miércoles, 2 de abril de 2014

Urbanismo de salón

Si alguna cosa caracteriza la democracia a nivel local, es la participación y el debate ciudadano sobre los proyectos urbanísticos que afectan a la ciudad. Sin embargo, las aspiraciones vecinales suelen ser tildadas de amateurs por los expertos, tanto de los despachos que participan en los concursos para la adjudicación de los proyectos como por los responsables políticos, que suelen mirar más hacia el provecho de su modelo de ciudad que a las necesidades reales de la población afectada.

Unos por lo que yo llamo esnobismo profesional -guiados por modas y por el cuerpo dogmático vigente en arquitectura- y otros por la necesidad de perpetuarse en el futuro - contribuyendo a eso tan incómodo de padecer que es la ciudad decorativa- suelen desautorizar de forma subrepticia las pretensiones populares sobre los espacios públicos. Cierto es que algunas veces determinadas aspiraciones ciudadanas son inviables, pero lo más frecuente es que sean directamente falseadas por cierta grandilocuencia arquitectónica, hoy día teñida de un evidentemente discurso ambientalista que resulta muy "fashion" pero del todo inoperante a la postre.

En Barcelona, tenemos el enésimo ejemplo con el proyecto ganador del concurso para urbanizar ese espacio incierto que constituye el entorno de la plaza de las Glòries. Son muchos los que perciben tras la decisión municipal un nuevo desastre urbanístico que sumar a algunos de los ya existentes en esta ciudad. Del mismo modo que la plaza dels Països Catalans constituye una especie de aberración vacía, un espacio agorafóbico intransitable en verano y en invierno, y que sólo da cabida a una amplia panorámica de la principal estación ferroviaria de la ciudad, o que la plaza del Fòrum no es tal, sino una inmensa explanada desierta salvo cuando se celebran macroconciertos,  nos encontramos ahora con otro problema similar al tratar de la urbanización de la plaza de les Glòries y que va a concluir con otro patinazo urbanístico.

La estructura urbana de los grandes espacios abiertos se ve afectada en gran medida por sus dimensiones y por su vertebración en la ciudad. La mayoría de las grandes plazas se caracterizan por su escasa o nula vertebración ciudadana: son plazas monumentales por su enormidad, como sería Tiananmen, o por citar una del tamaño de Glòries, Moskovskaya en San Petersburgo. Son espacios vacíos que únicamente sirven para encuadrar la majestuosidad de los edificios que las rodean. Y así los han dejado como símbolos de las ciudades a las que en cierto modo representan. 

Otras plazas lo son debido a que históricamente se corresponden con nudos de comunicaciones, que es lo que sucede con una de mucho menor tamaño pero igual de  mal resuelta, como es la plaza Lesseps, que se caracteriza por ser un horror con un enorme agujero en medio -convenientemente vallado-  que ocupa casi un tercio del espacio útil y que nos conduce, imagino yo, al  averno de urbanistas pecadores. La plaza Lesseps es un ejemplo de lo incapaces que son nuestros arquitectos y políticos de rediseñar un espacio que sea realmente útil para la ciudadanía por más que lo intenten, obcecados en su visión estrecha de los problemas urbanos. Aunque, a veces, una plaza tiene que ser esencialmente inútil, salvo que aceptemos el hecho de que a veces es mejor trocearla y redimensionarla. 

Visto de una perspectiva amplia, una plaza ha de ser, bien un espacio ceremonial que impresione por su grandeza y donde el visitante se encuentre empequeñecido por las dimensiones de lo que pisa; bien un espacio de participación ciudadana esencialmente útil, aunque su utilidad sea también la de servir de nudo viario. Viene esto a cuento del interesante debate que se ha sucedido en diversos foros de urbanismo sobre la adjudicación del concurso de Glòries, que se antoja un nuevo desastre futuro que resultará mucho más caro que los 29 millones de euros proyectados y que concluirá sus obres, indefectiblemente, bastante más allá del horizonte de 2018 fijado por el consistorio. Si es que se acaban alguna vez después de la excesiva provisionalidad impuesta por el diseño del proyecto.

Como acertadamente señalan bastantes críticos del proyecto, ahora que ya ha empezado la demolición del anillo viario que recorre la plaza se aprecian dos cosas claramente. La primera es que la plaza de les Glòries es una enormidad de más de doce hectáreas, una especie de círculo de más de cuatrocientos metros de diámetro. La segunda es que pese a su enormidad, es demasiado pequeña para convertirla en un Central Park medioambiental - el nuevo pulmón de Barcelona, dicen- lo cual resulta risible, teniendo en cuenta que el célebre parque neoyorquino se mide en kilómetros cuadrados y no en humildes hectáreas.

Uno de los comentaristas al proyecto lo califica como el síndrome del piso sin amueblar. Cito textualmente el blog sobre arquitectura y urbanismo Hic et Nunc y a uno de sus participantes, Marc: "Glòries es...la imagen desoladora y agorafóbica para muchos arquitectos que tienen los pisos sin amueblar. Un espacio más pequeño de lo que parecía cuando había muebles y que, contradictoriamente, se nos hace infinito en la tarea de ocuparlo". La pregunta que se hacen muchos es si realmente era necesario invertir tanto para simplemente barrer el problema bajo la alfombra. La alfombra verde en la que pretenden convertir Glòries, pero que no tendrá ningún uso definido, salvo ocultar los coches que pasarán por debajo. Como viene sucediendo desde hace años, el tráfico rodado, que es el usuario principal de Glòries desde lo noche de los tiempos, será barrido bajo la alfombra y quedará una plaza del tamaño de veinte campos de fútbol para solaz ciudadano y de los pajaritos que aniden en su verde fronda.

Esas cosas tan bonitas de escuchar pero imposibles de llevar dignamente a la práctica, si de lo que hablamos es de una plaza de dimensiones humanas, una plaza no para contemplarla sino para vivirla. Porque resulta que de la propuesta inicial - la conexión de las dos partes del barrio- no quedará nada. Es más, proyectada como está, es una plaza jardín que tendrá que cerrar por las noches o tener una dotación permanente de policías vigilándola. Hay que tener presente que todos los jardines barceloneses cierran por la noche. El Turó Park, con sólo tres hectáreas y en una zona residencial bien establecida, cierra al anochecer, que es mucho más barato que tener agentes del orden patrullando hasta la madrugada. 

Si Glòries se convierte en un jardín abierto, la degradación será inminente e implacable a poco de su inauguración. Lo acabarán vallando, como estaba hasta ahora (qué ironía), y la función inicial de ser lugar de paso y vertebración del barrio habrá quedado finiquitada: los vecinos a rodear la plaza como siempre han hecho.Como dice otro de los participantes en el debate, parece que nadie se atreve a diseñar una plaza y todo asemeja más bien un parque. Parece que hay miedo a ocupar el espacio vacío de Glòries salvo con alfombras verdes.

Opino que ha faltado valor para acometer una auténtica reforma de esas doce malditas hectáreas, troceándolas, reduciendo su escala hasta una escala vecinal real, aunque fuera a costa de que la plaza desapareciera como tal, y fuera sustituida por un entramado de edificios y pequeños parques públicos, retomando el espíritu del plan Cerdà original. Esa hubiera sido la apuesta atrevida: urbanizar de verdad, vertebrar ese enorme ombligo y permitir de una vez que los ciudadanos puedan cruzar los cuatrocientos metros sin morir de aburrimiento en el intento. Y utilizarlos no sólo para sentarse en un banco a oir los pajaritos durante las horas de apertura del parque.

Y todo ese revuelo, que ha sido bastante, para presumiblemente nada. La previsión de finalización de las obras -condicionada a la construcción del túnel bajo la alfombra- es el 2018, y podemos apostar a que como mínimo será 2019 o más. Casi cinco años de provisionalidad que acentuarán la degradación y los usos alternativos no previstos inicialmente, y desde luego bastante mal vistos por el ayuntamiento. Eso si el proyecto no acaba embarrancando de nuevo por cuestiones presupuestarias (los 29 millones no incluyen el túnel de la Gran Via) y se acabe con que lo provisional se convierta en perdurable.

En fin, que para lo que van a hacer, yo prefiero algo mucho más barato, infinitamente más seguro y mucho más rápido de llevar a cabo. Me quedo con el cemento monumental de Moskovskaya.


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