martes, 28 de junio de 2016

La conjura

Demasiadas veces la realidad es mucho más hilarante que los disparatados sketches de Monty Python en su momento de mayor esplendor. Esta semana hemos tenido unas cuantas escenas memorables que habrá que guardar en la despensa mental para retomarlas dentro de un par de años y poder decirles a sus protagonistas que se deberían haber dedicado a la comedia más que a la política. Y no me refiero a los resultados de las elecciones españolas, sino a las reacciones ante el triunfo del Brexit.

Y es que todos los que nos ayudan a entontecernos la vida y a amortajarnos las neuronas a poco que les dejemos, es decir,  periodistas, políticos y economistas, se han esforzado para alcanzar el máximo lucimiento del descojone y el esperpento europeo, que no por ello es menor al que ya estamos acostumbrados la mitad de los españolitos que tenemos cerebro y conciencia a partes iguales. Sobre todo porque, según ellos, las decisiones soberanas son estupideces, y no se puede dejar al pueblo tomar decisiones que corresponden a los políticos (sic). Lo cual corrobora dos sensaciones que los españolitos a los que antes he mencionado ya nos barruntábamos de un tiempo a esta parte. A saber, a) que los políticos no se consideran parte del pueblo, y b) por el mismo motivo, ellos son una élite que sí sabe lo que hace, mientras que el pueblo es idiota irremediable. Que, a fin de cuentas, es lo que en realidad piensan todo el tiempo menos cuando hay elecciones. Entonces no, entonces somos una ciudadanía profundamente madura y espléndidamente responsable, sobre todo si en vez de darles un zapatazo en los morros, les damos nuestro voto.

Todo lo cual me suena a que a todos esos personajes los conceptos de democracia, soberanía popular y estado de derecho se les enredaron en alguna neurona atrófica en su más tierna adolescencia y no han podido procesarlos adecuadamente. Lo cual enlaza, indiscutiblemente, con el hecho fundamental de que la UE es un enorme aparato burocrático, al que el del tercer Reich ni siquiera llegaba a la suela de las sandalias y que justifica plenamente aquel célebre lema del despotismo ilustrado: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Con la circunstancia enojosa de que los déspotas que nos gobiernan han sustituido el primer sustantivo “pueblo” por otro mucho más punzante como “lobby”, que queda como más neoliberal y moderno.

Quien estas líneas escribe, que se considera español a la manera en que los esquimales groenlandeses son considerados daneses; y europeo en la misma medida en que lo es un francófono nativo de la Isla Reunión (es decir, por accidente o por obligación), eso de que nos gobierne una caterva de burócratas lobistas antidemocráticos (y en esos tres adjetivos soy absolutamente literal, así me  cuelguen de la horca) me parece una vergüenza descomunal, sobre todo porque quien osa manifestar el más tímido euroescépticismo resulta ser tildado de facha antediluviano que cuestiona diversos postulados (a estas alturas convertidos en dogma) sobre las bondades de una Gran Europa unida bajo el manto protector del Sacro Imperio Germánico. Cosa que muchos ingleses siempre han visto con enorme suspicacia, porque a fin de cuentas y ciñéndonos a los datos históricos, de Europa les han llovido más desgracias que otra cosa, por más que se empeñen en decirles lo contrario montones de sesudos analistas.

Pero a lo que íbamos. El primer respingo lo di cuando el inefable Toni Cruanyes(1) afirmó, en el clímax de la ufanía, que  “El Reino Unido estaba conmocionado por el triunfo del Brexit”, y se pasó el resto de su indescriptiblemente apocalíptica crónica reiterando lo fatal que se sentían los británicos por haber salido de la UE. Y digo yo que  a) o bien el tipo es imbécil redomado por  mucho que dirija un noticiario por lo demás tan prestigioso como sectario y localista o b) repentinamente  se le fundió un hemisferio cerebral al completo, justo ese que le permitiría contemplar al 52 por ciento de británicos que ganaron el referéndum. Pues me parece que no todos los británicos andan conmocionados dándose topetazos por las esquinas.

A continuación, las autoridades europeas, en una aparición digna de culebrón sudamericano, escenificaron de forma hiperrealista, con Jean-Claude  Juncker en plan estelar, el papel de mujer despechada tras el abandono del novio. Semejantes declaraciones, más propias de una  histérica maruja -cuyo marido la abandona por la peluquera del barrio en vivo y en directo en un reality show- que del presidente (no electo) europeo, demuestran hasta qué punto nuestros mandatarios son vulnerables a las más bajas pasiones humanas. En particular, me encandiló aquel equivalente al “ya que te vas, coge tus trastos y vete enseguida, que no te soporto” que muestran, de manera indudable, el altísimo nivel de estadista del señor Juncker y su cohorte de rebuznadores pseudoeuropeístas, que ven perder parte sustancial del momio del que se sustentan.

Para rematar la faena, los analistas económicos predijeron una debacle sin precedentes de la economía inglesa, que casi me hizo saltar las lágrimas al imaginar a unos famélicos ciudadanos británicos hechos unos zorros zarrapastrosos como en tiempos de Robin Hood, pobres, sólo por el hecho de que los mercados reaccionaron mal los primeros días. Me pregunto cómo podían reaccionar de otra manera aquellos que ven perder un chollo sensacional porque la maldita democracia se lo ha arrebatado de las garras. Les aseguro que he tomado muy buena nota de la cantidad de ominosas barbaridades que han proferido estos días conocidos personajes de la farándula económica (más circense que otra cosa), para dentro de un par de años retomar el hilo de su estupidez, que habrán ido desenrollando como el de Ariadna, y restregarles por sus jetas las imbecilidades que han llegado a aventurar estos días, llevados a) por el natural despecho del abandono pero también b) por el increíblemente profundo y bien provisto bolsillo de quienes pagan su nómina y tienen mucho que perder con el Brexit, que no son precisamente sólo los ciudadanos ingleses. En definitiva, no he encontrado ni uno de esos presuntos expertos al que no se le viera el dobladillo de su interés personal en las especulaciones que han tenido el valor de poner en negro sobre blanco (me temo que para su vergüenza futura). Pues la diferencia entre análisis y especulación es que el primero se fundamenta sobre datos fiables (datos que nadie –nadie- tiene en este momento), mientras que la especulación normalmente se basa en lo que deseamos que suceda.

Y ya puestos, yo también aventuro a decir a que a la Gran Bretaña le irá muy bien, rematadamente bien, porque en primer lugar tienen intacto su sistema financiero y monetario. En segundo lugar porque salir de esta UE les deja un margen de maniobra enorme  político y social. En tercer lugar porque el ticket británico (es decir, su aportación al presupuesto de la UE), pese a ser especialmente favorable a sus intereses, implicaba una aportación neta más que significativa a la UE, y ahora se lo podrán ahorrar. En cuarto lugar, porque otros países no-UE, como Noruega y Suiza, no es que vayan precisamente jodidos y lamentándose por su no pertenencia al club. En quinto lugar, porque como ya se vio con España en 1986 y los que después vinieron, sólo quieren pertenecer a la UE  a) los que pueden chupar del bote, es decir, los pobres y en vías de desarrollo y b) los que pueden manejar el cotarro a sus anchas, es decir, los extremadamente ricos y en posición hegemónica (lo cual resulta de lo más natural, por supuesto).  Curiosamente resulta que Gran Bretaña no se puede encuadrar ni el grupo a) ni en el b), mira por dónde. En sexto lugar, porque van a imponer un control férreo sobre su fronteras y así Bruselas no les podrá decir hasta dónde han de ser solidarios con los inmigrantes (hemos de ser conscientes de que la solidaridad británica nunca ha destacado por ser uno de los puntos fuertes de su cuerpo de virtudes, salvo que implique algún tipo de soberbio negocio colonial). En séptimo lugar, porque los británicos estarán fuera del TTIP, ese tratado transatlántico que pondrá a Europa de rodillas en muchos aspectos frente al grupo de países del NAFTA (USA, Canadá, México). Como que por otra parte el Reino Unido es miembro importantísimo de la Organización Mundial del Comercio (que tambien tiene sus tratados vinculantes) y, además, formará parte de la EFTA (Asociación Europea de Libre Comercio), la conclusión lógica es que estarán integrados en el EEE (Espacio Económico Europeo), al igual que sucede con Islandia y Noruega. Todo lo cual nos lleva, tras el embarazoso sopicaldo de siglas que acabo de plantificar, a que Gran Bretaña disfrutará de todas las ventajas de un Mercado Común europeo y muy pocas de sus desventajas.  Y porque, en octavo y último lugar, lo más fundamental de todo, aparte de viejos anacronismos sobre patrias y banderas y sus simétricos equivalentes en versión moderna sobre la importancia  y fortaleza de una Europa Unida (a la medida de las élites dirigentes), lo fundamental, digo, es que Gran Bretaña va a tener las manos libres para hacer la política económica que le dé la gana, sin que unos señores con acento extraño les digan lo que han de hacer con su presupuesto (2)

Y, ciertamente, también  pronostico (ya puestos, creo tener el mismo derecho que todos los descerebrados que me han precedido) que Londres no va a dejar de ser la capital financiera internacional que es hoy en día. No por fastidiar a sus exsocios europeos, sino porque pese a las apuestas de los despechados a favor de Frankfort como nuevo centro financiero mundial (sic!), resulta que los dineros que mueve Londres (rusos, asiáticos y árabes mayormente)  van a seguir confiando en lo mismo que han confiado siempre. Si tenemos en cuenta que Europa, aunque saque pecho, tiene que pagar el petróleo en dólares, y las importaciones asiáticas  también (y si no lo creen pregúntenle a cualquier empresario importador), la conclusión lógica es que ni  Europa ni el euro pintan tanto ni tan claro como nos quieren hacer creer los bruselinos, que son lo más parecido a un invasor extraterrestre que podamos ver en vivo y en directo. Y es que Europa, en efecto, es un gran mercado, pero nada más. Y eso lo saben en Moscú, Riad y Beijing, y en Londres también, por descontado. Y si no vemos claro el escaso peso político de la UE, recordemos los países balcánicos, primero, y a Ucrania, después.

Así que a lo que hemos asistido estos días es a una especie de conjuro mágico por parte de las fuerzas vivas paneuropeas. O sea, mucha palabrería y unos cuantos fuegos de artificio, como los de esos magos ineptos que describía magistralmente Terry Pratchett en sus humorísticas y corrosivas novelas. La diferencia radica en que esta novela se llama realidad. Y ciertamente hay una conjura. La de los necios.



(1)    Este individuo es un espécimen que habría que conservar en formol para la posteridad por su indudable pericia para presentar los noticiarios allí donde se cueza cualquier cosa, y de paso darse un fin de semana a costa del erario público, como si no se hubiera enterado de que a) allá donde va hay corresponsales de TV3 que pueden cumplir perfectamente su función y b) que hoy en día, con las videoconferencias y todo eso, resulta de lo más pintoresco que un presentador de noticiario se pase el día en el Airbus para endilgarnos su verborrea a los pies del Big Ben o de la torre Eiffel.
(2)    El déficit público británico es de los menores de toda Europa y sus presupuestos, de los más equilibrados. Si quieren saber porqué, los hay que opinan que es debido a que no forman parte de la moneda única ni están sujetos a los imperativos del BCE. Of course.

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