miércoles, 3 de abril de 2013

La foto


No soy muy partidario de la moral política norteamericana, pero en última instancia soy aún menos partidario de la doble moral, el doble rasero inquisitorial con que miden los políticos de aquí, de todo signo, color y pelaje, los más o menos presuntos deslices pasados en que suelen ser cazados por los medios de comunicación.

Ya sabemos que el “Gotcha!” (“te pillé”) que nuestros amigos americanos exclaman cuando cazan alguna tormentosa anécdota de un rival político significa, casi ineludiblemente, el final de su carrera política, al menos en primera línea.  Bastantes presidenciables yanquis han quedado en la cuneta del camino a la Casa Blanca al ser descubiertas antiguas veleidades amorosas del todo inconvenientes,  amistades en sumo grado peligrosas o incluso el inocente consumo de algún estupefaciente menor.
Siempre me ha parecido que en USA los medios y la clase política hilaban excesivamente fino en estas cuestiones, lo que atribuyo a una exagerada preponderancia de la moral calvinista por aquellos parajes, cuyos próceres viven mucho más preocupados por las apariencias que en las más relajadas culturas mediterráneas. De este modo, la carrera política de cualquier individuo tiene que ser impoluta, virginal, blanquísima, sin la más mínima sombra respecto a la moral imperante; al menos hasta alcanzar el peldaño deseado en la jerarquía política (después ya es otra cosa, como bien podrían explicarnos Kennedy, Nixon o Clinton, por poner sólo ejemplos especialmente clamorosos).

Visto lo visto, al final tengo que acabar rindiéndome, como casi siempre, frente al proceder norteamericano, que al menos tiene la virtud de la coherencia y de la unanimidad apreciativa de todos los componentes de la clase política: el rasero es uno y sólo uno, sea amigo o enemigo, republicano o demócrata. Si te cazan, aunque sea por alguna descarriada experiencia estudiantil, estás acabado; retírate discretamente por la puerta de atrás.

En España nada de eso.  Entre la estulticia constitutiva de la mayor parte de nuestros dirigentes políticos, su miopía política rompetechos y su zafia retórica de taberna y dominó, acaban por hacer el ridículo más espantoso y seguir como si nada hubiera pasado, para mayor descrédito de ellos y los de su ralea, es decir, casi todos.

Así que aparece el ínclito Feijóo en una foto con Marcial Dorado, el mayor capo del contrabando gallego durante años, y no pasa nada. Resulta que sólo era un conocido más. Y una leche, que diría aquél: con los conocidos no te fotografías en bañador a bordo de su yate, salvo que sea para presumir o porque tienes vínculos que van más allá del mero “conocimiento”. Y lo peor es que no se trata de un pecado de juventud, con los que siempre se puede ser condescendiente: cuando Feijoo se hizo la ahora célebre foto, ya era un alto cargo de la Xunta de Galicia; y lo que es mucho peor, en la última campaña electoral extendió una maloliente y oleaginosa mancha de descrédito sobre el candidato socialista por haberse fotografiado una vez en un yate con un tipo que no era siquiera un narco, sino sólo un contratista de obras de la Xunta.

Y en estas sale el señor Monago, arquetipo de la estupidez política, extremeña por más señas, y en defensa de su colega y homólogo gallego, va y dice que “los políticos se hacen fotos con miles de personas”. Claro, es de todos sabido que los políticos se hinchan a hacerse fotos en bañador a bordo de un yate, con miles de personas. Y también que “no pueden pedir la vida laboral, fiscal y antecedentes penales de todas las personas con las que se fotografían”. Pues debieran, digo yo, pues no es lo mismo la foto circunstancial del típico hincha futbolero que se abalanza móvil en mano sobre su ídolo de turno, que la foto hecha en circunstancias nada circunstanciales (valga la redundancia) sino más bien aprovechando la intimidad de la ocasión y que tiene mucho de personal, exclusivo y excluyente.

Si yo fuera un cargo público relevante, me guardaría muy mucho de fotografiarme con según qué personajes, sobre todo si son gentes que presuntamente viven al límite de la legalidad. No niego la posibilidad de tener amigos en según qué ámbitos más o menos dudosos, porque cada uno escoge los amigos que quiere; pero se debe ser muy cuidadoso cuando se pretende desarrollar una carrera política profesional. Sobre todo si los líderes nacionales y territoriales de su partido llevan la flamígera espada de la virtud al cinto y utilizan cualquier pretexto para demonizar a los rivales políticos por un quítame allá esas pajas de la vida privada de cualquiera que no comulgue, casi literalmente, con sus ruedas de molino. 

La estupidez (o desfachatez) de las declaraciones de Monago y de la actitud de Feijóo al respecto, son aún cínica y  clínicamente más graves por cuanto que desde las filas del PP se han pasado media vida azotando a los rivales políticos por cosas como esta, y ahora nadie del partido tiene el valor de salir a la palestra para decirle al señor Feijóo que debería dimitir por coherencia con el virulento y moralinizante discurso oficial del PP; y al señor Monago que está mucho mejor calladito, porque es un bocazas impresentable como lo fue uno de sus predecesores, socialista por más señas, lo cual da muy mala impresión respecto a la capacidad de Extremadura para generar políticos que no sean voceros demagógico-populistas al más puro estilo venezolano-chavista. Claro que como dice Monago, a él no le cazarán con semejante foto “porque como no tiene mar….”

Qué burros llegan a ser, Dios mío.

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