miércoles, 16 de julio de 2014

Palestina y la desproporción

Es delicado hacer la comparación que sigue, ante todo porque le pueden acusar a uno de antisemita, pero no veo otra manera de ejemplificar lo que está sucediendo estos días en Gaza con la actuación del todopoderoso ejército israelí y de los políticos que lo dirigen. Porque a fin de cuentas, su modus operandi es tan extraordinariamente similar al de las Waffen SS por tierras de Polonia y de Rusia durante los años cuarenta, que diríase que es totalmente calcado.

Las tácticas que está empleando estos días el gobierno judío también son copia fidedigna de las que Goebbels impulsó al frente de la propaganda del Reich. Mentir descaradamente ante la opinión mundial, tergiversar la realidad manipulando los hechos, presentar a un adversario débil y debilitado como un peligroso monstruo que pone en peligro a la patria, magnificar las atrocidades ajenas –si acaso existen- para justificar las  propias, utilizar los medios de comunicación de masas como meros aparatos publicitarios sin posible crítica, jalear sibilinamente el linchamiento de civiles aduciendo que tras ellos se esconden miembros armados de Hamás, y suma y sigue. Todas esas tácticas fueron usadas con profusión por las fuerzas ocupantes nazis durante la segunda guerra mundial, para mayor desgracia de judíos de todas las nacionalidades y condiciones.

Resulta estremecedor ver el uso de las redes sociales que hacen el gobierno y el ejército israelíes para atraer la atención a su favor, lo que hubiera hecho las delicias de cualquier jerifalte hitleriano durante los años dorados del fascismo europeo. Se diría que las víctimas de aquella barbarie encontraron hace tiempo su perfecta sintonía y su lugar en el mundo junto a los verdugos que los persiguieron hasta el exterminio durante una década. En vez de alejarse del modelo del exterminio indiscriminado y del terror generalizado, lo adoptaron como método que administrar a las comunidades vecinas en el cercano oriente.

Esa manera de actuar deviene del odio reconcentrado a fuego lento por las vicisitudes sufridas durante siglos de persecución y de la convicción de que solo el terror, y la respuesta ultramagnificada a cualquier amenaza, por leve que sea,  permitirán la subsistencia de Israel. Tendrán sus razones , pero estas cosas sólo funcionan a corto plazo. En un entorno cada vez más hostil, y donde la variable del crecimiento demográfico juega sensiblemente en contra de Israel, jugar a esa carta de forma permanente exige asumir que Israel habrá de acabar cometiendo un genocidio mucho peor, por extensión y duración, al que les propinaron Hitler y sus secuaces en los gloriosos días del Reich.

Casi habría que decir que o progresan por la escalera de la barbarie hasta el exterminio absoluto de sus vecinos antes de que se hagan más fuertes y mucho más numerosos, o de lo que pueden estar seguros es que en el próximo oriente se vivirá un segundo holocausto en unas decenas de años, donde todos serán víctimas, cuando todo el mundo civilizado les tenga que dar la espalda forzosamente ante su incapacidad de controlar su brutalidad y su crueldad en el trato a los civiles.

Porque, a fin de cuentas, tratar a todos los civiles como si fueran enemigos ya lo ha intentado el ejército norteamericano tanto en Iraq como en Afganistán, cosechando unos resultados tan pobres que han concluido con la forzosa retirada de ambos frentes tras invertir muchas vidas y muchísimo dinero en una empresa abocada al fracaso. Con esas actitudes, lo único que se consigue es que la población civil, incluso la no beligerante, acabe pasándose al bando de los terroristas vengativos. Se consuma así la persistencia de un caldo de cultivo que se propaga de generación en generación, con odios cada vez más intensos, y gentes que menos tienen que perder si ponen sus vidas en juego.

Algo que Israel no puede decir de sus ciudadanos, que sí tienen cada vez más que perder en esta apuesta siempre al mismo número de la ruleta. Esta sociedad de corte occidental y sumamente acomodada no puede permitirse el lujo de acabar dependiendo exclusivamente de la ayuda de los judíos del exterior para mantener un dispositivo militar terrorífico con el que no sólo disuadir a sus vecinos árabes, sino también machacarlos ciento por uno a las primeras de cambio.

Que el sionismo mundial es fuerte es bien conocido, pero que por esta vía es difícil que puedan conseguir estabilidad en la zona a medio plazo es también muy evidente. Porque a fin de cuentas, el genocidio nazi sí podría haber llegado a buen término en toda Europa si  las cosas hubieran sido sólo un poco diferentes, pero exterminar a toda la población pro palestina de la zona es cosa de un nivel muy diferente, tanto por cantidad de habitantes de la que hablamos, como de las repercusiones que tendría a nivel internacional semejante atrocidad. Porque a fin de cuentas, Israel es muy consciente de que no podría causar un genocidio palestino sin identificarse plenamente con sus verdugos nazis de setenta años atrás.

La ley del talión es dura y cruel, pero en su propia definición establece un principio de proporcionalidad que sólo los dictadores más sanguinarios de todas las épocas se han atrevido a vulnerar. Desde la época de la matanza de Sabra y Chatila, allá por los ya lejanos años ochenta, somos conscientes de que Israel se mueve en la finísima línea que divide la autodefensa del exterminio, sin que nada haya mejorado desde entonces. En realidad, todo ha empeorado, porque el discurso es más beligerante y autojustificativo que entonces. Si por la muerte de tres muchachos judíos el gobierno de Netanyahu es capaz de asesinar impunemente y sin el menor rastro de humanidad a cientos de civiles so pretexto de que los terroristas se camuflan entre ellos, es que Israel ha perdido el derecho a ser considerada una nación civilizada, les guste o no, y por mucho que sus socios norteamericanos hagan la vista gorda o miren para otro lado mientras el Tsahal masacra la zona de Gaza.

La acción política es algo que los ciudadanos libres no podemos controlar una vez que hemos otorgado nuestro voto a las formaciones que dirigen nuestras débiles democracias formales, pero la conciencia individual sigue existiendo indemne para condenar con toda firmeza las violaciones de los derechos elementales de las personas, aunque sean efectuadas por nuestros presuntos aliados. La opinión pública norteamericana manifestó clarísimamente su repulsa sobre el proceder del US Army y de los presidentes Johnson y Nixon durante la guerra de Vietnam y puso en muy serios aprietos tanto a administraciones demócratas como republicanas que tuvieron que lidiar con el conflicto abierto en Indochina. En cierta medida, fue un gran triunfo de la ética ciudadana sobre la “realpolitik”, un sucio eufemismo para describir las atrocidades que en nombre del “mundo libre” estaban dispuestos a cometer los gobiernos occidentales.

Debido a la manipulación de masas derivada del shock del 11 de septiembre, esa conciencia ciudadana, ésa ética social de repulsa del ”todo vale”, se ha visto considerablemente mermada, y muchas personas de buena fe se creyeron las indecentes mentiras (más bien soflamas) que justificaron la invasión de Iraq por parte de los aliados de occidente. En este clima de paranoia en el que llevamos ya más de una docena de años, parece debilitarse el juicio crítico contra las aberraciones militares, y eso abre la puerta a la indiferencia con que en gran parte del mundo se están recibiendo las imágenes del genocidio de Gaza.

Pero no olvidemos que, una vez destruido el principio de proporcionalidad en la respuesta a las agresiones, nada nos libra del peor de los futuros. Un futuro teñido de negro, en el que los gobiernos podrán ejercer la violencia indiscriminada y desproporcionadamente contra todo hijo de vecino al que puedan acusar de haberlos agredido. Incluidos sus propios ciudadanos.

Un mundo en el que a una bofetada se pueda responder impunemente con una paliza de muerte no es un mundo civilizado. El matonismo es una actitud despreciable que sólo genera más violencia y una sed de venganza incontenible. De niños a adultos, desde el patio de la escuela hasta el de la cárcel, la conclusión es siempre la misma: la violencia desproporcionada es muy propia de psicópatas y fanáticos. Como los que llevan la voz cantante en Israel desde hace demasiados años.

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