martes, 3 de octubre de 2017

Incendiar Catalunya

A diferencia de la mayoría de los que opinan en Madrid sobre lo sucedido en Catalunya el 1 de octubre, yo me pasé quince horas a pie de calle, palpando el ambiente y defendiendo las urnas de mi colegio electoral (una idea tal vez discutible, una idea tal vez equivocada para muchos conciudadanos, pero ante todo pacífica y meditada) mientras seguía, minuto a minuto, lo que sucedía en el resto del país. Así que tengo la realidad bien agarrada en mis manos, como la tienen los millones de personas que quisieron votar, y -para su desgracia-  como los miles de policías que se emplearon a fondo contra los ciudadanos. Y cuando digo a fondo, lo digo con plena convicción, porque no he visto nada semejante desde que en mi época universitaria viví los convulsos momentos en que la policía entraba a caballo en los recintos públicos repartiendo hostias sin contemplaciones desde las alturas, dando un épico sentido decimonónico al verbo "cargar".

Pero no debemos preocuparnos, porque según los medios oficiales y oficialistas, lo que sucedió es que la chusma enfurecida, armada con temibles manos y uñas, arremetió contra los indefensos policías que venían en son de paz. Especialmente peligrosos fueron los ancianos, que en sus sillas de ruedas penetraron rápidamente entre las huestes enemigas, rompiendo el frente en varios puntos y aislando a los agentes del orden, que fueron entonces violentamente masacrados por cientos de amas de casa acorazadas con delantales y armadas con los letales y prohibidos cucharones de metal y  con sofritos lacrimógenos de cebolla, con los que dejaron fuera de combate a cientos de policías mal equipados, tanto material como mentalmente, pues no podían prever la extraordinaria ferocidad de aquellas multitudes que se abalanzaban sobre ellos con amenazantes manos en alto. Tras los escalofriantes sucesos, el ministerio del interior español ha tenido que habilitar atención psicológica ante las situaciones traumáticas que han vivido los agentes del orden (del suyo, no del nuestro).

El día anterior al referéndum comentaba con unos amigos que, en resumen, en este país (como en Turquía, no se vayan ustedes a pensar), no hay demócratas. La gran mayoría son exfascistas o exleninistas reconvertidos. Una reconversión que se quedó en lo meramente formal, en los conceptos aprendidos  a última hora en las facultades de derecho o de ciencias politicas. Un descubrimiento que activó un interruptor en el cerebro de muchos antidemócratas, que se iluminó instantáneamente con un "ajá, o sea que se trata de votar pero pensando y haciendo lo mismo de siempre sin que se note". Para quienes resulte difícil de comprender lo que digo, me refiero a que la democracia, en la inmensa mayoría de este no-país llamado España, consistió en una operación similar a la de ir al dentista a ponerse una hermosa funda de porcelana sobre un diente negro y carcomido, en vez de extraer el diente e implantar uno de nuevo cuño.

Esa "funda mental" ha perdurado durante años, en parte favorecida por el deseo de paz de una población tan castigada por dos siglos de autoritarismo como modelada por ese mismo autoritarismo en un modo de pensar indudablemente esquizofascista. Y el fascismo inventó, precisamente, lo que estamos viendo hoy en día: la negación de los hechos y la culpabilización del enemigo indefenso.

Los verdaderos nazis son los que están haciendo esto ahora mismo. También al pueblo alemán se le negó la verdad, y se le manipuló primero negando al existencia de las cámaras de gas (incluso después de que las imágenes dieran la vuelta al mundo una vez finalizada la segunda guerra mundial) y luego atribuyendo la culpabilidad a los propios judíos, que conspiraban para destruir al invencible Reich. Igual que lo que estos días tenemos que soportar en Barcelona de los medios de comunicación de Madrid. Igual que en su día, los franquistas se inventaron la conspiración judeo-masónica para perjudicar a la gloriosa una, grande y libre, ante la pasividad del resto del mundo.

Por mucho que digan, el franquismo sociológico sigue existiendo en España con tanta influencia como hace cuarenta años.Y prácticamente con el mismo poder, porque la Transición así lo firmó y rubricó, por mucho que digan que fue modélica y ejemplar. Que lo fue, ciertamente, para evitar la ruptura, pero que para vergüenza de toda una generación, permitió al fascismo enquistarse hasta lo más hondo en las instituciones democráticas. Y baste decir al respecto que en España ni siquiera fueron capaces de llegar jamás a la altura democrática de Sudáfrica, donde hubo perdón para todos, pero también una Comisión de la Verdad para dejar las cosas claras y señalar a quien se debía como responsable de las atrocidades de décadas de apartheid. Aquí no, aquí se permitió que los fascistas se escondieran bajo los cimientos de la naciente democracia para luego resurgir del sótano y las cloacas  en plenitud de facultades.

De eso, de lo que tan orgullosos se muestran los padres de la patria moderna, no se puede decir más que fue un cambalache posibilista y que, seguramente, fue absolutamente necesario para evitar un baño de sangre y  facilitar que las cortes franquistas se suicidaran políticamente en 1976. Fue una constitución negociada con el franquismo, y no se les ocurrió otro nombre que calificarla de "Reforma Política", caundo en realidad era una rendición democrática. Necesaria tal vez en aquel momento, pero rendición al fin y al cabo.

Así que como norma constitucional, la de 1978 era una componenda tan útil como nefasta, y creo que lo sabía todo el mundo entonces y lo seguimos sabiendo ahora quienes la votamos en su momento. Lo intuía, al menos, el treinta por ciento de la población catalana que se abstuvo de votar entusiásticamente. Por cierto, hubo muchísimas irregularidades en el censo, con duplicidades de voto por una parte, mientras un gran número de ciudadanos no pudo votar porque no constaban censados, sin que ello afectara a la validez del proceso, dada la comprensible urgencia del momento histórico. Y muy pocos votaron que no, ciertamente. No llegaron al diez por ciento, pero entre ellos ya estaban los partidos nacionalistas de toda la vida, que veían los orejas del lobo asomar por entre el redactado de determinados preceptos constitucionales.

Ahora salen en tromba a defender la constitución los principales beneficiarios de aquel momento histórico, que fueron el PSOE  y el franquismo reagrupado bajo las siglas del PP (entonces Alianza Popular) un partido que tuvo que rebautizarse en fecha tan tardía como 1989 (resulta significativo que nadie quiera recordar esto ahora) para tratar de borrar el lastre de su fundación y desarrollo neofranquistas, aunque sin olvidarse de sus tics y de su genética, que es lo que manda, al fin y al cabo. Por otra parte, el PSOE sólo renunció oficialmente al marxismo en 1979, pero como digo, los genes son los genes: se les puede reprimir, pero no extirpar, y en ese sentido el PSOE tiene una tradición que resumió Guerra en una frase apoteósica: "el que se mueva, no sale en la foto".

Del PSOE podemos decir que apostó por la modernización de España, es verdad, pero a cambio de tratar de monopolizar el progresismo y la democracia y apuntarse todos los goles de la reforma política, hasta que la corrupción de los oportunistas y la astucia de muchos franquistas sociológicos especialmente avispados que se adhirieron a la izquierda sabiendo que venían algunos lustros de poder del PSOE se fraguó con una innegable vocación centralista a la francesa, representada por personajes de la talla de Guerra y Borrell, que denostaban del catalanismo político más que de los viejos fascistas que estaban enquistados en Madrid con su total pasividad.

Quienes crean que la repulsa por los métodos "españoles" de hacer política es algo reciente, se equivoca de cabo a rabo. Hace ya muchos años que catalanes que hemos vivido en Madrid por necesidad u obligación sabemos lo que el escarnio y el insulto sistemático. De mucho antes del pistoletazo de salida del proceso secesionista. Personalmente, hace más de veinte años que me niego a viajar a Madrid, harto de oir según qué cosas. Por suerte, lo mío no es alucinación ni desvarío, pues tengo el honor de haber compartido parte de mi carrera profesional con una compañera santanderina, pero que vivió casi toda su carrera funcionarial en Barcelona, y cada vez que volvía de las numerosas reuniones que tenía en Madrid como funcionaria de alto rango, venía indignada y horrorizada a partes iguales por las barbaridades que tenía que soportar y por la cantidad de veces que tenía que morderse la lengua para no explotar ante el cúmulo de despropósitos, falsedades e insultos que se vertían sobre Catalunya y los catalanes. De ella y de otros muchos como ella constaté que la salud democrática de un gobierno se mide por el uso que hace de la represión y la manipulación. Y el diagnóstico no puede ser peor, visto el abuso que hace Rajoy de lo uno y lo otro: este gobierno y quienes les apoyan están muy enfermos.

Ahora estamos emocionalmente mucho peor que  hace diez años. Ahora estamos llegando a ese punto en que -debo recordarlo- nuestras autoridades de la Generalitat nos insisten diariamente en que nos refrenemos, no caigamos en provocaciones y apliquemos el seny por muy difícil que resulte contenernos. Y en verdad, cada vez nos cuesta más, por lo que debo acabar estas líneas con un mensaje recordatorio de la historia pretérita a todos esos viejos franquistas sociológicos y sus cachorros de nuevas generaciones: cuando al final la rauxa prende en Catalunya, el incendio llega a todas partes. Quedan ustedes avisados.




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