miércoles, 9 de julio de 2014

Gowex y la alquimia

Semana muy movida por el desastre de Gowex, uno más de los que vienen asolando la economía y del que ya se han escrito tantas justificaciones que no merece la pena entrar en más explicaciones, todas ellas parciales, sesgadas y, en mi opinión, muy alejadas de acertar en la diana de las causas profundas de este tipo de cataclismos. 

La cuestión es que tenemos por un lado, una empresa estrella del parquet bursátil secundario, con una capitalización que se acercaba a los setecientos millones de euros, y que en realidad resulta ser un farol de principio a fin. Tras la constatación de la debacle, unos acusan a la frivolidad de los inversores, otros a la falta de mecanismos de control, y otros más a la desvergüenza de algunos empresarios dispuestos a todo con tal de conseguir dinero.

A todos se los puede dar la razón, pero sólo parcialmente, porque la cuestión de fondo no radica que Jenaro García engañase a todo el mundo, ni que la empresa auditora se quedara fuera de juego, ni siquiera que los inversores,  llevados por su codicia, pusieran su dinero en riesgo sin verificar la situación real de la empresa. La cuestión de fondo es mucho más sutil y mucho más profunda. También infinitamente más grave.

Tras los panegíricos laudatorios de la prensa generalista y especializada (sólo hay que ver las páginas centrales de los suplementos de economía de ABC o de Expansión del 2013 para enrojecer de vergüenza); tras los premios nacionales e internacionales otorgados a Gowex recientemente (recuerden a nuestro presidente Rajoy entregando el premio Sart-Ex a Gowex este mismo año, o a la Unión Europea otorgándole el galardón a la mejor nueva empresa); tras el sinfín de subvenciones y créditos públicos recibidos en detrimento de otras iniciativas menos osadas, y desde luego, menos fraudulentas, se esconde un síntoma de una enfermedad mucho más grave.

Una patología que arranca de muchos años atrás,  y que ha conseguido encandilar a casi todo el mundo, pero especialmente a inversores, financieros y políticos. Una enfermedad que muy pocos han tenido la valentía de denunciar, porque el mundo oficial niega su existencia. Peor que eso, el mundo oficial afirma que esa terrible plaga no sólo no existe, sino que es un gran beneficio para la humanidad y constituye la cúspide las ciencias sociales.

Soy un ferviente seguidor de Nassim Taleb y otros execonomistas que llevan años denunciando las mentiras sobre las que se asienta la presunta ciencia económica. Personas que se han forjado en el mundo de las finanzas y que se han hartado de demostrar que lo impredecible sucede con mucha mayor frecuencia de la esperada en el mundo económico, y que por tanto, cualquier reduccionismo a formulismos matemáticos es algo que queda muy bonito de ver, pero que tiene muy poca sustancia.

Sin embargo, millones de personas por lo demás con una cultura notable, se empeñan en seguir los dictados de los economistas de moda del mismo modo en que las marujas domésticas siguen el horóscopo de las revistas de vanidades. Y con la misma fe chusca pero reconsagrada en que se asientan la mayoría de los dogmatismos, y especialmente los referentes a la economía.

Uno está tentado de afirmar directamente que los economistas no tienen ni puta idea de lo que hablan, y revisten este desconocimiento con montones de ecuaciones y gráficos que sólo sirven para predecir el pasado,pero que jamás aciertan el futuro.Charlatanes de traje y corbata y muy buen sueldo. Como si no hubiéramos tenido suficiente con la Gran Recesión en la que vivimos, los hay que se empeñan en mantener su fe incólume en los sabios de la tribu, que como ya dije en otra ocasión, tienen de sabios lo que el chamán tiene de médico.

El problema en la economía es que hay unos cuantos gurús y unas cuantas escuelas de negocios cuya palabra vale para que todo el mundo asuma sus especulaciones como verdades inquebrantables. Algo así como oráculos de Delfos, pero en versión tablet y smartphone. Y otros muchos que a la que abren las páginas salmón de la prensa económica, sufren una especie de daltonismo en su juicio crítico, que queda teñido de un indeleble sepia monocolor, por más tonterías que diga el columnista de turno.

Esta falta de sentido crítico que se aprecia simplemente hojeando la prensa económica especializada, que actúa de forma sincrónica aupando o hundiendo expectativas empresariales, elogiando o desautorizando iniciativas sin más fundamento que la siempre escasa información auténticamente contrastada que se facilita a los inversores, es uno de los mayores puntos de contacto de la economía con las todas las falsas ciencias, desde la astrología hasta las pseudociencias "new age" cuyos cimientos se hunden en la credulidad de las masas.

Pensar que un señor con dinero es un señor culto y con juicio crítico es no haber visto jamás a Jesús Gil y sus secuaces en acción. La equiparación entre poder económico e inteligencia es tan frívola como incorrecta. Yendo un paso más allá, pensar, a pies juntillas, que un doctor en economía (solo la asociación de "doctor" con "economía" es para  poner los pelos de punta) es un individuo con una omnisciencia económica global y con unas dotes casi mágicas para darnos lecciones sobe cómo invertir nuestro dinero, y más si se trata de invertir en la bolsa, es para morirse de risa.

Sin embargo, no es de risa, si no de llanto, que nuestros dirigentes político-económicos sigan la doctrina económica  como el que sigue el horóscopo del día. Y es por esa razón que otorgan premios, menciones y condecoraciones a destajo, a individuos y empresas que poco después estafan a un montón de inversores, caen en la quiebra y de paso se van, literalmente, a hacer puñetas con todos sus empleados, sin que nadie, absolutamente nadie, les hubiera advertido del más mínimo peligro.

Así pues, lo que falla no son los mecanismos reguladores y de control, sino la propia percepción de que la economía es algo infalible (una creencia que, al parecer, sólo comparten las clases dirigentes). Y que lo que falla no son sus recetas y predicciones, sus métodos y sistemas, sino las personas que la usan. Algo tan atrozmente falso como suponer que la alquimia es una ciencia exacta y sólo falla porque los  alquimistas no son buenos en su profesión.

Porque en definitiva, la cuestión de fondo con los desastres económicos como el de Gowex y muchos más que están por venir, es que la economía es como la alquimia, una especie de derivación aproximativa a una ciencia, que se encarama por las ramas de la especulación y de la falsedad. Pero a diferencia de la alquimia, que el glorioso estallido del Renacimiento relegó por fin al olvido en beneficio de la química, la economía rige nuestros destinos de hombres del siglo XXI con mano férrea, aunque igual de falible, basándose en unos dogmas que nadie en absoluto ha conseguido demostrar hasta la fecha, pero que sellan nuestros destinos indefectiblemente.

Los economistas son los alquimistas del mundo moderno. Y toda nuestra vida gira en torno a ellos. Resulta aterrador.

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