miércoles, 23 de julio de 2014

Las canas de Obama

Cuesta un enorme trabajo no sucumbir  a la indignación que estos días le embarga a uno al comparar –si es que existe comparación posible- el trato que están dispensando los Estados Unidos y las potencias europeas a la masacre de civiles en Gaza frente a la situación en Ucrania y el acoso a Rusia y los rusoucranianos. Especial vergüenza se siente cuando uno de los principales protagonistas de este desatino de alta política internacional es el otrora bien considerado Obama, cuya catadura moral actual yace cual rastrojo en el desierto gracias a sus salidas de tono y su esperpéntica animadversión contra el enemigo imaginario en que han convertido a Rusia, a falta de nadie mejor contra quien dirigir la artillería de las sanciones económicas, ya que con China no se atreven ni de lejos. (no deja de ser significativo que reciba a un trato exquisito un estado bastante más autoritario que el ruso y que lleva ocupando el Tibet desde nada menos que 1959, sin que a Obama y demás adláteres les tiemble la mano que estrechan con los mandarines del partido comunista chino con quienes América está en deuda por us compra masiva de deuda pública).

Porque hay que tener desfachatez para acusar y acosar sistemáticamente a Rusia con el tema de Ucrania –un asunto que las gentes con dos dedos de frente ya zanjaron tiempo ha, y muy claramente, en el sentido de que ese jaleo lo comenzaron los revoltosos ucranianos que depusieron a un gobierno legítimo aunque desagradable, para poner en su lugar  a una panda de mafiosos y neonazis al servicio del capitalismo amigo de occidente- mientras que por otro lado, el eterno aliado israelí se dedica a exterminar palestinos civiles en el campo de concentración más o menos desdibujado que es la franja de Gaza, en la que periódicamente irrumpen a tiro limpio como el que va a cazar venados al coto de caza para darse un gusto a cuenta de mujeres, niños y ancianos.

Y es que además, la indignación sube de tono cuando uno se aferra siquiera a los datos puramente cuantitativos. Es entonces cuando el europeíto de a pie se percata de que pese  a que las víctimas en Gaza duplican o triplican a las del avión de las líneas aéreas malasias (y subiendo), resulta más que obvio que para nuestros gendarmes de occidente que  las vidas de un par de cientos de holandeses son mucho más valiosas que las de mil palestinos, y que el tono que emplean en su discurso, establece de forma determinante que en este occidente tan democrático, lo fundamental siguen siendo las castas, la sangre y los lugares de nacimiento, además del dinero, of course.

Y lo más triste es que esa política asimétrica, la de cerrar los ojos ante las atrocidades de Israel y machacar día sí y día también a Rusia por apoyar a gente de origen ruso en Ucrania la practique con total desenfado un “fucking nigger” de aquellos que hace un par de siglos se pasarían el día recibiendo latigazos en la plantación de algodón de algún magnate de Louisiana. Debe ser que el salón oval se la ha subido al terrado y el espejo en el que se mira le debe devolver una imagen de rostro pálido que le impide recordar sus orígenes y los de su raza afroamericana, durante tanto  tiempo despreciada, vilipendiada, y machacada por otros que, como Israel con los palestinos de hoy en día, se creían con todo el derecho natural y divino para erradicar cualquier ansia de libertad de aquellos malditos (en su opinión) esclavos negros.

En resumen, que es el colmo del oprobio pertenecer a una cultura occidental, que con total cinismo rinde pleitesía a los asesinos de civiles del próximo oriente, sin ni siquiera la más mínima sombra de crítica; y en cambio pretende someter a los eslavos del este de Europa al diktat de la conveniencia de las superpotencias económicas que consideran la Europa del Este(y muy especialmente Ucrania) el nuevo patio trasero del imperio donde llevar a cabo sus sucios negocios de toda la vida, como en su momento los Estados Unidos jugaron la sucia baza del terrorismo de estado en Centroamérica para servir a los intereses de sus multinacionales, importándoles bien poco los miles  de asesinatos de paisanos hondureños, guatemaltecos, salvadoreños  o nicaragüenses y menospreciando sus derechos elementales, como menosprecian hoy en día a los rusos de Ucrania y a quienes, como Putin, velan no sólo por sus intereses, sino por los interese estratégicos de Rusia en la región, exactamente igual que han hecho desde tiempo inmemorial, los Esbirros Unidos de América.

Y no se confunda el personal, Putin es un personaje de mucho cuidado, pero no menos que el finísimo Obama. Al menos al primero se le ha visto venir siempre y siempre ha dejado claro que desea recomponer la influencia de Rusia en el este de Europa, mientras que el discurso pseudoprogre del segundo encierra, como siempre suele suceder, demasiadas zonas de penumbra. Y que se resume en un peligroso barrer para los intereses de los lobbies que tienen cercados a Washington y Bruselas por igual. O sea, que en última instancia, el negro inquilino de la Casa Blanca es como todos los anteriores: su prioridad no son las vidas humanas, sino las bazas económicas y geoestratégicas de esta partida mundial de cartas en la que los ciudadanos nos vemos obligados a participar con unos tahúres desaprensivos.

Por ese motivo, jamás censurarán, siquiera con un mohín de reproche, las barbaridades que Netanyahu pueda cometer en sus territorios de caza y distracción. Como los “Predators” de la saga cinematográfica, los militares israelíes van a jugar a la caza de cabezas palestinas en el cortijo que tienen montado en Gaza ante la indiferencia atroz de las cancillerías europeas y americanas, que encima apelan al derecho judío a una autodefensa que resulta insultante, por lo desproporcionada, pero sobre todo porque  los rusos de Donetsk, martiilleados por la artillería ucraniana, no parecen gozar del mismo derecho. Y no digamos de la misma simpatía.  Y es que, por supuesto, éstos rusos son unos mindundis de mierda, que nada aportan a la faltriquera neoliberal; mientras que los judíos son los controladores de gran parte del juego financiero mundial. Una vergüenza con nombres y apellidos. Una vergüenza de la que además, nos hacen partícipes y cómplices cada mediodía en los noticiarios, sin que tengamos el valor de salir a la calle a proclamar que ya basta de manipulaciones y de mentiras.

Porque este Obama en su segundo mandato está resultando como esos ciclistas a los que el Tour  de Francia les resulta demasiado largo. EL semblante largo, las ojeras prominentes, la sonrisa casi ausente, la frescura desaparecida. El “Yes, we can” ha demostrado ser sólo un eslogan que con el tiempo en el poder se ha diluido. A cambio de un segundo mandato, el presidente Obama se ha rendido a los poderes ocultos de Washington y emplea el mismo tono beligerante, faltón  e hipócrita que empleaba el anterior inquilino de la Casa Blanca. Como si la disgregación de su programa pudiera cimentarse con un discurso belicista dirigido hacia un viejo enemigo que ya no lo es, pero que conviene aupar a esa categoría para aglutinar de nuevo el viejo imperialismo americano.  Y  satisfacer de paso a los sectores más retrógrados de la sociedad estadounidense, que son amplios, variados y poderosos.


Las canas que ahora muestra Obama en público no son las canas de la sabiduría, la reflexión y la ecuanimidad, sino un signo de amargo envejecimiento, de consunción de un  proyecto fracasado. Las canas de Obama son las del fracaso de la apuesta por una auténtica democracia mundial. Y con ellas y con nuestra resignación se acaba otra esperanza de hacer un mundo mejor, más igualitario. Donde rusos e israelíes reciban el mismo trato, para empezar. Donde todas las vidas tengan el mismo valor, sean palestinas u holandesas.

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