viernes, 24 de julio de 2015

Un suicidio anticipado: crecimiento sostenible

Hay quien opina, al hilo de lo que comentaba en mi anterior publicación, que el catastrofismo ecológico no constituye ningún incentivo real para combatir la espiral consumista en la que se encuentra sumido occidente desde hace décadas. El argumento principal que utilizan los optiecologistas para refutar el posible cataclismo futuro es doble. Por un lado, se arguye que los avances tecnológicos nos dan mucha potencia para ir avanzando tanto ecológica como agrolimentariamente. El argumento subordinado es que el problema no es la generación de riqueza, sino el desigual y desafortunado reparto que hay de ella en el mundo actual. Y la actitud optimista se resume en una frase que bien podría ser ejemplo de un oxímoron, esa figura retórica consistente en un contradicción en sus propios términos: el crecimiento sostenible.

Sin embargo, los defensores de ambas posiciones  parten de un principio totalmente falaz, que es el del un mundo estático. Como una especie de sucesión de fotos fijas en las que no se tienen en cuenta dos factores que se contraponen, de forma contundente, al avance tecnológico y a la redistribución de la riqueza. Porque ambos se sustentan sobre tesis que no tienen en cuenta algunas variables sumamente perturbadoras.

El primer factor limitante es el relativo a la tecnología. Los avances tecnológicos siempre implican un aumento del consumo energético, y una cada vez mayor dependencia de un suministro continuo, regular y creciente de energía para satisfacer los requerimientos de una sociedad ultratecnificada. Poca gente sabe que el consumo energético mundial se ha más que duplicado desde los años setenta, y que a este ritmo las necesidades energéticas globales se verán seriamente condicionadas por la inexistencia de fuentes alternativas lo suficientemente eficientes en unas pocas décadas. Es decir, que el acceso a la energía primaria se irá encareciendo, salvo que retornemos a una política ecológicamente sucia de uso de recursos nucleares, o se produzca un avance muy significativo en las energías renovables a nivel mundial, cosa que parece poco probable debido a que son tecnologías caras de producir y que también consumen recursos naturales de forma considerable. Esta es la clásica falacia de no considerar todos los costes del proceso. Por ejemplo, cuando se habla de vehículos con motor eléctrico, que es indudablemente más eficiente que uno de gasolina, pocos se preguntan de dónde sale la electricidad que se acumula en las baterías recargables del vehículo. Porque si procede de una central de carbón o de una que consume derivados del petróleo, la ratio de la eficiencia global del proceso, la contaminación y la reducción de recursos naturales puede ser muy desfavorable. Hay que contemplar todos los procesos de forma integral y luego echar cuentas.

Estos criterios reduccionistas suelen ser la base de muchas argumentaciones optimistas sobre el futuro de la energía en el mundo. Pero si vamos a lo global, la cuestión es que una sociedad ultratecnológica tiene siempre una dependencia creciente de las fuentes de energía aunque su crecimiento económico sea cero. No digamos ya si se pretende seguir incrementando el PIB de forma continuada. Y eso es así porque cuanto más tecnológica es una sociedad, más debe luchar contra un principio físico universal de la termodinámica, aparentemenete misterioso: la entropía. Eso que para legos se suele expresar como la tendencia de todo sistema a incrementar su desorganización de forma espontánea y natural. Cuanto más pretendemos alejarnos del punto de equilibrio básico y "desorganizado", más esfuerzo hemos de aplicar para mantener al sistema en funcionamiento, es decir, más energía hemos de consumir. Y eso no hay optimismo que lo rebata.

Así que con el panorama actual, para crecer necesitamos de un consumo fantástico de energía, pero la energía, considerando los recursos terrestres de los que disponemos, es finita, incluso si adoptamos de forma masiva la utilización de las llamadas energías renovables, sobre todo si la pretensión es que sus beneficios alcancen a la mayoría de la población mundial.

Lo cual nos lleva a una segunda cuestión cuyo enfoque es bastante pueril, relativa a la cacareada redistribución de la riqueza. Porque los análisis que dicen que la Tierra es capaz de sustentar a toda su población actual gracias a los avances en tecnología agroalimentaria parten de la consideración bastante ingenua de una foto fija, en la que somos capaces ciertamente de eliminar el hambre en el mundo, pero no de ir mucho más allá. Es decir, que resulta del todo punto imposible que los siete mil millones largos de humanos coman cada día paella de marisco. La presunta redistribución se fundamenta en que haya suficiente arroz para todos, pero para una inmensa mayoría seguirá siendo arroz blanco, y la minoría privilegiada podrá seguir comiendo su paella favorita. No podremos jamás conseguir que toda la población mundial viva según los estándares siquiera de la clase  media-baja occidental por mucha redistribución que le queramos poner al asunto.

Este concepto erróneo de la foto fija omite la cuestión fundamental de que para que toda la humanidad se alimente de forma equivalente a la occidental, ni hay recursos ni hay tecnología que valga. Sencillamente porque la superficie cultivable de la Tierra es finita, y la producción de esas proteínas animales que tanto nos deleitan consume una cantidad de recursos  estremecedora. Así que bistec para todos no será jamás posible por mucho  que al amable lector le quieran convencer de lo contrario. Sin embargo, el crecimiento sostenible debería augurar un futuro en el que toda la humanidad pudiese llevar modos de vida equivalentes, aquí y en Botswana. Y a eso no se atreve ni el más osado de los voceros del optimismo ecológico.

Si a eso añadimos el summum de la temeridad argumental optiecologista, basado en un concepto tan barato pero tan insensato como el del crecimiento sostenible, al que si además del agotamiento de los recursos energéticos -que puede producirse en unas décadas o en unos siglos, pero que se producirá salvo que la Tierra pase a ser una civilización de tipo II (*) - sumamos la ilusa pretensión de seguir creciendo económicamente por la vía del mayor consumo y por el incremento demográfico, la situación final puede ser claramente implosiva en un plazo insospechadamente corto.

Así que "crecimiento sostenible" es quizá la mayor engañifa política con que le han vendido al ciudadano occidental nada más que humo: es decir, seguir creciendo hasta que la cosa reviente, siempre que parezca que se adoptan medidas eficaces para que las políticas económicas y energéticas estén orientadas a salvar el planeta. Una actitud muy típica y cínicamente política, basado en el principio de que algo hay que cambiar para que nada cambie, secundada por la no menos cínica actitud de que se las apañe como pueda el que venga arreando detrás, aunque se trate de nuestros nietos y bisnietos. 

Es un ejercicio de autoengaño creer que podemos seguir avanzando por este camino sin una drástica reducción del consumo de recursos, fundamentada en una disminución importante de las tasas de natalidad mundiales, seguida por una ruptura de la cultura del consumo como motor de la economía. Todo lo demás es juego de trileros y palabrería de charlatanes. Todo lo demás es equivalente a un suicidio colectivo eufemísticamente denominado "crecimiento sostenible".


(*) En la denominada escala de Kardashov ése es el tipo de civilización que da el salto desde el nivel del consumo energético planetario al consumo energético global de su sol,  lo cual, visto el panorama actual, no parece más probable que el hecho de que provoquemos un colapso civilizatorio.

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