Según el guión previsto, las nada veladas amenazas de Bruselas y demás títeres comunitarios han caído en
tromba sobre Portugal, advirtiendo con muy poca sutileza que les trae sin
cuidado la sentencia del tribunal constitucional, y que si no aplican los
recortes tal y como estaban previstos, todo será llanto y crujir de dientes.
Previsible.
Lástima que Jose Luis Sampedro
haya fallecido esta misma semana, porque podría haber dedicado una de sus
clamorosas diatribas contra el sistema actual con más motivo que nunca. Él fue
de los primeros en advertir que el poder financiero se estaba apropiando del engranaje
político, y que la democracia se estaba desvirtuando porque era rehén de unos
señores que no sólo no habían sido escogidos democráticamente, sino que además,
miraban por unos intereses estrictamente privados, aplicando técnicas
claramente depredatorias sobre todo lo que tuviera el mínimo aroma a sector público.
Así como otra notoria personalidad
fallecida recientemente -siento no poder calificar de ilustre a la señora
Thatcher, porque siempre actuó con un despotismo que rezumaba un desprecio por
la ciudadanía poco amortiguado pese sus educadísimas maneras - opinaba que eso de la sociedad no existe, los
banqueros llevaron ese ideario regresivo un paso adelante y se pusieron manos a
la obra con el indisimulado propósito de hacerse con las riendas del poder
político para manejar el cotarro a sus anchas. El cómo lo consiguieron ha
quedado patente estos últimos años, a base de untar adecuadamente a los
representantes electos del pueblo y de acomodarlos en los sillones de
innumerables consejos de administración.
Conseguido su objetivo, nos
encontramos con que la cancha política se ha reducido a un escenario totalmente
limitado a las cuestiones puramente económicas, que han demostrado su colisión
total y absoluta con los principios del estado democrático social y de derecho.
Un modelo de estado que nació a la luz de la posguerra mundial y cuyos pilares
eran, precisamente, la prevalencia absoluta de los derechos humanos y del
ordenamiento jurídico como garantes de la estabilidad y el progreso social
frente a cualquier arbitrariedad de quienes detentaran el poder.
Hoy en día, Bruselas no es más
que una correa de transmisión del poder financiero sobre los estados miembros
de la Unión Europea, continuamente chantajeados con amenazas sobre la
viabilidad de sus economías si no asumen el diktat
de un conjunto de individuos e instituciones que no sólo no han sido
elegidos democráticamente, sino que pretenden menoscabar los principios
esenciales sobre los que se fundamenta el concepto moderno de Europa.
Ese fenómeno ya se hizo patente
desde los años 80, cuando todas las democracias occidentales comenzaron a
coquetear con regímenes en los que la libertad y la democracia brillaban por su
ausencia, como China y los países del golfo Pérsico, entre otros, a fin de
obtener ventajas comerciales y de permitirles comenzar el proceso de
deslocalización y globalización de la economía que ha hecho muy ricos a unos
pocos, a costa de los derechos sociales elementales de gran parte de los
ciudadanos de Occidente.
Al final, nos queda que Europa
está dirigida por un gran banco que asume todos los privilegios, entre ellos el
de someter los principios constitucionales teóricamente inviolables a las
necesidades financieras de unos entes privados, opacos y especulativos, que dan
en llamar mercados, y que manejan
fortunas conseguidas con el empobrecimiento y la sumisión de ciudadanos
teóricamente libres. Y que, además, se permite el lujo de advertirnos
severamente que el ordenamiento jurídico no debe ser inviolable, sino que se
debe acomodar a las instrucciones económicas emanadas de un oscuro y lejano
centro de decisión que todo lo controla.
Si ya fue vergonzante que la España
de Zapatero aprobara por la vía rápida el sometimiento de los principios
constitucionales a los de estabilidad presupuestaria mediante una reforma constitucional
(la única que se ha llevado a cabo en los 35 años de vigencia de la
constitución y la única de este tipo en toda Europa) que nos colaron con nocturnidad,
alevosía y mucha prisa; ahora ya de lo que se trata es de, una vez en buen
camino la demolición del estado del bienestar, proceder al acoso y derribo del estado de
derecho sometiendo todos los ordenamientos jurídicos nacionales a la voluntad
económica de Bruselas and Co.
Luego se quejan de la desafección
de los ciudadanos por las instituciones políticas actuales, y del creciente
antieuropeísmo que se alza rampante por la izquierda y la derecha del espectro
electoral. Y es que no debemos olvidar que el Gran Hermano de Orwell ya se cierne sobre nosotros de forma nítida
y nada metafórica. Y que si no actuamos pronto, nuestro mundo real será un
calco de aquel terrorífico 1984 que
Orwell dibujó magistralmente hace sesenta y tantos años: una sociedad
totalitaria y represora disfrazada de bondad democrática.
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