jueves, 2 de julio de 2015

"Grexit"

Causa perplejidad, a estas alturas del debate respecto a Grecia, que casi nadie –salvo algunos economistas objetivamente más  sensatos que los oficialistas y menos dependientes de los dogmas impartidos desde el olimpo neoliberal-  remarque el hecho señero de que el problema griego es irresoluble. Grecia debe en conjunto (sumando deuda pública, privada y de entidades financieras) algo así como 520 mil millones de euros; lo cual para un país con once millones de habitantes y un PIB estimado de unos 180 mil millones de euros, es una  desproporción tan exorbitante que sólo puede resumirse del siguiente modo: los griegos jamás podrán pagar. Todo ello con independencia de los malabarismos que quieran hacerse con los números, pues tanto la deuda total como el PIB varían en función de las fuentes consultadas, aunque en lo que todos están de acuerdo es que al menos la deuda externa total griega anda cerca de triplicar el producto interior bruto del país.
 Es decir, que los griegos ni pueden pagar, ni van a poder hacerlo en las condiciones actuales, porque sólo los intereses de esa deuda monstruosa se comen tal parte del presupuesto anual que condenan a la miseria más absoluta al pueblo heleno durante unos cuantos decenios. O siglos. O sea, ellos saben que no pueden pagar, los acreedores internacionales saben que  no pueden cobrar, y la troika sabe que no hay nada que hacer, salvo el viejo recurso que todo buen mafioso aprende casi en la cuna.
 Es simplemente una cuestión de principios del mundo del hampa: las deudas se pagan, aunque sea con la vida. Y si es preciso no se extinguen con la muerte del deudor, sino que se le cobran a sus herederos. Si se me permite la trasposición, el asunto griego es como el del jugador entrampado en sucesivas pérdidas en las carreras. El mafioso a cargo del cobro primero le aplaza el pago a cambio de elevarle el coste del préstamo, de modo que el pobre adicto se ve en la necesidad de jugar más para pagar sólo los abrumadores intereses de su deuda. En el siguiente escalón, y como la suerte no  sonríe a nuestro apostador, el mafioso pasa a la acción directa: una paliza en un callejón oscuro; o le rompe las piernas. Algo que sirva de preaviso de lo mucho más grave que sucederá a continuación.
Incapaz de saldar la deuda y ni siquiera los intereses, a nuestro desgraciado apostador a las carreras le queda el recurso de huir y esconderse de por vida, o tratar de parar el golpe como sea, pero en definitiva, cuando la deuda ya alcanza cierto nivel, la única salida aceptable  para el usurero son unos zapatos de hormigón y el fondo del río. Es una salida que al mafioso no le alcanza para gran cosa, salvo para que sirva de ejemplo a posibles imitadores: si no pagas la deuda, te acabarán volando los sesos (si antes no lo haces tú mismo en un acto final de dignidad). Sirve para mantener el corral disciplinado.
 Salvando las distancias (muy pocas), la troika es el Tony Soprano de turno, que sabe perfectamente que si Grecia se va de rositas, todo el imperio se tambalea. Y que además, saldrán después otros muchos vasallos respondones a los que costará cada vez más mantener a raya. O sea, que Grecia no puede pagar, vale, pero la troika no puede perdonarle (al menos visiblemente), y se verá en la obligación de humillarla, sojuzgarla, y si es preciso, liquidarla, antes de que se suban al carro España, Italia, Irlanda, Portugal o cualquier otro estado con el agua al cuello.
 Desde esa perspectiva -la del matonismo europeo frente a Grecia-, qué menos que solidarizarnos con nuestros amigos griegos, que las están pasando canutas. Resultan comprensibles las manifestaciones populares de apoyo al pueblo griego, que vive al límite la miseria, condenados por una crisis que se ha llevado por delante sus ilusiones y sus vidas. Pero…
 No está de más recordar que la Grecia moderna es un país inestable por definición, tanto política como económicamente, y que su existencia siempre ha dependido de su buena relación con las potencias dominantes en Europa, especialmente la Gran Bretaña, que la ayudó –y mucho- en su enfrentamiento con el imperio otomano para liberarse del yugo turco. Eso sí, la cosa tuvo un coste alarmante. De hecho Grecia tiene un historial de quiebras francamente sensacional, pero la de 1893 es especialmente significativa porque al  final el gobierno griego tuvo que pasar por la humillación de aceptar una comisión internacional para la gestión de su deuda, que venía a ser el equivalente con chaqué y bombín a los hombres de negro de hoy en día. Y de eso hace cosa de ciento veinte años, nada menos
 Así que los griegos son unos campeones del sobresalto financiero internacional, y por eso la tesitura actual ya no debería causar tanta sorpresa. Volviendo a la analogía con los Soprano, se trata del jugador que después de tener un buen número de tropiezos casi definitivos, consigue salvarse en el último momento, y luego vuelve a las andadas. Y además cuando vuelve al juego, lo hace con trampas y engaños, de la mano de una institución bastante siniestra del mundo financiero, llamado Goldman Sachs, que le ayuda a maquillar todos los datos de sus cuentas, para que Tony el Gordo no descubra que –por enésima vez- el apostador tiene los bolsillos vacíos. Lo cual, si esto fuera una serie de televisión, concluiría con una muerte cruel a manos del clan Soprano, hartos ya de tanta tomadura de pelo.
 Una tomadura de pelo acreditada con suma desfachatez, como por ejemplo, el hecho de que las pensiones griegas sean en comparación muchísimo más altas que las españolas, por poner un ejemplo. Y que el sistema impositivo sea tan laxo que prácticamente paga impuestos el que quiere y con una presión impositiva real mucho más baja que la media europea. Y que la economía helénica se ha estado moviendo durante lustros a base de trampas financieras y engaños en las cuentas, públicas y privadas. Y cuando ponemos todos estos temas en la balanza, nuestra solidaridad se va resquebrajando, tanto por la contumacia y reiteración históricas que ha manifestado Grecia, como por el hecho de que allí se pusieron –mucho más que por estos pagos- a atar los perros con longanizas. Unas longanizas que ni siquiera eran suyas, sino prestadas (o hurtadas) de todos sus vecinos, España incluida.
 Visto de ese modo, nuestra solidaridad con el pueblo griego, así en general y sin delimitar responsabilidades, debe diluirse forzosamente, pues aunque es cierto que esta crisis ha beneficiado a unos pocos y se ha llevado por delante a toda la clase media helena, no es menos cierto que al momio griego se apuntaron casi todos. No es el menor de los ejemplos el que muchos jubilados con muy poca carencia y  bases de cotización artificialmente hiperinfladas, están cobrando unas pensiones que superan el tope de pensiones español, lo cual es pasmoso por insostenible. Esas mismas pensiones que la UE dice que hay que recortar, pero que los líderes políticos griegos se niegan en redondo a tocar aún a sabiendas de que todo lo que se hizo en la “década dorada” fue una barbaridad inasumible. Algo así como el padre pobre pero rumboso que le regala al niño un flamante Porsche mientras cobra del paro y de los trabajillos que va haciendo, y cuando se queda sin el paro y sólo vive de chapuzas y tiene que devolver todo lo que ha comprado a plazos, se niega en redondo a hacerlo, porque no quiere disgustar a su querido vástago. Estupendo.
 Pero, por otra parte, si sucede el temido Grexit, se abre un panorama completamente nuevo y totalmente impredecible, por más que los analistas a sueldo de los Soprano que nos gobiernan se empecinen en dibujar escenarios apocalípticos.  Y es que lo peor que podría sucederle a la troika es que Grecia saliera de la zona euro y al final la jugada le saliera bien a largo plazo, porque eso significaría que el sistema de austeridad extrema dibujando por los hombres de negro no era el dogma infalible que nos han querido hacer creer. Y eso sí que tendría un auténtico efecto contagio en otros países de la eurozona, y sobre todo perjudicaría tremendamente a los ortodoxos defensores del ultraneoliberalismo económico, doctrina que se está demostrando más rígida y momificada que el marxismo-leninismo al que vino a destronar supuestamente para siempre. Sería como  lo de Rita Barberá tras las elecciones municipales:¡Qué hostia!, ¡qué hostia!
 Algo así como si a Los Soprano se les escapara al jugador tramposo y endeudado hasta las cejas. Y que encima llegase a encontrar cobijo en una familia rival. Intolerable. Sobre todo porque el temido “Grexit” significaría un triunfo de la soberanía popular, pero sería una victoria pírrica y con muchas bajas (digámosle) civiles, y empujaría a Grecia a un escenario antieuropeo y posiblemente prorruso (por proximidad a su área de influencia), resquebrajando el bloque atlántico no sólo en lo económico, sino también en lo geostratégico. Menudo desastre.

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