Es delicado hacer la comparación
que sigue, ante todo porque le pueden acusar a uno de antisemita, pero no veo
otra manera de ejemplificar lo que está sucediendo estos días en Gaza con la actuación del todopoderoso ejército israelí y de los políticos que lo dirigen. Porque a
fin de cuentas, su modus operandi es tan extraordinariamente similar al de las
Waffen SS por tierras de Polonia y de Rusia durante los años cuarenta, que
diríase que es totalmente calcado.
Las tácticas que está empleando
estos días el gobierno judío también son copia fidedigna de las que Goebbels
impulsó al frente de la propaganda del Reich. Mentir descaradamente ante la
opinión mundial, tergiversar la realidad manipulando los hechos, presentar a un
adversario débil y debilitado como un peligroso monstruo que pone en peligro a
la patria, magnificar las atrocidades ajenas –si acaso existen- para justificar
las propias, utilizar los medios de
comunicación de masas como meros aparatos publicitarios sin posible crítica,
jalear sibilinamente el linchamiento de civiles aduciendo que tras ellos se
esconden miembros armados de Hamás, y suma y sigue. Todas esas tácticas fueron
usadas con profusión por las fuerzas ocupantes nazis durante la segunda guerra
mundial, para mayor desgracia de judíos de todas las nacionalidades y
condiciones.
Resulta estremecedor ver el uso
de las redes sociales que hacen el gobierno y el ejército israelíes para atraer
la atención a su favor, lo que hubiera hecho las delicias de cualquier
jerifalte hitleriano durante los años dorados del fascismo europeo. Se diría
que las víctimas de aquella barbarie encontraron hace tiempo su perfecta
sintonía y su lugar en el mundo junto a los verdugos que los persiguieron hasta
el exterminio durante una década. En vez de alejarse del modelo del exterminio
indiscriminado y del terror generalizado, lo adoptaron como método que
administrar a las comunidades vecinas en el cercano oriente.
Esa manera de actuar deviene del
odio reconcentrado a fuego lento por las vicisitudes sufridas durante siglos de
persecución y de la convicción de que solo el terror, y la respuesta
ultramagnificada a cualquier amenaza, por leve que sea, permitirán la subsistencia de Israel. Tendrán sus razones , pero estas cosas sólo funcionan a corto plazo. En un entorno cada
vez más hostil, y donde la variable del crecimiento demográfico juega sensiblemente en contra de Israel, jugar a esa carta de forma permanente exige
asumir que Israel habrá de acabar cometiendo un genocidio mucho peor, por
extensión y duración, al que les propinaron Hitler y sus secuaces en los
gloriosos días del Reich.
Casi habría que decir que o progresan por la
escalera de la barbarie hasta el exterminio absoluto de sus vecinos antes de
que se hagan más fuertes y mucho más numerosos, o de lo que pueden estar
seguros es que en el próximo oriente se vivirá un segundo holocausto en unas
decenas de años, donde todos serán víctimas, cuando todo el mundo civilizado
les tenga que dar la espalda forzosamente ante su incapacidad de controlar su
brutalidad y su crueldad en el trato a los civiles.
Porque, a fin de cuentas, tratar
a todos los civiles como si fueran enemigos ya lo ha intentado el ejército
norteamericano tanto en Iraq como en Afganistán, cosechando unos resultados tan
pobres que han concluido con la forzosa retirada de ambos frentes tras invertir
muchas vidas y muchísimo dinero en una empresa abocada al fracaso. Con esas
actitudes, lo único que se consigue es que la población civil, incluso la no
beligerante, acabe pasándose al bando de los terroristas vengativos. Se consuma
así la persistencia de un caldo de cultivo que se propaga de generación en
generación, con odios cada vez más intensos, y gentes que menos tienen que
perder si ponen sus vidas en juego.
Algo que Israel no puede decir de
sus ciudadanos, que sí tienen cada vez más que perder en esta apuesta siempre
al mismo número de la ruleta. Esta sociedad de corte occidental y sumamente
acomodada no puede permitirse el lujo de acabar dependiendo exclusivamente de
la ayuda de los judíos del exterior para mantener un dispositivo militar terrorífico
con el que no sólo disuadir a sus vecinos árabes, sino también machacarlos
ciento por uno a las primeras de cambio.
Que el sionismo mundial es fuerte
es bien conocido, pero que por esta vía es difícil que puedan conseguir
estabilidad en la zona a medio plazo es también muy evidente. Porque a fin de
cuentas, el genocidio nazi sí podría haber llegado a buen término en toda
Europa si las cosas hubieran sido sólo
un poco diferentes, pero exterminar a toda la población pro palestina de la
zona es cosa de un nivel muy diferente, tanto por cantidad de habitantes de la
que hablamos, como de las repercusiones que tendría a nivel internacional
semejante atrocidad. Porque a fin de cuentas, Israel es muy consciente de que
no podría causar un genocidio palestino sin identificarse plenamente con sus
verdugos nazis de setenta años atrás.
La ley del talión es dura y
cruel, pero en su propia definición establece un principio de proporcionalidad
que sólo los dictadores más sanguinarios de todas las épocas se han atrevido a
vulnerar. Desde la época de la matanza de Sabra y Chatila, allá por los ya
lejanos años ochenta, somos conscientes de que Israel se mueve en la finísima
línea que divide la autodefensa del exterminio, sin que nada haya mejorado
desde entonces. En realidad, todo ha empeorado, porque el discurso es más
beligerante y autojustificativo que entonces. Si por la muerte de tres
muchachos judíos el gobierno de Netanyahu es capaz de asesinar impunemente y
sin el menor rastro de humanidad a cientos de civiles so pretexto de que los
terroristas se camuflan entre ellos, es que Israel ha perdido el derecho a ser
considerada una nación civilizada, les guste o no, y por mucho que sus socios
norteamericanos hagan la vista gorda o miren para otro lado mientras el Tsahal masacra la zona de Gaza.
La acción política es algo que
los ciudadanos libres no podemos controlar una vez que hemos otorgado nuestro
voto a las formaciones que dirigen nuestras débiles democracias formales, pero
la conciencia individual sigue existiendo indemne para condenar con toda
firmeza las violaciones de los derechos elementales de las personas, aunque
sean efectuadas por nuestros presuntos aliados. La opinión pública
norteamericana manifestó clarísimamente su repulsa sobre el proceder del US Army
y de los presidentes Johnson y Nixon durante la guerra de Vietnam y puso en muy
serios aprietos tanto a administraciones demócratas como republicanas que
tuvieron que lidiar con el conflicto abierto en Indochina. En cierta medida,
fue un gran triunfo de la ética ciudadana sobre la “realpolitik”, un sucio eufemismo para describir las atrocidades
que en nombre del “mundo libre” estaban dispuestos a cometer los gobiernos
occidentales.
Debido a la manipulación de masas
derivada del shock del 11 de septiembre, esa conciencia ciudadana, ésa ética
social de repulsa del ”todo vale”, se ha visto considerablemente mermada, y
muchas personas de buena fe se creyeron las indecentes mentiras (más bien
soflamas) que justificaron la invasión de Iraq por parte de los aliados de
occidente. En este clima de paranoia en el que llevamos ya más de una docena de
años, parece debilitarse el juicio crítico contra las aberraciones militares, y
eso abre la puerta a la indiferencia con que en gran parte del mundo se están
recibiendo las imágenes del genocidio de Gaza.
Pero no olvidemos que, una vez
destruido el principio de proporcionalidad en la respuesta a las agresiones,
nada nos libra del peor de los futuros. Un futuro teñido de negro, en el que
los gobiernos podrán ejercer la violencia indiscriminada y
desproporcionadamente contra todo hijo de vecino al que puedan acusar de
haberlos agredido. Incluidos sus propios ciudadanos.
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