miércoles, 10 de abril de 2013

Orwell tenía razón


Según el guión previsto, las nada  veladas amenazas de Bruselas  y demás títeres comunitarios han caído en tromba sobre Portugal, advirtiendo con muy poca sutileza que les trae sin cuidado la sentencia del tribunal constitucional, y que si no aplican los recortes tal y como estaban previstos, todo será llanto y crujir de dientes. Previsible.

Lástima que Jose Luis Sampedro haya fallecido esta misma semana, porque podría haber dedicado una de sus clamorosas diatribas contra el sistema actual con más motivo que nunca. Él fue de los primeros en advertir que el poder financiero se estaba apropiando del engranaje político, y que la democracia se estaba desvirtuando porque era rehén de unos señores que no sólo no habían sido escogidos democráticamente, sino que además, miraban por unos intereses estrictamente privados, aplicando técnicas claramente depredatorias sobre todo lo que tuviera el mínimo aroma a sector público.

Así como otra notoria personalidad fallecida recientemente -siento no poder calificar de ilustre a la señora Thatcher, porque siempre actuó con un despotismo que rezumaba un desprecio por la ciudadanía poco amortiguado pese sus educadísimas maneras -  opinaba que eso de la sociedad no existe, los banqueros llevaron ese ideario regresivo un paso adelante y se pusieron manos a la obra con el indisimulado propósito de hacerse con las riendas del poder político para manejar el cotarro a sus anchas. El cómo lo consiguieron ha quedado patente estos últimos años, a base de untar adecuadamente a los representantes electos del pueblo y de acomodarlos en los sillones de innumerables consejos de administración.

Conseguido su objetivo, nos encontramos con que la cancha política se ha reducido a un escenario totalmente limitado a las cuestiones puramente económicas, que han demostrado su colisión total y absoluta con los principios del estado democrático social y de derecho. Un modelo de estado que nació a la luz de la posguerra mundial y cuyos pilares eran, precisamente, la prevalencia absoluta de los derechos humanos y del ordenamiento jurídico como garantes de la estabilidad y el progreso social frente a cualquier arbitrariedad de quienes detentaran el poder.

Hoy en día, Bruselas no es más que una correa de transmisión del poder financiero sobre los estados miembros de la Unión Europea, continuamente chantajeados con amenazas sobre la viabilidad de sus economías si no asumen el diktat de un conjunto de individuos e instituciones que no sólo no han sido elegidos democráticamente, sino que pretenden menoscabar los principios esenciales sobre los que se fundamenta el concepto moderno de Europa.

Ese fenómeno ya se hizo patente desde los años 80, cuando todas las democracias occidentales comenzaron a coquetear con regímenes en los que la libertad y la democracia brillaban por su ausencia, como China y los países del golfo Pérsico, entre otros, a fin de obtener ventajas comerciales y de permitirles comenzar el proceso de deslocalización y globalización de la economía que ha hecho muy ricos a unos pocos, a costa de los derechos sociales elementales de gran parte de los ciudadanos de Occidente.

Al final, nos queda que Europa está dirigida por un gran banco que asume todos los privilegios, entre ellos el de someter los principios constitucionales teóricamente inviolables a las necesidades financieras de unos entes privados, opacos y especulativos, que dan en llamar mercados, y que manejan fortunas conseguidas con el empobrecimiento y la sumisión de ciudadanos teóricamente libres. Y que, además, se permite el lujo de advertirnos severamente que el ordenamiento jurídico no debe ser inviolable, sino que se debe acomodar a las instrucciones económicas emanadas de un oscuro y lejano centro de decisión que todo lo controla.

Si ya fue vergonzante que la España de Zapatero aprobara por la vía rápida el sometimiento de los principios constitucionales a los de estabilidad presupuestaria mediante una reforma constitucional (la única que se ha llevado a cabo en los 35 años de vigencia de la constitución y la única de este tipo en toda Europa) que nos colaron con nocturnidad, alevosía y mucha prisa; ahora ya de lo que se trata es de, una vez en buen camino la demolición del estado del bienestar,  proceder al acoso y derribo del estado de derecho sometiendo todos los ordenamientos jurídicos nacionales a la voluntad económica de Bruselas and Co.

Luego se quejan de la desafección de los ciudadanos por las instituciones políticas actuales, y del creciente antieuropeísmo que se alza rampante por la izquierda y la derecha del espectro electoral. Y es que no debemos olvidar que el Gran Hermano de Orwell ya se cierne sobre nosotros de forma nítida y nada metafórica. Y que si no actuamos pronto, nuestro mundo real será un calco de aquel terrorífico 1984 que Orwell dibujó magistralmente hace sesenta y tantos años: una sociedad totalitaria y represora disfrazada de bondad democrática.

No hay comentarios:

Publicar un comentario