No soy muy partidario de la moral
política norteamericana, pero en última instancia soy aún menos partidario de
la doble moral, el doble rasero inquisitorial con que miden los políticos de
aquí, de todo signo, color y pelaje, los más o menos presuntos deslices pasados
en que suelen ser cazados por los medios de comunicación.
Ya sabemos que el “Gotcha!” (“te pillé”) que nuestros
amigos americanos exclaman cuando cazan alguna tormentosa anécdota de un rival
político significa, casi ineludiblemente, el final de su carrera política, al
menos en primera línea. Bastantes
presidenciables yanquis han quedado en la cuneta del camino a la Casa Blanca al
ser descubiertas antiguas veleidades amorosas del todo inconvenientes, amistades en sumo grado peligrosas o incluso
el inocente consumo de algún estupefaciente menor.
Siempre me ha parecido que en USA
los medios y la clase política hilaban excesivamente fino en estas cuestiones,
lo que atribuyo a una exagerada preponderancia de la moral calvinista por
aquellos parajes, cuyos próceres viven mucho más preocupados por las
apariencias que en las más relajadas culturas mediterráneas. De este modo, la
carrera política de cualquier individuo tiene que ser impoluta, virginal,
blanquísima, sin la más mínima sombra respecto a la moral imperante; al menos
hasta alcanzar el peldaño deseado en la jerarquía política (después ya es otra
cosa, como bien podrían explicarnos Kennedy, Nixon o Clinton, por poner sólo
ejemplos especialmente clamorosos).
Visto lo visto, al final tengo
que acabar rindiéndome, como casi siempre, frente al proceder norteamericano,
que al menos tiene la virtud de la coherencia y de la unanimidad apreciativa de
todos los componentes de la clase política: el rasero es uno y sólo uno, sea
amigo o enemigo, republicano o demócrata. Si te cazan, aunque sea por alguna
descarriada experiencia estudiantil, estás acabado; retírate discretamente por
la puerta de atrás.
En España nada de eso. Entre la estulticia constitutiva de la mayor
parte de nuestros dirigentes políticos, su miopía política rompetechos y su
zafia retórica de taberna y dominó, acaban por hacer el ridículo más espantoso
y seguir como si nada hubiera pasado, para mayor descrédito de ellos y los de
su ralea, es decir, casi todos.
Así que aparece el ínclito Feijóo
en una foto con Marcial Dorado, el mayor capo del contrabando gallego durante
años, y no pasa nada. Resulta que sólo era un conocido más. Y una leche, que
diría aquél: con los conocidos no te fotografías en bañador a bordo de su yate,
salvo que sea para presumir o porque tienes vínculos que van más allá del mero
“conocimiento”. Y lo peor es que no se trata de un pecado de juventud, con los
que siempre se puede ser condescendiente: cuando Feijoo se hizo la ahora
célebre foto, ya era un alto cargo de la Xunta de Galicia; y lo que es mucho
peor, en la última campaña electoral extendió una maloliente y oleaginosa
mancha de descrédito sobre el candidato socialista por haberse fotografiado una
vez en un yate con un tipo que no era siquiera un narco, sino sólo un
contratista de obras de la Xunta.
Y en estas sale el señor Monago,
arquetipo de la estupidez política, extremeña por más señas, y en defensa de su
colega y homólogo gallego, va y dice que “los
políticos se hacen fotos con miles de personas”. Claro, es de todos sabido
que los políticos se hinchan a hacerse fotos en bañador a bordo de un yate, con
miles de personas. Y también que “no
pueden pedir la vida laboral, fiscal y antecedentes penales de todas las
personas con las que se fotografían”. Pues debieran, digo yo, pues no es lo
mismo la foto circunstancial del típico hincha futbolero que se abalanza móvil
en mano sobre su ídolo de turno, que la foto hecha en circunstancias nada
circunstanciales (valga la redundancia) sino más bien aprovechando la intimidad
de la ocasión y que tiene mucho de personal, exclusivo y excluyente.
Si yo fuera un cargo público
relevante, me guardaría muy mucho de fotografiarme con según qué personajes,
sobre todo si son gentes que presuntamente viven al límite de la legalidad. No
niego la posibilidad de tener amigos en según qué ámbitos más o menos dudosos,
porque cada uno escoge los amigos que quiere; pero se debe ser muy cuidadoso
cuando se pretende desarrollar una carrera política profesional. Sobre todo si los líderes nacionales y territoriales de su partido llevan la flamígera espada de la virtud al cinto y utilizan cualquier pretexto para demonizar a los rivales políticos por un quítame allá esas pajas de la vida privada de cualquiera que no comulgue, casi literalmente, con sus ruedas de molino.
La estupidez (o desfachatez) de
las declaraciones de Monago y de la actitud de Feijóo al respecto, son aún
cínica y clínicamente más graves por
cuanto que desde las filas del PP se han pasado media vida azotando a los
rivales políticos por cosas como esta, y ahora nadie del partido tiene el valor
de salir a la palestra para decirle al señor Feijóo que debería dimitir por
coherencia con el virulento y moralinizante
discurso oficial del PP; y al señor Monago que está mucho mejor calladito,
porque es un bocazas impresentable como lo fue uno de sus predecesores, socialista por más
señas, lo cual da muy mala impresión respecto a la capacidad de Extremadura
para generar políticos que no sean voceros demagógico-populistas al más puro
estilo venezolano-chavista. Claro que como dice Monago, a él no le cazarán con
semejante foto “porque como no tiene
mar….”
Qué burros llegan a ser, Dios
mío.
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