miércoles, 22 de junio de 2016

Miedo al Brexit

Llega un momento en la vida en que a uno, si es persona dada a la reflexión sensata y procura observar los acontecimientos a través del prisma de la ecuanimidad,  le hace tanta mella el hastío que ni siquiera apetece refutar la sarta de imbecilidades que llegan a pronunciar públicamente políticos de aquí y (por suerte, por aquello del mal de muchos) también de allá. Luchar contra la estupidez humana es como achicar agua de un bote con una pala de playa: un trabajo cuyo único fin es retrasar el hundimiento inevitable si no acude alguien al rescate.

Terry Pratchett, una de las mentes más humorísticamente agudas que dio el siglo XX y a quien supongo descansando en la gloria de su Mundodisco, siempre dijo que lo realmente admirable de la especie humana era el tesón con el que había conseguido hacer de la estupidez una especie de enseña universal y memorable. Vamos, que lo habíamos hecho rematadamente bien, esto de ser estúpidos y encima, regocijarnos por ello. Desde luego, a la cabeza de tanta imbecilidad se posicionan, apelotonados a codazos, los políticos de todo pelaje ansiosos de pasar a la posteridad al precio que sea.

En España tenemos notorios ejemplos, dignos del máximo reconocimiento en esa área, pero en el extranjero no les van a la zaga. Ahora, por fin, se han puesto todos de acuerdo en una especie de pelotón internacional salvapatrias para defender la integridad de la Unión Europea. Alguno incluso debe ciscarse en tanta democracia que permita que un territorio decida, por su cuenta y riesgo, que no le conviene seguir asociado a una pandilla de burócratas explotadores de su peculiar momio, a la par que aduladores de la camarilla que gobierna la cancillería del Reich, y seguramente opinará que sería mucho mejor si los estatutos de la UE (porque llamar Constitución a ese bodrio que pergeñaron en lo que imagino varias noches de desorden etílico sería un grave insulto a la inteligencia) prohibiesen la escisión de ningún asociado so pena de enviarle los tanques para mantener la soberanía nacional y la integridad territorial de la gran Europa. Vamos, que para la legión PPSOE y demás satélites, los de Bruselas deben ser considerados como unos pipiolos que se olvidaron de coser las costuras del odre una vez lleno.

En esto los ingleses, que por su historia de corsarios son más astutos que la mayoría de los continentales, ya se las apañaron para tener hasta hoy una asociación con Europa sui generis, que en realidad les ha permitido durante un montón de años estar pero sin estar. Es decir, básicamente estar para amorrarse al pilón, y no estar para arrimar el hombro como los demás. A mi esta actitud, que se me antoja de lo más clarividente y sensata, siempre me ha parecido de un cínico pragmatismo muy propio de las islas Británicas, por otra parte sumamante admirable, teniendo en cuenta cómo las gastan nuestros padrinos teutones y sus amas de llaves gabachas. Porque en realidad tienen toda la razón del mundo quienes, con exquisita educación británica, claman para que les dejen de mangonear unos señores  de Bruselas con terno y maletín, que lo único que hacen es favorecer a sus propias entidades financieras mientras pretenden estrangular toda disidencia económica bajo el paraguas de una ortodoxia que nadie sabe del todo para que sirve, salvo para haber prolongado la crisis unos cuantos años más de lo necesario (los justos para sanear las cuentas de los amigos banqueros y demás copropietarios de los llamados mercados).

En resumen, que la campaña del Brexit se ha puesto en plan apocalíptico, tratando de evitar por todos los medios que los políticos británicos tengan que hacer lo que su pueblo desea en el fondo: que Europa les deje en paz por la vía de plantar ellos a Europa. Y, por supuesto, la mejor manera de no hacer lo que el pueblo desea es  poner en práctica la misma retahíla de estupideces Marianas que llevamos oyendo en España durante estos seis meses de campaña electoral permanente. Es decir, acusar al contrario de radical revolucionario, peligroso populista, extremista irracional y motherfucker empedernido. En resumen, lo que siempre ha hecho la derecha para acojonar al personal; meter el miedo en campaña en modo diluvio artillero sobre los estupefactos británicos de a pie.

Esto recuerda mucho al cisco de Cataluña con España, que al parecer supondría un grave quebranto sólo para los catalanes, pasando de puntillas sobre la catástrofe que representaría para España, que es de lo que en el fondo se trata. Y en Europa igual. Pese a las concesiones hechas al reino Unido durante toda la existencia de la CEE primero, y de la UE después, el Brexit sería una catástrofe de magnitud incomparable para los bruselinos en mucha mayor medida que para los británicos, sobre todo porque aquellos siguen teniendo las llaves maestras de dos cosas que ningún estado con dos dedos de cerebro debería ceder jamás: su moneda y un sistema financiero independiente.

Porque no nos llamemos a engaño: Europa se ha construido rematadamente mal.  No se puede ir a una moneda y banco central únicos si no existe previamente un acuerdo para una unión política y fiscal efectiva. Pasamos de un mercado común (cosa que estaba muy bien) a una unión en la que la cesión de soberanía por los países miembros se ha traducido en una disciplina sadomasoquista que es cuestionada por muchísimos de los expertos internacionales en la materia (en la medida que pueda llamarse experto a un señor que la pifia dos de cada tres veces que pronostica algo). Y si algo es cierto es que es rematadamente estúpido hacer unos Estados Unidos de Europa sólo para algunas cosas, precisamente las que más libertad de acción económica restan a los estados miembros, mientras que todo lo demás está en el aire. Cualquier mente algo más sagaz que la de un insecto se percatará de  que esa unión monetaria favorece exclusivamente al sistema financiero, pero deja mucho que desear en cuanto a las políticas sociales de los estados miembros, obligados a pasar por el tubo de una ortodoxia económica que, de nuevo, sólo beneficia a unas élites muy concretas.

Al final, la campaña del Brexit se ha desaguado por la cloaca del miedo cerval, y los escenarios que nos están dibujando estos últimos días vienen a ser como los de Europa justo tras el final dela segunda guerra mundial, sumada a una invasión de monstruos extraterrestres. Realmente espectacular resulta el nivel de especulación gratuito y malsano sobre las consecuencias del Brexit, cuando en realidad es prácticamente imposible siquiera esbozar cual sería el resultado a medio plazo de esa secesión para británicos y continentales.  No tienen ni puñetera idea, porque es imposible efectuar una simulación meramente indicativa de los procesos que tendrían lugar. Y como son conscientes de ello, los políticos juegan la carta del pánico a lo invisible e indemostrable. Un pánico que puede ser muy contagioso y efectivo, como ya demostró Orson Welles en su célebre alocución radiofónica sobre la invasión marciana de los años cuarenta.

La ventaja de especular sobre lo que es totalmente insondable (por mucho vestido pseudocientífico que quiera ponérsele) es que nadie puede demostrar lo contrario, por lo que cualquier escenario es válido a priori. En ese sentido, las campañas del miedo suelen ser muy efectivas, porque ante lo desconocido, los humanos solemos ser muy cobardicas, y si eso desconocido se dibuja como una monstruosidad capaz de engullirnos sin dejar rastro, suelen reaccionar poniendo gallardamente los pies en polvorosa después de haberse cagado convenientemente en los calzones. Y eso está en el manual básico de estilo de todo aspirante a político: cuando no puedas convencerlos por la vía racional, haz que tiemblen de espanto hasta los difuntos en sus cementerios.

Sólo por eso, merecen todos mis respetos los partidarios del Brexit. Por hacer frente a una campaña maliciosa, perversa y saturada de inexactitudes, falsedades e invenciones especulativas. Al menos son valientes frente a la incertidumbre, y son certeros en un cosa: esta Europa no es buena y nos manipula en interés de unos pocos. Muchos de nosotros, sin ser británicos, tampoco la queremos así.

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