No deja de ser curiosa la actitud
de los poderes públicos frente a determinados colectivos con una gran fuerza
corporativa, y el doble rasero que utilizan para justificar las restricciones
que imponen a ciertas formas de economía que han surgido al calor del
desarrollo de las redes sociales. En concreto, me refiero a esa nueva e ingeniosa alternativa a la economía
tradicional que se ha dado en llamar consumo colaborativo.
Que la economía es algo tan
dinámico como las propias sociedades es una afirmación que no debería
sorprender a nadie. En cambio, que los poderes fácticos se opongan con todas
sus fuerzas a formas no tradicionales de gestionar la economía ya resulta más curioso, especialmente porque
dicha oposición se manifiesta muy claramente cuando se trata de alternativas
que quedan al margen de los circuitos clásicos y sobre las que las grandes corporaciones
no han podido echar aún la zarpa.
Aún más relevante resulta el
hecho de que los gobiernos animen a todo hijo de vecino a participar en esa
gran estafa global que es el emprendimiento, y cuando alguna de esas ideas
novedosas y realmente emprendedoras comienza a funcionar, le hagan la
zancadilla legal so pretexto de regular un mercado antes inexistente. Porque
una cosa es regular, y otra muy distinta torpedear directamente la actividad de
los emprendedores atendiendo a intereses corporativos las más de las veces
oscuros, y casi siempre sintomáticos de un total inmovilismo respecto a
cualquier modificación de cualquier “sistema” económico que no hayan propugnado
ellos en primer lugar.
Una de las primeras consecuencias
de la gran crisis económica que vivimos es la del surgimiento de transacciones
económicas “peer to peer”, bien de tipo directo (yo te presto este servicio y
tú me prestas otro servicio que necesito), o bien intermediadas por una
plataforma que conecta a los interesados y bien les cobra un precio o lo hace
gratuitamente a cambio de publicidad o de esa otra mina de oro que consiste en
el “big data” que se obtiene comerciando con los datos personales y de
navegación de los usuarios.
Esas transacciones P2P
constituyen una fuerza económica emergente de una importancia cada vez más
significativa, y casi todas ellas se pueden englobar en el concepto de consumo
colaborativo o economía colaborativa. El problema es que a las fuerzas
económicas tradicionales, así como a los poderes públicos, esa economía “entre
pares” no les gusta en absoluto, porque les quita clientela, les recorta
beneficios y permite mucha más flexibilidad al usuario, que no está sometido a
las rigideces de los modelos económicos tradicionales.
La contradicción es evidente, no
sólo porque tenemos una sociedad desgarrada verticalmente (hasta el punto de que ya no podemos hablar
de enfrentamiento entre derechas e izquierdas, que se ha sustituido por
concepciones sociales u políticas radicalmente diferenciadas entre una sociedad
de arriba y otra de abajo) que está divergiendo cada vez más en
sus modelos sociopolíticos y económicos; sino porque tenemos a la sociedad “up”
exigiéndonos que nos adaptemos a los nuevos tiempos de movilidad laboral
extrema, precariedad y continua reconversión de la fuerza laboral; mientras que
por otra parte, cuando la sociedad “down” inventa nuevas formas de
susbsistencia, se ponen todas las trabas posibles aludiendo a que son formas de
economía no reguladas, si noi fraudulentas, y que perjudican a los sectores
tradicionales. Donde tradicional lleva parejo el adjetivo de inmovilista.
Para recurrir a un ejemplo,
tenemos cómo la ofimatización supuso ya hace años una gran revolución en los
servicios administrativos que impulsó una reconversión brutal de la fuerza
laboral administrativa y la pérdida de muchísimos puestos de trabajo gracias a
la gran eficiencia y velocidad que supone el uso intensivo de la informática en
la oficina. A ese tipo de modificaciones los poderes económicos tradicionales
no se han opuesto nunca, por más que envíen al desempleo a millones de
trabajadores, sencillamente porque su uso beneficia a sus cuentas y permiten
repartír más dividendo entre los accionistas.
Sin embargo, cualquier
competencia que surja de la creatividad de grupos no tradicionales es percibida
sistemáticamente no como una oportunidad, sino como una amenaza. Entonces las
fuerzas vivas del sistema ponen en
marcha toda su maquinaria para tratar de detener a los osados que se aventuran
a disputarles parte del pastel por medios alternativos. Ese doble
lenguaje, el “adáptate a los nuevos tiempos” que exigen a los asalariados, pero
también el “retírate de mi territorio” a los advenedizos que llegan con ideas
frescas, es una muestra más de esa esquizofrenia social y política en la que se
mueve el mundo actualmente, y que cada vez nos acerca más a un escenario de
ciencia ficción en el que una gran masa de la sociedad “down” empezará a operar
al margen de los cauces reglados y
dirigidos por los dirigentes de la sociedad “up”. Lo cual favorecerá, gracias a
la ceguera e inmovilismo de los dirigentes económicos, que la economía
sumergida crezca en las próximas décadas, en vez de ir disminuyendo.
Las transacciones de contenido económico P2P, que han conocido
su auge gracias a internet y la explosión de las redes sociales, serán
incontrolables por muchos esfuerzos que se dediquen a erradicarlas. Como
ejemplo, basta recordar que la lucha por evitar la descarga de contenidos
musicales o cinematográficos en internet está tan plagada de presuntos éxitos mediáticos
como de obvios fracasos diarios. El control de
la red es lo más parecido a tratar de pescar sardinas con redes para atunes. Y
lo peor de todo es que los reguladores económicos saben perfectamente que
construir una red mundial para pescar sardinitas es no sólo antieconómico, sino
imposible, salvo que se implante un estado policial en internet.
Así que el error de los grandes
grupos hoteleros está en tratar de hundir Airbnb, la plataforma más exitosa de
alquiler de alojamiento turístico P2P. Y lo mismo ocurre con los taxistas respecto a Uber o
Blablacar. Colectivos vociferantes exigiendo la amputación de las cabezas de una
hidra, en vez de intentar adaptarse a los tiempos que corren, ser más
competitivos y ofrecer servicios diferenciados que atraigan más a los clientes
potenciales.
De hecho, la tan cacareada
competitividad se basa en eso, no en tener mercados cautivos, que es lo que
pretenden los taxistas, un colectivo que no despierta ninguna simpatía entre el
ciudadano común y que además se está retratando como lo que ya muchos intuían:
retrógrado, corporativista y sobre todo, agarrado a la ubre de un modelo de
negocio protegido por los políticos municipales de todo pelo. Algo que en Europa resulta especialmente
patético y que pone de manifiesto que la economía norteamericana, pese a todos
sus defectos, es infinitamente más dinámica y tolerante con las nuevas formas
de explotar nichos económicos tradicionales, permitiendo que la creatividad sea
mucho mayor allende el Atlántico que en las tranquilas orillas de esta Europa
burocrática y gremial.
Las estructuras gremiales son
tremendamente dañinas para la dinamización de la economía, porque los
principios de adaptación y competitividad quedan diluidos en la salsa de una
regulación proteccionista que carece de sentido las más de las veces.
Sencillamente, el servicio de taxi tradicional tendrá que irse modificando,
especializando y ofreciendo mayor valor añadido, en lugar de limitarse a ofrecernos el tópico de un
impertinente conductor mascando un mondadientes y con la radio a todo volumen.
Igual vale para el gremio de hoteleros, mucho más poderoso pero igual de rancio y
retrógrado, que debería tomar nota de empresas como Airbnb para tratar de
adaptarse a los tiempos que corren y facilitar las cosas a los clientes, en
lugar de guerrear por mantener un mercado turístico cautivo como si eso fuera la
cosa más natural del mundo.
Si así fuera, por poner un último
ejemplo, los comerciantes de servicios fotográficos se hubieran rebelado hace
años ante la aparición de las tecnologías digitales y hubieran exigido su
prohibición so pretexto de que el usuario podía prescindir de sus servicios y
gestionar sus fotos directamente en casa. Semejante idea se antoja ridícula a
cualquier persona con un mínimo de entendimiento y racionalidad, y precisamente
por eso, el sector fotográfico tradicional acometió una reconversión drástica
hacia servicios paralelos de mayor valor añadido. Es cierto que trajo consigo
el cierre de muchos establecimientos, pero no podía hacerse otra cosa. En eso
consiste la evolución de las sociedades, muchas veces convulsa.
Porque una cosa es la protección
de los trabajadores, y otra distinta es blindar el sistema económico de tal
modo que Europa parezca un inmenso feudo medieval.
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