Cuesta un enorme trabajo no
sucumbir a la indignación que estos días
le embarga a uno al comparar –si es que existe comparación posible- el trato
que están dispensando los Estados Unidos y las potencias europeas a la masacre
de civiles en Gaza frente a la situación en Ucrania y el acoso a Rusia y los
rusoucranianos. Especial vergüenza se siente cuando uno de los principales
protagonistas de este desatino de alta política internacional es el otrora bien
considerado Obama, cuya catadura moral actual yace cual rastrojo en el desierto
gracias a sus salidas de tono y su esperpéntica animadversión contra el enemigo
imaginario en que han convertido a Rusia, a falta de nadie mejor contra quien
dirigir la artillería de las sanciones económicas, ya que con China no se
atreven ni de lejos. (no deja de ser significativo que reciba a un trato
exquisito un estado bastante más autoritario que el ruso y que lleva ocupando
el Tibet desde nada menos que 1959, sin que a Obama y demás adláteres les
tiemble la mano que estrechan con los mandarines del partido comunista chino
con quienes América está en deuda por us compra masiva de deuda pública).
Porque hay que tener desfachatez
para acusar y acosar sistemáticamente a Rusia con el tema de Ucrania –un asunto
que las gentes con dos dedos de frente ya zanjaron tiempo ha, y muy claramente,
en el sentido de que ese jaleo lo comenzaron los revoltosos ucranianos que depusieron
a un gobierno legítimo aunque desagradable, para poner en su lugar a una panda de mafiosos y neonazis al
servicio del capitalismo amigo de occidente- mientras que por otro lado, el
eterno aliado israelí se dedica a exterminar palestinos civiles en el campo de
concentración más o menos desdibujado que es la franja de Gaza, en la que
periódicamente irrumpen a tiro limpio como el que va a cazar venados al coto de
caza para darse un gusto a cuenta de mujeres, niños y ancianos.
Y es que además, la indignación
sube de tono cuando uno se aferra siquiera a los datos puramente cuantitativos.
Es entonces cuando el europeíto de a pie se percata de que pese a que las víctimas en Gaza duplican o
triplican a las del avión de las líneas aéreas malasias (y subiendo), resulta
más que obvio que para nuestros gendarmes de occidente que las vidas de un par de cientos de holandeses
son mucho más valiosas que las de mil palestinos, y que el tono que emplean en
su discurso, establece de forma determinante que en este occidente tan
democrático, lo fundamental siguen siendo las castas, la sangre y los lugares
de nacimiento, además del dinero, of course.
Y lo más triste es que esa
política asimétrica, la de cerrar los ojos ante las atrocidades de Israel y
machacar día sí y día también a Rusia por apoyar a gente de origen ruso en
Ucrania la practique con total desenfado un “fucking
nigger” de aquellos que hace un par de siglos se pasarían el día recibiendo
latigazos en la plantación de algodón de algún magnate de Louisiana. Debe ser
que el salón oval se la ha subido al terrado y el espejo en el que se mira le
debe devolver una imagen de rostro pálido que le impide recordar sus orígenes y
los de su raza afroamericana, durante tanto tiempo despreciada, vilipendiada, y machacada
por otros que, como Israel con los palestinos de hoy en día, se creían con todo
el derecho natural y divino para erradicar cualquier ansia de libertad de
aquellos malditos (en su opinión) esclavos negros.
En resumen, que es el colmo del
oprobio pertenecer a una cultura occidental, que con total cinismo rinde
pleitesía a los asesinos de civiles del próximo oriente, sin ni siquiera la más
mínima sombra de crítica; y en cambio pretende someter a los eslavos del este
de Europa al diktat de la
conveniencia de las superpotencias económicas que consideran la Europa del
Este(y muy especialmente Ucrania) el nuevo patio trasero del imperio donde
llevar a cabo sus sucios negocios de toda la vida, como en su momento los
Estados Unidos jugaron la sucia baza del terrorismo de estado en Centroamérica para
servir a los intereses de sus multinacionales, importándoles bien poco los
miles de asesinatos de paisanos
hondureños, guatemaltecos, salvadoreños
o nicaragüenses y menospreciando sus derechos elementales, como
menosprecian hoy en día a los rusos de Ucrania y a quienes, como Putin, velan
no sólo por sus intereses, sino por los interese estratégicos de Rusia en la
región, exactamente igual que han hecho desde tiempo inmemorial, los Esbirros Unidos de América.
Y no se confunda el personal,
Putin es un personaje de mucho cuidado, pero no menos que el finísimo Obama. Al
menos al primero se le ha visto venir siempre y siempre ha dejado claro que
desea recomponer la influencia de Rusia en el este de Europa, mientras que el
discurso pseudoprogre del segundo encierra, como siempre suele suceder,
demasiadas zonas de penumbra. Y que se resume en un peligroso barrer para los
intereses de los lobbies que tienen cercados a Washington y Bruselas por igual.
O sea, que en última instancia, el negro inquilino de la Casa Blanca es como
todos los anteriores: su prioridad no son las vidas humanas, sino las bazas
económicas y geoestratégicas de esta partida mundial de cartas en la que los
ciudadanos nos vemos obligados a participar con unos tahúres desaprensivos.
Por ese motivo, jamás censurarán,
siquiera con un mohín de reproche, las barbaridades que Netanyahu pueda cometer
en sus territorios de caza y distracción. Como los “Predators” de la saga
cinematográfica, los militares israelíes van a jugar a la caza de cabezas
palestinas en el cortijo que tienen montado en Gaza ante la indiferencia atroz
de las cancillerías europeas y americanas, que encima apelan al derecho judío a
una autodefensa que resulta insultante, por lo desproporcionada, pero sobre
todo porque los rusos de Donetsk,
martiilleados por la artillería ucraniana, no parecen gozar del mismo derecho. Y
no digamos de la misma simpatía. Y es
que, por supuesto, éstos rusos son unos mindundis de mierda, que nada aportan a
la faltriquera neoliberal; mientras que los judíos son los controladores de
gran parte del juego financiero mundial. Una vergüenza con nombres y apellidos.
Una vergüenza de la que además, nos hacen partícipes y cómplices cada mediodía
en los noticiarios, sin que tengamos el valor de salir a la calle a proclamar
que ya basta de manipulaciones y de mentiras.
Porque este Obama en su segundo
mandato está resultando como esos ciclistas a los que el Tour de Francia les resulta demasiado largo. EL
semblante largo, las ojeras prominentes, la sonrisa casi ausente, la frescura
desaparecida. El “Yes, we can” ha demostrado ser sólo un eslogan que con el
tiempo en el poder se ha diluido. A cambio de un segundo mandato, el presidente
Obama se ha rendido a los poderes ocultos de Washington y emplea el mismo tono
beligerante, faltón e hipócrita que
empleaba el anterior inquilino de la Casa Blanca. Como si la disgregación de su
programa pudiera cimentarse con un discurso belicista dirigido hacia un viejo
enemigo que ya no lo es, pero que conviene aupar a esa categoría para aglutinar
de nuevo el viejo imperialismo americano. Y satisfacer de paso a los sectores más retrógrados
de la sociedad estadounidense, que son amplios, variados y poderosos.
Las canas que ahora muestra Obama
en público no son las canas de la sabiduría, la reflexión y la ecuanimidad,
sino un signo de amargo envejecimiento, de consunción de un proyecto fracasado. Las canas de Obama son
las del fracaso de la apuesta por una auténtica democracia mundial. Y con ellas
y con nuestra resignación se acaba otra esperanza de hacer un mundo mejor, más
igualitario. Donde rusos e israelíes reciban el mismo trato, para empezar.
Donde todas las vidas tengan el mismo valor, sean palestinas u holandesas.
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