sábado, 29 de junio de 2013

CCC

Tengo a mi derecha, sobre mi mesa de trabajo, dos extensos estudios de Convivencia Cívica Catalana titulados "El maquillaje de la balanza fiscal de Cataluña" y "El doble rasero de las evaluaciones lingüísticas en Cataluña" que me han sumido en una profunda perplejidad. Eso me pasa por mi adicción a la literatura tóxica, que diría mi santa.

En serio, yo comprendo que los seguidores de Francisco Caja, quien en el fondo es el alma de Convivencia Cívica Catalana y de la fundación DANAES que preside honoríficamente, necesiten alimentar su profundo españolismo del mismo modo que en el extremo opuesto del espectro político otros avivan su sentimiento catalanista con informes igual de extensos. E igualmente sesgados, con lo cual no vamos a ninguna parte.

A todo individuo formado en las ciencias duras -matemáticas, física, química- le produce un repelús próximo a la náusea la utilización torticera de metodologías presuntamente analíticas desde el punto de vista científico para justificar posturas que no son más que expresión de sentimientos muy legítimos en la mayoría de los casos, pero que no por ello autorizan el uso del nombre de la ciencia para refrendarlos. Algo que ya ocurrió con los movimientos en favor de la eugenesia en los años treinta del siglo pasado, que con una pretendida base científica abordaron el tema de la supremacía racial de un modo que hoy en día nos parece horrible, al menos a la mayoría.

Conste que no pretendo atacar lo que para mí es la expresión de un españolismo irredento, exasperado y exasperante. Como digo, la expresión política de cualquier sentimiento nacional es legítima y respetable. Y también discutible desde muchas perspectivas diferentes, pero sin meter la pseudomatemática por medio. Yo creo que el señor Caja y la mayoría de sus seguidores me comprenderán perfectamente si les digo que sus sesudos análisis del tema lingüístico y de la balanza fiscal están impecablemente efectuados, pero que carecen de todo rigor técnico, porque están mediatizados por un sentimiento que los despoja de todo valor demostrativo.

El señor Caja, que por algo es profesor universitario de estética, me entenderá perfectamente si le digo que esa empresa es como intentar medir la belleza con una regla. Sobre todo desde que Giacometti y otros contemporáneos se ocuparon de redefinir el concepto de belleza de un modo tan radicalmente distinto al vigente que rompió con los moldes preestablecidos, si es que alguna vez habían existido. La estética es la racionalización de una emoción, pero no es cuantificable. No se le pueden poner números, como tampoco a los sentimientos políticos. En política se puede argumentar, se pueden oponer ideas a otras ideas, y se pueden valorar a la luz de conceptos como la bondad, la justicia, la equidad y tantos otros cuyo valor filosófico y social es incuestionable, pero el trasfondo es siempre más emocional que otra cosa: la confrontación política nunca se puede llevar a cabo con herramientas científicas, porque éstas no son adecuadas para este propósito.

En definitiva, yo puedo opinar que todos los arnedanos son unos perfectos berzotas, pero no puedo ponerme a hacer números para cuantificar si lo son más o menos que sus vecinos los calagurritanos. Sencillamente, me guiaré por mis simpatías, sentimientos y emociones respecto a los hijos de la villa de Arnedo (cuya mención en este contexto no es casual por ser esa la patria chica del señor Caja), y una vez procesado todo ese mejunje me dedicaré al cainita y españolísimo deporte de poner a parir al vecino, y me cargaré de razones para ello. Pero dios me libre de ponerme a usar las matemáticas para  tan innoble fin, por favor.

A lo que íbamos. A estas alturas me resulta inconcebible que Convivencia Cívica Catalana pase por alto un hecho esencial de toda contabilidad. Aunque trata con números, la contabilidad es una herramienta esencialmente creativa y manipulable en uno u otro sentido. Por eso, sus principios generales son más de carácter filosófico que matemático, y son universalmente definidos como principios de equidad, objetividad y prudencia. La asunción de estos principios no es más que un reconocimiento de la imposibilidad de usar otros criterios universales estrictamente matemáticos para gestionar una contabilidad. Y eso se refiere básicamente a la economía de las empresas. Concluyamos entonces que  las cosas se complican sobremanera cuando trasladamos la contabilidad al ámbito político.

En la arena política, la imputación de ingresos y gastos puede volverse tremendamente complicada, y no hay un solo economista que niegue la existencia de diversos métodos y multitud de variables que puedan dar lugar a resultados asombrosamente dispares cuando se trata de establecer los resultados de una balanza fiscal. Con ello quiero decir que tan buenas o tan malas pueden ser las estimaciones de la Generalitat  respecto al déficit fiscal catalán como las que hace C.C.C. Aunque resulta bastante revelador que casi todas las fuentes apuntan a que Cataluña es, históricamente, transferidora de recursos a las arcas del estado, que luego se redistribuyen al resto del país en forma de solidaridad entre las regiones. Si esto es así, los hechos no cuadran con la presunta inexistencia del déficit fiscal que alegan los partidarios del señor Caja en su estudio. Y lo que ya consigue aturdirme es que tal profusión de números tenga como objetivo desacreditar al gobierno catalán, tildándolo de deshonesto, literalmente. Me pregunto si en el caso hipotético de que al frente de la Generalitat hubiera un gobierno del PP utilizarían la misma artillería. Ya respondo yo por ellos: seguro que no, y eso que los datos seguirían siendo los mismos. 

Lo mismo sucede con el tema lingüístico. Es apabullante la cantidad de gráficos, tablas y porcentajes que dedica el analista de Convivencia Cívica Catalana para tratar de demostrar algo que ni el gran Chomsky se atrevería a acometer. O sea, que los exámenes de castellano que efectúa la Generalitat de Cataluña son mucho más fáciles que los de catalán, para justificar así la pretensión puramente política de impartir menos horas de castellano a los pobres educandos. Vamos, que a los de la Generalitat sólo les falta el rabo y los cuernos para ser leales siervos de Satán, de tan malvados y maquiavélicos que son. 

De entrada, definir la dificultad de un idioma ya es asunto espinoso de por sí, sobre todo si el analista no está refiriéndose a su lengua nativa. No existe un estándar de dificultad de idiomas, sino que la dificultad depende del marco de referencia que se adopte. Quiero decir que para un ucraniano el ruso está chupado, porque ambas son lenguas eslavas. Lo mismo sucede en la comparación entre el holandés y el alemán, pero para un español tanto un idioma como el otro pueden resultar tremendamente difíciles. En el caso del castellano y del catalán, pese a ser ambas lenguas románicas, son muchas sus disimilitudes, sobre todo fonéticas pero también ortográficas  y sintácticas (pensemos sólo en el terror que causan a los foráneos los pronombres débiles o los diferentes acentos). Y además, el castellano es un idioma en el que prácticamente cada palabra se pronuncia como se escribe, lo cual es una gran ventaja frente al catalán. 

Para tratar de salvar estos diferentes marcos de referencia, el analista de C.C.C. opta por configurar una serie de diferencias básicas entre ambos exámenes: la longitud de los textos, la dificultad de las preguntas efectuadas a los alumnos, la complejidad del vocabulario, y la dificultad del dictado y de la redacción. Veamos.

El análisis de CCC demuestra que la longitud de los textos en castellano es más corta que en catalán. Algo así como un  seis por ciento más cortos. Y de ahí deduce un sesgo provocado a favor del castellano. Lo que no dice en ningún momento si dos textos equivalentes en catalán y castellano tendrán la misma longitud. Yo no lo sé, y él al parecer tampoco. El sesgo podría estar ahí, porque dos lenguas distintas nunca utilizan el mismo número de palabras para expresar las mismas ideas. Un texto en inglés es considerablemente más corto que su equivalente en castellano, pero eso no lo convierte en más fácil. Primer fallo.

El estudio de la complejidad de las preguntas, tanto literales como deductivas, también arroja diferencias porcentuales significativas, adornadas con unos gráficos presuntamente ilustrativos. Nada dice, sin embargo de la metodología y criterios para determinar la complejidad de las preguntas. Sólo dice que es una "elaboración propia a partir de las pruebas de competencia básicas de 2013". También es de elaboración propia el yogur que me fabrico en casa, pero seguro que no podría comercializarlo en el súper de la esquina. Segundo fallo, y creo que este es malintencionado.

En cuanto a la complejidad del vocabulario, el estudio pretende clasificar las palabras en cuanto a su frecuencia de uso. Al respecto tengo dos objeciones elementales. La primera respecto a las fuentes utilizadas, pues afirman haber usado la presencia de cada una de las palabras catalanas en internet, lo cual no creo que sea una fuente autorizada al respecto. La segunda objeción es más seria, porque la complejidad del vocabulario de un texto debe ponerse siempre en referencia al contexto en el que se utiliza, porque los humanos tenemos cierto grado de inteligencia que nos permite inferir a qué se refiere una palabra poco conocida si el contexto en el que se usa es conocido.

 Por cierto, la dificultad de un texto no depende sólo del vocabulario empleado, sino de la sintaxis, de cómo se ha construido. Si empiezo a usar oraciones subordinadas, formas pasivas y reflexivas, le puedo garantizar que un texto planísimo en cuanto al vocabulario se vuelve totalmente oscuro al tratar de interpretarlo. Y esa cuestión el analista ni siquiera la menciona, pero es tan capital o más que el nivel de complejidad del vocabulario. Por otra parte, el estudio tampoco señala cual ha sido el criterio para elegir las palabras muestra, salvo el ya común sonsonete de la "elaboración propia". Cualquier manipulador, por más patoso que sea, puede seleccionar palabras de un texto para demostrar su facilidad o complejidad según sus gustos y necesidades. En fin, tercera cadena de fallos metodológicos.

Lo mismo sucede con la evaluación del dictado. El analista atribuye un grado de dificultad muy superior al de catalán. Y yo le respondo que ha descubierto la sopa de ajo. Señor mío, al dictado, el catalán es considerablemente más difícil que el castellano, porque la fonética y la ortografía son muy diferentes, y además en catalán abundan pronombres débiles, contracciones, apóstrofes y acentos diacríticos de diversos tipos. En cambio, en castellano, con la salvedad de las combinaciones "b-v" y "g-j" "ll-y" y el uso de la "h"- problemas que por cierto también existen en catalán- las palabras se escriben casi invariablemente igual que se pronuncian. A ver si me explico, señores de CCC, pilotar un avión es considerablemente más difícil que conducir un automóvil, pero no por ello puede deducirse que las pruebas para el examen de conducir se han hecho específicamente más fáciles que para ser piloto de aerolínea por voluntad política. Simplemente, es que no puede ser de otra manera.

En definitiva, concluyo que los miembros de Convivencia Cívica Catalana, siempre ansiosos por demostrar la maldad del gobierno catalán de turno, se han dejado llevar (como siempre), por un exceso de entusiasmo militante y han preparado unos montajes sensacionales y sensacionalistas para arrimar el ascua a su sardina. Insisto, eso no me importa, pues forma parte del juego político al uso. Lo que sí  me importa y me molesta sobremanera es el uso de métodos que se revisten de una aparente seriedad y profundidad, pero que son, como mínimo, carentes del menor rigor técnico.

Señores de Convivencia Cívica Catalana, y particularmente señor Francisco Caja: deberían leerse ustedes el revelador libro "Las Imposturas Intelectuales" de Alan Sokal, que tanto revuelo causó hace ya algunos años, al poner al descubierto las ridículas manipulaciones pseudocientíficas de una serie de "prestigiosos" intelectuales de fama mundial. Lo que se demostraba en ese fundamentado estudio era el incompetente y pretencioso uso de conceptos científicos por filósofos e intelectuales de ramas no científicas.

Algo que les concierne a todos ustedes porque han rellenado casi treinta y cinco páginas de datos y  conclusiones que no sobrevivirían a un examen medianamente riguroso por especialistas en las materias que ustedes cuestionan. Por lo que a mi respecta, vayan ustedes a otro perro con ese hueso.







No hay comentarios:

Publicar un comentario