jueves, 9 de junio de 2016

Venezuela, la excusa

Parece mentira lo poco que conocemos Venezuela. Y lo poquísimo que nos ha importado históricamente. Especialmente, a los líderes políticos españoles, que parecen no haber estudiado más historia venezolana que la que se refiere a la revolución bolivariana y el chavismo que surgió con ella a partir de 1999. Lo cual demuestra un grave analfabetismo político, una desfachatez suma, o más probablemente, la suma de ambas cosas.

Sucede que el discurrir histórico de Venezuela desde el final de la segunda guerra mundial no es que haya sido precisamente un paseo triunfal sobre un camino orlado de rosas. Ni mucho menos: desde los tiempos de Marcos Pérez, los gobiernos autoritarios y corruptos se han sucedido casi sin interrupción. De 1974 a 1999, los presidentes Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera, Jaime Lusinchi y Rafael Caldera han sido un claro ejemplo de ineptitud en lo económico y de desvergüenza en la corrupción. Esos veinticinco años crearon el ambiente propicio para la revolución bolivariana, pues siendo Venezuela un país rico en materias primas, era uno de los que tenía mayores índices de desigualdad entre sus ciudadanos.

El problema de la historia contada por políticos no es que aparezca sesgada, sino que se ofrece en porciones independientes para consumo de idiotas, con lo cual es más fácil disfrazar las adulteraciones. Venezuela era caldo de cultivo revolucionario desde hacía muchos años, y lo mismo hubiera sucedido en España si durante dos décadas no se hubiera hecho el menor gesto para acabar con la corrupción y la desigualdad rampantes que vivía el país caribeño. Así que, visto desde una perspectiva amplia y no sesgada ideológicamente (¿verdad, señores Rajoy, Rivera y cohortes?) lo extraño es que los autodenominados demócratas venezolanos de hoy sean los herederos directos de aquellas élites que se enriquecieron pasmosamente durante los años de plomo para el pueblo venezolano, mientras el petróleo hinchaba las arcas del estado y los bolsillos de las oligarquías cuyos hijos y nietos ahora se presentan como adalides de la democracia.

Esto es lo que suele pasar cuando un país (como sucedió con la transición Española) no hace una ruptura drástica y definitiva con su pasado político. Hay que entender que la derecha latinoamericana autoproclamada democrática suele tener unos tintes mucho más reaccionarios que sus equivalentes europeas, sobre todo porque está alentada y sostenida por el amigo americano, para quien cualquiera que se sitúe ligeramente más a la izquierda del neoliberalismo más extremo es un peligroso radical comunistoide que no hay que contener, sino exterminar. Por cierto, eso es lo que los EEUU estuvieron haciendo en el cono Sur hasta los años noventa sin el menor rubor. Y sin ninguna protesta de estos demócratas venezolanos de nuevo cuño que ahora braman por las calles de Madrid.

Por otra parte, aludir al "fracaso" de la revolución venezolana es tener mucha mala idea y menor conciencia. En realidad es un agravio a cualquier inteligencia mediana, porque si no se hubieran conjurado los ataques indisimulados de Estados Unidos y sus socios con la crisis (provocada) del precio del petróleo es más que factible que la propuesta social chavista hubiera salido adelante sin demasiados problemas. Como ya vimos en el caso de Cuba, es muy fácil acorralar a un país durante decenios, estrangularlo económicamente y luego aducir que todos los males son provocados por esos rojos de mierda que lo gobiernan, cuando en realidad, si se les hubiera permitido desarrollar dignamente sus  programas, es más que posible que hoy en día estuviéramos hablando de otro modo, tanto de Cuba como de Venezuela. Cuando le haces la vida imposible a alguien y tienes la sartén mundial por el mango, no te extrañe que a) se torne en un perro rabioso y b) que tus predicciones sobre su fracaso se cumplan. Nos ha jodido, el profeta Perogrullo.

No debemos olvidar que la mejor manera de radicalizar a cualquier ser viviente (y los humanos no somos una excepción) es acorralarlo hasta la asfixia económica y social, mientras el aparato mediático se dedica a machacar continuamente sobre las maldades intrínsecas del régimen. En fin, todo depende del color con que se miran las cosas, pero son muchos a quienes conozco  los que opinan que USA es un estado más policial que Venezuela, y que trata a los disidentes de formas  no muy distintas. Más sofisticadas, sí; pero diferentes, en absoluto. También tiene su gracia que el adalid de la democracia mundial tenga un sistema penitenciario tan obtusamente opaco que permita atrocidades como el penal de Guantánamo y luego hable de los presos políticos de Venezuela, que por cierto, son bastantes menos que los encerrados a cal y canto en la célebre prisión estadounidense.

Como también sorprende que un régimen tan autoritario y feroz como el de China sea llevado entre algodones por los mismos que critican al incompetente y paranoico de Maduro (que ciertamente lo es, lo cual no invalida el argumento principal de esta entrada). Por ahí asoma el viso de la maldad bajo la falda de la democracia americana (y española), al utilizar descaradamente raseros opuestos en función de las conveniencias geoestratégicas. O sea, que en el fondo importan mucho menos unos cuantos millones de chinos que unos miles de venezolanos bien venidos a mal, porque hacen cola en los supermercados desabastecidos (de acuerdo, exagero, pero es para poner el justo contrapeso a las imbecilidades de nuestro centro(?)derecha nacional).

Pero si nos centramos en nuestro hispano terruño, lo que más vergüenza produce es la utilización descaradamente electoral de los males que aquejan al pueblo venezolano por parte del PP y Ciudadanos. Que yo sepa, jamás han armado tanto alboroto por lo que sucede en un socio europeo como Ucrania (que es un paraíso de fachas y corruptos), o el eterno aspirante a ingresar en la UE, Turquía (un paraíso de machistas islamistas disfrazados de Burberrys), puesto que lo de Venezuela es una comedia ligera comparado con lo que allí sucede.  En definitiva, es una vergüenza nacional que la única forma que se les ocurre de atacar a Podemos sea por sus vínculos con Venezuela, un país que, salvando sus históricos lazos con las Canarias, nunca ha contado para la España política y sociológica más que Guinea Ecuatorial, por un decir. Y eso que Guinea fue provincia española hasta los años setenta.

Y puestos a recordar, y ya que he mencionado a Guinea, ni Rajoy ni Rivera parecen reprobar que siendo más española que Venezuela, nunca haya conocido régimen democrático desde su independencia. Vamos, que los dictadores Macías y Obiang no eran tan malvados como Chaves y Maduro, al parecer de estos señores tan moderados que nos piden su voto para mantenernos en la senda de la estabilidad y la recuperación económica. Y eso que casi todos los españoles que allí residían tuvieron que poner los pies en polvorosa a las primeras de cambio. Y que cuarenta años después  Guinea Ecuatorial sigue siendo uno de los regímenes más sangrientamente antidemocráticos del mundo.

Y  es que, no nos engañemos, en realidad Venezuela importa un comino, salvo para intentar machacar a Podemos y quitarle la alfombra y el suelo electoral que hay bajo ella. Pero de lo que deberíamos tomar nota, con independencia de nuestro voto, es de cuan zafios y ruines son quienes se presentan como defensores de las libertades venezolanas mientras aquí no han movido un dedo para acortar las desigualdades económicas y la destrucción del estado del bienestar, que es de lo que se trata de solventar en las próximas elecciones. Alto y claro, lo que en el fondo dicen los líderes del PP y Ciudadanos cuando atacan a Pablo Iglesias por ser “bolivariano” es que lo que pretende Podemos es quitar dinero a los de siempre y repartirlo de otro modo.  Y a mi me parece que muchos millones de españoles tienen muy presente que, más que seguir creciendo y recuperando la economía (para que al final acabe recayendo de nuevo y causando otro holocausto económico para las víctimas de siempre) lo que toca es repartir mejor el PIB del país.

Claro que para el PP y Ciudadanos, pretender repartir mejor la riqueza nacional es equivalente a populismo, demagogia y chavismo extremista, no sea que se les enfaden los señores de la gran banca y de las todopoderosas escuelas de negocios patrias. A lo que se ve, según los adalides de nuestro centro(?)derecha, lo único que no es demagógico es usar la cuestión venezolana para "salvar" a España del peligro rojo. Y es que los hay que los tienen como el caballo de Espartero. 

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