martes, 30 de abril de 2013

El emprendedor valeroso


Cuando se insiste tanto en el concepto del emprendedor valeroso me asalta un ansia irreprimible de enfocar lo que se oculta tras la cortina de humo de una retórica a la que no acabo de acostumbrarme y que está surtida de rimbombantes neologismos que no hacen más que cubrir con una pátina de demagogia neoliberal las miserias de un sistema que agoniza sin que nadie sea capaz de sacarnos del atolladero en el que nos han metido.

Habrá quien opine que en un estado donde estamos con una tasa de desempleo superior al 25 por ciento de la población activa, hay que derivar la fuerza de trabajo hacia proyectos imaginativos que permitan al personal obtener un sustento con el que ganarse la vida. Pero eso es esencialmente falso, porque los únicos que se ganan la vida de verdad son la multitud de empresas de consultoría que se nutren económicamente de los esfuerzos de un montón de personas que han tenido que optar por el autoempleo ante la ausencia de un auténtico “plan de desarrollo” económico del país.

El problema es polifacético y debe abordarse desde múltiples perspectivas. En primer lugar, un país con una crisis sistémica tan grave como el nuestro no puede dejar que la economía se relance por el voluntarismo de una enorme cantidad de individuos que buscan exclusivamente su salvación económica. Hace falta un plan, un diseño específico al que orientar la economía del país. Me perdonarán los demócratas de nuevo cuño, pero las bases de la España moderna la sentaron los planes de desarrollo que los ministros tecnócratas de la época franquista diseñaron al efecto. Con mayor o menor acierto, aquellos planes contenían una visión de conjunto de lo que necesitaba el país entendido como una fuerza productiva global.

Ahora no; ahora se trata de un sálvese quien pueda económico en el que el gobierno sólo hace que estimular (básicamente de palabra, que no de obra) el autoempleo, sin tener en mente ningún proyecto para la economía del futuro. Es un parche de circunstancias, con el que animan a los desempleados a buscarse la vida sin decidir primero qué sectores son los que realmente necesitan un empuje creador. En definitiva, lo que el gobierno propone es un brainstorming  general, a ver de dónde salen las ideas ganadoras que puedan hacer de España un estado competitivo y competente.

Entiéndaseme bien, no estoy propugnando la vuelta a una economía planificada, pero estoy totalmente en contra de esta marea de emprendedores de no se sabe muy bien qué, todos ellos tratados del mismo modo, en plano de absoluta igualdad, sin tener en cuenta cuáles son los sectores estratégicos de la economía nacional, o cuáles son los sectores que habría que potenciar en el futuro para que tomaran el relevo de los modelos productivos ya agotados.

En un alarde de neoliberalismo a ultranza, que consiste en empujar a la gente a jugarse los ahorros familiares a una carta o empeñarse (aún más) de por vida para tratar de crear un puesto de trabajo propio y subsistir en medio de esta tormenta globalizadora, nadie parece tener en cuenta que eso es como lanzar pequeños veleros optimist a luchar en un mar embravecido contra una flota de  combate terrorífica. Ciertamente, algunos conseguirán pasar las líneas enemigas y llegar a buen puerto aprovechando su escaso calado y facilidad para ocupar nichos demasiados pequeños para los monstruos de la economía, pero la gran mayoría naufragarán irremisiblemente o serán directamente tocados y hundidos por los destructores de la flota multinacional.

Sólo cinco de cada cien empresas creadas por los nuevos emprendedores llegan a vivir lo suficiente como para ser rentables. Las otras han servido mientras tanto para engrosar la faltriquera de los nuevos buitres, que carroñean alrededor de los  llamados viveros de empresas, pero que yo mejor llamaría cementerios de ilusiones. Un conjunto de individuos tirando a facinerosos que, bajo la lejana promesa de aportar un ángel inversor (tiene gracia que así los llame nuestra demoníaca Hacienda), suelen ser más bien unos chupópteros que vacían los bolsillos de los emprendedores mes a mes hasta que no queda nada que rascar. Mala suerte, dicen entonces, y la mayoría quedan llenos de deudas y vacíos de ilusiones, tras sentirse engañados y estafados por un sistema que les decía que sí, que había que ser valientes, lanzarse al ruedo y torear al miura sin complejos. Sólo que no era un toro bravo, sino un Alien depredador y despiadado contra el que poco podían hacer con sus escasas armas de autónomos. A esto le llaman, con sobrado cinismo, dinamismo económico.

Por otra parte, las economías nacionales potentes no son aquéllas que tienen un gran número de empleados autónomos o de microempresas. En un mundo donde la globalización es el peor enemigo de los pequeños, las empresas liliputienses deben esperar tener un recorrido muy corto antes de ser aplastadas o engullidas por otras de mayor dimensión. En el mundo actual, ser pequeño es sinónimo de ser una presa desvalida en medio de la sabana africana. Una multitud de pequeños no sirve para hacer frente a los grandes depredadores, sólo sirve como reserva alimenticia, como una gran despensa, a excepción de los que ocupan nichos tan especializados que no llaman la atención económica, al menos en primera instancia.

Las economías potentes se  fundamentan en empresas grandes y sólidas, capaces de generar unos flujos de caja realmente significativos, y unas tasa de empleo por cuenta ajena que incidan directamente sobre el paro, bien por empleo directo, bien por los empleos generados en las actividades subsidiarias y en las empresas satélites. Un país exclusivamente formado por microemprendedores  jamás podría generar niveles de empleo aceptables, porque se trata de empresas con un número muy pequeño de trabajadores al menos durante un buen puñado de años. Peor aún, la mayoría de las nuevas empresas que operan por internet lo hacen con plantillas reducidísimas. Por ejemplo, un fenómeno como WhatsApp, de implantación prácticamente mundial, tiene menos de cincuenta empleados. Muy pocas empresas de la red tienen un gran número de empleados: Facebook, con cerca de mil millones de usuarios en el mundo y facturando casi cuatro mil millones de dólares, tiene poco más de cuatro mil quinientos empleados, casi todos ellos en USA.  En el sector turístico, la mayor compañía del  mundo de alquiler de alojamientos privados para vacaciones, Airbnb, sólo tiene 130 empleados, de los cuales 60 están en la sede central en San Francisco. En general, las compañías que operan con internet como base suelen tener un importante valor añadido, pero casi no generan empleo (precisamente por eso su valor añadido es tan alto).

La economía norteamericana, o la japonesa, o la alemana, no se sustentan sobre el trabajo de emprendedores autónomos, por alentadores que sean sus resultados, y por prestigiosas que puedan llegar a ser las empresas que crean. Las economías de los países avanzados se fundamentan sobre sectores calificados como estratégicos, en los que se vuelcan mayoritariamente los apoyos precisos para su despegue y mantenimiento. La dispersión alocada es un mal negocio para un país: hay que definir sectores de interés y en cada uno de ellos, favorecer el desarrollo de proyectos a largo plazo.

Hay que desconfiar de la mitología al uso, la del emprendedor osado que en solitario y con sus propias manos consigue levantar un imperio a base de tesón y esfuerzo. Ciertamente existen casos, pero son muy pocos en comparación con el enorme número de bajas que quedan en el campo de batalla. Un campo de batalla que parece abonado a posta por los responsables de los gobiernos neoliberales que nos sofocan con sus políticas ultra. Un gobierno, del color  que sea, debería preocuparse por el futuro de su país a medio y largo plazo, y debería afrontar el hecho de que sin una economía realmente productiva, no se va a generar empleo. Y que el autoempleo no es más que un zurcido incapaz de contener la expansión de una nueva pobreza generalizada que revienta las costuras de la sociedad española, entre unas cuantas más.

Un último apunte. Aún en el supuesto de que el autoempleo fuera el bálsamo capaz de regenerar la economía española, habría que incidir muy claramente en el perfil psicológico del autónomo emprendedor. No todo el mundo está capacitado para ser empresario, por muchas ayudas y apoyos que se le presten. No todos tenemos el arrojo y la capacidad de sufrimiento y de entrega precisos para intentar, siquiera intentar, sacar un negocio adelante. Sin embargo, los politicastros de turno parecen haber encontrado la panacea para todos los males económicos de España enviando a todo el mundo, indiscriminadamente, hacia el autoempleo. La dinámica general es la de tirarse al río con una preparación mínima y con  el gobierno y  los mentores económicos de la nación aplaudiendo entusiastas en la orilla. Eso sería admisible si al menos existiera una aptitud mínima para nadar. Pero es que se está literalmente empujando a la gente a tirarse a aguas turbulentas no ya sin saber nadar, sino sin siquiera tener la más mínima capacidad para poder hacerlo jamás. Hay especies que no se adentran en el agua porque genéticamente están incapacitadas para ello. Del mismo modo, hay humanos incapaces de ser empresarios, por mucho que lo aseveren los catecismos de autoayuda tan de moda hoy en día.

El emprendedor es un capital humano valiosísimo para cualquier país, incluida España, pero de ahí a quemar a toda una generación en la pira de la nueva economía, en busca de algún preciado diamante entre los rescoldos de la hoguera hay un trecho que ningún gobierno debería salvar. Y el nuestro lo está haciendo a conciencia, ocultando su incompetencia para sacar de la miseria a sus ciudadanos a base de usar a la masa de desempleados como carne de cañón de un experimento que sólo puede fracasar.

Mi admiración por todos los emprendedores valerosos que están en este momento en la lucha es inagotable, pero también creo que alguien debe decirles que están solos ante el peligro y que su lucha es  heroica, pero que al final de la batalla, a diferencia de los militares en una guerra convencional, no habrá condecoraciones para la mayoría de ellos. Ni siquiera una cruz en el camposanto de las esperanzas muertas.

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