miércoles, 2 de julio de 2014

Gremialismo medieval

No deja de ser curiosa la actitud de los poderes públicos frente a determinados colectivos con una gran fuerza corporativa, y el doble rasero que utilizan para justificar las restricciones que imponen a ciertas formas de economía que han surgido al calor del desarrollo de las redes sociales. En concreto, me refiero a esa nueva  e ingeniosa alternativa a la economía tradicional que se ha dado en llamar consumo colaborativo.

Que la economía es algo tan dinámico como las propias sociedades es una afirmación que no debería sorprender a nadie. En cambio, que los poderes fácticos se opongan con todas sus fuerzas a formas no tradicionales de gestionar la economía  ya resulta más curioso, especialmente porque dicha oposición se manifiesta muy claramente cuando se trata de alternativas que quedan al margen de los circuitos clásicos y sobre las que las grandes corporaciones no han podido echar aún la zarpa.

Aún más relevante resulta el hecho de que los gobiernos animen a todo hijo de vecino a participar en esa gran estafa global que es el emprendimiento, y cuando alguna de esas ideas novedosas y realmente emprendedoras comienza a funcionar, le hagan la zancadilla legal so pretexto de regular un mercado antes inexistente. Porque una cosa es regular, y otra muy distinta torpedear directamente la actividad de los emprendedores atendiendo a intereses corporativos las más de las veces oscuros, y casi siempre sintomáticos de un total inmovilismo respecto a cualquier modificación de cualquier  “sistema” económico que no hayan propugnado ellos en primer lugar.

Una de las primeras consecuencias de la gran crisis económica que vivimos es la del surgimiento de transacciones económicas “peer to peer”, bien de tipo directo (yo te presto este servicio y tú me prestas otro servicio que necesito), o bien intermediadas por una plataforma que conecta a los interesados y bien les cobra un precio o lo hace gratuitamente a cambio de publicidad o de esa otra mina de oro que consiste en el “big data” que se obtiene comerciando con los datos personales y de navegación de los usuarios.

Esas transacciones P2P constituyen una fuerza económica emergente de una importancia cada vez más significativa, y casi todas ellas se pueden englobar en el concepto de consumo colaborativo o economía colaborativa. El problema es que a las fuerzas económicas tradicionales, así como a los poderes públicos, esa economía “entre pares” no les gusta en absoluto, porque les quita clientela, les recorta beneficios y permite mucha más flexibilidad al usuario, que no está sometido a las rigideces de los modelos económicos tradicionales.

La contradicción es evidente, no sólo porque tenemos una sociedad desgarrada verticalmente  (hasta el punto de que ya no podemos hablar de enfrentamiento entre derechas e izquierdas, que se ha sustituido por concepciones sociales u políticas radicalmente diferenciadas entre una sociedad de  arriba y otra de  abajo) que está divergiendo cada vez más en sus modelos sociopolíticos y económicos; sino porque tenemos a la sociedad “up” exigiéndonos que nos adaptemos a los nuevos tiempos de movilidad laboral extrema, precariedad y continua reconversión de la fuerza laboral; mientras que por otra parte, cuando la sociedad “down” inventa nuevas formas de susbsistencia, se ponen todas las trabas posibles aludiendo a que son formas de economía no reguladas, si noi fraudulentas, y que perjudican a los sectores tradicionales. Donde tradicional lleva parejo el adjetivo de inmovilista.

Para recurrir a un ejemplo, tenemos cómo la ofimatización supuso ya hace años una gran revolución en los servicios administrativos que impulsó una reconversión brutal de la fuerza laboral administrativa y la pérdida de muchísimos puestos de trabajo gracias a la gran eficiencia y velocidad que supone el uso intensivo de la informática en la oficina. A ese tipo de modificaciones los poderes económicos tradicionales no se han opuesto nunca, por más que envíen al desempleo a millones de trabajadores, sencillamente porque su uso beneficia a sus cuentas y permiten repartír más dividendo entre los accionistas.

Sin embargo, cualquier competencia que surja de la creatividad de grupos no tradicionales es percibida sistemáticamente no como una oportunidad, sino como una amenaza. Entonces las fuerzas vivas del sistema  ponen en marcha toda su maquinaria para tratar de detener a los osados que se aventuran a disputarles parte del pastel por medios alternativos. Ese doble lenguaje, el “adáptate a los nuevos tiempos” que exigen a los asalariados, pero también el “retírate de mi territorio” a los advenedizos que llegan con ideas frescas, es una muestra más de esa esquizofrenia social y política en la que se mueve el mundo actualmente, y que cada vez nos acerca más a un escenario de ciencia ficción en el que una gran masa de la sociedad “down” empezará a operar al margen  de los cauces reglados y dirigidos por los dirigentes de la sociedad “up”. Lo cual favorecerá, gracias a la ceguera e inmovilismo de los dirigentes económicos, que la economía sumergida crezca en las próximas décadas, en vez de ir disminuyendo.

Las transacciones  de contenido económico P2P, que han conocido su auge gracias a internet y la explosión de las redes sociales, serán incontrolables por muchos esfuerzos que se dediquen a erradicarlas. Como ejemplo, basta recordar que la lucha por evitar la descarga de contenidos musicales o cinematográficos en internet está tan plagada de presuntos éxitos mediáticos como de obvios fracasos diarios.  El control de la red es lo más parecido a tratar de pescar sardinas con redes para atunes. Y lo peor de todo es que los reguladores económicos saben perfectamente que construir una red mundial para pescar sardinitas es no sólo antieconómico, sino imposible, salvo que se implante un estado policial en internet.

Así que el error de los grandes grupos hoteleros está en tratar de hundir Airbnb, la plataforma más exitosa de alquiler de alojamiento turístico P2P. Y lo mismo ocurre con los taxistas respecto a Uber o Blablacar. Colectivos vociferantes exigiendo la amputación de las cabezas de una hidra, en vez de intentar adaptarse a los tiempos que corren, ser más competitivos y ofrecer servicios diferenciados que atraigan más a los clientes potenciales.

De hecho, la tan cacareada competitividad se basa en eso, no en tener mercados cautivos, que es lo que pretenden los taxistas, un colectivo que no despierta ninguna simpatía entre el ciudadano común y que además se está retratando como lo que ya muchos intuían: retrógrado, corporativista y sobre todo, agarrado a la ubre de un modelo de negocio protegido por los políticos municipales de todo pelo.  Algo que en Europa resulta especialmente patético y que pone de manifiesto que la economía norteamericana, pese a todos sus defectos, es infinitamente más dinámica y tolerante con las nuevas formas de explotar nichos económicos tradicionales, permitiendo que la creatividad sea mucho mayor allende el Atlántico que en las tranquilas orillas de esta Europa burocrática y gremial.

Las estructuras gremiales son tremendamente dañinas para la dinamización de la economía, porque los principios de adaptación y competitividad quedan diluidos en la salsa de una regulación proteccionista que carece de sentido las más de las veces. Sencillamente, el servicio de taxi tradicional tendrá que irse modificando, especializando y ofreciendo mayor valor añadido, en lugar de limitarse a ofrecernos el tópico de un impertinente conductor mascando un mondadientes y con la radio a todo volumen. Igual vale para el gremio de hoteleros, mucho más poderoso pero igual de rancio y retrógrado, que debería tomar nota de empresas como Airbnb para tratar de adaptarse a los tiempos que corren y facilitar las cosas a los clientes, en lugar de guerrear por mantener un mercado turístico cautivo como si eso fuera la cosa más natural del  mundo.

Si así fuera, por poner un último ejemplo, los comerciantes de servicios fotográficos se hubieran rebelado hace años ante la aparición de las tecnologías digitales y hubieran exigido su prohibición so pretexto de que el usuario podía prescindir de sus servicios y gestionar sus fotos directamente en casa. Semejante idea se antoja ridícula a cualquier persona con un mínimo de entendimiento y racionalidad, y precisamente por eso, el sector fotográfico tradicional acometió una reconversión drástica hacia servicios paralelos de mayor valor añadido. Es cierto que trajo consigo el cierre de muchos establecimientos, pero no podía hacerse otra cosa. En eso consiste la evolución de las sociedades, muchas veces convulsa.


Porque una cosa es la protección de los trabajadores, y otra distinta es blindar el sistema económico de tal modo que Europa parezca un inmenso feudo medieval.

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