…a no ser que cambien muchas
cosas. Porque el PP, en la más recia y rancia tradición española, no aceptará
nada que no sea una rendición incondicional, excepto si empezamos a poner
sangre sobre la mesa, o bien salvo que los que mandan de verdad consideren que
ha llegado el momento de proteger su dinero a cambio de alguna concesión, por
supuesto interesada. Hoy por hoy, el gobierno español, ayudado por su
formidable maquinaria propagandística y los medios de comunicación afines, no
tiene ningún interés en aparecer como pactista o dialogante frente a los que
hemos pretendido romper el orden constitucional.
Y precisamente a eso quiero
referirme hoy, a la hipocresía y el cinismo, no del PP, de Ciudadanos y del PSOE –que eso se da
por descontado por el mero hecho de ser partidos políticos- sino de mis
conciudadanos, vecinos, colegas e incluso amigos, que no habéis tenido problema
alguno en usar un doble rasero vergonzoso para justificar vuestro alineamiento acrítico
con el gobierno español sin percataros del grado de deshonestidad personal que
ello implica. Y me refiero a gentes que os creéis esencialmente honradas, pero que mentís
sistemáticamente, en especial a vosotros mismos, citando la afortunada frase de
Dan Ariely, posiblemente el mayor estudioso sobre la mentira que tenemos
actualmente en el mundo.
Cierto es que los medios os
empujan a creeros vuestras propias mentiras, aplicando el famoso sesgo de confirmación
que los psicólogos sociales descubrieron ya hace décadas, que explica que sólo
buscamos los datos que confirman lo que ya pensamos de antemano con
independencia de los hechos (lo cual, dicho sea de paso nos convierte en
descerebrados y manipulables corderitos en manos de quien tiene el control de
los medios de propaganda). Y esta
afirmación viene al caso porque sólo es posible mucha mala fe o mucha
estupidez, o una explosiva combinación de ambas, para que personas que nunca
estuvisteis en la calle el famoso uno de octubre os atreváis a decirnos, a los que sí
estuvimos, que todo fue un montaje, en el más puro estilo del negacionismo histórico
que tanto conviene al chico fuerte de la Moncloa.
Pero es que hay más. Puestos a
señalar, quiero retroceder unos pocos años, hasta 2014. Entonces, esos mismos
que ahora se rasgan las vestiduras por la ruptura separatista del orden
constitucional, aplaudieron a rabiar la revolución/golpe de estado de Ucrania
que echó del poder al presidente Yanukovich –que tal vez era un sinvergüenza,
pero no más que los que nos gobiernan aquí- rompiendo completamente el orden
constitucional. Comprendo perfectamente que para los berzotas de Madrid, aquella
constitución ucraniana no vale una mierda comparada con la española,
consagrando el principio de que no sólo hay varios estados de derecho, sino que
además el único que importa es el que está en Madrid. En aquella ocasión, y
como se puede comprobar haciendo un uso no
sesgado de internet, algunos sentimos una punzada en el cerebro cuando el PP, el
PSOE, El País, El Mundo y todos los demás medios gubernamentales se alinearon
con los revolucionarios, porque, cito más o menos literalmente, “la legitimidad
del pueblo ucraniano está por encima de cualquier gobierno corrupto”. Y la punzada se hizo una jaqueca monstruosa cuando Crimea se separó de Ucrania y los berridos del gobierno español llegaron a la altura del Monte Ararat, obviando el hecho indiscutible de que Crimea siempre había sido rusa. La Unión
Europea no tuvo ningún problema en correr a ayudar a un gobierno ilegal de un país no miembro con tal de tocarle las narices a Rusia, porque a fin de
cuentas, y volvemos al principio fundamental de todo, en Bruselas lo único que
les preocupa es el tema económico, aunque luego tengan que recurrir al amigo
americano para poner orden, como sucedió en los Balcanes hace un cuarto de
siglo. ¿Dónde estabais vosotros entonces, ciudadanos españoles, para defender
la legalidad y el orden constitucional?
Mayor bajeza y cobardía parece
impensable, pero sí la tenemos en fechas también recientes. Muchos de esos mismos vecinos,
colegas de trabajo y conocidos que nos ponéis a parir a los separatistas
catalanes, protestabais como posesos porque el español fue el único estado
europeo que no quiso reconocer la independencia de los pobres oprimidos de Kosovo.
De hecho sigue siendo así, y si alguno se sorprende de esta ruptura de la
disciplina europea por parte del gobierno español, la explicación es muy
sencilla: Kosovo no es más que un grano en el culo de Serbia sin mayor
importancia estratégica ni económica. En cualquier otro caso, el PPSOE se
hubiera plegado a las exigencias de Bruselas/Berlín como ha hecho siempre. Y
vosotros viviríais en la contradicción de hacer honores a un estado separatista
mientras machacabais a los catalanes que rompemos la unidad de España. Y os
quedaríais tan tranquilos, a sabiendas de que hay dos realidades: la de los hechos
y la virtual, que os gusta más.
Doble rasero de mis hipócritas
conciudadanos, presente de forma continua en los últimos años. En las
postrimerías del verano de 2011, el PSOE y el PP nos colaron de rondón la única
reforma constitucional del mundo en la que se limita el techo de déficit
público, en un ejercicio asombroso de sumisión al poder financiero global. Lo
hicieron con nocturnidad, alevosía y aprovechando el inicio de curso. Y, por
supuesto, lo hicieron sin referéndum, retorciendo a más no poder la normativa
de las cámaras. Los mismos que acusan ahora a la Generalitat de hacer trampas
son los que le pusieron al pueblo español el cepo de la imposibilidad de
decidir cuál es el gasto público que desean asumir. Yo me pregunto de nuevo,
retóricamente, donde estabais entonces todos los que ahora criticáis el
proceder del Govern de la Generalitat. Seguramente sumidos en el profundo
amodorramiento mental que causa el retorno de las vacaciones.
O peor aún, cuando en los
momentos más graves de la crisis (la nuestra, pero no la de los ricos, como se
ha visto después) el gobierno saqueó –sí, saqueó- las arcas de la Seguridad
Social para pagar partidas presupuestarias no contempladas en la normativa que regula
el uso del Fondo de Reserva. Nadie le acusó de malversación de caudales
públicos gracias a una medida campaña de silenciamiento. Pero lo cierto es que
el Fondo de Reserva se utilizó de forma reiterada para pagos del desempleo y
aquí nadie movió un dedo. Y menos aún los medios de comunicación, ante algo que
podía ser constitutivo de delito, y no por unos pocos millones de euros, precisamente.
Y vosotros no hicisteis nada, ni siquiera para averiguar la verdad. Os bebisteis
la pócima que os dieron y os sumisteis en el silencio de los corderos.
Incluso muchos conciudadanos
parecen no recordar lo muy indignados que estaban cuando el gobierno –su gobierno- les redujo el salario y les
retiró días de vacaciones y libre disposición, rompiendo el sagrado principio
del derecho según el cual “pacta sunt servanda” – es decir, los pactos o
contratos son de obligado cumplimiento-
y abriendo el camino a la total arbitrariedad en la negociación laboral ante la
pasividad –cómo no- de Bruselas, cuyos hombres de negro tenían la sagrada (esa
sí) misión de controlar la economía por encima del bien y del mal, y
justificando tanto los fines ilegítimos como los medios ilegales para conseguirlo.
Y vosotros no sólo callabais, sino que jaleabais al gobierno que había puesto a
la prensa rabiosamente en contra de los
funcionarios (igual que ahora sucede con Cataluña), sin daros cuenta de que los
siguientes en la lista de víctimas ibais a ser vosotros, ciudadanos de a pie.
Por cierto, a la marea de
indignación popular que siguió a la retahíla de medidas del PP en el 2012, no
parecía molestarle mucho la posibilidad de tumbar al gobierno y las élites de forma
revolucionaria y si era preciso rompiendo el orden constitucional (debo señalar
que deponer un gobierno por presión popular siempre es inconstitucional, pero
también puede ser legítimo) –eso sí, siempre que no hubiera sangre y no os
tocaran el apartamento en Torrevieja, Alicante- porque evidentemente -entonces sí- la legitimidad del pueblo estaba por
encima de cualquier legalidad. Y era así en vuestras mentes porque os habían
tocado el bolsillo, que es lo único que parece que os importa. Pero cuando os
tocan la dignidad, o cuando se la tocan a vuestros conciudadanos catalanes, os
importa un rábano.
Sois desmemoriados a conciencia,
pretendiendo que esto que ocurre es cosa de unos pocos dirigentes mesiánicos y
desde hace unos pocos años. En 1996, las festivas huestes del PP triunfador de
las elecciones cantaban a voz en grito “Pujol, enano, habla castellano” justo
antes de los pactos del Majestic, lo que ponía de manifiesto un anticatalanismo
rampante y masivo que ya existía profundamente anclado en la memoria colectiva
española. Eso fue lo que me decidió a no pisar nunca más Madrid, como un
símbolo y como un recordatorio personal de lo que ya imaginaba que sería la deriva futura de la
política española. Sólo era cuestión de tiempo y de ganas de hacer daño, y de
eso vuestros aliados tenían mucho. Y lo siguen teniendo.
Por eso, cuando ahora salen
tantos mediadores de buena voluntad, permitidme me exprese mi escepticismo. No
porque el PP sea perverso (que también), sino porque no tenéis memoria de
vuestras propias actitudes pasadas. Os alineáis con lo que más os interesa, lo
cual es muy legítimo. Racionalizáis determinados hechos para que se ajusten a
vuestro pensamiento y vuestras necesidades, lo cual es muy humano, pero menos
legítimo. Finalmente, os atrincheráis en el mensaje que más os conviene aunque
sea una mentira descarada y aunque conviva con el negacionismo histórico, y eso
os convierte en acríticos y deshonestos. Si queréis tener una opinión real,
nada mejor que vivir la realidad, en vez de quedaros en casa a esperar que en
la tele os expliquen lo malos que somos los catalanes. Y por lo menos, la próxima
vez, acordaos de lo que justificabais en
otras ocasiones, y no sois capaces de recordar ahora. Al menos tendréis ocasión
de ser coherentes.
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