteriormente como inviable, puesto que habían obtenido garantías tanto del gobierno español como de Bruselas de que no se iba a tolerar una declaración de independencia unilateral. La consecuencia lógica de todo esto es que el presunto temor a quedar fuera de la UE era totalmente falso, y que el traslado de sedes sociales se hizo como advertencia y castigo para el pueblo catalán si persistía en su ánimo independentista.

La advertencia consistía en que ante una declaración de independencia, el capital de origen catalán haría todo lo posible por arruinar la economía del país, y hacer intolerablemente dolorosa la transición a una república independiente. El castigo consistió en arrastrar tras de sí a más de dos mil empresas para poder justificar una caída del PIB catalán con tintes dramáticos que revertiera el impulso independentista y lo sustituyera por un moderado catalanismo folclórico, que es lo que siempre han pretendido las élites del país. Y es que, por supuesto, ante el dios del dinero se rinde cualquier otra consideración, incluso las más elementales. Así que, al menos por lo que respecta a  CaixaBank y al Banco Sabadell, de quienes tengo fuentes fiables, ambas hicieron sus números, vieron que la mayor parte de su negocio está fuera de Catalunya (en una proporción inmensa) y les salía más a cuenta el castigo que podían infligir a sus clientes catalanes de toda la vida en comparación con sus muchos mayores intereses más allá del Ebro. Y de paso, dejaban una nota bien clara en las puertas del Palau de la Generalitat: que no contasen con ellas para nada.

La segunda cuestión punzante y que tendrá (de hecho está teniendo ya) un efecto rebote, es la animadversión centralista a TV3 y Catalunya Radio, por ser, según el novelado relato español, “unas fábricas de independentistas” totalmente parciales y carentes de objetividad. Dejando aparte los numerosos reconocimientos internacionales a la labor periodística de ambas instituciones, que no creo que se les haya otorgado por su parcialidad y ánimo de adoctrinamiento a lo largo de los años, lo cierto es que TV3 y Catalunya Radio no han hecho más que incrementar su cuota de participación en los medios informativos en los últimos meses. O sea, que han incrementado su audiencia de forma sostenida, lo cual es, en principio, la razón de ser de cualquier medio de comunicación según la teoría neoliberal al uso que tanto defienden El País y  demás lacayos.

Pero aunque así no fuera, lo cierto es que durante estos meses he procurado ser muy cuidadoso  comparando la información por una parte, y la opinión por la otra, de los medios a lado y lado de la trinchera. Como no soy experto laureado, sé que mi opinión no tendrá demasiado valor extrínseco, pero lo que sí puedo constatar es que si tanto yo como cientos de miles de catalanes nos hemos puesto de los nervios oyendo las animaladas de Albiol, las perogrulladas de primero de carrera de Arrimadas, los desesperados intentos de Iceta por mantener un discurso integrador, y los descarados desplantes de todos los miembros del gobierno español, así como viendo todas las manifestaciones unionistas y/o fascistas de estas semanas, es porque nos los han ofrecido los medios públicos catalanes sin dudarlo ni un momento ni arrinconándolas en recónditos parajes de los noticiarios, así como también nos han ofrecido el relato inmisericorde de la huida de empresas, las declaraciones y  opiniones diversas sobre el adoctrinamiento infantil en las escuelas y la autoflagelación de las fuerzas independentistas después del 155. Así que a muchos nos resultan difíciles de entender las consideraciones que se hacen desde medios tan tremendamente dependientes de la mano financiero-política que les da de comer como son los madrileños. El colmo de la vergüenza han sido los ataques de El País (que han merecido una carta de réplica del director de TV3 que tan "plural e independiente" diario ha desdeñado publicar), y que constituyen  un insulto a la inteligencia de todos los espectadores de la cadena catalana, porque son pura difamación vergonzosa. De lo que se deduce que, o bien el periodista que cubrió la célebre semana  en TV3 es un malnacido o no tiene ni puñetera idea de catalán, lo cual seguramente es cierto en ambas premisas. Abreviando: los ataques mediáticos y los de gente como Alfonso Guerra – ése “socialista sin fisuras” que tilda de renegados a quienes no comulgamos con su insufrible jacobinismo sevillano, que es peor que el madrileño- han provocado tal oleada de indignación en Cataluña, que en estas tierras se puede decir que ya se le contempla como la punta de lanza del ultranacionalismo español, lo cual le sitúa en la misma órbita que a los sectores más reaccionarios del PP.

El debate sobre la imparcialidad es cosa muy jugosa, porque los propios medios de comunicación se entreanudan los cordones de sus zapatos demagógicos y van de tropiezo en tropiezo. Una cosa es la imparcialidad y otra la equidistancia. Una cosa es la información, y otra la opinión. Y una cosa más es la ecuanimidad y otra la línea editorial.  Sin embargo, El País & Co, mezclan conceptos según su indecente interés, que es el del gobierno español, lo cual por si sólo justificaría la existencia de medios catalanes que contrapesaran tal situación, aunque sólo fuera como defensa frente a la artillería de la caverna. Hablemos claro: que sean totalmente equidistantes, meramente informativos y desideologizados sólo existen los teletipos de las agencias como Reuters, que simplemente sirven la noticia sin mayores comentarios. Los adjetivos, las calificaciones y las opiniones vendrán después efectuadas por los medios de comunicación propiamente dichos.

Pretender que TV3 sea como la agencia Reuters es un insulto a la inteligencia, porque uno de los objetivos fundacionales de la televisión pública catalana es el de promover y defender la cultura catalana en todos sus ámbitos, con preferencia a la cultura mayoritaria de los medios, que es la del nacionalismo español. Pero es que además, los voceros del reino confunden imparcialidad con equidistancia, que es lo que pretenden de la televisión pública catalana. En primer lugar, es infamante que se exija equidistancia a TV3 cuando el colmo de lo contrario es TVE, sin que hayan hecho nada por remediarlo los sucesivos gobiernos del PSOE y del PP en cosa de cuarenta años (a lo que se ve, lo de los cuarenta años no acabó con Franco y debe ser el número mágico del resistente franquismo "residual") En segundo lugar, un medio público tiene que ser imparcial, sí, pero atendiendo a la definición estricta del término: “ausencia de prejuicios al realizar un juicio”. Es decir, ser imparcial no significa no hacer juicios de valor sobre una noticia, sino hacerlos de forma objetiva. En cambio, lo que pretenden en Madrid de TV3 es que no haga juicios de ningún tipo, es decir, que sea equidistante y no se moje. Es decir, que carezca de línea editorial. En resumen, que se convierta en una mera agencia de noticias, que es precisamente lo que no queremos los catalanes que vemos TV3 asiduamente (porque los otros son muy felices viendo exclusivamente Televisión Española)

Es cierto que ello implica un cierto localismo en el tratamiento de la información y en determinados asuntos obliga a barrer para casa según la línea editorial, pero es absurdo pretender de un medio de comunicación que se atenga a unas reglas que ningún otro está dispuesto a cumplir, con la única finalidad de maniatarlo, silenciar a sus profesionales y facilitar que nos tengamos que tragar la doctrina Arrimadas –por poner un ejemplo- a falta de cualquier otro adoctrinamiento posible, como si eso fuera el no va más de la pluralidad informativa, que es el cuento que pretenden que nos creamos los señores Guerra  y Caño, respectivamente.

Y para acabar con el trío de argumentos diseñados específicamente para hacer daño a la par que se falta descaradamente a la verdad, tenemos el tema de las pensiones, respecto al cual sí me considero voz autorizada e informada, así que sencillamente voy a exponer lo que –además- es de sentido común y se  recoge en toda la normativa internacional en materia laboral de la propia OIT. 

Primero, la pensión de jubilación, aquí como en Lituania y en Zimbabwe, no la paga el estado donde uno reside, sino el estado al cual uno ha efectuado las cotizaciones durante su vida laboral, o sea España para el caso que nos ocupa.  Eso es así, y es indiscutible. Otra cosa es que, si existen convenios bilaterales o reglamentos comunitarios (para los estados miembros de la UE), el pago directo lo deba hacer el estado de residencia aplicando diversos tipos de cálculos y prorratas. Pero quede claro que, en ausencia de convenios, la pensión de un residente en Catalunya la ha de pagar el estado español por todos los años que el trabajador estuvo cotizando a la Seguridad Social española que, por cierto, atiende al principio de caja única y por tanto es intransferible. O sea, que no hay excusas ni justificaciones para tan lamentable discurso unionista al respecto. Los pensionistas ya existentes cobrarían su pensión íntegra del estado español, y los nuevos que accedieran al sistema público de pensiones lo harían de España y Cataluña en proporción a los años cotizados en cada estado. Punto y final, salvo la acotación de que el pánico que produce en Madrid una Cataluña independiente es precisamente por eso. Y precisamente por eso, los voceros y bocazas del PP y C's se pasan el día diciendo justo lo contrario, sin que la Cosa Nostra mediática madrileña ose advertir tamaña desvergüenza ni por asomo.

Además,  en caso de independencia, es conclusión indefectible que si Catalunya soporta menos porcentaje de población (16%) que el porcentaje de PIB que produce en relación al conjunto de España (19%), y que sólo habría de pagar las pensiones generadas a los residentes en Catalunya desde el momento de la independencia, resulta bastante patente que el sistema de Seguridad Social catalán no tendría ningún problema de financiación al menos durante las primeras décadas. Simple aritmética para no adoctrinados por el centralismo mediático–político.

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