jueves, 9 de julio de 2015

Democracia acorralada

La crisis griega, tan cargada de tensión y de dramáticas advertencias por parte la UE (que escenifica burdamente la típica amenaza paterna de expulsión del paraíso doméstico al hijo díscolo que no quiere seguir los pasos profesionales del horrorizado progenitor), está teniendo un efecto secundario esclarecedor y sumamente higiénico, pues está poniendo a  cada uno en su sitio respecto a lo que entiende  por estado de derecho, por democracia, e incluso lo que significa para nuestras élites un concepto tan difuso como el de ciudadanía.
 Y es que estas últimas semanas quien no les haya visto el plumero a todos nuestros preclaros líderes europeos es que es tonto de remate . Porque todas las advertencias han ido por el mismo camino. Desde un tremebundo “las urnas son peligrosas” hasta un descalificante “los referéndums no son buenos para gobernar”, pasando por lo tan manido –también a cuenta de los referéndums- de que las grandes decisiones políticas no pueden dejarse en manos del pueblo, pues para eso están los políticos profesionales democráticamente elegidos. Zapatero a tus zapatos, y el pueblo que se limite a dejarse engañar cada cuatro años y elegir a los que decidirán por todos nosotros, con su eminencia intelectual, elevadísima competencia profesional y lealtad institucional, tan por encima del populacho. La democracia directa es, según estas élites mundiales, una gilipollez carente de sentido, porque el pueblo carece de sentido de estado.
 Menos mal que luego en Davos, el buitre líder del fondo de inversión Blackrock nos aclara las cosas, afirmando que “hay que enseñar al pueblo a votar al líder correcto”. Por fin hemos visto la luz, que diría Goethe. Está bien aclarar todo esto, para saber con quién nos las hemos de ver de ahora en adelante. La conclusión no es que se esté insultando a la ciudadanía, afirmando que no tenemos ni puta idea de qué va la cosa, porque precisamente esa afirmación es bastante certera: en general los ciudadanos tienen una muy deficiente cultura política y sus decisiones no suelen ser racionales. Resulta bastante evidente que en una situación totalmente racional, en un mundo dominado por la economía, y con una economía dominada por sus vicarios en la tierra -es decir, la derecha- el pueblo siempre votaría izquierdas, porque nunca sería una decisión lógica votar a quien no defiende tus intereses. Volviendo a lo que nos acucia, el problema de este tipo de declaraciones no es que la gente carezca de conocimientos políticos. El problema es que esas afirmaciones, desde las salivosas chorradas de nuestro presidente de gobierno y demás rémoras que le acompañan hasta las del presidente de la Comisión Europea, ponen en tela de juicio la esencia de la democracia misma.
 La democracia universal, tal como ha existido hasta ahora, consiste en que todos los ciudadanos somos exactamente iguales en cuanto al ejercicio de nuestros derechos políticos. El corolario de ese principio es que mi opinión y mi voto valen lo mismo que el de cualquier otro individuo, desde el catedrático de Oxford hasta el mendigo del portal, pasando por el mendrugo del diputado de turno que sólo sabe apretar el botón que le dice su jefe de filas. Es decir, que la esencia de la democracia universal es que el voto de un idiota suma lo mismo que el de un premio nobel. Sin embargo, los ataques a los referéndums y las nada veladas formulaciones respecto a cómo hay que enseñar al pueblo a votar correctamente, son en sí mismas una declaración de guerra a la democracia tal como se ha venido formulando en el último siglo y medio. Y por diversos motivos, a cual más odioso.
En primer lugar, hemos llegado al punto de que los políticos no se contemplan a sí mismos como ciudadanos que han sido escogidos para representar los intereses del resto de la sociedad durante un tiempo determinado. Al contrario, se creen detentadores del poder por derecho propio, y están convencidos de que, una vez elegidos, tienen carta blanca para actuar conforme a los dictados de una clase dominante que –al parecer- tiene las claves del bienestar del resto de la población. En ese sentido, la ciudadanía es un estorbo, un molesto dolor de cabeza que hay que remediar cada cuatro años con la aspirina de las elecciones, para después prescindir totalmente de ella hasta la próxima jaqueca cuatrienal. Por eso también, cualquier alusión al poder real del pueblo, en forma de referéndum o iniciativa legislativa popular, les causa un shock anafiláctico en sus hipersensibles defensas contra la democracia real. Un referéndum, en efecto, es peligroso, porque puede poner en cuestión las líneas maestras gubernamentales. Y eso es del todo punto intolerable, porque sólo ellos saben lo que hay que hacer para que todo funcione correctamente. El problema es definir lo que entienden ellos por correcto, y si esa corrección representa realmente la defensa del bien común y mayoritario, o los intereses de un cártel reducido de proxenetas económicos cuya protección corre a cargo de la nunca mejor denominada Casta. En resumen, que estamos asistiendo al renacimiento de una nueva forma de despotismo ilustrado, que tiene mucho más de lo primero que de lo segundo, visto el nivel de nuestros próceres. Si Jovellanos levantara la cabeza....
 Resulta diáfanamente esclarecedor, además, que los grandes y poco conocidos líderes de los fondos de inversión que compran y venden nuestras vidas al peso, se ufanen en declarar que hay que educar al pueblo para votar al político correcto. Eso es una declaración, como pocas, de supremacía del pensamiento único: sólo hay un político correcto, y es el político centrado en las cuestiones macroeconómicas y en la defensa de los mercados, en lugar de dedicarse a defender los intereses de los votantes, es decir, de los ciudadanos. Y aquí la pirueta se acerca temerariamente al límite de lo letal, porque del pensamiento único que nos quieren imponer al partido único que nos pueda gobernar hay un paso muy corto. Lo que en el fondo proponen estos líderes económicos mundiales es la democracia de partido único, regido por criterios estrictamente economicistas. Algo así como una democracia pero sin opciones alternativas, relegadas al ámbito de las redes sociales y las tertulias de café. O sea,  se tratará de de salvar las apariencias: podremos opinar, pero no nos harán ni caso.
 Así que el problema que denuncian muchas fuerzas progresistas no es que se esté desmontando el estado del bienestar. Eso es sólo un síntoma de algo mucho más profundo y grave, porque este feroz y sostenido ataque se dirige contra la pluralidad política, y su objetivo es el fin del estado social y de derecho, y la momificación de la democracia, de la que sólo quedará el nombre y una pantomima de elecciones cada cuatro años, al estilo de aquella democracia orgánica de Franco, al servicio del glorioso y único Movimiento Nacional que tanto deben añorar muchos de nuestros líderes del PP (y de algún otro partido también, no seamos ingenuos). 
Así pues, estamos viviendo un aggiornamento del  despótico lema  “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Ahora la diferencia es que todo es contra el pueblo, y desde luego sin el pueblo, pero con la excusa de que se hace por y para el pueblo. Lo cual, bien mirado, sería para carcajearse si no fuera porque en realidad resulta pavoroso.  Pues se trata de tener a la democracia bien acorralada, lista para apuntillar.

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