martes, 7 de noviembre de 2017

Cataluña, Orwell y la libertad

La lucha, ahora, ya no es entre el independentismo y el unionismo. Ojalá fuera sólo eso, porque lo que se juega en Cataluña ahora tendrá repercusiones a largo plazo en el llamado mundo libre. Son muchos –entre quienes me cuento- los que opinan que esta batalla tiene más que ver con el recorte progresivo y taimado de libertades que sufre todo Occidente desde mucho antes de la crisis del 2008, pero que obviamente se puso muy de manifiesto a partir de aquel momento.  A fin de cuentas, Rajoy y los suyos no son más que meros discípulos del neoliberalismo imperial que tan bien han retratado los intelectuales norteamericanos “malditos”. Malditos por decir verdades sumamente incómodas y que se han atajado a veces por las buenas, es decir, silenciándolas sistemáticamente; o por las malas, o sea, vituperando brutalmente a quienes han estado denunciando la deriva hacia sociedades cada vez más desiguales y precarizadas en el ejercicio de las libertades, so pretextos económicos, de estabilidad social o de seguridad nacional.

El poder no tiene ningún interés en que la ciudadanía reflexione, y mucho menos en que ejerza un pensamiento abiertamente crítico contra las aberraciones que los políticos a sueldo de las grandes corporaciones imponen a la población a cambio de un plato de lentejas, lo que lejos de ser una metáfora, es en lo que se está convirtiendo desde hace demasiado tiempo  el estado del bienestar.  Los círculos del poder están plagados de darwinistas sociales apenas disimulados que tienen en sus aliados mediáticos a unos excelentes publicistas de la miseria en la que están hundiendo los derechos civiles en casi todas partes. Los brotes de resistencia son tildados de extremismos, populismos o utopías irrealizables, cuando en realidad sólo son tímidas reivindicaciones de derechos que se consideraban inviolables hasta finales de los años sesenta y primeros setenta y cuyo cuestionamiento hubiera escandalizado hasta a la derecha conservadora de aquella época.

Lo que vino después fue una demolición progresiva e inimaginable de los valores democráticos. Los sucesivos líderes mundiales han contribuido notablemente a la degradación de Occidente y a  fomentar, de paso, esa imagen tan negativa que se tiene de los Estados Unidos y sus aliados en medio mundo, que no cree ninguna de las supuestas ventajas de la democracia imperialmente impuesta para mayor beneficio del establishment financiero y del complejo militar-industrial que maneja los hilos, ya sin necesidad de hacerlo en la sombra, porque mucha gente se ha vuelta tremendamente daltónica y, en definitiva, han preferido pasar de ser ciudadanos a súbditos primero; y de súbditos a mascotas de compañía (a veces en exceso molestas), a continuación.

Precisamente por eso, en el caso catalán se observa una clara dicotomía entre la actitud del poder político global, que ha cerrado filas en torno a Rajoy y sus secuaces, y mucha gente corriente no intoxicada por la prensa española, que no sólo ve con preocupación, sino con notable simpatía, ese embate de David contra Goliat, no tanto por comulgar con el independentismo, sino más bien por higiene democrática. Por fin, muchos se han dado cuenta de lo que otros llevamos denunciando años respecto a España: la democracia formal funciona impecablemente, pero ahí se acaba todo. Si te sales del guión, se entona el “a por ellos” en el más estricto sentido, ése que desencadenaron  hace ya muchos años en Estados Unidos contra toda disidencia, empleando para ello cualquier método, por sucio, brutal e inhumano que fuera.  El lector que desee salir de la inopia y documentarse de forma adecuada puede acudir al apabullante, incisivo y extraordinariamente documentado libro ¿Quien domina el Mundo?, de Noam Chomsky (Ediciones B, 2016).

Por si fuera poco, del mismo autor es muy recomendable ver el documental “Requiem por el Sueño Americano”, donde nos explica que la acumulación de riqueza y poder son factores que van de la mano y hacen virtualmente imposible un equilibrio entre el poder gobernante y la ciudadanía, sobre todo porque el sistema político garantiza todas las facilidades para las grandes corporaciones, quienes a su vez financian las campañas mediáticas que permiten a los políticos ganar elecciones. Un círculo vicioso y perverso, y si alguien desea un ejemplo, recordemos que los publicistas norteamericanos otorgaron  un premio a la mejor campaña de márketing de 2008, nada menos que a la que catapultó a Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos. Increíble -si uno es tan ingenuo como para seguir creyendo que la democracia actual es algo cojonudo- pero cierto, si se analiza con cierto escepticismo el papel que realmente interpretan nuestros gobernantes en la defensa de los derechos civiles y de la libertad de los ciudadanos.

Entre los poderosos existe un consenso mundial en que lo primordial es la estabilidad, a fuerza de anestesia y garrote. La estabilidad es imprescindible porque es buena para que ellos hagan sus negocios a lo grande, y encima nos digan lo muy positivos que resultan sus esfuerzos para nosotros, pobres mortales, que cada vez nos conformamos con un menor trozo del pastel en aras de esa tan preciada estabilidad. A cambio de la paz del cementerio, nos dan precariedad en casi todos los ámbitos, y no sólo en el laboral. En este momento, casi todas las libertades están precariamente sostenidas en Occidente. Más bien fúnebremente maquilladas. Si además nos ceñimos a países como Turquía o España, que tienen –con razón- los más bajos índices de percepción de la independencia judicial de  todo el mundo desarrollado, nos encontramos con que tipos como Erdogan o Rajoy puedan pasar por demócratas, pese a que se dedican, en sus respectivos ámbitos, a machacar a las minorías rebeldes, no ya faltando a la verdad, sino a  todas las evidencias, como han visto en todo el mundo estas últimas semanas a cuenta de la violencia en Cataluña, sólo ejercida por la policía y por los ultras. Salvo que se considere violencia intentar protegerse de las hostias de un uniformado español.

La decadencia moral de la clase política al servicio del poder ha llegado a tal nivel que el insigne Maza, fiscal general del estado, se ha atrevido a comparar los hechos del 1 de octubre con el golpe del coronel Tejero, pues en ambos casos no hubo derramamiento de sangre, con el deshonesto fin de equipararlos al delito de rebelión. Sólo que el señor Maza, que tiene más de inquisidor del siglo XVII que de fiscal del XXI,  omite que en 1981 los insurrectos se alzaron en armas y sacaron los tanques  a pasear por Valencia, y las metralletas a desconchar las paredes del Congreso. Lo cual debe ser una minucia legal para el Gran Inquisidor en la Causa General contra Cataluña. En mi país a gente como ésa la llamamos de otra manera que me ahorro, no sea que acabe también con los otros dos Jordis en presidio. Ya lo decía Orwell  respecto a su Gran Hermano: el uso de la neolengua para controlar y definir el pensamiento de la población y la reescritura de la historia según la conveniencia de quien detente el poder de cada momento, borrando todo  atisbo de realidad incómoda en el relato oficial de los hechos. Winston Smith, probo  funcionario del Ministerio de la Verdad y protagonista  de la novela “1984” estaría asombrado de la eficiencia de sus modernos discípulos. Yo, por si acaso, recomiendo a los lectores que tengan presente lo siguiente: cuanto más utilice un político, del signo que sea, la palabra “democracia”, mayor debería ser su escepticismo, y considerar que es mejor echarse a temblar y salir por piernas. Hace ya muchos años que el franquismo sociológico se apropió de la bandera española; ahora se están apoderando de la palabra “democracia” en ese ejemplo de manual de en qué consiste la neolengua orwelliana. Y la gente siguiéndoles como borregos sin ningún espíritu crítico, sin querer saber qué es lo que está pasando en realidad, no en Catalunya, sino en el mundo entero.

Otro ejemplo más del contexto orwelliano en el que nos movemos actualmente. Están circulando por la red un considerable número de mensajes advirtiendo del ignominioso pasado de personas que son relevantes en el proceso actual, como defensores de etarras o antiguos terroristas, con el fin de desprestigiarlos o asociar el terrorismo pasado con el independentismo actual. Los hechos son ciertos, pero omiten dos cosas: una, que se están refiriendo a causas cerradas por las que algunos fueron incluso juzgados y los delitos (en los casos en que los hubo) han prescrito. Dos, si nos remontamos a épocas como 1975 -por citar uno de los ejemplos que circulan en la red- podemos apostar que en el lado unionista hay también muchos esqueletos que guardar en el armario, sobre todo viniendo de gente que es la heredera directa de quienes aplicaron las últimas penas de muerte en España y ejercieron una violencia omnímoda en las calles hasta la llegada de la democracia, e incluso después. Por tanto, quienes difunden esa bazofia se están vomitando en los zapatos, así de simple.

Así que para cuando quienes ingieren sin masticar la retórica anticatalana se enteren de qué va la cosa, ya se habrán convertido en los nuevos esclavos del sistema, dóciles y maleables, con sus derechos de juguete y sus libertades de papel maché. Por si acaso, me despido con un comentario que hizo el propio Orwell en su libro Mi Guerra Civil Española, y que dedico a todos los unionistas sobre lo ocurrido aquí, en mi tierra catalana, en las últimas semanas. 

“Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente(...) En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas líneas de partido(...)Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo.  A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia (….). Sin embargo, es evidente que se escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad (…) El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe o la camarilla gobernante controla no sólo el futuro, sino también el pasado. Si el jefe dice de tal o cual acontecimiento que no ha sucedido, pues no ha sucedido; si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas, y después de las experiencias de los últimos años no es una conjetura hecha a tontas y a locas”

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